Francesc Ramis Darder
El pueblo
hebreo percibía un Universo pequeño. La tierra era plana y consistía en un
continente sostenido sobre columnas que al temblar ocasionaban terremotos (Sal
75, 4; Job 9, 6). Los pilares de la tierra se sostenían, a su vez, sobre el
abismo de un mar ubicado bajo la superficie terrestre (Sal 24, 2). Bajo la
tierra y entre las columnas que la sostenían, había un habitáculo llamado “Sheol”
(Gen 37, 35). ¿Qué es el Sheol?
Los
israelitas antiguos topaban con un dilema. Por una parte no se atrevían a
imaginar que después de la muerte pudieran vivir con Dios. Por otra parte
experimentaban la certeza de que Yahvé modela la existencia humana con amor
apasionado; y, por tanto, el hombre es alguien privilegiado en la creación (Sal
8, 6).
La
grandeza humana mostraba el absurdo de la desaparición del hombre tras la
muerte; pero, a la vez, la pequeñez humana hacía inimaginable que después del
ocaso alcanzara la morada de Dios. Para resolver el dilema, los israelitas
supusieron que bajo la tierra existía un receptáculo: el “Sheol”. Cuando
alguien moría su cuerpo se corrompía, pero “lo mejor” de la persona descendía
al “Sheol”. La muerte no aniquilaba al hombre, ya que “lo mejor” de él
permanecía en el Sheol; pero tampoco iba a la morada divina, pues “lo mejor”
quedaba en el Sheol aguardando la llegada del Mesías. Bajo la tierra había,
además, un gran depósito de agua que alimentaba los mares, las fuentes, y los
ríos (Prov 8, 28).
Los
extremos de la tierra veían erguirse altas montañas, las columnas del cielo
(Job 26, 11), que sostenían una especie de campana transparente: el firmamento
(Gen 1, 6-10). Sobre el firmamento había una gran masa de agua, “las aguas de
encima del firmamento” (Gen 1, 7); y a lo largo del mismo existían las
“compuertas del cielo” (Is 24, 18) que, al abrirse por orden de Dios (Mal 3,
10), ocasionaban la lluvia.
El
firmamento separaba las aguas de la superficie de la tierra (mares, lagos,
ríos, fuentes) de las aguas situadas sobre el firmamento que provocaban la
lluvia (Gen 1, 6). También sostenía el Sol, la Luna, y las Estrellas (Gen 1,
14-18). El Sol y la Luna estaban en el firmamento, en primer lugar, “para
separar el día de la noche, y servir de señales para distinguir las estaciones”;
sólo en segundo término, ejercían la función de “alumbrar la tierra”
(Gen 1, 15). El Sol durante el día y la Luna por la noche recorrían el
firmamento. La mentalidad antigua concebía la luz y la tiniebla como sustancias
concretas: dice Isaías respecto de Dios: “Yo formo la luz y creo la
tiniebla” (Is 45, 7).
La percepción de los hebreos entendía que
Dios, desde el Cielo, lanzaba durante el día una sustancia llamada luz; el Sol
era, principalmente la “señal” (Gen 1, 15): una especie de reloj que
anunciaba el tiempo en que Dios derramaría luz sobre la tierra. Cuando el Sol
se ponía, Dios vertía desde el Cielo la tiniebla. La Luna, proporcionaba un
poco de luz, pero su tarea consistía en ser la “señal” (Gen 1, 15) que
informaba del tiempo en que Dios esparcía tiniebla sobre la tierra. Las
estrellas eran diminutos adornos, fijos en el firmamento, que proclamaban la
gloria de Dios (Sal 8, 2.4).
Las aguas
emplazadas sobre el firmamento (Gen 1, 6) estaban, a su vez, recubiertas por
otra superficie sólida que envolvía todo el Universo. Más allá de esta segunda
cobertura; es decir, más allá del Universo, radicaba la habitación de Dios, el
trono de Yahvé (Ez 1, 22.26; 10, 1), inaccesible para el ser humano.
Continúa en: ¿POR QUÉ SE CARACTERIZA EL UNIVERSO QUE DESCRIBE LA BIBLIA?:
http://bibliayoriente.blogspot.com.es/2014/01/por-que-se-caracteriza-el-universo-que.html
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