miércoles, 3 de julio de 2013

PABLO DE TARSO: LA PERSECUCIÓN A CAUSA DEL EVANGELIO

                                                                                                                 Francesc Ramis Darder


I

Como fiel servidor de la Buena Nueva, Pablo padeció muy a menudo la persecución y el rechazo. El libro de los Hechos de los Apóstoles refiere varias situaciones en las que Pablo sorbió el acíbar del oprobio. Veamos algunas.

    Después de su conversión, Pablo comenzó a predicar el Evangelio en Damasco. Sobresaltados por la audacia del apóstol, los judíos acordaron en el consejo acabar con él. Saulo se enteró de la conjuración y, aunque vigilaban día y noche las puertas de la ciudad para darle muerte, sus discípulos lo descolgaron de noche por el muro, metido en una espuerta (Hch 9,23-25). Cuando llegó a Jerusalén, hablaba y disputaba con los judíos de procedencia helenística, pero éstos decidieron darle muerte. Al enterarse los hermanos, lo bajaron a Cesarea y de allí lo enviaron hacia Tarso (Hch 9,26-30).

    Los judíos de Antioquía de Pisidia sublevaron a las mujeres distinguidas y a los principales de la ciudad, promovieron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron de su territorio (Hch 13,49-52). Los judíos y los paganos de Iconio tramaron un plan para matar a Pablo y Bernabé, pero ellos se dieron cuenta y escaparon a Listra y Derbe (Hch 14,1-6). Los judíos de Listra apedrearon a Pablo y, pensando que estaba muerto, lo arrastraron fuera de la ciudad (Hch 14,19-20). Pablo, en compañía de Silas, curó a una sierva que tenía espíritu de adivinación y proporcionaba pingues beneficios a sus amos; sus dueños, al ver mermadas sus ganancias, acusaron al apóstol y a su ayudante de alborotadores y los llevaron ante los tribunales. El juez los condenó a la flagelación y los hizo encarcelar (Hch 16,16-24).

    El ministerio de Pablo constituye un fehaciente testimonio de la vivencia de las Bienaventuranzas: “Dichosos seréis cuando os injurien y os persigan, y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos” (Mt 5,11-12).

Ejercicio. Lectura: Mt 5,1-12; 1Cor 2,1-5; 2Cor 11,16-33.

                          II                                        
 
    Pablo y Silas predicaron la Buena Noticia en la sinagoga de Tesalónica. Algunos judíos y muchos paganos se convirtieron. Sin embargo, varios judíos, movidos por la envidia, reclutaron alborotadores que promovieron tumultos y perturbaron la ciudad. Inmediatamente, los hermanos enviaron a Pablo y Silas de noche a Berea. Cuando los judíos de Tesalónica supieron que predicaban en Berea, fueron allá para soliviantar a la gente; los hermanos, preocupados por la vida de Pablo, lo llevaron a Atenas (Hch 17,1-14).

    Más adelante, Pablo llegó a Corinto y comenzó a proclamar el evangelio, los judíos se oponían y no dejaban de insultarle (Hch 18,1-6). Los orfebres de Éfeso se enfurecieron contra los cristianos; casi acabaron con la vida de Gayo y Aristarco. Lentamente se apaciguó el tumulto, Pablo llamó a los discípulos para darles ánimos, se despidió de ellos y partió para Macedonia (Hch 19,21-39).

    Cuando el apóstol llegó a Jerusalén, los judíos de la provincia de Asia, al verlo en el templo, sublevaron a la gente y le echaron mano. Con la mayor alevosía, le acusaron falsamente: “Éste hombre (Pablo) ha introducido paganos en el templo, y profanado el este lugar santo” (Hch 21,28). La ley judía prohibía la entrada de los paganos en el reciento sacro del templo. Quienes no eran judíos sólo podían adentrarse hasta el primer patio, llamado “Patio de los Gentiles”, pero, en modo alguno, les estaba permitido penetrar en las estancias reservadas a los judíos. El quebranto de la norma estaba castigado con la pena de muerte.

    La falsa denuncia supuso para Pablo un auténtico calvario. Tuvo que comparecer ante el tribunal del Sanedín (Hch 22,30-23,11), ante la justicia de los gobernadores romanos, Félix (Hch 21,1-23) y Porcio Festo (Hch 25,1-12), y en audiencia ante Agripa y Berenice (Hch 25,23-26,32), hasta que apeló, como ciudadano romano, al tribunal del César, en Roma (Hch 25,10-12).

     Ejercicio. Podrías leer los textos citados en este artículo.

                                                             


No hay comentarios: