Francesc Ramis Darder
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Como la autoridad qutu
sobre la Baja Mesopotamia era casi nominal, los monarcas sumerios, mantenidos
antaño por los acadios en calidad de vasallos, recuperaron el control de las
ciudades. Así la cultura sumeria, liberada del dominio acadio y del poderío
qutu, pudo renacer. El renacimiento sumerio alboreó en la ciudad de Lagash,
gobernada por Gudea (2144-2124 a.C.). El rey derrotó a los elamitas que
intentaban penetrar en la región por el este; afianzó la administración;
practicó la diplomacia con las ciudades vecinas; construyó templos,
especialmente el de Ningirsu, en Girsu, población aledaña de Lagash; desarrolló
el comercio; reformó el calendario; tabuló las pesas y medidas; y promulgó
leyes para socorrer a los más desfavorecidos, de ese modo calmó las posibles
revueltas sociales en la ciudad.
Otra próspera ciudad sumeria, Uruk,
levantada en armas por su soberano, Utu-Hengal (2120-2112 a.C.), venció a los
qutu y a su jefe, Tiriqan. Tras la derrota, los qutu perdieron el poderío
militar que, como población minoritaria, detentaban; entonces, acosados por las
tropas sumerias, perdieron la autoridad, pues, o volvieron a sus tierras, el
país de Qutium, o se disolvieron entre la población mesopotámica. La ciudad de
Uruk controlaba la ciudad de Ur, gobernada por Ur-Nammu, seguramente un hijo o
un pariente cercano de Utu-Hergal. Cuando Utu-Hergal derrotó a los qutu, quiso
extender su autoridad sobre la Baja Mesopotamia; pero, mientras se afanaba en
la tarea, el gobernador de Ur, Ur-Nammu, le arrebató la corona y se proclamó
rey (2112-2095 a.C.). El nuevo monarca, asentado en Ur, inauguró una nueva dinastía,
conocida por los estudiosos como “Tercera Dinastía de Ur”. Reinó sobre las
ciudades sumerias del sur, y las acadias, abandonadas por los qutu, en el
centro de la región mesopotámica. No obstante, las ciudades no eran autónomas,
como sucedía en tiempos de los antiguos soberanos sumerios. Dependían de la
autoridad Ur-Nammu que, entronizado en Ur, inauguró, como sentencian los
historiadores, el “Imperio de Ur”, caracterizado por el centralismo político y
económico ejercido desde la capital sobre las ciudades de Sumer y Akkad. Con el
fin de reforzar su autoridad adoptó el título de “Rey de Sumer y Akkad”, como
hiciera Sargón. La pretensión del monarca, que había eliminado la autonomía de
las ciudades sumerias, provocó rebeliones; por eso tuvo que pacificar el país,
especialmente la ciudad de Lagash, patria del añorado Gudea, y acrisolar la
unidad administrativa y política del territorio bajo la firmeza de su cetro y
la organización de la corte. De ahí que el territorio de la antigua Sumer
quedara estructurado en provincias; los monarcas que antaño regían cada ciudad
fueron sustituidos por gobernadores dependientes de Ur-Nammu que, a las órdenes
de la capital, administraban el Imperio. También el territorio del antiguo
Akkad quedó divido en provincias al mando de un gobernador dependiente de la
corona.
Con intención de favorecer el comercio y el cobro de impuestos, el rey
unificó pesos y medidas, y estableció el catastro para alcanzar la eficiencia
en el cobro de impuestos. Restauró templos, que también perdieron su autonomía,
sometidos a la autoridad de rey. Construyó un santuario a la divinidad lunar,
Nanna-Sin; y levantó en primer zigurat en Ur. Favoreció la política hidráulica,
eje de la riqueza agrícola; la productividad aumentó, con el tiempo, gracias a
la mejor parcelación de los campos. Con
el deseo de afianzar su autoridad, remozó la capital, sede del gobierno, por
esa razón la amuralló y acreció su importancia comercial.
A la muerte de Ur-Nammu, asumió el trono su
hijo, Shulgi (2094-2047 a.C.). Interesado en las ciencias y las artes, creó
escuelas de escribas en Nippur y Ur que plasmaron en tablillas las antiguas
tradiciones sumerias; su reinado contempló la llamada “edad de oro” de la
literatura sumeria. Emulando la figura de Sargón, se proclamó “Rey de las
Cuatro Regiones”. Atento al aura de Naran-Sin, se invistió de atributos
divinos, fue adorado como un dios, favoreció la construcción de templos en su
honor, le dedicaron himnos litúrgicos, y se declaró pariente de Gilgamesh, el
héroe que, según la tradición, estaba constituido en dos terceras partes como
dios y en una como hombre. Establecida la solvencia política y religiosa de su
corona, reforzó el ejército con que aseguró la solidez de imperio, y dominó
Susa, en territorio elamita. Construyó fortificaciones en el norte para
controlar los asentamientos hurritas y asegurar las rutas comerciales hacia
Anatolia. Durante su reinado, comenzaron a penetrar desde Siria los martu,
también llamados amorreos, a los que tuvo que enfrentarse. Impuso gobernadores
sobre Assur y Nínive para asegurar la fidelidad de ambas ciudades. Incentivó el comercio que, organizado desde
los templos y el palacio real, era confiado a los mercaderes de los distintos
ramos, tanto en el interior como hacia el exterior de Mesopotamia. A través de
Mari, ciudad autónoma en territorio sirio, pudo comerciar, quizá, incluso con
el Mediterráneo. Acreció el progreso, inaugurado por sus antecesores, y
contempló un aumento considerable de la población.
No obstante, las grietas
sociales se hacían evidentes; pues la fuerza de trabajo descansaba sobre los
siervos que, subyugados por la elite, recibían raciones mínimas en la
distribución de los bienes. La necesidad de acrecer la prosperidad y trenzar
las relaciones sociales determinó la codificación legal en el llamado “Código
de Shulgi”; bajo su cetro, la dinastía de Ur alcanzó el cenit de su poderío.
Cuando falleció Shulgi, ciñó la corona su
hijo, Amar-Sin (2046-2038 a.C.). Entonces, estallaron los problemas que iban a
hundir el imperio. En Sumer, crecieron las diferencias entre las ciudades; las
ciudades sureñas vieron disminuir su riqueza a causa de la salinización del
terreno con la consiguiente bajada de la producción agropecuaria, mientras las
norteñas contemplaron el aumento de su riqueza, gracias a la eficiente política
hidráulica. La región más norteña de Akkad padeció la creciente presión de los
hurritas, controlada con dificultad por el rey desde la ciudad de Assur; y
sufrió la infiltración de los martu, también llamados amorreos, tribus semitas
que, procedentes de Siria, penetraban en Mesopotamia, aprovechando la situación
caótica provoca por la destrucción de Ebla bajo la espada de Naran-Sin. La
presión hurrita y la penetración amorrea provocaron la disminución del comercio
hacia el norte, la caída de la actividad agropecuaria, y la crisis de las
ciudades, causada por la disminución de recursos que el campo, devastado por
los amorreos, aportaba a las urbes.
A la muerte de Amar-Sin, ocupó el trono su
hermano, Shu-Sin (2037-2029 a.C.). Con intención de frenar el avance amorreo,
levantó un muro en el norte, el “muro de los martu”, entre el Eufrates y el
Tigros, para guarnecer la región de Akkad y evitar que los amorreos penetraran
hacia el centro y el sur de Mesopotamia. Con muchas dificultades, el rey
mantuvo el comercio con Anatolia, a través de Assur y Mari, situadas fuera del
muro, y con mayor dificultad, a través de Biblos, pudo comerciar con el
Mediterráneo; la ruptura de las rutas comerciales dificultaba la importación de
metales, necesarios para asentar el progreso y la fabricación de armas.
Cansados de la opresión, los siervos se sublevaron contra la elite, que buscó
refugio en las ciudades. Por si fuera poco, Shu-Sin batalló contra los Su,
pueblo procedente de los Zagros, que, dolido por la constante rapiña de los
soberanos de Ur y buscando mejores tierras, invadían Mesopotamia.
Ibbi-Sin (2028-2004 a.C.) sucedió en el
trono a su hermano Amar-Sin. Durante su reinado, los amorreos franquearon el
muro, levantado por Shu-Sin, y penetraron en Sumer y Akkad. Entonces las
adversidades arreciaron: el comerció decreció; las diferencias económicas entre
las ciudades meridionales y septentrionales de Sumer, aumentaron; la
salinización del campo, debida a la errónea política hidráulica, cercenó la
producción; las ciudades quedaron desabastecidas por la improductividad del
campo y la negativa de los siervos, recién emancipados, a enviar grano a las
urbes; mientras los amorreos y los su diezmaban el territorio. La
centralización política y administrativa, impuesta por los reyes, impidió que
los gobernadores locales tomaran decisiones eficaces contra la invasión y el
caos interno; por eso las ciudades devinieron, en la práctica, independientes
de la corona, al tener que solucionar por ellas mismas los acuciantes
problemas.
Asustado Ibbi-Sin por la incursión amorrea y el desabastecimiento de
Ur, capital del imperio, nombró a Ishbi-Erra, un cortesano relevante,
gobernador de la ciudad de Isín para que protegiera la capital y enviara vituallas;
pero el gobernador, a ejemplo de otras urbes, desoyó el encargo, se proclamó
rey de Isín y conquistó otras ciudades próximas. Mientras tanto, la ciudad de
Susa, conquistada antaño por Shulgi, recuperó la independencia; aunque más
tarde (2025 a.C.), el rey elamita, Kindattu, apoyado por los su, enemigos de
los sumerios, la incorporó a sus dominios; así el comercio hacia Oriente
también cesó. La autoridad de Ibbi-Sin
se redujo a la capital y sus contornos; finalmente, los elamitas, respaldados
por los su, arrasaron Ur (2004 a.C.), y deportaron al rey a Anshán, en
territorio elemita, donde murió. El emperio de Ur y la Tercera Dinastía habían
llegado al ocaso.
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