Francesc Ramis Darder
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El rey Salomón gobernaba dos
reinos a la vez: Judá al sur, e Israel al norte. Cuando murió Salomón (ca. 930
aC.), ambos estados recuperaron la mutua independencia. Roboam (931-914 aC.),
hijo de Salomón, gobernó Judá; mientras Jeroboam I dirigió los destinos de
Israel (931-910 aC.).
El reino de Israel era rico, pues disponía
de las aguas del lago de Gennesaret y del regadío auspiciado por el cauce del
Jordán. La rutas comerciales surcaban el reino y propiciaban el intercambio
económico con los países vecinos: Siria y Tiro. Con el paso del tiempo, la
capital de Israel se levantó en Samaría.
Sin embargo, la Sagrada Escritura fustiga
con dureza la expansión económica de Israel; pues a medida que el reino
acumulaba riquezas olvidaba los mandamientos de Yahvé, y se dejaba atrapar por
las cadenas de los ídolos. El ansia de “tener”, el afán de “poseer” y el
desenfreno por “aparentar”, alejaban de la memoria del pueblo el recuerdo de
Yahvé, el Dios liberador. La profecía de Amós describe sin tapujos la
injusticia social que imperaba en Israel. La voz profética denuncia cómo se
vende al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias (Am 2,6-7).
Durante el reinado de Ajab (874-853 aC.),
Ocozías (853-852 aC.) y Jorán (852-841 aC.), la injusticia social y el olvido
de Yahvé corrompían con fuerza a la sociedad israelitas. Fue precisamente en
ese período cuando aconteció el ministerio de Elías. El profeta fustigó la
injusticia social y sembró en el corazón del pueblo la certeza de que Yahvé es
el Dios que libera. El nombre “Elías” significa “mi Dios es Yahvé”; con ése
nombre el profeta proclamaba su confianza en el Dios liberador y denunciaba la
falsedad de los ídolos.
Elías era conocido también con el apodo de
“el tesbita”; probablemente por ser natural de Tisbé, localidad identificada
con Khirbet el-Istib, en Galaad, a unos 25 km al norte del río Yabbok, en
Trasjordania. Llevaba un manto de piel, típico de los beduinos del desierto,
ceñido por un cinturón de cuero (2Re 1,8); de ese modo protestaba contra el
lujo de la corte de Samaría. Exigía al rey y a todos los israelitas la conversión
personal que debía expresarse en la decisión de construir un modelo social
basado en la justicia (1Re 18,37). Su vida se caracterizó por la tarea personal
a favor de los necesitados (1Re 17,7-16) y el compromiso político en favor de
los pobres (1Re 21,1-29). Su intimidad con el Señor (1Re 19,11-13) le hizo
descubrir la necesaria militancia política para desterrar la maldad y plantar
la justicia social (1Re 19,15-16).
La misión que emprendió Elías contra la
idolatría y la injusticia le granjeó la persecución por parte del rey Ajab y de
su esposa Jezabel. La persecución hundió al profeta en la depresión hasta el
punto de desearse la muerte (1Re 19,4). Ante el acoso del desánimo, Elías hizo
lo único posible y eficaz: descansó y recobró la serenidad, profundizó en el
conocimiento de sí mismo, reforzó su amistad con Dios y decidió, después,
continuar su cruzada contra la injusticia. No debemos permitir que el desánimo
nos arroje en las zarpas del pasotismo. Cuando el desaliento se apodere de nuestra
alma es necesario que sepamos tomarnos un tiempo de reposo, es decisivo que
busquemos la compañía y el consejo de un buen amigo, que ahondemos en nuestra
relación con Dios, y que recordemos los valores que nos impulsaron antaño a la
vivencia cristiana.
Elías no se rinde ante la tentación de
desánimo, sino que emprende un viaje hasta el monte Horeb. El Horeb es una
montaña especial. Yahvé se reveló a Moisés en el monte Horeb y le confirió la
misión de liberar a los israelitas esclavos en Egipto (Ex 3,1-4,17). La
tradición identifica el Horeb con el monte Sinaí, el lugar donde Dios entregó a
Moisés los “Diez Mandamientos” (Ex 20,117). El viaje de Elías desde Berseba de
Judá hasta el Horeb es la metáfora que expresa el viaje interior del profeta
para recuperar los fundamentos de su fe. También simboliza el esfuerzo del
cristiano para recuperar, en los momentos de confusión, las notas esenciales de
la vivencia del evangelio.
A largo del viaje, Elías palpó el auxilio
divino, recuperó su amistad con Dios y refirmó su compromiso político en favor
de la justicia social. Ciertamente, saber escuchar la voz de Dios que resuena
en el hondón de nuestra alma y estar atento al latido del mundo, constituyen
los ejes que permiten sembrar la semilla de Dios en el corazón de la humanidad.
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