Ahora bien,
¿qué significa la palabra “conversión”? El término “conversión” significa,
literalmente, “volver la mirada”; es decir, convertirse implica “dejar de mirar
en dirección al pecado” para “volver la mirada hacia el Señor” que guía nuestra
vida. Convertirse significa empeñarse, con la ayuda de Dios, en “dejar de
confiar en la falsedad de los ídolos” para “volver la mirada hacia los
mandamientos de Dios”. Como señala la Escritura , los ídolos que nos alejan de Dios son
tres: el afán de poder, el ansía de poseer bienes sin medida, y la astucia por
aparentar lo que no somos, es decir, la vanidad. El Evangelio que hemos
proclamando constituye la mejor catequesis para adentrarnos en la senda de
conversión cuaresmal; pues muestra como Jesús, nuestro Maestro, venció la
embestida de los tres ídolos para depositar su confianza en las manos del
Padre.
El diablo dijo
a Jesús: “di a esta piedra que se convierta en pan”. Durante la época de Jesús,
si alguien amasaba una fortuna ilegítima en muy poco tiempo, le gente decía
“este es capaz de convertir las piedras en pan”. Cuando el diablo le dice “di a
estas piedras que se conviertan en pan”, está tentado a Jesús con el ansia de
acaparar bienes sin medida; le está diciendo: “aprovecha tu autoridad para
amasar un tesoro”. Jesús no cae en la tentación del dinero, responde: “no solo
de pan vive el hombre”, es decir, “no solo de dinero vive el hombre”. A
continuación, el diablo le tienta con el afán de poder: “Te daré el poder […]
si te arrodillas delante de mí”; dicho de otro modo, “serás un hombre poderosos
si halagas a los poderosos de la tierra”. Jesús rechaza la propuesta: “Solo al
Señor, tu Dios, adorarás”; expresado de otra manera, Jesús diría: “dedicar la
vida al capricho de los poderosos la vacía de sentido, pero entregarla al
servicio del Evangelio la llena de gozo”. Finalmente, le increpa el diablo: “Si
eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo”;
o sea, “utiliza tu poder como Hijo de Dios para hacer gestos tan espectaculares
como inútiles que solo sirven para acrecer la vanidad”. Jesús no sucumbe a la
vanidad, responde: “No tentarás al Señor, tu Dios”; dicho de otro modo, “el
sentido de la vida no se basa en la opinión que los otros tengan de mí, sino en
la hondura de mi vivencia del Evangelio”.
Cuando a
ejemplo de Jesús ahondamos en la senda de la conversión, brota en nuestra vida
la virtud de la misericordia. Recordemos que la palabra “misericordia” procede
de la lengua latina, y proviene de la adición de dos palabras: “miser” que
significa “pobre”, y “corda” que significa “corazón”. Aunando ambas palabras y
adoptando un tono poético, es misericordioso quien entrega alguna de sus cosas,
o aún mejor, se entrega a sí mismo, para calmar la pobreza del corazón de su
hermano. Si abandonamos el afán de poder, nacerá en nosotros la misericordia
convertida en actitud servicial hacia nuestro prójimo. Cuando desdeñamos al
ansia de poseer sin media, aflorará en nosotros la decisión de compartir la
vida con los hermanos. Si renunciamos a la vanidad, brotará nuestra fidelidad
al Evangelio. Sin duda, la vivencia de la misericordia es el arma con que
vencemos la tentación de los ídolos, como decía san Pablo: “No te dejes vencer
por el mal, antes bien vence al mal a fuerza del bien”.
Lentamente, se introduce en nuestra vida un
cuarto ídolo que en tiempos de Jesús era extraño: “la falta de tiempo para lo
verdaderamente importante”, actitud que desemboca en la superficialidad. A
menudo, tenemos tiempo para todo menos para lo esencial: tiempo para estar con
Dios, tiempo para convivir con los hermanos, tiempo para nosotros mismos. La
vivencia de la misericordia comienza aplicándose cada uno a sí mismo las pautas
de la misericordia. Durante la
Cuaresma seamos misericordiosos con nosotros mismos,
busquemos la profundidad de vida; solo así podremos ser testigos de la
misericordia de Dios en la sociedad humana.
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