martes, 16 de febrero de 2016

¿QUÉ SIGNIFICA LA TRASFIGURACIÓN DE JESÚS?


                                                      Francesc Ramis Darder
                                                     bibliayoriente.blogspot,com


La Cuaresma es el tiempo litúrgico en que disponemos nuestra vida para celebrar la Pascua, la presencia resucitada del Señor entre nosotros, por eso asume dos aspectos complementarios. Por una parte, la Cuaresma adquiere el tono de la conversión; el empeño por trasformar nuestra vida, con la ayuda de Dios, en testimonio veraz del Evangelio. Por otra, la Cuaresma acrece en nosotros el anhelo por contemplar a Cristo resucitado, el día de Pascua. La liturgia cuaresmal aúna ambos aspectos. El domingo pasado, leyendo las tentaciones de Jesús, ahondamos en el aspecto de la conversión; y este domingo, proclamando la transfiguración del Señor, intuimos, bajo el aspecto resplandeciente del Señor, el rostro del Resucitado el día de Pascua.

Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, los amigos más allegados, y subió a lo alto de un monte. Al decir de la Escritura, la amistad no se reduce a la mera relación circunstancial, es una de las formas más valiosas de la vivencia de la misericordia. Como hemos reiterado, la misericordia estriba en entregar algo nuestro, o aún mejor, entregarnos a nosotros mismos para enriquecer la vida de nuestro prójimo. Sin duda, la amistad es una forma privilegiada de la misericordia, pues siembra en nuestra vida la semilla de las mejores actitudes y nos alienta a cuidar al amigo para que construya su vida con los sillares de los grandes valores: la justicia, la bondad, la madurez, etc. No en vano, dice Jesús a los apóstoles: “A vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15); la amistad de Jesús con sus discípulos es la manifestación de su misericordia, pues les ofrece lo mejor que tiene, su propia vida y el don del Evangelio.

    Acompañado de tres discípulos, Jesús subió a lo alto del monte para orar. La tradición ha identificado este monte con el monte Tabor, al sudeste del lago de Galilea, un lugar donde los maestros judíos acudían para tener un día de reflexión con sus discípulos. Los antiguos opinaban que la cima de un monte era el lugar más idóneo para encontrarse con Dios. En primer lugar, la cima se encuentra simbólicamente más cerca del cielo, la casa de Dios; y, en segundo término, es un ámbito silencioso, el medio idóneo para dialogar con Dios en la plegaria. Por eso Jesús sube al monte con tres discípulos para orar.

    Mientras Jesús oraba, le sucedió algo importante: “el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor”. ¿Qué significa? Entre otros matices, la oración constituye el tiempo que ofrecemos a Dios para que penetre en nuestra vida y la transforme. Desde esta perspectiva, el Evangelio describe la irrupción de la presencia de Dios en la vida de Jesús mediante la metáfora del rostro y los vestidos que refulgen. Como dice la Escritura, Dios es rico en misericordia (Ef 2,4), es decir, Dios quiere entregarse por amor para colmar de sentido la vida del hombre; así pues, cuando oramos abrimos la puerta del alma para que Dios vierta su misericordia sobre nosotros y nos transforme en testigos veraces del Evangelio.

    Mientras Jesús oraba, Moisés y Elías comienzan a conversar con él: hablaban del éxodo que Jesús iba a consumar en Jerusalén. Bajo la mención del “éxodo que Jesús iba a consumar en Jerusalén” palpita la alusión a la muerte y resurrección de Jesús. Ahora bien, ¿por qué habla Jesús con Moisés y Elías? Como expone la Escritura, Dios eligió a Moisés para liberar al pueblo esclavizado en Egipto (Ex 1-12), y anunció el envío del profeta Elías para propiciar la concordia entre la humanidad entera (Mal 3,24). En tiempos de Jesús, los judíos pensaban que Moisés y Elías habían sido los mediadores más importantes que Dios había elegido para salvar a su pueblo; pues, como hemos dicho, Moisés lo había liberado de Egipto y Elías le había anunciado la concordia. Sin embargo, la muerte y la resurrección de Jesús superan la tarea de Moisés y Elías, pues bajo el rostro de Jesús papita la entrega del mismo Dios en bien de la humanidad entera. Jesús, rostro de la misericordia de Dios, entregará su vida por amor para enseñarnos que la práctica de la misericordia llena de sentido la existencia humana.

    El ámbito de la plegaria colma de dicha el corazón humano, por eso exclama Pedro: “¡Que bien se está aquí!”. No obstante, la oración no puede ser la excusa que nos aleje de la vivencia de la misericordia en la vida cotidiana; por eso, señala el Evangelio: “llegó una nube que los cubrió con su sombra”. Como subraya la Escritura, la nube evoca la presencia exigente de Dios, mientras la sombra simboliza la protección que Dios dispensa a sus fieles. Entonces, la voz de Dios que exige fidelidad y augura protección, dice a los apóstoles: “Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadle”. Dicho de otro modo, la voz divina señala que el camino cristiano radica en el seguimiento de Jesús, presencia de la misericordia de Dios entre nosotros.

    En esta Eucaristía, pidamos al Señor que nos concede una vida de plegaria que desemboque en la vivencia de la misericordia entre nuestros hermanos.


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