Francesc Ramis Darder
El verano es
para muchos un tiempo de ocio, descanso y vacaciones; y conviene que también sea un período donde podamos acrecentar la calidad de nuestra vida en todos los aspectos humanos y cristianos.
Por un
instante, dirijamos la atención a uno de los “típicos” turistas que visitan
nuestras tierras. Llegan hasta nosotros con la intención de ver muchas cosas,
cuantas más mejor, pero sin profundizar en ellas. Visitan los lugares
emblemáticos, rápidamente, sin detenerse a palpar el latido de la historia que
palpita en cada rincón. Obtienen de cada lugar numerosas fotografías y, sin
embargo, carecen de tiempo para inhalar el espíritu de cada recodo. Ciertamente, esa es la caricatura de un turista “típico”, pero en lugar de despreciarla
extraigamos una lección útil para nuestra vida cristiana.
¿Acaso no somos
demasiadas veces turistas de la Palabra de Dios? A menudo, no prestamos atención
al Evangelio que se lee en la Eucaristía, conocemos sólo algunos pasajes aislados de
la Biblia; quizá nos hemos detenido en algunas páginas realizando, como los
turistas, “numerosas fotografías”, sin detenernos a saborear la Palabra de Dios
para que cale en el hondón de nuestra alma y la transforme de raíz.
Los católicos
no podemos permitirnos el lujo de ser turistas del Evangelio, sino que debemos
leerlo, orarlo y vivirlo con profundidad. Sólo así experimentaremos lo que
anuncia la Sagrada Escrituara: “tu palabra Señor mantiene a los que creen en ti” (Sb
16,26); y viviendo de esa manera plantaremos la semilla de
Reino de Dios en el corazón de cada persona.
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