PRIMERA PARTE
Francesc
Ramis Darder
El
Señor actúa en nuestra vida mediante su palabra liberadora. Dios
llamó a Abrán desde la situación idolátrica simbolizada por la
ciudad de Ur de los caldeos, para conducirle al país de Canaán,
donde se encontró con el Señor. La llamada de Dios al patriarca se
completó con la bendición divina, concretada en la promesa de la
gran descendencia y la posesión de la Tierra Prometida. Pero la
actuación de Dios en favor del hombre no se limita a la llamada y a
la bendición. Dios se compromete especialmente con el ser humano
cuando le libera de la opresión. El Señor es el Dios liberador.
El
acontecimiento privilegiado de la actuación liberadora de Dios a lo
largo del AT es la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto.
Vamos a detenernos en este suceso, y en la figura de Moisés, el
mediador del proyecto liberador de Dios. La historia del éxodo es
amplia. Por eso nos centraremos en el pasaje donde figura la llamada
de Dios a Moisés, el anuncio de la liberación del pueblo
esclavizado, y la promesa de la Tierra Prometida a los israelitas
recién salidos de Egipto: Ex 3,1-15.
1.
La figura de Moisés en el marco de la liberación de Israel esclavo
en Egipto
La
liberación de Israel de la esclavitud de Egipto constituye el
acontecimiento central del AT. Si elimináramos las referencias a la
liberación de Israel de la esclavitud de Egipto, la Antigua Alianza
perdería gran parte de su sentido religioso; pues carecería en gran
medida de la presencia del Dios liberador.
Los
israelitas compusieron una profesión de fe donde destacaron la
liberación de la esclavitud de Egipto como el suceso crucial de su
historia. El credo de Israel aparece en varias ocasiones en el AT.
Los estudiosos han denominado a esos pasajes “Pequeño Credo
Histórico de Israel”: Dt 6,20-24; 26,5-9; Jos 24,2-13.
Leamos
un breve retazo: “Nosotros éramos esclavos del faraón de Egipto y
el Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte. El Señor hizo a
nuestros ojos milagros y prodigios grandes y terribles en Egipto,
ante el faraón y toda su corte. Y a nosotros nos sacó de allí para
introducirnos y darnos la tierra que había prometido a nuestros
antepasados” (Dt 6,21-23). El credo que acabamos de leer destaca
dos aspectos: la liberación de la esclavitud, y el don de la tierra
a la descendencia de Abrahán (cf. Gen 12,7).
La
Biblia relata con detalle la historia de la liberación de Israel de
la esclavitud en Egipto. El Señor, por mediación de Moisés y su
hermano Aarón, sacó a Israel de Egipto (Ex 3,1-15,21). Los egipcios
persiguieron a los israelitas por el desierto hasta acorralarlos
junto al mar. Moisés extendió su mano sobre el mar y el Señor
mediante un recio viento del este empujó el mar, dejándolo seco y
partiendo en dos las aguas (Ex 14,21). El pueblo cruzó el mar a pie
enjuto sobre la tierra seca (Ex 14).
Tras
cruzar el mar, el pueblo emprendió la ruta del desierto. El Señor
acompañó a su pueblo a través de la aridez del yermo. Le alimentó
con el maná y las codornices, y volvió dulces las aguas amargas de
Mará para calmar la sed de los israelitas (Ex 15,22-18,27). El
pueblo continuó su camino hasta llegar al monte Sinaí, donde el
Señor entregó a los israelitas las tablas de la Ley por mediación
de Moisés (Ex 20,1-17).
Moisés
condujo a los israelitas hasta la entrada de la Tierra Prometida. El
Señor mostró a Moisés, desde la cima del monte Nebo, la tierra de
promisión (Dt 34,1), advirtiéndole: “Esta es la tierra que
prometí a Abrahán, Isaac y Jacob, diciendo: Se la daré a tu
descendencia. Te la hago ver con tus ojos, pero tú no entrarás en
ella” (Ex 34,4). Tras contemplar la Tierra Prometida, Moisés murió
en el valle de Moab que circunda el monte Nebo, y fue enterrado allí
(Dt 34,5).
Tras
la muerte de Moisés, Josué devino el jefe del pueblo liberado (Dt
34,9). Bajo su mando los israelitas cruzaron el río Jordán (Jos
3,1-4,9), conquistaron la ciudad de Jericó (Jos 6), y tras numerosas
batallas tomaron posesión de la tierra de Canaán. Una vez
conquistada la tierra y repartida entre las tribus, Josué convocó a
todos los israelitas en la asamblea celebrada en la ciudad de Siquén
(Jos 24). Allí el pueblo liberado manifestó su adhesión al Señor.
Los israelitas exclamaron con emoción: “El Señor es nuestro Dios;
él fue quien nos sacó de Egipto a nosotros y a nuestros padres
[...] por tanto serviremos al Señor nuestro Dios y obedeceremos su
voz” (Jos 24,17.24).
El
relato de la vocación narra la llamada de Dios a Moisés para
comprometerle en el proceso liberador del pueblo hebreo (Ex 3,1-15).
Cuando Dios nos llama es para implicarnos en su proyecto liberador en
favor de la humanidad. No leamos el texto referente a la llamada y
misión de Moisés asépticamente, sintamos como el Señor nos elige
también a nosotros para participar en su proyecto de vida.
2.
Lectura del texto: Ex 3,1-15
Moisés
pastoreaba el rebaño de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián.
Trashumando por el desierto llegó al Horeb, el monte de Dios, y allí
se le apareció un ángel del Señor, como una llama que ardía en
medio de una zarza. Al fijarse, vio que la zarza estaba ardiendo pero
no se consumía.
Entonces
Moisés dijo: “Voy a acercarme para contemplar esta maravillosa
visión, y ver por qué no se consume la zarza”.
Cuando
el Señor vio que se acercaba para mirar, le llamó desde la zarza:
“¡Moisés! ¡Moisés!
El
respondió: Aquí estoy.
Dios
le dijo: “No te acerques; quítate las sandalias, porque el lugar
que pisas es sagrado”.
Y
añadió: “Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios
de Isaac y el Dios de Jacob”.
Moisés
se cubrió el rostro, porque temía mirar a Dios.
El
Señor siguió diciendo: “He visto la aflicción de mi pueblo en
Egipto, he oído el clamor que le arrancan sus opresores y conozco
sus angustias. Voy a bajar para librarlo del poder de los egipcios.
Lo sacaré de este país y lo llevaré a una tierra nueva y
espaciosa, a una tierra que mana leche y miel, a la tierra de los
cananeos, hititas, amorreos, pereceos, jeveos y jebuseos. El clamor
de los israelitas ha llegado hasta mí. He visto también la opresión
a que los egipcios los someten. Ve, pues; yo te envío al faraón
para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas.
Moisés
dijo al Señor: ¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto
a los israelitas?
Dios
le respondió: “Yo estaré contigo, y ésta será la señal de que
yo te he enviado: cuando hayas sacado al pueblo de Egipto, me daréis
culto en este monte”.
Moisés
replicó a Dios: “Bien, yo me presentaré a los israelitas y les
diré: El Dios de vuestros antepasados me envía a vosotros. Pero si
ellos me preguntan cuál es su nombre, ¿qué les responderé?”.
Dios
contestó a Moisés: “Yo soy el que soy. Explícaselo así a los
israelitas: ‘Yo soy’ me envía a vosotros”.
Y
añadió: “Así dirás a los israelitas: El Señor, el Dios de
vuestros antepasados, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios
de Jacob, me envía a vosotros. Este es mi nombre para siempre, así
me recordarán de generación en generación”.
3.
Elementos del texto
a.
Moisés pastoreaba el rebaño de Jetró
Los
padres de Moisés pertenecían a la tribu de Leví (Ex 2,19), se
llamaban Amrán y Yocabed (Ex 6,20). La tribu de Leví gozaba de
ciertas particularidades. Tras la conquista de Canaán no recibieron
territorios, sólo disponían de algunas ciudades donde habitar (Jos
21). Sin embargo no estaban desamparados económicamente. Oficiaban
el culto de la comunidad israelita y recibían donativos como signo
de agradecimiento. La riqueza de los levitas no consistía en la
posesión de tierras. Estribaba en la certeza de sentirse la heredad
privilegiada del Señor. Cuando el texto revela el origen levítico
de Moisés, anuncia la sacralidad del personaje pues los levitas se
consagraban al servicio del Señor.
Los
israelitas habían llegado a Egipto de la mano de Jacob; y un hijo de
Jacob, José, ministro del faraón, ofreció a su padre y a sus
hermanos el territorio egipcio de Gosén para que lo habitaran. Los
israelitas se multiplicaron tanto que el faraón temió su pujanza y
decidió exterminarlos. Ordenó esclavizar a los hebreos (Ex 1,13), y
ordenó arrojar al río a los varones recién nacidos (Ex 1,22).
Moisés
debía ser arrojado al Nilo, pero gracias a la astucia de su madre y
de su hermana, fue adoptado por la hija del faraón (Ex 3,10). Siendo
mayor, cierto día vio cómo un egipcio maltrataba a un hebreo.
Moisés mató al egipcio. Al enterarse el faraón persiguió a
Moisés, y él, asustado, huyó al país de Madián para buscar
refugio.
Los
madianitas constituían una confederación de caravaneros que
recorrían las dos orillas del golfo de Áqaba. En Madián, Moisés
contrajo matrimonio con Séfora, y engendró a su hijo Güerson.
Notemos que el suegro de Moisés recibe diversos nombres: Ragüel (Ex
2,1); Jetró (Ex 3,1; 4,18,1.5.5.12) y Jobab (Jue 1,16; 4,11). Esa
discrepancia en los nombres recalca que el Pentateuco no se escribió
de un tirón, sino durante un largo período de tiempo en que los
redactores recababan información en diferentes lugares. El nombre
del suegro de Moisés más frecuente es Jetró, sacerdote de Madián.
El hecho de que Jetró sea sacerdote le sitúa en una posición
semejante a la de Moisés, quien procede de una familia levítica.
b.
El Horeb, el monte de Dios
Moisés
pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró y llegó al Horeb, el monte
de Dios. El AT contemplaba la montaña como un lugar sagrado; pues al
estar más cerca del cielo posibilitaba el diálogo diáfano entre el
hombre y Dios. Grandes acontecimientos narrados por la Biblia
acontecen sobre una montaña: El Señor establece la alianza con su
pueblo en el monte Sinaí (Ex 19,1-14), y Jesús se transfigura ante
los discípulos sobre un monte (Mc 9,2-13), que la tradición
cristiana ha identificado con el Tabor.
Moisés
llegó al Horeb, pero ¿dónde está este monte?
Los
geógrafos no han determinado la posición del Horeb, como tampoco
han establecido la del Sinaí. La tradición bíblica parece incluso
identificar ambas montañas (Dt 5,2). Pero al identificarlas surge
una aparente contradicción. Por una parte el Señor entregó las
tablas de la Ley a Moisés en Sinaí (Ex 19-20) que la tradición
sitúa, preferentemente, en la zona sur la península del Sinaí. Por
otra Moisés pastoreaba el rebaño de Jetró en la zona de Madián en
la cual parece estar el monte Horeb. ¿Pudo Moisés pastorear un
rebaño a través de un espacio tan vasto como el situado entre
Madián y el sur de la península del Sinaí; siendo, además, el
territorio un desierto duro?
El
interés de los autores bíblicos no radica en la exactitud de los
detalles cartográficos. La importancia del Horeb no se debe a su
magnificencia geográfica, sino al hecho de ser “el monte de Dios”
(Ex 3,1). La significación del Horeb y del Sinaí estriba en que son
los lugares del encuentro personal entre Dios y Moisés.
La
cima de una montaña es silenciosa, y permite contemplar una
panorámica espléndida. Podemos encontrarnos con Dios en todas
partes, pero un lugar privilegiado es la cumbre de una montaña. Tal
vez no podamos ascender físicamente a la cima; pero interiormente
podemos alcanzar los mismos resultados. Coronar la cima de nuestro
corazón significa penetrar en nosotros mismos, para contemplar en
silencio la panorámica de nuestra vida. Cuando guardamos silencio
ante el horizonte de nuestra existencia, percibimos la voz de Dios
que nos habla desde el hondón del alma.
c.
La vocación de Moisés
llega
al monte Horeb. El texto bíblico señala la importancia del Horeb al
denominarlo “el monte de Dios” (Ex 3,1). Pero además la
sacralidad de la montaña queda recalcada cuando Dios dice a Moisés:
“Quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es sagrado? (Ex
3,6). La santidad del lugar permite intuir la importancia de la
misión que Dios encomendará a Moisés.
La
relación entre Dios y Moisés se establece mediante el ángel del
Señor (Ex 3,2). La palabra “ángel” procede de la lengua griega
y significa “mensajero”. Los ángeles revelan a los hombres los
designios divinos (cf. Jue 6,11), pero no se limitan a eso. El libro
de Job los describe como la corte celestial, llamándoles “los
hijos de Dios” (Job 21,6a). Los ángeles son mensajeros de la
divinidad y participan de la proximidad divina. No son simplemente
transmisores del mensaje divino, sino portadores de la buena noticia
cargada con la fuerza liberadora de Dios. Uniendo ambos matices,
podemos afirmar que los ángeles simbolizan un “don” de Dios al
hombre. El mejor “don” de Dios consiste en la ocasión ofrecida
al ser humano para que pueda encontrarse personalmente con Él.
Estamos
acostumbrados a contemplar representaciones de ángeles alados. Sin
embargo el ángel que figura en Ex 3,2 no tiene alas; es “como una
llama que ardía en medio de una zarza [...] que estaba ardiendo pero
no se consumía” (Ex 3,2). Sorprendido ente el prodigio, Moisés se
acerca para contemplar la maravillosa visión; y, entonces, Dios
aprovecha la oportunidad para llamarle desde la zarza (Ex 3,4). El
ángel simboliza la “ocasión” que el Señor ofrece a Moisés
para llamarle y encomendarle después la tarea liberadora. Hasta la
“ocasión” propiciada por la zarza, el texto bíblico no ha
revelado ninguna relación entre Dios y Moisés (Ex 2,1-21; 3,1a).
Pero a partir de la experiencia de la zarza comenzará la relación
personal entre el Señor y Moisés.
Los
ángeles simbolizan las “ocasiones” que Dios ofrece en cada
recodo de la vida para trabar una relación personal con nosotros.
Cuando aprovechamos la ocasión permitimos al Señor convertirse en
nuestro amigo. Y la amistad personal con el Señor permite que brote
desde nuestro corazón la fuerza liberadora de Dios. Preguntémonos
con sinceridad: a lo largo del día ¿sabemos aprovechar las
ocasiones que Dios nos regala para ahondar su amistad con nosotros?
Moisés
se acerca atónito hacia la zarza. La tradición cristiana ha captado
en el prodigio de la zarza que arde sin consumirse un gran contenido
simbólico. La zarza simboliza los creyentes que siguen al Dios
liberador. Muchas son las dificultades de la vida que, como el fuego
de la zarza, queman nuestra existencia. Quien persevera en el
seguimiento del Dios liberador siente en su carne el quemazón de los
ídolos de muerte: poder, dinero, prestigio. Sin embargo el cristiano
cree que por duro que sea el resquemor de la vida, su existencia
nunca llegará a consumirse porque a su lado está la presencia del
Dios que libera.
Moisés
aprovecha la ocasión que le brinda Dios a través de la zarza; saca
partido de la oportunidad que Dios le regala para encontrarse
personalmente con él. Moisés no huye ante la presencia misteriosa
de la zarza ardiendo, se fija en ella y se acerca a contemplarla.
Dios está presente en cada acontecimiento de nuestra vida. Pero para
encontrarnos con Él no podemos huir de la realidad que envuelve
nuestra existencia. Necesitamos fijarnos en la realidad y
contemplarla. Por eso Moisés no huye, se acerca y mira la zarza.
Desde
la zarza Dios llama a Moisés por su nombre: “¡Moisés! ¡Moisés!
(Ex 3,4). En la mirada de Dios no existen personas anónimas. El
Señor nos conoce personalmente por nuestro propio nombre.
El
apelativo “Moisés” es un nombre de origen egipcio, pero la
Biblia le otorga un significado catequético. La hija del faraón
descubrió junto a los juncos del Nilo una cestilla embarrancada en
cuyo interior había un niño hebreo. Cuando el niño se hizo mayor
la princesa lo adoptó como hijo y “le dio el nombre de Moisés,
diciendo: yo lo saqué de las aguas” (Ex 2,10).
La
palabra hebrea que hemos traducido utilizando el término “diciendo”,
también puede entenderse como “que significa”; y la locución
“yo lo saqué de las aguas” podría interpretarse como “salvado
de las aguas”. De ese modo podríamos entender: “le dio el nombre
de Moisés que significa: salvado de las aguas” (Ex 2,10). Ésa es
la traducción clásica que figura, correctamente, en algunas
traducciones bíblicas.
Sin
embargo el nombre “Moisés” no significa “salvado de las
aguas”, ni “yo lo salvé de las aguas”; esas son buenas
interpretaciones catequéticas ofrecidas por la Biblia. Moisés es un
nombre egipcio. Muchos nombres egipcios acaban con la palabra
“Mosés”, término de significado idéntico a “Moisés”.
Thutmosés es el nombre del faraón reinante entre 1506-1494 aC. La
palabra “Thutmosés” se descompone en dos: “Thut” y “Mosés”.
El termino “Thut” se refiere al dios egipcio “Thot”, y
“Mosés” significa aproximadamente “se ha manifestado el dios”.
De ese modo la palabra “Thutmosés” quiere decir “se ha
manifestado el dios Thot”.
La
palabra “Moisés”, referida al libertador de los israelitas
esclavos en Egipto, es la segunda parte del nombre egipcio que
significa “se ha manifestado el dios”. No sabemos cual era la
palabra que precedía al nombre de Moisés, pero el término “Moisés”
deja clara la naturaleza egipcia del nombre.
Fijémonos
en un detalle importante. Moisés tiene un nombre egipcio, pero Dios
le elige para liberar a los israelitas esclavos en el país del Nilo.
Dios no hace acepción de personas, dirige su llamada a toda persona
de buena voluntad. Quien participa en el proceso de liberación
humana, participa en el proyecto liberador de Dios en favor de la
humanidad.
La
llamada de Dios a Moisés es insistente, por dos veces pronuncia su
nombre con voz potente: “¡Moisés! ¡Moisés!” (Ex 3,4). La
duplicidad del nombre de Moisés expresa la constancia divina en
llamarnos. Un caso semejante aparece en el relato de la vocación de
Samuel, donde el Señor llama al joven cuatro veces, y en dos repite
su nombre: “¡Samuel!, ¡Samuel!” (1Sam 3,4.10). Y Samuel
responde a la llamada del Señor diciendo: “Aquí estoy” (1Sam
3,16). La misma respuesta de Moisés a Dios que le llama desde la
zarza: “Aquí estoy” (Ex 3,4).
La
locución “aquí estoy” significa que Moisés deposita la
confianza en Dios y se dispone a servirle. La disponibilidad y la
confianza en Dios permitirán a Moisés liberar a Israel de Egipto; y
a Samuel, mucho más tarde, gobernar el país como juez y ungir
después a David como rey (1Sam 16,13). Nuestra respuesta a la
llamada de Dios no puede ser otra sino la confianza y la docilidad a
su palabra liberadora.