4. Planteamiento global del libro de la Sabiduría.
El libro de la Sabiduría nace entre las más manos de un sabio, miembro insigne de la comunidad judeoalejandrina, que oculta su identidad bajo el semblante erudito de Salomón (Sab 9,7; cf. 1Re 3,7; 1Cr 28,5-6). Apelando a diferentes fuentes y aunando distintos géneros literarios, un autor judío de lengua y cultura griega hilvana el libro de la Sabiduría; una obra unitaria, redactada en Alejandría durante la época de Augusto (30 a.C. – 14 d.C.), dirigida principalmente a los judíos, pero también a los paganos.
A nuestro entender, el libro de la Sabiduría ofrece un proyecto de conversión a la comunidad judía para que pueda conformar su vida según las cláusulas de la Ley, y para que a la vez sea capaz de suscitar entre los paganos la admiración por la grandeza del Dios de Israel. Invita a los judíos, seducidos por el hechizo helenista, a la vivencia de la justicia, signo eximio de fidelidad a la Ley, para que puedan ceñir la corona de la inmortalidad, y puedan así provocar la admiración de los paganos hacia el Dios de Israel. En definitiva, el libro de la Sabiduría conforma un proyecto de conversión que acrisole la alianza del pueblo para que el testimonio de la comunidad redimida suscite la postración de los gentiles ante la magnificencia de Yahvé, exclusivo señor del Cosmos (cf. Is 42, 6; 49,6; 66,18-23). En nuestra opinión, el proyecto que entreteje el libro puede estructurarse en tres secciones mayores, precedidas por el prólogo y cerradas por el epílogo.
Prólogo: Sab 1,1-15.
La Sabiduría, senda de inmortalidad: Sab 1,16-6,21.
Elogio de la Sabiduría: Sab 6,22-9,18.
El pálpito de la Sabiduría en la Historia humana: Sab 10,1-19,21.
Epílogo: Sab 19,22.
4.1.Prólogo: Sab 1,1-15.
Como expusimos en otro lugar,[1] bajo la mención del “ser humano”, creado solemnemente por Dios en el alba de la historia (Gn 1,27.27.27), se esconde la identidad del pueblo hebreo, bendecido y llamado por Dios para convertirse en custodio de la creación (Gn 1,28); sólo así, el Cosmos podrá mantenerse como la realidad “muy buena” (Gn 1,31) forjada por Dios a favor de la Humanidad. Como también hemos explicado,[2] el libro de Isaías, describe, desde una óptica complementaria, el papel de la comunidad judía respecto de las demás naciones: Dios llama al pueblo hebreo a la gracia de la conversión para que pueda atraer a todas las naciones hacia el Monte Santo para adorar a Yahvé, en compañía del pueblo redimido (cf. Is 66,16-23). Desde esta doble perspectiva, podemos subrayar la grandeza de la misión que Dios confiere al pueblo hebreo. El Señor le constituye en custodio del Cosmos y testimonio privilegiado ante las naciones de la actuación divina en la Historia. El pueblo judío recibe el encargo de conservar la bondad que destilan los entresijos del Mundo y la tarea de propiciar que las naciones peregrinen a Sión para postrarse ante la grandeza de Yahvé, en la cima del Monte Santo. Desde la óptica, podemos entender que la comunidad hebrea, fiel al Señor, constituye la mediación por la que Dios rige el destino del Mundo, hasta que la Historia alcance la meta de la realidad “muy buena” que anida en el corazón del Señor.
Adentrémonos en el primer verso del libro: “Amad la justicia los que gobernáis la tierra” (Sab 1,1ª LXX; Sal 44,8; 1Cr 29,17). A tenor de la explicación anterior (cf. Gn 1,27.31; Is 66,13-23), bajo el rostro de quienes “gobiernan la tierra” palpita la identidad del pueblo judío; pues, desde el horizonte teológico que acabamos de exponer, quienes “gobiernan la tierra” no son, desde la perspectiva teológica, los monarcas paganos (Egipto, Asiria, etc.), sino la comunidad judía, testigo de la actuación de Dios en la Historia. Desde esta concepción, el libro de la Sabiduría constituye el proyecto de conversión que los hebreos fieles a la Ley ofrecen a la comunidad judeoalejandrina para que asiente su identidad en la certeza de que Dios la ha elegido para regir los destinos del Mundo. Propone a la comunidad judeoalejandrina que se constituya en testimonio fehaciente de Yahvé para que todas las naciones reconozcan al Dios de Israel como el exclusivo señor de la Historia; sólo así el Cosmos podrá convertirse en la realidad “muy buena” que Dios, señor del Cosmos, desea para la humanidad entera.
El proyecto de conversión, expuesto en el libro de la Sabiduría, enfatiza la conducta de la comunidad hebrea que ha de regir, por designio divino, los destinos del Mundo; así proclama el poeta: “Amad la justicia” (Sab 1,1). La vivencia de la justicia es el yunque donde Dios forja la asamblea elegida para confiarle, desde la perspectiva teológica, el gobierno de la Tierra. Sin duda, la práctica de la justicia requiere la recta comprensión de la identidad de Dios y el deseo de buscarle con un corazón sincero; la invitación trae a la memoria la voz de Amós: “¡Buscadme a mí y viviréis! ¡No me busquéis en Betel ni vayáis a Guilgal!” (Am 5,4-5); o sea, la práctica de la justicia requiere la búsqueda de Dios, y la búsqueda de Dios implica el rechazo de la idolatría, manto cultual de la injusticia. Así, el libro fustiga con dureza la conducta idolátrica; el idólatra es insensato, vacuo, artero, impío, perverso y calumniador (Sab 1,3-5.8-12). El poema señala como la idolatría acarrea la muerte del ser humano (Sab 1,13-14), pero también subraya con énfasis la inmortalidad de la justicia (Sab 1,15); así dice: “No os busquéis la ruina con las obras de vuestras manos (ídolos), porque Dios no hizo la muerte […] la justicia es inmortal” (Sab 1,13-15).
Como podemos observar, tanto las primeras palabras del Prólogo como las últimas mencionan la justicia: “Amad la justicia […] porque la justicia es inmortal” (Sab 1,1.15). En definitiva, el Prólogo propone a la comunidad judeoalejandrina el amor a la justicia porque la justicia es inmortal. Maticemos el significado de la expresión. Por una parte, la justicia es inmortal porque la maldad humana no puede quebrar el proyecto que Dios diseñó para el Cosmos: “Él (Dios) lo creó todo para que subsistiera […] no hay en ellas (las criaturas) veneno de muerte” (Sab 1,14). Por otra, la práctica de la justicia es la senda que introduce a la comunidad hebrea en el proyecto “muy bueno” (Sab 1,1.15; cf. Gn 1,31) que Dios inscribe en las entretelas del Cosmos. El proyecto de Dios a favor de la Humanidad es inmortal porque no hay fuerza humana capaz de anularlo, por eso quien se adentra en la vivencia de la justicia se introduce en la senda de la inmortalidad.
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