El artículo constituye la tercera parte de la serie sobre la Comunidad judía de Alejandría.
3.Relevancia cultural de la comunidad judía alejandrina.
Las conquistas de Alejandro Magno impregnaron Oriente del espíritu griego; la mentalidad griega amalgamado con el alma oriental engendró la cultura helenística. El Helenismo abraza un entramado conceptual amplio: comprende la filosofía, la religión, la ética y el aspecto cultural que tiñó el mundo antiguo desde la muerte de Alejandro hasta la entronización de Augusto (323-30 a.C.). Ahora bien, el Helenismo adquirió un semblante distinto según la cultura sobre la que se asentara. La helenización del pueblo judío se caracterizó, sobre todo, por dos cuestiones. Por una parte, los judíos, en general, supieron adaptarse a la mentalidad helenística, fueron capaces de expresar las convicciones del alma hebrea en los moldes culturales del helenismo; pues adoptaron, entre otros ejemplos, la estilística propia de la literatura griega. Por otra, la comunidad judío no cayó, generalmente, en la tentación de la apostasía; cabe pensar que fueran pocos los judíos que abandonaron la fe de sus padres para lanzarse en brazos de la Hélade. Los judíos recogieron lo más precisado de la mentalidad helenística sin renegar de la fe de sus mayores.
Los aires de libertad que soplaban en Alejandría propiciaron que la comunicad judía entablara un diálogo fecundo con la cultura helenista. La cultura judeoalejandrina adquirió, con relación a los griegos, el aspecto apologético y propagandístico, y con relación a los judíos, el semblante catequético e instructivo. La ciudad de Alejandría descollaba por su talante académico y cultural. Ptolomeo I fundó el Museo, la residencia de los sabios, y, aconsejado por Demetrio Falerón, erigió la Biblioteca. Ambas instituciones se convirtieron en el centro filosófico del Helenismo. La literatura judía floreció a la sombra de la erudición alejandrina; la traducción de los Setenta (LXX) y la Carta de Aristeas constituyen los mojones señeros.
La traducción de los LXX nació de las necesidades religiosas, litúrgicas y catequéticas, de la comunidad judía de Alejandría; sin duda, rindió un servicio eficaz para la difusión del judaísmo y alentó el intercambio cultural y religioso con los paganos. La tarea de traducción fue lenta y contó con la participación de muchos doctores. La Carta de Aristeas, pseudonimia epistolar de contenido ficticio, se dirige tanto a los judíos como a los griegos; probablemente fue compuesta entre los años 127-118 a.C.
Creemos entender que la intención del redactor, judío egipcio, abrazaba dos horizontes complementarios. Por una parte, el autor enfatiza, con intención catequética, la sacralidad de la Ley ante la mirada de los judíos helenistas que, tentados por el paganismo triunfante, sintieran la tentación de abandonar la fe de sus ancestros. Por otra, el autor encomia ante el espíritu humanista de los griegos la mejor joya de la espiritualidad judeoalejandriana: la Septuaginta. La carta alienta la convivencia entre los judíos y paganos de Alejandría. La literatura judeoalejandrina, entre la que descuella el libro de la Sabiduría, desvela la identidad de eximios escritores: Demetrio, Atrápalo, Jasón de Cirene (cf. 2Mac 2,23), el autor de 3 Macabeos, Aristóbulo, los Oráculos Sibilinos y Filón de Alejandría, entre otros.
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