jueves, 2 de febrero de 2012

ELÍAS: “MI DIOS ES YAHVÉ”

    El rey Salomón gobernaba dos reinos a la vez: Judá al sur, e Israel al norte. Cuando murió Salomón (ca. 930 aC.), ambos estados recuperaron la mutua independencia. Roboam (931-914 aC.), hijo de Salomón, gobernó Judá; mientras Jeroboam I dirigió los destinos de Israel (931-910 aC.).

    El reino de Israel era rico, pues disponía de las aguas del lago de Gennesaret y del regadío auspiciado por el cauce del Jordán. La rutas comerciales surcaban el reino y propiciaban el intercambio económico con los países vecinos: Siria y Tiro. Con el paso del tiempo, la capital de Israel se levantó en Samaría.

    Sin embargo, la Sagrada Escritura fustiga con dureza la expansión económica de Israel; pues a medida que el reino acumulaba riquezas olvidaba los mandamientos de Yahvé, y se dejaba atrapar por las cadenas de los ídolos. El ansia de “tener”, el afán de “poseer” y el desenfreno por “aparentar”, alejaban de la memoria del pueblo el recuerdo de Yahvé, el Dios liberador. La profecía de Amós describe sin tapujos la injusticia social que imperaba en Israel. La voz profética denuncia cómo se vende al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias (Am 2,6-7).

     Durante el reinado de Ajab (874-853 aC.), Ocozías (853-852 aC.) y Jorán (852-841 aC.), la injusticia social y el olvido de Yahvé corrompían con fuerza a la sociedad israelitas. Fue precisamente en ese período cuando aconteció el ministerio de Elías. El profeta fustigó la injusticia social y sembró en el corazón del pueblo la certeza de que Yahvé es el Dios que libera. El nombre “Elías” significa “mi Dios es Yahvé”; con ése nombre el profeta proclamaba su confianza en el Dios liberador y denunciaba la falsedad de los ídolos.

    Elías era conocido también con el apodo de “el tesbita”; probablemente por ser natural de Tisbé, localidad identificada con Khirbet el-Istib, en Galaad, a unos 25 km al norte del río Yabbok, en Trasjordania. Llevaba un manto de piel, típico de los beduinos del desierto, ceñido por un cinturón de cuero (2Re 1,8); de ese modo protestaba contra el lujo de la corte de Samaría. Exigía al rey y a todos los israelitas la conversión personal que debía expresarse en la decisión de construir un modelo social basado en la justicia (1Re 18,37). Su vida se caracterizó por la tarea personal a favor de los necesitados (1Re 17,7-16) y el compromiso político en favor de los pobres (1Re 21,1-29). Su intimidad con el Señor (1Re 19,11-13) le hizo descubrir la necesaria militancia política para desterrar la maldad y plantar la justicia social (1Re 19,15-16).

    La misión que emprendió Elías contra la idolatría y la injusticia le granjeó la persecución por parte del rey Ajab y de su esposa Jezabel. La persecución hundió al profeta en la depresión hasta el punto de desearse la muerte (1Re 19,4). Ante el acoso del desánimo, Elías hizo lo único posible y eficaz: descansó y recobró la serenidad, profundizó en el conocimiento de sí mismo, reforzó su amistad con Dios y decidió, después, continuar su cruzada contra la injusticia. No debemos permitir que el desánimo nos arroje en las zarpas del pasotismo. Cuando el desaliento se apodere de nuestra alma es necesario que sepamos tomarnos un tiempo de reposo, es decisivo que busquemos la compañía y el consejo de un buen amigo, que ahondemos en nuestra relación con Dios, y que recordemos los valores que nos impulsaron antaño a la vivencia cristiana.

    Elías no se rinde ante la tentación de desánimo, sino que emprende un viaje hasta el monte Horeb. El Horeb es una montaña especial. Yahvé se reveló a Moisés en el monte Horeb y le confirió la misión de liberar a los israelitas esclavos en Egipto (Ex 3,1-4,17). La tradición identifica el Horeb con el monte Sinaí, el lugar donde Dios entregó a Moisés los “Diez Mandamientos” (Ex 20,117). El viaje de Elías desde Berseba de Judá hasta el Horeb es la metáfora que expresa el viaje interior del profeta para recuperar los fundamentos de su fe. También simboliza el esfuerzo del cristiano para recuperar, en los momentos de confusión, las notas esenciales de la vivencia del evangelio.

    A largo del viaje, Elías palpó el auxilio divino, recuperó su amistad con Dios y refirmó su compromiso político en favor de la justicia social. Ciertamente, saber escuchar la voz de Dios que resuena en el hondón de nuestra alma y estar atento al latido del mundo, constituyen los ejes que permiten sembrar la semilla de Dios en el corazón de la humanidad.

  
                                                                          Francesc Ramis Darder

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