Francesc Ramis Darder
La corrupción religiosa de Israel durante la época de Oseas servía de justificación para la desigualdad social. Los israelitas habían dejado de creer en el Dios liberador y malgastaban la vida adorando ídolos de muerte. Los poderosos servían a tres dioses: el afán de poder, el ansia de tener, y el deseo de aparentar. Los pobres sufrían en silencio la crueldad ejercida por los ricos y buscaban apoyo en la religión, que, desgraciadamente, mostraba la imagen de un dios impasible ante su dolor y que exigía un culto pomposo y alejado de la justicia y la misericordia.
La primera tarea del libro de Oseas consiste en mostrar que Dios no es ajeno al dolor humano ni apático ante la injusticia. Los tres primeros capítulos (Os 1-3) constituyen una metáfora que, mediante la descripción del matrimonio de Oseas y Gomer, transluce el auténtico rostro de Dios. El Señor no es una divinidad fría y remota, sino que tiene entrañas de misericordia y una inagotable capacidad de perdón.
El Señor dijo a Oseas sin preámbulos: “Cásate con una prostituta y engendra hijos de prostitución” (Os 1,2); y, Oseas, sin réplica alguna, contrajo matrimonio con Gomer (Os 1,3). Los esposos engendran un hijo al que por orden de Dios llaman “Jezrael” (Os 1,4). El apelativo “Jezrael” se relaciona con un valle donde se derramó sangre; pero, ¿qué sucedió en Jezrael? El rey Ajab tenía setenta hijos que vivían en Samaría. El general Jehú los hizo decapitar y ordenó que le enviaran las cabezas. Tomó las cabezas y mandó apilarlas en dos montones junto a la puerta de la ciudad de Jezrael. Después mató al resto de la familia de Ajab (2Re 10,1-11).
Los crímenes y el ensañamiento de Jehú al colacar las cabezas de los hijos de Ajab apiladas a la entrada de la ciudad, hacían que el nombre de Jezrael fuera despectivo. Buscando un equivalente actual y salvando las distancias, podríamos decir que el nombre “Jezrael” debería asimilarse a algo así como “Auswitch” o “Treblinca”, campos de exterminio para los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. El crimen de Jehú constituyó el intento de aniquilar una estirpe completa, aunque no alcanzara las proporciones del exterminio del pueblo hebreo durante el holocausto.
Oseas y Gomer tienen después una hija que recibe el nombre de No-compadecida (Os 1,6). El nombre significa “tu no eres de mis entrañas”; y, en un lenguaje popular, implica decir a alguien: “a ti no te quiero”. Cuando Gomer destetó a No-Compadecida, concibió otra vez y dio a luz un hijo que recibió el nombre de No-mi-pueblo. De nuevo aparece un nombre extraño y de interpretación compleja, que en un lenguaje sencillo podríamos entender cómo: “tu no eres de los míos”.
Después, Gomer abandona el hogar para volver a la esclavitud de la prostitución, mientras Oseas permanece en casa con los hijos. Tras algunos años y sumida en la miseria, Gomer decidió volver a casa con su marido. Gomer llama a la puerta y Oseas le abre. Ambos esposos se ven cara a cara. La rabia late en el corazón de Oseas, y el deseo desesperado de hallar acogida palpita en las entrañas de Gomer.
Las mujeres de la época se dirigían a sus maridos llamándoles “amo mío”, en el sentido de “dueño mío”. Gomer diría a Oseas “amo mío” acógeme; esperando, quizá, inspirar lástima en el corazón del esposo para que la recibiera. La reacción de Oseas es sorprendente. Al encontrarse con Gomer no le censura su pasado, sino que le dice: “me llamarás esposo mío, y no me llamarás amo mío (Os 2,18). No censura a Gomer su pasado y la recibe con ternura inusitada: Oseas no será el “amo” de Gomer sino su “esposo”. Oseas perdona a Gomer y dignifica su condición: Oseas ya no será el “amo” sino el “esposo”.
Los esposos cohabitan de nuevo mientras la ternura borra los resquicios de antiguas discordias. La reconstrucción del hogar aparece mediante los nuevos nombres que reciben los hijos. La hija llamada No-compadecida, que denominábamos en lenguaje popular “a ti no te quiero”, recibe el nombre de Compadecida, que podríamos entender cómo “especialmente querida” (Os 2,3.25). El hijo llamado No-mi-pueblo que conocíamos como “tu no eres de los míos”, se denomina ahora “Hijo-del-Dios-vivo” (Os 2,1) o también “Mi-pueblo” (Os 2,3.25), que podemos entender coloquialmente como “especialmente mío”. El primer hijo, Jezrael, mantiene su nombre pero varía su significado. El término “Jezrael” alude a un valle fértil; pero, etimológicamente, significa también “Dios siembra” o, más poéticamente, “semilla de Dios”.
El perdón concedido por Oseas a Gomer rehace la familia con los lazos de la ternura. Gomer deja de ser prostituta o sierva del marido para convertirse en esposa, el primogénito de nombre lacerante deviene “semilla de Dios”, la hija No-Compadecida aparece como “especialmente querida”; y, el hijo menor, No-mi-pueblo, se transforma en “especialmente mío”. ¿Qué significa ésta historia?
El significado del matrimonio de Oseas y Gomer.
La narración de los avatares del matrimonio entre Oseas y Gomer constituye la metáfora que explica la relación de Dios con Israel. Detengámonos en la trascendencia de la metáfora: Oseas representa al Señor y Gomer a Israel.
El Señor eligió a Israel e hizo una alianza con él en el Sinaí (Ex 19-24); de forma similar, Oseas eligió a Gomer y estableció con ella la alianza matrimonial (Os 1,3). Dios podría haber elegido a un pueblo importante como Egipto o Asiria; en cambio, eligió a un pueblo pequeño condenado a la esclavitud y al exterminio por el faraón (Ex 1-15). También Oseas podría haberse casado con una mujer importante; pero se desposó con una mujer marginal y sometida a la esclavitud de la prostitución (Os 1,3).
El Señor liberó a Israel de la esclavitud para que la vida del pueblo expresara ante las naciones la gloria Dios (cf Is 43,1-7); de manera análoga Oseas liberó a Gomer de la prostitución para fundar con ella una familia (Os 1-3) en la que brotara la vida y el amor.
El pueblo israelita debería estar agradecido al Señor porque le eligió entre otras naciones más fuertes y poderosas, estableció con él una alianza y le regaló la Tierra Prometida. Igualmente Gomer podría estar agradecida a Oseas porque la sacó de la prostitución, se casó con ella y la introdujo en su casa. Sin embargo el comportamiento de Israel, igual que el de Gomer, está plagado de traiciones y engaños.
Los nombres de los hijos que Gomer concibe simbolizan la ingratitud de Israel con Dios. La Biblia narra los frutos amargos con que Israel pagó la liberación que el Señor le había otorgado: Infidelidades (Jue 6,1-10), pecados (1Sm 15,1-35), crímenes (2Sm 11,1-27), e intrigas (1Re 1,1-53). Demasiadas veces Israel dirá al Señor “tú no eres de los míos” o “a ti no te quiero”; y, lo que es peor, teñirá la historia de sangre tal como hiciera Jehú en el valle de Jezrael, enloquecido de soberbia.
Israel ahondó en la senda de su pecado y cayó en la idolatría. Abandonó al Dios de la vida para entregarse a los ídolos de muerte (2Re 21,1-17). Gomer, similarmente, huyó de Oseas para malbaratar su vida en la cruz de la prostitución. La idolatría llevó consigo la destrucción de Israel (2Re 17,5-23), mientras Judá experimentó el amargo trago del exilio en Babilonia (2Re 24,1 - 25,26). Gomer, como Israel y Judá, sintió igualmente el desconsuelo del hambre y el desamparo.
Pero la capacidad de perdón y ternura que anida en las entrañas de Dios es más fuerte que la traición de Israel, simbolizada en la fuga de Gomer. Cuando Gomer regresa al hogar por necesidad; Oseas no le inflinge ningún castigo sino que le otorga la gracia del perdón, y la acoge con la ternura del esposo. El amor y el perdón que Oseas confiere a Gomer rehace la vida matrimonial, simbolizada en los nuevos nombres de los hijos, “especialmente querida” y “especialmente mío”, y en la trasformación del apelativo despectivo Jezrael que pasa a significar “semilla de Dios”.
Detengámonos para observar el perdón de Oseas a Gomer, metáfora del perdón que el Señor ofrece a Israel. Cuando ofendemos a alguien solemos razonar de la siguiente manera: “he denigrado a mi hermano, me siento culpable, intentaré convertirme portándome bien a ver si consigo ganarme su favor y me perdona”. La lógica humana sigue este camino: primero es el pecado, después el esfuerzo por convertirnos; y, finalmente, la obtención del perdón.
La lógica del perdón divino discurre de otra manera. Gomer peca, al regresar a casa Oseas la perdona, y con el perdón que le ha concedido se convierte en esposa, y ambos rehacen la vida conyugal. Desde la perspectiva de Dios, primero está el perdón, mediante la gracia del perdón alcanzamos la conversión, y una vez convertidos podemos plantar en nuestra tierra la semilla del Reino de Dios.
La sociedad en que vivimos está hambrienta de ternura y misericordia; y, por eso, brota la injusticia, la competitividad y la soberbia. Más que nunca se nos pide a los cristianos que seamos testigos de la ternura y el perdón de Dios en la época en que triunfa el amor virtual y efímero. Sólo la vida cristiana que transparente las entrañas misericordiosas de Dios, podrá plantar en nuestra mundo la auténtica justicia, la que tiene como opción preferencial a los pobres de la tierra.
Francesc Ramis Darder