lunes, 19 de septiembre de 2016

¿QUIÉN ES EL PROFETA DEL CONSUELO?


                                                                          Francesc Ramis Darder
                                                                          bibliayoriente.blogspot.com


El profeta Jeremías había alentado el ánimo de los judaítas deportados para que procuraran asentarse en Babilonia, mientras Ezequiel, después de la caída de Sión (587 a.C.), quiso avivar el corazón abatido de los desterrados. No obstante, el encarcelamiento del rey judaíta Jeconías (594 a.C.) y el control babilónico anublaron la esperanza en la inmediata redención del exilio.

   No obstante, brilló una luz entre las tinieblas del exilio: Ciro II, rey de medos y persas, inició con la mayor ventura la conquista del Próximo Oriente. Entonces, el emperador babilónico, Amel-Marduk tembló ante el auge de Ciro. Aterido de miedo, liberó de la mazmorra a Jeconías para asegurarse la lealtad de los judaítas desterrados (ca. 561 a.C.); un hálito de vida comenzó a soplar sobre la  comunidad judaíta exiliada.

    Ahora bien, mientras la mayoría de exiliados interpretaba el ascenso de Ciro y el declive babilónico como dos acontecimientos más entre los azares que entretejen la Historia, surgió un profeta que emprendió la lectura teológica de los sucesos: el Profeta del Consuelo. Intuyó que, bajo los estertores de Babilonia y el renacimiento Persa, palpitaba la actuación de Dios en la Historia humana. Desde esta perspectiva, comprendió que era Dios quien aniquilaba la prepotencia babilónica y alumbraba la gloria de los persas. Ahondó todavía más en la cuestión, llegó a discernir, con los ojos de la fe, que la derrota de Babilonia y la victoria de Ciro era la fragua donde Dios forjaba la llave con que iba a liberar al pueblo de la cárcel del exilio.

   ¿Quién era el Profeta del Consuelo?  Dos observaciones pueden insinuar la respuesta. 

    Por una parte, la Escritura señala los estamentos a los que pertenecían los deportados: el clero, la nobleza y los artesanos. Por otra y a nuestro entender, el texto del Segundo Isaías (Is 40-55), redactado en Jerusalén, todavía recoge, entre otros temas, el eco lejano de la predicación del Profeta del Consuelo en tierras babilónicas. Así podemos perfilar la pregunta: ¿en cuál de los tres estamentos (clero, nobleza, artesanos) encajaría mejor la predicación del Profeta del Consuelo?

    El texto del Segundo Isaías omite, casi por completo (Is 43,22-28), las referencias cultuales, propias del estamento clerical. Tampoco aplica el título de rey a ningún  personaje humano, ni alude a los tejemanejes de la nobleza. El Segundo Isaías sólo reconoce a Yahvé como rey de Israel (Is 43,15); incluso Ciro, tan relevante en el poema isaiano, no recibe el título de rey, sino de Mesías (Is 44,28; 45,1). De ese modo, cabe pensar que si la voz del Profeta del Consuelo no recoge el talante de la clerecía ni respira el aire de la nobleza, pudiera ser un miembro de la comunidad artesana, distante de la corte de Jeconías y distinta del sentir del clero.

    Además, el texto del Segundo Isaías, eco de la predicación del Profeta del Consuelo en Babilonia, presenta notables diferencias con los últimos profetas anteriores al fin del exilio (Jeremías y Ezequiel) y con los que predicaron en los primeros años del regreso a Jerusalén (Ageo y Zacarías). Jeremías y Ezequiel muestran gran preocupación por el templo y por la monarquía judaíta; también Ageo y Zacarías mencionan las cuestiones inherentes al Templo y constatan la relevancia de la realeza. En cambio, el Segundo Isaías no menciona la situación cultual del Templo, ni comenta la política de los reyes de Judá. Desde esta perspectiva, se distancia del interés político y de la preocupación cultual que pudieran abrigar la nobleza o el sacerdocio del exilio, una razón más para encuadrarlo en el estamento de los artesanos     

    Por si fuera poco, al adentrarnos en los pasajes del Segundo Isaías que ridiculizan la idolatría, apreciamos la descripción del proceso de fabricación de los fetiches. El texto especifica las herramientas (martillo, yunque, lápiz, compás, fragua, gubia, balanza), el proceso técnico (talar, forjar, diseñar, fundir, recubrir, pulir, batir, soldar, clavar, modelar, medir, pesar), los materiales (oro, plata, cedro, roble, encina, madera incorruptible, metal), la función de los artesanos (escultor, forjador, tallista, fundidor, orfebre, artista), y el tipo de imagen (estatua, ofrenda de pobre, ídolo estable, dios, figura varonil, figura humana) (Is 40,19-20; 41,6-7; 44,9-20; 45,6-7).

    Ningún otro pasaje de la Escritura describe el ambiente artesanal con tanta precisión. Aunque nacidos en Jerusalén a finales de la etapa persa, los pasajes citados encajan muy bien en el ambiente artesano. No cabe duda de que estos textos, ajenos al horizonte de la corte y al interés de la clerecía, sugieren que la predicación del Profeta del Consuelo, respira el aire del medio artesano. Dicho de otro modo; así como Is 1-39 reflejan, en cierta medida, el ambiente del palacio y el templo, el contenido de Is 40-55 evoca, en cierta manera, el medio artesano, ajeno a la nobleza y al sacerdocio.      

    Así pues, el Profeta del Consuelo sería un varón vinculado al gremio de los artesanos que predicó entre los judaítas exiliados. Comprendió que bajo la caída de Babilonia y el triunfo de Persia palpitaba la intervención de Yahvé en la historia para liberar a la comunidad judaíta exiliada en Babilonia. A través del Profeta del Consuelo, Yahvé, el Dios liberador, anunció la liberación de su pueblo, Israel. Sin duda, el amor del Señor engendra siempre la vida y acrece la esperanza.    

lunes, 12 de septiembre de 2016

¿CÓMO VIVÍAN LOS HEBREOS EN BABILONIA?

                                   
 Francesc Ramis Darder
                                                                             bibliayoriente.blogspot.com 




    Cuando murió Nabucodonosor II (562 a.C.), comenzó el declive de Babilonia; su hijo y sucesor, Amel-Marduk (562-560 a.C.), denominado por la Escritura Evil-Merodak, liberó de la prisión a Jeconías (2Re 25,27-30; Jr 52,31-34). Amel-Marduk fue destronado por Nergalsérer (560-556 a.C.), quien murió en combate al cabo de cuatro años (556 a.C.) dejando en el trono a un hijo menor de edad, Labasi-Marduk, el cual fue destronado a su vez por Nabónides (556-539 a.C.). Cuando Nabónides elevó al dios Sin al rango supremo del panteón babilónico, se granjeó la animadversión del clero de Marduk; más tarde, trasladó la corte al oasis de Teima con lo que alteró los ánimos de la nobleza. El desorden social coincidió con el renacimiento persa, dirigido por Ciro II (559-530 a.C.). Nabónides, temeroso de la pujanza de Ciro, formó con el faraón Amasis y con Creso, rey de Lidia, una alianza contra Persia. Ciro reaccionó y conquistó Sardes (547/6 a.C.) incorporando el territorio lidio a su imperio.

    La conquista de Babilonia se produjo con gran facilidad. Nabónides había perdido la Alta Mesopotamia, al igual que la provincia de Elam, cuyo gobernador, Gobrias, se había pasado a las tropas de Ciro. El ejército de Nabónides fue derrotado en Opis, y Ciro entró triunfante en Babilonia siendo aclamado como libertador (539 a.C.). Ni la capital, ni ninguna otra ciudad circundante fueron destruidas. Ciro restauró el culto del dios Marduk, desterrado antaño por Nabónides. Incluso proclamó que gobernaba por decisión de Marduk. Instaló a su hijo Cambises como su representante personal en la capital, Babilonia. Hacia el año 539 a.C. todo el oeste de Asia, hasta la frontera con Egipto, estaba bajo el cetro de Ciro II. La política de Ciro se caracterizó por la magnanimidad con que trató a los pueblos conquistados.
        
     ¿Qué repercusión tuvo la convulsión babilónico-persa en la vida de los deportados? Cuando los desterrados llegaron al país de los Canales (597.587.582 a.C.), pudieron acogerse a la política que acomodaba en grupos homogéneos a los exiliados procedentes de países sometidos. Así pudieron asentarse como grupo étnico en las poblaciones situadas junto a la ciudad de Nippur; Tel-Abib, Tel Harsa, Tel Melaj, Qerub Adón, Imer, Casifías y Sud (Ez 3,15; Esd 2,59; Ne 7,61; Esd 8,17; Bar 1,4). Jeconías, encarcelado por Nabucodonodor, quizá en el año 594 a.C., año de la rebelión de la nobleza babilónica, fue puesto en libertad en el año 561 a.C. por Amel-Marduk (562-560 a.C.), cuando llevaba treinta y siete años en la cárcel del exilio (2Re 25,27-30; Jr 52,31-34). La liberación de Jeconías acontece cuando empiezan a tambalearse los fundamentos del Imperio babilónico, zarandeado por el empuje persa. 

   A pesar de sufrir la cárcel, Jeconías conservó el título de rey de Judá (2Re 25,27). El progresivo deterioro babilónico desencadenó en sus dirigentes la necesidad de contar con la ayuda de los reyes deportados para asegurarse la fidelidad de los reinos sometidos; seguramente por eso Amel-Marduk liberó de la cárcel a Jeconías (561 a.C.). Los babilonios concedieron a Jeconías una corte de ocho hombres, le otorgaron una asignación pecuniaria, y le sentaron en el “Consejo de los Grandes de Akkad”; la asamblea constituida por los gobernadores babilónicos y por los reyes exiliados que auxiliaba a la autoridad imperial en las tareas de gobierno. Si los babilonios no desposeyeron a Jeconías del título de rey, con mayor razón debió de ser considerado como el monarca legítimo por parte de los judaítas. A tenor del sistema legislativo, los babilonios entendían que Jeconías era rey de Judá, pero, con toda certeza, le atribuirían pocas prerrogativas de gobierno sobre los deportados; pues, escarmentados por la revuelta de 594 a.C., habrían limitado la autoridad del rey.

     Sin embargo, el resquebrajamiento de la monarquía babilónica, propiciaba que la corte de Jeconías en el exilio adquiriera cada vez mayor pujanza. Los nobles deportados aprovecharon la coyuntura para desarrollar el sistema ideológico que ensalzara la autoridad del soberano sobre el territorio de Judá; así, la coyuntura histórica que determina la agonía babilónica y el encumbramiento persa, conlleva el renacimiento social de los deportados. A pesar de las componendas babilónicas, la prestancia de Ciro II iluminaba la cultura mesopotámica con una luz desconocida hasta entonces. Medos y persas formaban parte de pueblos indoeuropeos, cuyo talante cultural y religioso difería del carácter agresivo de la mayoría de las potencias mesopotámicas. La cultura medo-persa, nacida en las mesetas iranias, era de costumbres sobrias y poseía un sentido de la ética más desarrollado que el acostumbrado en las regiones del Tigres y del Eúfrates.


    La predicación de Spitama, el nombre con que se conocía a Zoroastro, recogida más tarde en los Gâtâs y el Avesta, enfatizó el triunfo definitivo del bien y se opuso a los sacrificios cruentos. Influyó de forma decisiva en el carácter humanista que asumió la religiosidad persa, hablaba del amor y de la alegría de vivir y anunciaba la esperanza que trascendía la inmanencia de la vida cotidiana. Enfatizaba la obligación del rey por implantar en sus estados el “orden justo”, conforme a los designios de Dios (Rtam). El ideal zoroastriano fue el espíritu con que se invistió Ciro para emprender sus conquistas. Aplicó en los territorios conquistados las consecuencias de la doctrina de Zoroastro; de ahí, el trato humano que dispensó a los babilonios tras conquistar el Imperio del Eúfrates, y la decisión de permitir a las comunidades deportadas el regreso a sus países de origen. Sin duda, la civilización persa, acrecida por los triunfos de Ciro, engendró en el alma de los judaítas desterrados la esperanza en la pronta redención del cautiverio.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

ISAÍAS 40-66 FRANCESC RAMIS DARDER




                                                               Francesc Ramis Darder
                                                               bibliayorienter.blogspot.com



Isaías (40-66)Ver más grande
«Consolad, consolad a mi pueblo» (Is 40,1)
Comentarios que parten de un serio estudio del texto y sus variantes, de los sentidos de las palabras, del contexto histórico y religioso, de las concepciones antropológicas y teológicas de fondo. A partir de ahí, cada comentario trata de mostrar al lector, con un lenguaje sencillo, el significado y permanente valor del texto para alimentar la vida de fe

Isaías (40-66)

 Ramis Darder. Francesc
 CPB019
 Comprender la Palabra
 480
 1-1 (2016)
 978-84-220-1888-9
 Sagrada Escritura
98 artículos
  

domingo, 4 de septiembre de 2016

¿QUIÉN VIVÍA EN JUDÁ DURANTE EL EXILIO?


                                                         Francesc Ramis Darder
                                                        bibliayoriente.blogspot.com




La percepción de Judá como un “país vacío” durante el tiempo del exilio es una visión recurrente en la intelección teológica de la Escritura. Así lo atestiguan, en grado diverso, la profecía de Jeremías (Jr 25,11; 44,22) y la historia cronista (2Cr 36,21); la historia de deuteronomista limita la población a la gente sencilla dedicada al cultivo de la tierra (2Re 25,12), y la voz de Ezequiel alude a unos pocos supervivientes que todavía permanecen en Judá (Ez 5,3-4), sin que conformen el Resto de Israel.

  Aunque la Escritura percibe la realidad teológica de Judá, durante el tiempo que duró el exilio, bajo la imagen del “país vacío”, los estudios arqueológicos e históricos desvelan que durante el tiempo del exilio la sociedad judaíta mantuvo la actividad y llevó a cabo manifestaciones religiosas y culturales, pues gran parte de la población  permaneció en el país. Desde la perspectiva arqueológica, cultural e histórica, la tierra judaíta no estuvo despoblada ni en ruinas durante el tiempo del destierro.

El azote babilónico, las deportaciones, y el acoso de los pueblos vecinos depauperaron el territorio judaíta; aún así, las tropas de Nabucodonosor no abandonaron Judá a la deriva. Las medidas tomadas por Nabuzardán para repartir entre la gente pobre del país las tierras expoliadas a quienes habían sido deportados (2Re 25,12; Jr 30,10), prueba el interés babilónico para restablecer cuanto antes las condiciones con que impulsar el desarrollo del extinto reino. Los campesinos, antaño oprimidos por terratenientes, pudieron disfrutar, bajo el dominio babilónico, de cierta prosperidad, pues dejaron de estar sometidos a la arbitrariedad de la nobleza. Los babilonios no establecieron una administración regida por extranjeros, por eso los supervivientes de Judá pudieron gozar de una administración propia, aunque limitada y subordinada al control caldeo (Lm 5,12.14). Ahora bien, la pujanza de Judá no borró de la mente del pueblo los estragos del envite babilónico. Las lágrimas que atraviesan el libro de las Lamentaciones enlutan el quebranto de Sión y revelan el estado ruinoso de sus puertas (Lam 1,4; 2,22; 3,47).
 
A pesar de la dureza con que sentencia el destino de Judá, la Escritura también insinúa que la tierra judaíta, socialmente hablando, no quedó del todo vacía. Como hemos observado, tras la primera deportación, el ejército de Nabucodonosor dejó en Judá a la población más pobre (2Re 24,14); y después de la segunda deportación, Nabuzardán dejó viñadores y labradores (2Re 25,12; Jr 39,10; 52,16). Cuando Godolías asumió la jefatura, los judaítas que habían huido a Moab, Amón, Edom y los demás países, regresaron a Judá y recolectaron la cosecha de vino y fruta (Jr 40,11-12). El libro de las Lamentaciones destaca la precariedad del Templo (Lam 5,1-18), y especifica que los judaítas pasaban hambre y recogían las cosechas con riesgo de su vida (Lam 5,9.10). Las alusiones del libro de Ezequiel testifican que la vida continuaba en Judá, pues quienes no fueron deportados reclamaban la propiedad de las tierras abandonadas por los exiliados (Ez 33,23-29).

   La profecía de Jeremías detalla el número de deportados, cuatro mil seiscientos (Jr 52,30). Ciertamente esta cantidad no puede corresponder a toda la población de Judá, se refiere, con toda seguridad, a las clases nobles, los artesanos, los escribas y los sacerdotes que podían tener alguna relevancia administrativa y docente para el gobierno babilónico. Debemos añadir que expresiones como “todas las casas” (2Re 25,8), “toda Jerusalén” (2Re 24,14) y “todo el pueblo” (2Re 25,26) no indican la “totalidad numérica”, aluden a “lo más importante”. En este sentido, fueron las casas más ricas las que fueron destruidas, los ciudadanos más relevantes quienes fueron desterrados, y fue la porción del pueblo más cercana a Ismael y a Juan la que halló refugio en Egipto. La locución “así fue deportado Judá lejos de su tierra” (2Re 25,21; Jr 52,27) tampoco indica que la totalidad de la población abandonara el país, sino que sólo lo hizo el estrato social más destacado.

  A tenor de todo lo dicho, la descripción de Judá como la tierra yerma tras la sacudida babilónica no constituye una explicación sociológica de la realidad, sino la  expresión teológica que describe el estado del país alejado de la benevolencia divina.

  La obra Cronista subraya aún con mayor virulencia que la tierra quedará desierta y en ruinas durante setenta años (2Cr 36,21 cf. Jr 25,11). No obstante, como cabe deducir de la Escritura, el exilio babilónico, no se prolongó durante setenta años, sino alrededor de cuarenta y ocho (587-538 a.C.); por tanto la referencia a los setenta años de cautiverio constituye un comentario teológico que no se circunscribe al preciso entramado histórico. El número “setenta” define en la Biblia las nociones de totalidad y universalidad, tanto espacial como temporal (Gn 10,1-32; Is 30,26; Eclo 20,14). En ese sentido, cuando el cronista testifica la aridez de la tierra durante setenta años (2Cr 36,21; Jr 25,11), declara que el país, desde el aspecto religioso, quedó vacío durante el exilio: sufrió durante el destierro el dolor que conlleva el eclipse de Dios. A modo de contrapunto, la perspectiva arqueológica constata la permanencia de población en Judá durante el tiempo del destierro. Diversos cálculos establecen en unas veinte mil personas el montante de la población tras la embestida babilónica; población, por lo demás, diseminada.
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  Los datos arqueológicos revelan la existencia de un entramado social apto para el desarrollo de la actividad económica y capaz de la expresión cultural y religiosa. La perspectiva teológica, propia de la Escritura, enfatiza que durante la época del exilio no permaneció ninguna porción del Resto de Israel en Judá. Aunque desde la óptica arqueológica hubiera población, la Escritura desdeña cualquier presencia del Resto de Israel que pudiera regenerar el país.