jueves, 9 de julio de 2015

¿QUÉ DICE EL PROFETA AMÓS?



                                                              Francesc Ramis Darder


Como expone la Sagrada Escritura, un profeta no es un personaje que se dedica a adivinar el futuro. Un profeta es aquel que con su forma de razonar, con su manera de hablar y con su forma de actuar demuestra que cree con el Dios de la misericordia. Un profeta es aquel que con su forma de vivir da testimonio de la presencia salvadora de Dios en el mundo. Hemos leído un episodio de la vida del profeta Amós; predicó hacia la mitad del siglo VIII antes de Cristo en la ciudad de Samaria. La ciudad de Samaria era especialmente rica. La arqueología explica que las casas nobles, levantadas en el centro de la ciudad, disponían de mobiliario adornado de marfil; el marfil era un material muy caro, pues tenían que importarlo de África. En la época antigua, el oro y la plata eran signos de riqueza, pero el marfil, además de representar la riqueza, era signo de ostentación. La nobleza de Samaria era muy rica, pero también muy ostentosa.

     En contraposición a la nobleza, en los alrededores de Samaría se levantaban arrabales de chabolas donde reinaba la miseria más dura; los nobles se desentendían del penar los pobres. Como expone la Escritura, los pobres de Samaria imploraron la ayuda del Señor; y Dios, siempre atento al grito de los débiles, los ayudó. El Señor suscitó al profeta Amós; conocido en la tradición bíblica como el profeta de la justicia social. Amós quiso presentarse ante el rey para exigir, en nombre de Dios, para implorar justicia a favor de los pobres; pero el monarca, descreído y déspota, no lo recibió. Fue a encontrarse con los nobles; pero, emborrachados con la riqueza, ridiculizaron la exigencia de justicia. Finalmente, Amós visitó el templo de Samaria para hablar con el gran sacerdote, Amasías; sin embargo, el sacerdote principal expulsó al profeta y desoyó la proclama por la justicia.

    Amós proclamaba con nombre de Dios la exigencia de la justicia; pero cuando hablaba, no empleaba un lenguaje teológico complicado, sino el lenguaje propio del sentido común. Decía, en Samaria hay una desigualdad social escandalosa; una minoría, la corte y los nobles, viven en la ostentación, mientras una minoría, los pobres, sufren penurias inhumanas. Es necesario que los poderosos opten por la solidaridad; porque si  no es así, decía el profeta, un día los pobres se sublevarán contra los opresores hasta acabar con ellos. Según Amos, la justicia y la solidaridad no son sólo cuestiones de fe, son, sobre todo, cuestiones de sentido común para que la humanidad pueda subsistir, hermanada en la fraternidad.

    Desgraciadamente ni en el rey ni la corte escucharon la proclama; y, como señala la historia, sucedió lo que Amós anunciaba. La ciudad de Samaria entró en guerra con un país extranjero. Entonces los pobres, hartos de sufrir, apoyaron al ejército invasor y facilitaron la conquista de la ciudad por las tropas extranjeras. Como demuestra la arqueología, la antigua Samaria fue destruida y desapareció de la historia.

    Nuestro mundo presenta semejanzas con la situación de Samaria. Entre otros temas, la sociedad occidental, rica y ostentosa, contempla como los emigrantes del Tercer Mundo llegan hasta nosotros buscando ayuda. ¿Qué haremos? ¿Los acogeremos con solidaridad y justicia, o los dejaremos morir en el mar, con las pateras que naufragan? Tanto la fe cristiana como el sentido común reclaman la vivencia de la solidaridad y la justicia. En esta Eucaristía, pidamos al Señor que nos convierta en profetas; en testigos de la misericordia de Dios en un mundo sediento de justicia y solidaridad.

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