Francesc Ramis Darder
Nos encontramos en el sexto domingo del tiempo pascual; el tiempo solemne en que celebramos la resurrección de Jesús. Durante el tiempo de Pascua, la Escritura presenta la naturaleza de Dios en su máxima profundidad. La primera carta de Juan, que hoy hemos leído, ha revelado que “Dios es amor”; y, además, ha manifestado que el Dios del amor, nuestro Dios, nos ha amado antes de que nosotros lo conociéramos; como dice Juan: “Dios nos ha amado primero”.
¿Qué quiere decir Juan cuando afirma que Dios es amor? Con frecuencia pensamos que el amor se reduce a un sentimiento; el amor no se agota en el sentimentalismo, a menudo tan voluble. Amar no es solo el sentimiento que una persona tiene hacia otra; amar es la actuación que una persona realiza en bien de otra persona. Una persona que ama a otra se esfuerza para que la persona amada pueda desarrollar sus cualidades humanas y sus virtudes cristianas. Cuando Juan dice que “Dios es amor”, no se limita a declarar que Dios tiene un sentimiento favorable hacia la humanidad. Cuando Juan dice que “Dios es amor” afirma que Dios actúa a favor nuestro para que lleguemos a ser personas en plenitud y, por tanto, cristianos que demos testimonio de la bondad divina en nuestro mundo.
Como señala el prólogo del evangelio de Juan, Jesús es la presencia de Dios hecho hombre entre nosotros. Cuando recorremos las páginas del evangelio descubrimos cómo amaba Jesús. El amor de Jesús no se limitaba a un sentimiento romántico hacia la gente de su tiempo. Jesús amaba a toda persona liberándola de la enfermedad; así liberó de la lepra a muchos enfermos, y liberó de la oscuridad al ciego de nacimiento. Jesús amaba a los suyos acompañándolos en las dificultades que comporta la vida; por ello aconsejó a los apóstoles e instruyó a las multitudes. Jesús amaba ofreciendo el perdón, una de las formas más preciadas del amor; perdonó a la mujer adultera, y perdonó al apóstol Pedro, que lo había negado en la pasión. Jesús amó a los suyos ofreciéndoles la vida; así retornó a la vida a su amigo Lázaro. Como vemos, el amor de Jesús no era un simple sentimiento; cuando Jesús amaba, liberaba, acompañaba, perdonaba, abría las puertas de la vida; sin duda, la existencia de Jesús es la manifestación del amor de Dios hacia la humanidad entera.
Aún tenemos otro hecho capital. En las religiones antiguas, el hombre sentía pánico ante la divinidad; sentía tan lejos la presencia de Dios que, para obtener alguna gracia, ofrecía complicados sacrificios de animales para obtener el favor divino. A modo de contrapunto, nos dice Juan: “El amor es esto: no somos nosotros quienes hemos amado a Dios primero; él ha sido el primero en amarnos”. La grandeza del cristianismo radica en que Dios se ha adelantado a amar al hombre, antes de que el mismo hombre implorase el amor de Dios, Dios nos ha amado el primero. En las religiones antiguas, Dios era algo distante del hombre, pero Jesús recuerda que Dios no es un ser distante, es el Padre que nos ama.
Dios es amor porque se ha adelantado a amarnos con amor paternal; el amor que busca el bien de sus hijos; el amor que libera, acompaña, perdona y lleva a la vida. El cristiano es aquel que sintiéndose amado por el Padre, llega a ser testigo del amor de Dios en la historia humana. En esta Eucaristía, celebración de la presencia del Resucitado, pidamos a Dios que el amor que ha derramado en nuestro corazón nos convierta en sembradores fieles del Evangelio en el corazón de la humanidad, tan sedienta de ternura y misericordia.
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