Francesc Ramis Darder
La
figura de María siempre dirige nuestra vida hacia el seguimiento del
evangelio. Recordemos, en este sentido, las palabras de María durante el
banquete de las bodas de Caná (Ju 2,1-12). Cuando el vino se había
terminado; María dice a quienes servían las mesas: “Haced lo que Él os diga” (Ju 2,5). El pronombre “Él” refiere la persona de Jesús; por eso María dice propiamente: ¡Hacedlo que Jesús os diga!
Pero,
¿que significa en la vida de María llevar a término lo que Jesús dice?
La vida de María es el mejor ejemplo de fidelidad a Jesús. Veámoslo en
algunos retazos del evangelio
El anuncio del nacimiento de Jesús muestra la disponibilidad de María para realizar la voluntad de Dios: “Aquí está la sierva del Señor, hágase en mi según tu palabra” (Lc 1,38). La visita de María a Isabel denota su sevicialidad ante la necesidad del prójimo: “María estuvo con Isabel unos tres meses”
(Lc 1,56). La oración del Magnificat, excelente resumen del AT, muestra
como palpita en el corazón de María la certeza de que Dios salva a al
género humano: “Tomó de la mano a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia ... en favor de Abrahán y su descendencia por siempre” (Lc 1,54). La narración del nacimiento de Jesús realza la humildad de María y su ternura con el hijo recién nacido: “lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre” (Lc 2,7).
La
presentación de Jesús en el Templo y las palabras de Simeón y Ana
permiten a María descubrir la dureza y la victoria de la futura misión
de Jesús. Dice Simeón: “mis ojos han visto al Salvador ... como luz para iluminar a las naciones” (Lc 2,29-32); y, refiriéndose a María, especifica: “pero a ti una espada te atravesará el alma” (Lc 2,35).
María no se arredra ante las dificultades que puedan sobrevenirle a causa del seguimiento del Jesús, sino que guarda “todas las cosas en su corazón”
(Lc 2,51). Ateniéndonos al lenguaje del AT, “guardar las cosas en el
corazón” indica la fidelidad a los compromisos contraídos. Y María dará
ejemplo de fidelidad. Acompañará a Jesús durante la predicación (Lc
8,19-21); permanecerá, junto al apóstol Juan, al pie de la cruz donde
muere Jesús (Ju 19,25-27); y junto a los apóstoles esperará en el
Cenáculo el envío del Espíritu Santo: “Todos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María la madre de Jesús” (Hch 1,14).
Continuando la senda abierta por la Sagrada Escritura, la Tradición de la Iglesia
se ha referido a María para destacar aspectos cruciales de Jesús. El
Concilio de Nicea (325) insistió en la naturaleza divina de Jesús (Ju
1,1); y con toda razón el Concilio de Constantinopla (381) recalcó la
naturaleza humana de Jesús (Ju 1,14).
Sin
embargo parecía difícil conjugar ambas posiciones afirmando que Jesús
era, a la vez, Dios y hombre verdadero. Entonces surgió un obispo,
Nestorio, que afirmó que en la persona de Jesús había dos sujetos
distintos. Por una parte estaba el hombre Jesús que padeció el dolor de
la flagelación y murió crucificado. Por otra parte, inserto en el cuerpo
de Jesús, decía Nestorio, estaba Dios, camuflado bajo el aspecto de la
carne corporal; por eso cuando Jesús era azotado o crucificado, quien
padecía era sólo su naturaleza humana, el cuerpo de Jesús, mientras su
naturaleza divina, protegida por el cuerpo, no sufría dolor alguno.
Por
eso Nestorio sostuvo que María había dado a luz únicamente el cuerpo de
Jesús; y que más tarde, quizá durante el bautismo en el Jordán, el
Espíritu de Dios se había introducido en el cuerpo de Jesús.
El
Concilio de Éfeso (430) rebatió el error de Nestorio apelando a las
palabras de Cirilo de Alejandría: “Jesucristo es una sola persona, un
solo sujeto. Todo lo que se dice de Jesucristo se dice del Verbo, porque
hay una identidad personal. Jesús y el Verbo no están unidos, sino que
son uno y el mismo. Cierto que de esta persona se pueden decir
propiedades humanas y divinas. Pero hay que afirmar que María es Madre
de Dios, Madre del Verbo; y que el Verbo (Ju 1,1) se encarnó (Ju 1,14)
se hizo pasible y murió por nosotros.
La
vida de María remite el horizonte de la vida cristiana al cumplimiento
fiel del evangelio, y alienta a los cristianos a reconocer en Jesús la
presencia encarnada de Dios entre nosotros. El ejemplo de María orienta
nuestra vida hacia el pleno seguimiento de Jesús, el salvador de la
humanidad entera.
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