Francesc Ramis Darder
Paul Tillich en
1968 publicaba “El Coraje de Existir”, tal vez uno de los textos humanistas más
sólidos escritos desde la óptica creyente durante el siglo XX. La obra
constituye una llamada a vivir desde la fe los grandes cambios de la historia.
Ése texto
siempre me ha evocado un personaje entrañable del Evangelio: María Magdalena.
Sabemos que el sobrenombre “Magdalena” aplicado a María, significa “la mujer de
la ciudad de Magdala”. Durante el siglo I la ciudad de Magdala era importante
por la industria de salazón y a la fabricación de anclas.
Pero el
topónimo “Magdalena” además de indicar el lugar de origen de María, puede
adquirir también otro significado. La palabra “Magdalena” se origina en el
término hebreo “migdol” que significa “fortaleza, castillo”; no en vano la
ciudad de Magdala contaba con una plaza fuerte donde residía una guarnición
militar.
El segundo
significado de la voz “Magdalena” supera la mera identificación geográfica para
destacar la naturaleza íntima de María Magdalena: ella es la mujer fuerte, la
mujer capaz de persistir en la fidelidad a Cristo en los momentos difíciles.
Ella es el paradigma del amor desinteresado por Jesús, pues le amó vivo (Lc
8,2), le amó muerto junto al sepulcro (Ju 20,1) y le amó resucitado (Ju
20,11-18). María Magdalena es el modelo de fe fuerte, de la fe que se mantiene;
en definitiva, es el prototipo de la fe y la existencia que exige siempre la
vivencia del Evangelio.
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