miércoles, 28 de agosto de 2013

LIBRO DE LA SABIDURÍA. COMUNIDAD JUDÍA DE ALEJANDRÍA IV



El artículo constituye la cuarta etapa de una serie sobre la Comunidad judía de Alejendría.



                                                                                 Francesc Ramis Darder



4. Planteamiento global del libro de la Sabiduría.

    El libro de la Sabiduría nace entre las más manos de un sabio, miembro insigne de la comunidad judeoalejandrina, que oculta su identidad bajo el semblante erudito de Salomón (Sab 9,7; cf. 1Re 3,7; 1Cr 28,5-6). Apelando a diferentes fuentes y aunando distintos géneros literarios, un autor judío de lengua y cultura griega hilvana el libro de la Sabiduría; una obra unitaria, redactada en Alejandría durante la época de Augusto (30 a.C. – 14 d.C.), dirigida principalmente a los judíos, pero también a los paganos.

    A nuestro entender, el libro de la Sabiduría ofrece un proyecto de conversión a la comunidad judía para que pueda conformar su vida según las cláusulas de la Ley, y para que a la vez sea capaz de suscitar entre los paganos la admiración por la grandeza del Dios de Israel. Invita a los judíos, seducidos por el hechizo helenista, a la vivencia de la justicia, signo eximio de fidelidad a la Ley, para que puedan ceñir la corona de la inmortalidad, y puedan así provocar la admiración de los paganos hacia el Dios de Israel. En definitiva, el libro de la Sabiduría conforma un proyecto de conversión que acrisole la alianza del pueblo para que el testimonio de la comunidad redimida suscite la postración de los gentiles ante la magnificencia de Yahvé, exclusivo señor del Cosmos (cf. Is 42, 6; 49,6;  66,18-23). En nuestra opinión, el proyecto que entreteje el libro puede estructurarse en tres secciones mayores, precedidas por el prólogo y cerradas por el epílogo.

Prólogo: Sab 1,1-15.
La Sabiduría, senda de inmortalidad: Sab 1,16-6,21.
Elogio de la Sabiduría: Sab 6,22-9,18.
El pálpito de la Sabiduría en la Historia humana: Sab 10,1-19,21.
Epílogo: Sab 19,22.


4.1.Prólogo: Sab 1,1-15.

    Como expusimos en otro lugar,[1] bajo la mención del “ser humano”, creado solemnemente por Dios en el alba de la historia (Gn 1,27.27.27), se esconde la identidad del pueblo hebreo, bendecido y llamado por Dios para convertirse en custodio de la  creación (Gn 1,28); sólo así, el Cosmos podrá mantenerse como la realidad “muy buena” (Gn 1,31) forjada por Dios a favor de la Humanidad. Como también hemos explicado,[2] el libro de Isaías, describe, desde una óptica complementaria, el papel de la comunidad judía respecto de las demás naciones: Dios llama al pueblo hebreo a la gracia de la conversión para que pueda atraer a todas las naciones hacia el Monte Santo para adorar a Yahvé, en compañía del pueblo redimido (cf. Is 66,16-23). Desde esta doble perspectiva, podemos subrayar la grandeza de la misión que Dios confiere al pueblo hebreo. El Señor le constituye en custodio del Cosmos y testimonio privilegiado ante las naciones de la actuación divina en la Historia. El pueblo judío recibe el encargo de conservar la bondad que destilan los entresijos del Mundo y la tarea de propiciar que las naciones peregrinen a Sión para postrarse ante la grandeza de Yahvé, en la cima del Monte Santo. Desde la óptica, podemos entender que la comunidad hebrea, fiel al Señor, constituye la mediación por la que Dios rige el destino del Mundo, hasta que la Historia alcance la meta de la realidad “muy buena” que anida en el corazón del Señor.

    Adentrémonos en el primer verso del libro: “Amad la justicia los que gobernáis la tierra” (Sab 1,1ª LXX; Sal 44,8; 1Cr 29,17). A tenor de la explicación anterior (cf. Gn 1,27.31; Is 66,13-23), bajo el rostro de quienes “gobiernan la tierra” palpita la identidad del pueblo judío; pues, desde el horizonte teológico que acabamos de exponer, quienes “gobiernan la tierra” no son, desde la perspectiva teológica, los monarcas paganos (Egipto, Asiria, etc.), sino la comunidad judía, testigo de la actuación de Dios en la Historia. Desde esta concepción, el libro de la Sabiduría constituye el proyecto de conversión que los hebreos fieles a la Ley ofrecen a la comunidad judeoalejandrina para que asiente su identidad en la certeza de que Dios la ha elegido para regir los destinos del Mundo. Propone a la comunidad judeoalejandrina que se constituya en testimonio fehaciente de Yahvé para que todas las naciones reconozcan al Dios de Israel como el exclusivo señor de la Historia; sólo así el Cosmos podrá convertirse en la realidad “muy buena” que Dios, señor del Cosmos, desea para la humanidad entera.

    El proyecto de conversión, expuesto en el libro de la Sabiduría, enfatiza la conducta de la comunidad hebrea que ha de regir, por designio divino, los destinos del Mundo; así proclama el poeta: “Amad la justicia” (Sab 1,1). La vivencia de la justicia es el yunque donde Dios forja la asamblea elegida para confiarle, desde la perspectiva teológica, el gobierno de la Tierra. Sin duda, la práctica de la justicia requiere la recta comprensión de la identidad de Dios y el deseo de buscarle con un corazón sincero; la invitación trae a la memoria la voz de Amós: “¡Buscadme a mí y viviréis! ¡No me busquéis en Betel ni vayáis a Guilgal!” (Am 5,4-5); o sea, la práctica de la justicia requiere la búsqueda de Dios, y la búsqueda de Dios implica el rechazo de la idolatría, manto cultual de la injusticia. Así, el libro fustiga con dureza la conducta idolátrica; el idólatra es insensato, vacuo, artero, impío, perverso y calumniador (Sab 1,3-5.8-12). El poema señala como la idolatría acarrea la muerte del ser humano (Sab 1,13-14), pero también subraya con énfasis la inmortalidad de la justicia (Sab 1,15); así dice: “No os busquéis la ruina con las obras de vuestras manos (ídolos), porque Dios no hizo la muerte […] la justicia es inmortal” (Sab 1,13-15).

    Como podemos observar, tanto las primeras palabras del Prólogo como las últimas mencionan la justicia: “Amad la justicia […] porque la justicia es inmortal” (Sab 1,1.15). En definitiva, el Prólogo propone a la comunidad judeoalejandrina el amor a la justicia porque la justicia es inmortal. Maticemos el significado de la expresión. Por una parte, la justicia es inmortal porque la maldad humana no puede quebrar el proyecto que Dios diseñó para el Cosmos: “Él (Dios) lo creó todo para que subsistiera […] no hay en ellas (las criaturas) veneno de muerte” (Sab 1,14). Por otra, la práctica de la justicia es la senda que introduce a la comunidad hebrea en el proyecto “muy bueno” (Sab 1,1.15; cf. Gn 1,31) que Dios inscribe en las entretelas del Cosmos. El proyecto de Dios a favor de la Humanidad es inmortal porque no hay fuerza humana capaz de anularlo, por eso quien se adentra en la vivencia de la justicia se introduce en la senda de la inmortalidad.

    Así pues, el Prólogo esboza el proyecto del libro. El libro de la Sabiduría es el proyecto de conversión que la comunidad hebrea, fiel a la Ley, propone a la asamblea judeoalejandrina para que, mediante la vivencia de la justicia, se injerte plenamente en el árbol de la alianza hasta convertirse en la asamblea que rige el destino del Mundo hacia de la inmortalidad. A continuación, vamos a adentrarnos en el contenido del libro para percibir el proceso de conversión que propone


miércoles, 21 de agosto de 2013

LA COMUNIDAD JUDÍA DE ALEJANDRÍA III

                                                                                                               Francesc Ramis Darder


 El artículo constituye la tercera parte de la serie sobre la Comunidad judía de Alejandría.


3.Relevancia cultural de la comunidad judía alejandrina.

    Las conquistas de Alejandro Magno impregnaron Oriente del espíritu griego; la mentalidad griega amalgamado con el alma oriental engendró la cultura helenística. El Helenismo abraza un entramado conceptual amplio: comprende la filosofía, la religión, la ética y el aspecto cultural que tiñó el mundo antiguo desde la muerte de Alejandro hasta la entronización de Augusto (323-30 a.C.). Ahora bien, el Helenismo adquirió un semblante distinto según la cultura sobre la que se asentara. La helenización del pueblo judío se caracterizó, sobre todo, por dos cuestiones. Por una parte, los judíos, en general, supieron adaptarse a la mentalidad helenística, fueron capaces de expresar las convicciones del alma hebrea en los moldes culturales del helenismo; pues adoptaron, entre otros ejemplos, la estilística propia de la literatura griega. Por otra, la comunidad judío no cayó, generalmente, en la tentación de la apostasía; cabe pensar que fueran pocos los judíos que abandonaron la fe de sus padres para lanzarse en brazos de la Hélade. Los judíos recogieron lo más precisado de la mentalidad helenística sin renegar de la fe de sus mayores.

    Los aires de libertad que soplaban en Alejandría propiciaron que la comunicad judía entablara un diálogo fecundo con la cultura helenista. La cultura judeoalejandrina adquirió, con relación a los griegos, el aspecto apologético y propagandístico, y con relación a los judíos, el semblante catequético e instructivo. La ciudad de Alejandría descollaba por su talante académico y cultural. Ptolomeo I fundó el Museo, la residencia de los sabios, y, aconsejado por Demetrio Falerón, erigió la Biblioteca. Ambas instituciones se convirtieron en el centro filosófico del Helenismo. La literatura judía floreció a la sombra de la erudición alejandrina; la traducción de los Setenta (LXX) y la Carta de Aristeas constituyen los mojones señeros.

    La traducción de los LXX nació de las necesidades religiosas, litúrgicas y catequéticas, de la comunidad judía de Alejandría; sin duda, rindió un servicio eficaz para la difusión del judaísmo y alentó el intercambio cultural y religioso con los paganos. La tarea de traducción fue lenta y contó con la participación de muchos doctores. La Carta de Aristeas, pseudonimia epistolar de contenido ficticio, se dirige tanto a los judíos como a los griegos; probablemente fue compuesta entre los años 127-118 a.C.

    Creemos entender que la intención del redactor, judío egipcio, abrazaba dos horizontes complementarios. Por una parte, el autor enfatiza, con intención catequética, la sacralidad de la Ley ante la mirada de los judíos helenistas que, tentados por el paganismo triunfante, sintieran la tentación de abandonar la fe de sus ancestros. Por otra, el autor encomia ante el espíritu humanista de los griegos la mejor joya de la espiritualidad judeoalejandriana: la Septuaginta. La carta alienta la convivencia entre los judíos y paganos de Alejandría. La literatura judeoalejandrina, entre la que descuella el libro de la Sabiduría, desvela la identidad de eximios escritores: Demetrio, Atrápalo, Jasón de Cirene (cf. 2Mac 2,23), el autor de 3 Macabeos, Aristóbulo, los Oráculos Sibilinos y Filón de Alejandría, entre otros.


martes, 13 de agosto de 2013

LA COMUNIDAD JUDÍA DE ALEJANDRÍA II



                                                                                 Francesc Ramis Darder


Corresponde al segundo artículo de la serie "La Comunidad judía de Alejendría"

1.Los judíos de Alejandría.

    La ciudad de Alejandría, fundada por Alejandro Magno, se levantaba sobre una franja costera entre el Mediterráneo y el lago Mareotis. La isla de Faro, situada frente a la ciudad, estaba unida a la costa mediante un dique (Eptastadio) que cobijaba dos puertos: el “Puerto Grande”, hacia el este, y el “Eunosto”, hacia el oeste. La muralla tenía un perímetro de 15Km y albergaba cinco barrios, conocidos por las primeras cinco letras del alfabeto. El barrio cuarto, “Delta”, albergaba a los judíos; con el tiempo, los judíos fueron estableciéndose en otros puntos de la ciudad, pero conservaron siempre los lazos con su barrio original. El número de judíos que había en Egipto era alto y su influencia relevante. Aunque estaban integrados en la vida ciudadana, no participaban del culto pagano, pues se mantenían, en general, fieles a su idiosincrasia religiosa.

    La ciudad de Alejandría albergaba una población abigarrada, conformaba por los nativos egipcios y una multitud ingente de inmigrantes. Los griegos detentaban el mayor rango en la escala social. El segundo estamento integraba un conjunto de comunidades con entidad propia, entre ellas estaba el contingente judío. La tercera grada recogía la gran masa de nativos egipcios. Los esclavos pertenecían a la última porción social; sólo los griegos detentaban la ciudadanía, los demás, aunque hubieran nacido en la urbe, no tenían el rango de ciudadanos.

    Los inmigrantes de Alejandría se asociaron en la unidad llamada politéuma: una corporación de extranjeros, reconocida y formalmente constituida, que disfrutaba del derecho de domicilio en la ciudad y formaba una corporación cívica separada, es decir, una ciudad dentro de la ciudad. Tenía su propia constitución y administraba sus asuntos como una unidad étnica mediante funcionarios independientes de la ciudad huésped. La posibilidad de constituirse en politéumata sólo se daba en las ciudades; en las zonas rurales no había diferencia jurídica entre griegos y no griegos. Como hemos insinuado, el politéuma de mayor rango lo conformaban los griegos, pues, sentados en la asamblea de la ciudad, decidían sobre los asuntos de la urbe y, de modo especial, alentaban el culto a los dioses protectores. El Gimnasio, ideado para formar deportistas, se convirtió con rapidez en la institución que forjaba la identidad social, cultural y religiosa del politéuma griego; regido por el gimnasiarca, se erigía bajo la advocación de una divinidad tutelar (Hermes, Hércules, Apolo, etc.).

    El politéuma judío de Alejandía gozaba, como los demás, de caracteres propios; pero dos cuestiones impedían a los judíos compartir la esencia del politéuma griego: el culto a los dioses de la ciudad y la educación en el gimnasio, marcada, como hemos dicho, por el culto a las falsas divinidades. La comunidad judía conformó un politéuma especial por lo que concierne al aspecto religioso, pues el aspecto político estaba en manos de las autoridades de la ciudad. Con el tiempo, los judíos requirieron aún otros privilegios para poder practicar su fe y sus costumbres: la exención del servicio militar, incompatible con el reposo sabático; la construcción de lugares de culto; el envío de dinero a Jerusalén; la erección de tribunales para dirimir según las cláusulas de la Ley judía los litigios comunitarios; la educación de los jóvenes, acorde con la Ley; entre otros. El politéuma judío, sometido al control de la gerusía, la asamblea de ancianos, fue regido después por el etnarca, el juez elegido por la comunidad y reconocido por el rey, que se ocupaba de las cuestiones administrativas.

    Cuando Augusto convirtió Egipto en provincia imperial romana, la estructura social de Alejandría sufrió un cambio profundo. Augusto instituyó en Egipto un impuesto personal que gravaba sobre los nativos y sobre los judíos. Cuando los judíos se vieron equiparados a los nativos, la categoría social más baja, a excepción de los esclavos, comenzaron a clamar por la recuperación de sus privilegios. La persecución desencadenada contra los judíos adquirió tintes luctuosos en tiempo de Calígula (37-41 a.C.), oprobio que acabará  con las ordenanzas de Claudio (41 a.Carta a los alejandrinos); las ordenanzas de Claudio acabaron con la persecución de los judíos, pero también cercenaron la pretensión judía de obtener la ciudadanía alejandrina.



miércoles, 7 de agosto de 2013

LA COMUNIDAD JUDÍA DE ALEJANDRÍA I

                                                                                        Francesc Ramis Darder


Constituye el primer artículo de una serie sobre la Comunidad Judía de Alejendría.


Desde antiguo existían colonias judías en Egipto, el mejor ejemplo lo constituye la comunidad de Elefantina, en el Alto Egipto, fundada durante el reinado de Psamético II (594-589 a.C.). Como destaca la Escritura, tras la conquista de Jerusalén por las huestes de Nabucodonosor II (587 a.C.), un grupo judaíta, capitaneado por Juan, hijo de Carea, huyó a Egipto; el profeta Jeremías lo acompañó (2Re 25,25-26; Jr 43,7; 52). Los fugitivos se establecieron varias ciudades: Migdol, Tafne, Menfis y en la tierra de Patrós (Jr 44,1); cabe pensar que encontraran cobijo entre las familias judaítas que, fruto de anteriores emigraciones, estuvieran establecidas en estas ciudades.

    No obstante, la emigración judía a la tierra del Nilo comenzó de forma significativa durante el reinado de Ptolomeo I (323-283 a.C.). Tras la conquista de Palestina, el monarca trasladó a Egipto un buen número de judíos; quienes eran útiles para la milicia fueron destinados a la custodia de las fortalezas, los demás fueron esclavizados. La entronización de Ptolomeo II Filadelfo (283-246 a.C.) significó la redención de los judíos, sometidos a servidumbre; con el tiempo, la solvencia de la comunidad judía fue consolidándose sobre todo en Alejandría.

    El reinado de Ptolomeo VI Filómetor (180-145 a.C.) determinó la ascendencia social de los judíos; pues la comunidad hebrea no dudó en manifestar su apoyo al monarca durante la guerra con el seléucida Antíoco IV (175-164 a.C.), y en mostrarle su lealtad en el conflicto que le enfrentó con su hermano, el futuro Ptolomeo VIII Fiscón (145-116 a.C.). Ptolomeo VI, agradecido por el auxilio judío, acogió al sumo sacerdote Onías IV, y le permitió edificar en Leontópolis, guarnición militar judía, un templo al Dios de Israel. Cuando murió Ptolomeo VI, su esposa y hermana, Cleopatra, se casó con Ptolomeo VIII; entonces acabó la guerra civil que diezmaba Egipto. El apoyo prestado por los judíos a Ptolomeo VI presagiaba la represión de Ptolomeo VIII; sin embargo, la amnistía general alcanzó a los judíos, pues habían sido files a Cleopatra, viuda de Ptolomeo VI y esposa de Ptolomeo VIII.   Muerto Ptolomeo VIII, los judíos apoyaron la causa de Cleopatra, mientas los griegos se inclinaron por su hijo, Ptolomeo Soter II Latiro (116-108.88-80 a.C.); conviene precisar que el ejército ptolomeo estuvo constituido, casi siempre, por tropas griegas y no por fuerzas nativas. La victoria de Ptolomeo Soter II supuso el oprobio de la comunidad judía, asentada en Egipto y de forma significativa en Alejandría.

    Cuando Pompeyo conquistó Jerusalén (63 a.C.), instaló a Hircano II en el sumo sacerdocio y confió el gobierno de Judea al legado romano en Siria; si bien, Antipatro, padre del futuro rey Herodes el Grande ejercía el control de Judea, en connivencia con la autoridad romana. Pompeyo, atento a las permanentes disputas entre los ptolomeos por el trono de Egipto, envió a Gabino (55 a.C.), procónsul en Siria, para sentar en el trono a Ptolomeo XII Auletes (80-51 a.C.).

     Entonces Antipatro, fiel a los intereses de Roma, incitó a los judíos de Alejandría para que apoyaran las pretensiones romanas; de ese modo, los romanos, con el auxilio judío, asumieron el control de Alejandría. Más tarde, cuando César batió a Pompeyo en Farsalia (48 a.C.), tanto Antipatro como los judíos de Alejandría tomaron partido a favor de César. Pompeyo huyó a Egipto donde fue asesinado por Ptolomeo XIII (51-48 a.C.), enfrentado en aquel momento con Cleopatra VII. Cuando César pisó Alejandría (48 a.C.), persiguiendo a Pompeyo, al que creía vivo, encontró la oposición de Ptolomeo XIII, topó con la animadversión de los secuaces de Pompeyo y la hostilidad de los paganos de Alejandría. Aún así, la inestimable ayuda de los judíos posibilitó que César se enseñoreara de la ciudad; Cleopatra asumió el trono y los judíos vieron recompensada su fidelidad.

    Tras el asesinato de César y la derrota de Marco Antonio, Augusto (30 a.C.-14 d.C.) convirtió Egipto en provincia imperial romana (30 a.C.). Conciliador con los pueblos conquistados, confirmó las prerrogativas de los judíos para que pudieron organizarse como una comunidad peculiar en Alejandría y gobernarse según las prescripciones de la Ley.

    Sin embargo, el curso de la historia dio un giro inesperado. Tiberio (14-37 d.C.) expulsó a los judíos de Roma y les privó de sus privilegios, sin embargo, a la muerte de Seyano, ministro de la corte, volvió a restituírselos. Cuando Calígula asumió la corona (37-41 d.C.), demandó que se le tributaran los honores que se deben sólo a los dioses. Los judíos fieles se negaron a acatar la orden, y el soberano desencadenó la persecución. La represión fue intensa en Alejandría durante la prefectura de Avilio Flaco y Vitrasio Polio. La comunidad alejandrina envió dos delegaciones a Roma para que el Emperador, enterado de la situación, pusiera fin a los desmanes: Filón encabezó la legación judía, Apión la de los paganos. El emperador Calígula desoyó la voz de las embajadas, pero su sucesor, Claudio (41-54 d.C.), calmó el tumulto y restituyó los privilegios de los judíos alejandrinos.

jueves, 1 de agosto de 2013

Artículo de Francesc Ramis "TRES PERSONAJES EMBLEMÁTICOS DEL LIBRO DE ISAÍAS..."


En el número 22 (año 2011) de la revista Fortunatae, editada por la Universidad de La Laguna, se ha publicado mi artículo “Tres personajes emblemáticos del libro de Isaías: el Vástago de Jesé, el Siervo de Yahvé y Ungido del Señor” (pág. 225-238)

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