viernes, 13 de julio de 2012

NAHUM. UN PROFETA DE LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN

                                                                                                                   Francesc Ramis Darder          

    El profeta Nahum nació en Elcós, una aldea situada, probablemente, en territorio de Judá, y desarrolló su ministerio durante el reinado de Manasés (698-643 a.C.). La Escritura describe, con amargura, el desastre que supuso para los habitantes de Judá y Jerusalén la tiranía de Manasés. El rey erigió altares a los falsos dioses, practicó la magia y la hechicería, profanó el Templo del Señor, y derramó ríos de sangre inocente en Jerusalén (2R 21,1-18).

    El despotismo ejercido por Manasés se sustentaba en la protección que recibía de Asiria, la potencia entonces imperante. El emperador que rigió el destino de Asiria, mientras Manasés reinaba en Jerusalén, fue Asurbanilpal III (669-630 aC.). La capital de Asiria se hallaba en Nínive, desde donde el emperador oprimía a los pequeños estados del Próximo Oriente, entre ellos el exiguo reino de Judá. Asurbanipal, con la intención de extender las fronteras del imperio, atacó Egipto y conquistó su capital Tebas (668 aC.). La violencia y crueldad con que Asurbanipal tomó Tebas impresionó profundamente el ánimo de los pueblos antiguos.

    A pesar de la tiranía de Manasés, continuaba viviendo en Jerusalén una comunidad judía que permanecía fiel a los preceptos del Señor. El grupo leal seguramente se preguntaría: ¿Qué puede hacer un creyente para combatir, en nombre de Dios, el totalitarismo asisrio?; y de manera más concreta inquiriría: ¿Qué podemos hacer, como judíos leales, para desbancar el despotismo de Manasés? Emprender una acción contra el imperialismo asirio o contra el despotismo de Manasés no era fácil; pues la policía abortaba cualquier intento de rebelión, y ejecutaba a quien se atrevía a criticar al rey de Judá.

    Sin embargo, la Sagrada Escritura reitera hasta la saciedad que Dios no abandona a su pueblo, ni se desentiende de quienes confían en Él. La comunidad fiel creía, firmemente, que así cómo Yahvé liberó al pueblo esclavizado en Egipto (cf. Ex 1-15), también salvaría a la comunidad que sufría la opresión asiria y soportaba el absolutismo de Manasés.

    El Señor suscitó en el seno de la comunidad leal un profeta: Nahum. La palabra “Nahum” significa “el que ha recibido el consuelo de Dios”; por eso Nahum, habiendo recibido el consuelo divino, dedicó su vida a consolar al pueblo abatido. La predicación de Nahum condenó la opresión de Asiria y la tiranía de Mansasés, a la vez que recordó que el Señor nunca abandona a su pueblo.

     Nahum, para evitar la represión gubernamental, ideó una forma sutil de predicar. El profeta describía los avatares de la conquista de Tebas; y, por eso, su predicación no era censurada por la policía pro-asiria de Manasés. Pero bajo la descripción de la caída de Tebas, el profeta aludía la destrucción de Nínive; y evocando la devastación de Nínive, Nahum sugería la necesidad de acabar con la tiranía de Manasés.

     La predicación inteligente de Nahum fue eficaz. La comunidad de israelitas fieles, gracias a la voz del profeta, se hizo fuerte. Cuando Mansasés murió le sucedió su hijo Amón (643-640 aC.); pero la comunidad leal se había consolidado y en el año 640 aC. propició un golpe de estado. Amón fue derrocado, y la comunidad entronizó al rey Josías. El nuevo rey, educado en la fidelidad al Señor, gobernó Judá con justicia; el reino prosperó y atravesó una etapa de prosperidad. Cómo decíamos antes, la predicación de Nahum, enfatizando la destrucción de Tebas, preludiaba la caída de Nínive; y, efectivamente, Nínive sucumbió el año 612 aC. ante el envite de medos y babilonios.

    La profecía de Nahum anunciaba el fracaso del mal, simbolizado en la opresión ejercida por Asurbanipal y Manasés. Pero, el profeta también supo consolar a su pueblo. Habló a la nación acerca de la bondad de Dios, recalcó la necesidad de buscar cobijo en el regazo divino (Nah 1,7), y no cesó de exigir al pueblo la obediencia a los mandamientos de Dios (Nah 2,1).

    Nahum fue un profeta sencillo, su libro tiene sólo tres capítulos. Pero, confiando en el auxilio divino, denunció el totalitarismo y combatió la tiranía. Nahum no fue un profeta complaciente con el poder, ni apocado ante la adversidad. En nombre de Dios afirmó algo que a menudo olvidamos: la historia humana esta entretejida, como el trigo y la cizaña, por las insidias del mal y la ternura del bien, pero al final de la historia sólo el proyecto de Dios alcanzará la victoria, mientras las fuerzas del mal sucumbirán ante el envite de los justos. ¡Luchar por un mundo mejor siempre tiene sentido!


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