lunes, 26 de febrero de 2018

¿QUÉ SIGNIFICA LA PALABRA CATEQUESIS?



                                                               Francesc Ramis Darder
                                                               bibliayoriente.blogspot.com


El primer anuncio del Evangelio atraía mucha gente a la comunidad cristiana, donde los nuevos discípulos celebraban la presencia del Salvador en la Eucaristía y vivían la comunión fraterna. No obstante, si los discípulos no ahondaban en el conocimiento de Jesús y en la meditación de la Escritura, su conversión podría reducirse a una cuestión sentimental o a una emoción pasajera. Por eso “todos ellos (alusión a la comunidad cristiana) perseveraban en la enseñanza de los apóstoles” (Hch 2,42), pues “los apóstoles daban testimonio con gran energía de la resurrección de Jesús, el Señor, y todos gozaban de gran estima” (Hch 4,33). Como es obvio, la enseñanza de los apóstoles no se limitaba al aspecto teórico, pues “todos (eco de la comunidad cristiana) estaban impresionados, porque eran muchos los prodigios y señales realizados por los apóstoles” (Hch 2,43); de ese modo, los apóstoles instruían a la comunidad con la fuerza de la palabra de Dios y el testimonio de su conducta.

    Como hemos dicho, el primer anuncio cristiano recibe el nombre de “kerigma”, mientras la reflexión posterior para profundizar en el mensaje se denomina “catequesis”. Aunque la dimensión catequética aparece tras la mención de la “perseverancia en la enseñanza de los apóstoles” (Hch 2,42), los Hechos explicitan diversas situaciones en que la comunidad profundiza en la reflexión. En el clima de la plegaria, Pedro y Juan catequizan a la asamblea mostrando que la vida de Jesús estaba desde siempre en manos de Dios (Hch 4,23-31). Ananías, cristiano de Damasco, debió instruir a Pablo después de su encuentro con el Señor (Hch 9,10-19). Pedro catequizó a la comunidad de Jerusalén sobre la necesidad, atestiguada por la voluntad divina, de bautizar a los paganos (Hch 11,1-18). El envío de discípulos eminentes para anunciar el decreto de la Asamblea de Jerusalén fue una ocasión catequética para las comunidades (Hch 15,22-30). El estilo catequético aparece de nuevo en el discurso de despedida que Pablo dirige a los responsables de la comunidad de Éfeso (Hch 20,17-38); y, sin duda, en las palabras que el apóstol dirigía a quienes le visitaban cuando estaba preso en Roma (Hch 28,30-31).


domingo, 18 de febrero de 2018

¿QUIÉN ES NABUCODONOSOR?



                                                    Francesc Ramis Darder
                                                    bibliayoriente.blogspot.com


Después de la caída de Asiria, la coalición medo-caldea se repartió la zona conquistada. Además del dominio que detentaban  sobre territorio elamita, los medos tomaron posesión de la región de Harran, en Siria nororiental y fronteriza con Anatolia, quizá con la intención extenderse hacia la península anatolia. Los caldeos, a quienes desde ahora y apelando a la denominación política llamaremos babilonios, asumieron el control del territorio asirio en Mesopotamia; territorio asolado por la guerra, con las estructuras hidráulicas deterioradas, y la población empobrecida y diseminada.

    No obstante, los babilonios no ocuparon la totalidad del territorio asirio, sino solo las ciudades de importancia comercial que habían soslayado los desastres de la guerra; un ejemplo de asentamiento babilónico lo constituye la ciudad de Arba’ilu, en la zona septentrional, centro comercial y nudo de comunicaciones que había quedado relativamente indemne durante la guerra. El desinterés babilónico por alentar el desarrollo del antiguo territorio asirio constituye, en cierta medida, la réplica de Babilonia contra la política unidireccional de Asiria centrada, como expusimos, en depredar las naciones conquistadas para disfrute propio. Así como Asiria no había invertido en la mejora de los reinos conquistados, tampoco Babilonia invirtió demasiado en la regeneración de Asiria; sin duda, Babilonia no quería alentar el resurgimiento de Asiria, enemigo feroz, sino tan solo beneficiarse del despojo que restaba en el antiguo territorio asirio después de la guerra.

    Una vez establecida la subordinación de los asirios, el objetivo político de Babilonia estribaba en tres cuestiones primordiales. En primer lugar, los babilonios aspiraban a la recuperación del antiguo abolengo espiritual, legislativo, económico y cultural, propio de los tiempos de Hammurabi. En segundo término, la política babilónica suspiraba por convertir el nuevo reino en el imperio capaz de conducir el destino histórico de Oriente. Finalmente, y a modo de corolario del punto anterior, Babilonia deseaba retomar el poder sobre las zonas periféricas que habían dependido del extinto imperio asirio, sobre todo Elam y Siria-palestina, tan necesarias para el desarrollo comercial y el dominio de Oriente. La recuperación de la prestancia de la antigua Babilonia alcanzará su cenit, como veremos en el apartado siguiente, durante el reinado de Nabucodonosor II (604-562 a.C.); pero ahora centraremos el estudio en el dominio babilónico sobre las zonas periféricas y en la conformación del imperio.

    La periferia oriental, el territorio elamita, quedó repartido entre babilonios y medos. Los babilonios heredaron la extensa llanura, centrada en la ciudad de Susa, llamada posteriormente “Susiana”, importante por sus vías comerciales hacia Oriente. Los medos tomaron posesión de la región montañosa de Anshan, al norte de la Susiana; confiaron el control de la región a las tribus persas, sometidas a vasallaje medo, y establecidas en la zona. Conviene recordar que los persas, como los medos, pertenecen al tronco indoeuropeo. Como dijimos en su momento, medos y persas, entre 1200 y 1000 a.C., atravesaron el Caúcaso para asentarse en la vecindad del lago Urmiah. Hacia el 900 a.C., ambos grupos, aprovechando la decadencia elamita, detentaban el control de la región irania; el mismo Salmanasar III (858-824 a.C.) trabó contacto con medos y persas, mientras su sucesor, Shamshi-Adad V (823-811 a.C.), tuvo que enfrentarse con ellos. Más adelante, a finales del siglo VIII a.C. o inicios del VII a.C., los persas fueron descendiendo a lo largo de los Zagros hasta instalarse en la región de Shirâz, en el suroeste del territorio iranio. Así pues, aunque los persas fueran vasallos de los medos, iban conformándose como un pueblo relevante, fronterizo con el territorio babilónico.

    La periferia occidental, la región sirio-palestina, había estado sometida al vasallaje asirio. Sin embargo, la caída de Asiria no significó la independencia de la zona, sino la sumisión inmediata y momentánea  al dominio egipcio. Como dijimos, la coalición medo-babilónica derrotó al ejército egipcio-asirio en Harran; entonces, Asur-uballit II se batió en retirada (610 a.C.); como también señalamos, cuando al año siguiente Ashur-uballit intentó conquistar Harran, murió en el intento (609 a.C.). Ahora bien, mientras Ashur-uballit intentaba la conquista de Harran, en Egipto fallecía Psamético I, y subía al trono Necao II (609-594 a.C.). El nuevo faraón, seguramente fingiendo auxiliar a la moribunda asiria, envió un ejército para socorrer a Asur-uballit. No obstante, la intención del faraón radicaba en ocupar la zona sirio-palestina, casi desvinculada del dominio asirio, y amenazada por la autoridad babilónica. Mientras las tropas de Necao atravesaban y ocupaban Siria-palestina, el rey de Judá, Josías (640-609 a.C.), les presentó batalla en Meggido, importante nudo de comunicaciones. Josías pereció en la batalla (609 a.C.) y el faraón continuó su camino hacia Siria; entonces, los nobles de Jerusalén entronizaron a Joacaz como rey de Judá. En su avance hacia el norte, Necao conquistó la ciudad de Carquemish; situada en el noroeste de Siria, constituía un enclave comercial decisivo para el comercio entre Mesopotamia y el área siro-palestina, vital a su vez para las relaciones con el Egeo. La injerencia egipcia desencadenó, como es obvio, la respuesta babilónica, pues el dominio sobre Siria-Palestina determinaba, en buena medida, la magnificencia de Babilonia. Como señalamos, el babilonio Nabû-apla-asur había acabado con el asirio Ashur-uballit y se había enseñoreado de Asiria (609 a.C.); pero, entrado en años, encargó la recuperación de Carquemish y la zona siro-palestina a su hijo, Nabû-kudurri-usur, el futuro Nabucodonosor II (607 a.C.). En su decidido avance, el príncipe reconquistó Carquemish (605 a.C.), ocupó la región siro-palestina, y alcanzó la frontera egipcia en Pelusium. Cuando los egipcios se retiraban ante el empuje babilónico, Necao apresó al rey de Judá, Joacaz, y lo deportó a Egipto; en su lugar impuso como rey a Joaquín (605-597 a.C.). Mientras Nabucodonosor acampaba en Pelusium, recibió la noticia de la muerte de su padre; enseguida volvió a Babilonia donde fue coronado rey (605 a.C.).

    Nabucodonosor II (605-562 a.C.) emergía como emperador indiscutido; dominaba Mesopotamia, el occidente elamita, la región siro-palestina, y mantenía a raya las pretensiones egipcias. Aun así, pronto estallaron conflictos en la región siro-palestina. Por una parte, la caída de Asiria determinó el fin del tributo que arameos, fenicios, filisteos, y judaítas abonaban en Nínive, y que ahora eran renuentes a pagar en Babilonia. Por otra, el país del Nilo, dolido de su fracaso en Siria-palestina, instigaba a los reinos de la región contra la soberanía babilónica. Ambas cuestiones, propiciaron que Nabucodonosor emprendiera sucesivas campañas en Siria-palestina. En 604 a.C., destruyó la villa de Ascalón, en territorio filisteo, que había encabezado, con apoyo egipcio, una coalición contra el dominio babilónico en la región; el mismo año, exigió a Damasco, en territorio sirio, a Jerusalén, capital de Judá, y a Tiro y Sidón, ejes comerciales de Fenicia, el impuesto debido. Con intención de frenar la injerencia egipcia, combatió contra el País del Nilo; el resultado de la batalla, por demás sangrienta, acabó en tablas (601 a.C.). A continuación, luchó contra los arameos en Siria y saqueó los campamentos árabes en el desierto siro-arábigo (599 a.C.). Aunque el objetivo de esta contienda parezca incierto, parece deberse a la respuesta babilónica contra la campaña que Egipto desarrolló en Siria para azuzar a arameos y árabes contra Babilonia (600 a.C.). Sin duda, el apoyo egipcio instigó al rey de Judá, Joaquín, a rebelarse contra Babilonia (598 a.C.). Nabucodonosor sitió Jerusalén. Durante el asedio murió Joaquín, y subió al trono Jeconías. Nabucodonosor tomó la ciudad; deportó a Jeconías, junto con un contingente de población, a Babilonia, e impuso como rey a Sedecías (597-587 a.C.). Más tarde el faraón Apries (588-568 a.C.), sucesor de Psamético II, deseoso de controlar Siria-palestina, conquistó Gaza, ciudad filistea, y embistió contra Tiro y Sidón, emporios filisteos (588 a.C.). Por si fuera poco, el faraón alentó la rebelión de Sedecías, rey de Judá, contra la autoridad babilónica. Ante la asonada, Nabucodonosor acuarteló sus tropas en Ribla, el noroeste de Siria, cerca de Homs, e inició la reconquista de Siria-palestina. Conquistó Jerusalén y deportó a Sedecías, junto a otro contingente judaíta, a Babilonia, e impuso como gobernador a un noble del país, Godolías (587-582 a.C.). A los pocos años, estalló otra rebelión en territorio judaíta (582 a.C.). Godolías fue asesinado; a modo de represalia, las tropas babilónicas deportaron un tercer contingente judaíta a Babilonia. La consecuencia de la rebelión judaíta no pudo ser más dura, pues el reino de Judá desaparecía para formar parte del Imperio babilónico. El control babilónico de Siria-palestina, prosiguió con la rendición de Tiro, tras trece años de asedio, y culminó con la victoria babilónica sobre las tropas del faraón Amasis (568-526 a.C.), sucesor de Apries, (ca. 586 a.C.). La sumisión de Tiro, la conquista de Judá, y la victoria sobre Egipto aseguraban el dominio babilónico en Siria-palestina.

    La periferia septentrional constataba el continuo avance de los medos hacia el noroeste; primero se hicieron con la zona de Harran, en el noroeste de Siria (610 a.C.), después invadieron Urartu, en el norte, y penetraron en Capadocia, en territorio anatolio (ca. 590 a.C.). La llegada de los medos, capitaneados por Ciaxares (653-585 a.C.), a la región anatolia, determinó la confrontación con Aliattes, rey de Lidia. Ambos ejércitos se enfrentaron en la llamada “batalla del eclipse” (585 a.C.), de resultado incierto. Entonces Nabucodonosor, soberano indiscutido de Oriente, actuó de intermediario entre ambos pueblos; propició la paz, y estableció la frontera entre medos y lidios en el río Halis. Ahora bien, Nabucodonosor quiso resguardar la frontera septentrional de posibles invasiones; por eso tomó posesión de Cilicia, en Anatolia, ocupada por los medos, y, quizá resabiado de Ciaxares, fortificó las plazas fuertes que lindaban con el antiguo territorio de Urartu, ahora en manos de los medos. A lo largo de la primera parte de su reinado (604-585 a.C.), Nabucodonosor había encumbrado Babilonia al rango de mayor potencia oriental. Dominaba Mesopotamia, tanto la zona babilónica como el área asiria, controlaba la región siro-palestina, hacia occidente, y el territorio elamita, hacia oriente, y mantenía la soberanía sobre el norte gracias a la posesión de Cilicia, y la construcción de sólidas fortificaciones en la frontera con los medos.

jueves, 8 de febrero de 2018

PAPA FRANCISCO. CUARESMA 2018






                                                                            Francesc Ramis Darder
                                                                            bibliayoriente.blogspot.com





Mensaje del Santo Padre

«Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24,12)


Queridos hermanos y hermanas:

            Una vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la Cuaresma, «signo sacramental de nuestra conversión»,[1] que anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida.

            Como todos los años, con este mensaje deseo ayudar a toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia; y lo hago inspirándome en una expresión de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (24,12).

            Esta frase se encuentra en el discurso que habla del fin de los tiempos y que está ambientado en Jerusalén, en el Monte de los Olivos, precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del Señor. Jesús, respondiendo a una pregunta de sus discípulos, anuncia una gran tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio.


Los falsos profetas

            Escuchemos este pasaje y preguntémonos: ¿qué formas asumen los falsos profetas?
            Son como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad.

            Otros falsos profetas son esos «charlatanes» que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles: cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer en el ridículo; y el ridículo no tiene vuelta atrás. No es una sorpresa: desde siempre el demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre.

 Cada uno de nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien.


Un corazón frío

            Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado en un trono de hielo;[2] su morada es el hielo del amor extinguido. Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros?

            Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos.[3] Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas.

            También la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas; los cielos —que en el designio de Dios cantan su gloria— se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.

            El amor se enfría también en nuestras comunidades: en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium traté de describir las señales más evidentes de esta falta de amor. estas son: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero.[4]


¿Qué podemos hacer?

            Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno.

            El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos,[5] para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.

            El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia. A este propósito hago mía la exhortación de san Pablo, cuando invitaba a los corintios a participar en la colecta para la comunidad de Jerusalén: «Os conviene» (2 Co 8,10).

     Esto vale especialmente en Cuaresma, un tiempo en el que muchos organismos realizan colectas en favor de iglesias y poblaciones que pasan por dificultades. Y cuánto querría que también en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de la divina Providencia: cada limosna es una ocasión para participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de mí para ayudar a un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis necesidades, él, que no se deja ganar por nadie en generosidad?[6]

            El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.

            Querría que mi voz traspasara las fronteras de la Iglesia Católica, para que llegara a todos ustedes, hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios. Si se sienten afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos.


El fuego de la Pascua

            Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo.

            Una ocasión propicia será la iniciativa «24 horas para el Señor», que este año nos invita nuevamente a celebrar el Sacramento de la Reconciliación en un contexto de adoración eucarística. En el 2018 tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándose en las palabras del Salmo 130,4: «De ti procede el perdón». En cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión sacramental.

            En la noche de Pascua reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo» poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica. «Que la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu»,[7] para que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús: después de escuchar la Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad.

            Los bendigo de todo corazón y rezo por ustedes. No se olviden de rezar por mí.
Vaticano, 1 de noviembre de 2017   
Solemnidad de Todos los Santos

FRANCISCO
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[1] Misal Romano, I Dom. de Cuaresma, Oración Colecta.      
[2] «Salía el soberano del reino del dolor fuera de la helada superficie, desde la mitad del pecho» (Infierno XXXIV, 28-29). 
[3] «Es curioso, pero muchas veces tenemos miedo a la consolación, de ser consolados. Es más, nos sentimos más seguros en la tristeza y en la desolación. ¿Sabéis por qué? Porque en la tristeza nos sentimos casi protagonistas. En cambio en la consolación es el Espíritu Santo el protagonista» (Ángelus, 7 diciembre 2014).
[4] Núms. 76-109.               
[5] Cf. Benedicto XVI, Enc. Spe salvi, 33.    
[6] Cf. Pío XII, Enc. Fidei donum, III.           
[7] Misal Romano, Vigilia Pascual, Lucernario.

domingo, 4 de febrero de 2018

LIBRO DE LOS PROVERBIOS



                                                                               Francesc Ramis Darder
                                                                               bibliayoriente.blogspot.com




  
            “El principio de la Sabiduría es la confianza en el Señor”.
                                                                                                                            (Prov 1,7).                       



1. Introducción general al Libro de los Proverbios.

    El título del libro aparece al inicio: “Proverbios de Salomón” (Pr 1,1). Los proverbios proceden de los refranes y en las sentencias populares surgidas de la vida cotidiana. Los sabios tomaron las sentencias y refranes pulieron el estilo y afinaron el significado. Los sabios confirieron a cada sentencia concisión y claridad; pero, sobre todo, supieron darle la aplicación precisa para cada circunstancia de la vida. Por tanto un proverbio es más que un simple refrán: Es una sentencia popular pulida por los sabios para que pueda aplicarse a las diversas situaciones de la existencia.

    El comienzo del libro afirma que su autor es Salomón (Pr 1,1), referencia que aparece de nuevo en Pr 25,1 con un matiz aclaratorio: “Más proverbios de Salomón, que copiaron los hombres de Ezequías, rey de Judá”. Algunos pasajes denotan otros autores: “Las palabras de los sabios”  (Pr 22,17), “sentencias de los sabios” (Pr 24,23), “palabras de Agur” (Pr 30,1), “palabras de Lemuel” (Pr 31,1). A lo largo del libro aparecen repeticiones (Pr 18,8 y 26,22; 19,24 y 26,15); y secciones diversas en cuanto al estilo literario: Pr 1-9 trata temas concretos, mientras Pr 10-29 anota un proverbio tras otro sin demasiada continuidad.

    Los proverbios muestran intenciones distintas: algunos instruyen (Pr 1,8-19), otros son proverbios numéricos (Pr 6,16-19) o alfabéticos (Pr 31,10-31), y alguno constituye un relato autobiográfico (Pr 24,30-34). Aparece también alguna semejanza con la sabiduría egipcia, concretamente entre Pr 22,17-23,14 y la Instrucción de Amenepomene.

    A partir de esos datos, los estudiosos extraen tres conclusiones:

    a. El libro de los Proverbios no ha nacido de la pluma de un solo autor, sino que es el resultado del trabajo de muchos maestros. Los jóvenes israelitas que se preparaban para desempeñar tareas importantes recibían una educación esmerada. Los maestros les transmitían conocimientos prácticos para resolver situaciones concretas. Durante generaciones los sabios fueron enseñando proverbios a sus alumnos, hasta que entre los siglos IV y III aC los pusieron por escrito en el libro de los Proverbios que nos ha llegado.

   b. Los autores del libro de los Proverbios deseaban que sus discípulos tuvieran una formación amplia. Por eso no dudaron en incluir proverbios de otras culturas: el fragmento Pr 22,17-23,14 procede de Egipto, mientras los palabras de Agur (Pr 30,1-9) y Lemuel (Pr 31,1-9) se originan en Masá.

    c. El rey Salomón ha pasado a la historia como prototipo de sabio. Así lo muestra el famoso juicio de Salomón (1Re 3,16-28) y la visita de la reina de Saba (1Re 10,1-13). Seguramente fomentó el cultivo de la sabiduría, pero Salomón no es el autor del libro de los Proverbios. La manera de entender la vida que emerge de los Proverbios pertenece a la mentalidad de los siglos IV-III aC., pero no corresponde a la forma de pensar propia de la época salomónica, el siglo X aC.

     Los sabios atribuyeron el libro a Salomón (Pr 1,1; 25,1) para realzar la importancia de la obra y fomentar su lectura. Esa forma de actuar es extraña para nuestra mentalidad, sin embargo los antiguos no deseaban engañar al lector. Creían que la obra era interesante y por eso la asignaban a Salomón, con lo cual conseguían más difusión y un interés mayor por parte de los lectores.


2. ¿Qué tipo de Sabiduría aparece en el libro de los Proverbios?

    La lectura atenta del libro dibuja cuatro aspectos de la Sabiduría. Veamos un pequeño retazo de cada una.


    * La Sabiduría como armonía del Universo.

       El libro de los Proverbios se nutre parcialmente de la sabiduría egipcia. Los habitantes del país del Nilo poseían una noción de la sabiduría amplia y rica. Detengámonos en el aspecto que ellos denominaban Maat. ¿Qué es la Maat?

     Utilizando un lenguaje catequético, diríamos que los egipcios comprendían el universo como si estuviera envuelto en un pañuelo. Este pañuelo no atenazaba el Mundo sino que le daba una configuración estable y precisa. Pongamos un ejemplo. Imaginemos que cogemos un puñado de arroz, lo dejamos caer en el centro de un pañuelo y después lo levantamos cogiéndolo por sus cuatro extremos. Nuestra mano sostendrá el pañuelo con los granos de arroz, y el pañuelo levantado con el arroz dentro adquirirá una forma abombada. Los egipcios comprendían el universo de una manera análoga, creían que el mundo estaba envuelto en un pañuelo. Y a ese pañuelo que otorgaba al mundo una forma concreta le llamaban Maat.

    Ahora bien, para los egipcios la Maat no era un simple pañuelo, sino una divinidad hija de un dios importante, el dios Ra. La Maat, el pañuelo envolvente, otorgaba al universo un orden, una estabilidad, en definitiva le confería armonía: el Sol salía cada día por el mismo sitio y el Nilo seguía siempre el mismo curso. Continuando con el vocabulario catequético, los egipcios creían que el dios Atón sostenía con su mano las cuatro puntas del pañuelo; es decir, sostenía a la diosa Maat que envolvía el Mundo dándole estabilidad y sentido. Los egipcios procuraban mantener un estilo de vida que siguiera las pautas, extremadamente ordenadas, que la diosa Maat confería al Universo.

    Los egipcios creían que llevando una vida armónica con los principios rectores del Universo serían felices; y pensaban que el desorden de la vida les acarrearía toda clase de calamidades.

    Los israelitas se inspiraron en la sabiduría egipcia. Pensaron que el universo estaba envuelto por una especie de pañuelo que le otorgaba consistencia. Pero establecieron una diferencia crucial. Los israelitas nunca pensaron que el pañuelo fuera la diosa Maat, ni siquiera creyeron que fuera otro dios. Israel percibió que el Universo se desenvuelve con un orden: tras la noche clarea el día y tras el invierno florece la primavera. Y afirmaron que ese orden no es ningún dios sino una criatura llamada Sabiduría (Pr 8,22). Creían que el Señor creó al principio la Sabiduría para envolver simbólicamente el Mundo, como un pañuelo, confiriéndole armonía (Pr 8,22).

    El sabio israelita se esforzaba para que su vida transcurriera en consonancia con la Sabiduría que ordenaba el Universo. El necio impedía que su vida se desarrollara siguiendo las pautas de la armonía universal. Por eso afirma de ambos el proverbio: “Los labios del justo guían a muchos, los necios mueren por falta de seso” (Pr 10,21).


* La Sabiduría práctica enriquece al hombre y a la sociedad.

    La observación de la naturaleza y de la vida cotidiana llevó a los sabios a preocuparse por adquirir la sabiduría útil que enseñaban a sus discípulos. Advertían contra la arrogancia (Pr 9,7-12), invitaban a la disciplina (Pr 13,1), sugerían la amabilidad (Pr 15,1), incitaban al esfuerzo (Pr 14,23), evitaban la discordia (Pr 17,1), prevenían sobre los excesos del vino (Pr 20,1), adiestraban a escuchar (Pr 22,17), reclamaban la necesidad de vivir el presente (Pr 27,1).

    Todos esos esfuerzos pretendían conseguir un orden social humano. Una sociedad en la que cada persona pudiera desarrollar sus cualidades humanas. El sabio respeta a sus padre (Pr 1,8), atiende al prójimo (Pr 3,28), previene contra los falsarios (Pr 6,12), exige la justicia (Pr 10,2), defiende al inocente (Pr 18,5), y protege al pobre (Pr 22,22).

     En definitiva, los Proverbios enseñan a todos a ser humana humanizando la sociedad. Por eso los sabios no escatiman esfuerzos para adquirir sabiduría. No dudan en gastar su fortuna a cambio de enseñanza (Pr 4,5), aceptan la instrucción paterna (Pr 4,1) y se esfuerzan en aprender (Pr 4,13).


* La Sabiduría como vivencia del Temor de Dios.

    Los sabios percibieron que la Sabiduría no se agotaba en un cúmulo de conocimientos prácticos y eficaces. Los sabios entendieron que la auténtica sabiduría nacía del temor de Dios: “El principio de la Sabiduría es el temor del Señor” (Pr 1,7).

     El temor del Señor no consiste en un sentimiento de pánico ante la divinidad. El temor de Dios conlleva dos cosas. Por una parte implica confiar en el Señor en toda circunstancia; y, por otra, tomarse a Dios en serio. Teme al Señor quien sabe que Dios es a la vez generoso y exigente. Generoso porque perdona y acompaña siempre, y exigente porque impulsa nuestra nuestra vida a crecer en humanidad y solidaridad.

     El sabio no se limita a conseguir una vida armónica según el orden del mundo. El verdadero sabio desea que su corazón palpite al mismo ritmo que el corazón de Dios; y el corazón de Dios, metafóricamente, late al ritmo de la bondad y la misericordia. No hay auténtica sabiduría sin apertura a la trascendencia. Nada humano es ajeno al sabio, porque a Dios nada humano le es extraño.

    Quien teme al Señor alarga la vida (Pr 10,27) no sólo en el tiempo sino en profundidad y plenitud. El temor de Dios da seguridad (Pr 14,26), otorga la Sabiduría (Pr 15,33), evita el mal (Pr 16,6) y llena la vida de sentido (Pr 19,23). Por eso la Sabiduría no se adquiere sólo con la instrucción, sino que debemos pedirla al Señor que la concede en abundancia: “El Señor concede la Sabiduría y de su boca brotan saber y prudencia” (Pr 2,6). Contemplado desde la perspectiva del temor de Dios, el libro de los Proverbios deviene un libro de plegaria. La petición serena de que Dios colme con su Sabiduría los azares de nuestra vida.


* La Sabiduría Personificada.

   Los israelitas entendieron la Sabiduría, metafóricamente, como el pañuelo que envolvía el Mundo dándole sentido. Seguidamente percibieron que perseverar en el camino de la Sabiduría les enriquecía en humanidad y solidaridad. Después comprendieron qué sólo el temor del Señor podía regalarles la Sabiduría. Con el transcurso del tiempo intuyeron que la Sabiduría podría ser algo más que una enseñanza profunda, y llegaron a personificarla.

    La Sabiduría no era ya un concepto, sino una mujer, una dama a la que podríamos llamar “Doña Sabiduría”. Tomaba de la mano a quien se dejaba seducir y le conducía por la senda del temor del Señor. Le aleccionaba en humanidad y solidaridad, le enseñaba a contemplar la armonía del Universo, y le confería el saber práctico con que desenvolverse (Pr 8,22-31). De ese modo “Doña Sabiduría” otorga la madurez y el sentido común (Pr 1,22), enseña la prudencia (Pr 8,5), habla con sinceridad (Pr 8,8), concede experiencia (Pr 8,6). Como si fuera un profeta, fustiga el comportamiento de quienes la rechazan (Pr 1,20-33), y alegra a quienes la eligen (Pr 8,17-21; 9,4-6).

    Al personificar la Sabiduría, los maestros israelitas extremaron su prudencia. Advirtieron cómo la gente tendía a divinizar la Sabiduría convirtiéndola en una diosa semejante a la Maat egipcia. Los sabios entendieron que la existencia de un solo Dios es incompatible con la presencia de una diosa; y enseñaron que la Sabiduría no era una divinidad sino una criatura. Por eso “Doña Sabiduría” se presenta así: “El Señor me creó al principio de sus tareas, antes de sus obras más antiguas” (Pr 8,22). Para entender este verso agucemos la imaginación con un ejemplo catequético.

     Supongamos que el Universo consiste en la página escrita de un cuaderno. Pues bien, antes de crear el Universo, antes de redactar el texto, el Señor quiso trazar las líneas de la página para que las frases escritas aparecieran rectas. Las líneas de la página representan la Sabiduría, y el texto que el Señor redacta sobre las líneas simboliza el Universo. El Señor crea primero las líneas, la Sabiduría; y sobre ellas escribe el texto, el Cosmos.  Por eso al contemplar la naturaleza con los ojos de la fe percibimos la presencia de Dios que la trasciende; la armonía del universo contemplado desde la fe delata las “líneas” trazadas por Dios.

    Los capítulos 1-9 presentan a “Doña Sabiduría” guiando a quien se deja fascinar por ella. En contraposición a “Doña Sabiduría”, los mismos capítulos personifican la necedad. Lo hacen mediante la figura de otra dama: “Doña Necedad” (Pr 9,13-17). “Doña Necedad” es atrevida y frívola (Pr 9,13), y llama a los que pasan junto a ella (Pr 9,15) para precipitarlos en el abismo de los muertos (Pr 9,18).

    Notemos la sagacidad del libro de los Proverbios. No sólo nos alienta a dejarnos seducir por “Doña Sabiduría”, sino que nos advierte de las garras de “Doña Necedad”. Leeremos y comentaremos un texto que nos anime a dejarnos conducir por “Doña Sabiduría” (Pr 3,1-12), y otro que nos advierta de los peligros de “Doña Necedad” (Pr 9,13-18).


3.  “Doña Sabiduría” nos conduce por el camino de la Vida (Pr 3,1-12).

a. Lectura del texto: Pr 3,1-12.

    Hijo mío, no olvides mi enseñanza,
            guarda mis preceptos en tu corazón;
    pues te traerán días sin cuento,
            años de vida y paz.
    No dejes que te abandonen el amor y la fidelidad;
            átalas a tu cuello, grábalas en tu corazón;
    así tendrás aceptación y éxito
            ante Dios y ante los hombres.
    Confía en el Señor con todo tu corazón
            y no te fíes de tu inteligencia.
    Tenle en cuenta en todos tus caminos,
            y él enderezará tus sendas.
     No te las des de sabio,
            teme al Señor y evita el mal;
     será salud para tu carne
            y medicina para tus huesos.
     Honra al Señor con tu riqueza,
            con las primicias de tus ganancias;
      así tus graneros se colmarán de grano
            y tus lagares rebosarán de vino.
      Hijo mío, no rechaces la instrucción del Señor
            ni te enfades por su reprensión;
      pues el Señor reprende a quien ama,
            como un padre a su hijo predilecto.


b. Comentario: Pr 3,1-12.

     “Doña Sabiduría” desvela el sentido de la vida con delicadeza, por eso refiere a nosotros diciendo “Hijo mío” (Pr 3,1.11) y afirma: “no olvides mi enseñanza, guarda mis preceptos en tu corazón” (Pr 3,1). El Señor, por mediación de Moisés, tomó de la mano al pueblo hebreo, le liberó de la esclavitud de Egipto y le condujo hasta la Tierra Prometida. Cuando los israelitas estaban a punto de penetrar en Palestina, Moisés les habló de modo parecido al de Doña Sabiduría: “Guardad en vuestro corazón ... estas palabras ... y estos preceptos ...” (Dt 11,18-21).

     De la misma manera que el Señor eligió a Moisés para conducir a Israel hacia la tierra de promisión; escoge a la Sabiduría para orientar nuestra existencia hacia la vida plena representada por los “días sin cuento” (Pr 3,2). La profundidad de la vida no radica sólo en la duración sino en la intensidad con que se vive; por eso el texto añade “años de vida y paz”.

    Doña Sabiduría insiste en que guardemos sus preceptos y sus enseñanzas (Pr 3,1). El Señor, también, en el monte Sinaí, señaló preceptos y enseñanzas a su pueblo (Ex 20,1-Nm 10,11) que resumimos en esta frase: “Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo” (Lv 19,2). La santidad no consiste en el espiritualismo cándido; sino en la grandeza de permitir a la Sabiduría guiarnos hacia la plenitud humana y social. Los años de la vida son santos cuando implican el crecimiento humano y solidario de los hombres, y son de paz si propician la armonía para afrontar la existencia.

    Los sabios son maestros de vida y paz, de humanidad y solidaridad. Dicen: “Se voz del que no sabe hablar, y abogado de los abandonados; abre tu boca para dar sentencias justas, para defender al pobre y al desvalido” (Pr 31,9). Vivir en paz no supone sólo la ausencia de conflictos; necesita la justicia social y requiere la armonía en el interior de cada persona. La vida plena y la paz se conquistan con las armas que ofrece “Doña Sabiduría”. ¿Cómo son esas armas?

    Cuando Moisés terminó sus exhortaciones, los israelitas iniciaron la conquista de Palestina por la fuerza de las armas (Jos-Jue). Sin embargo, “Doña Sabiduría” cuando propone conquistar la vida llenándola de sentido, requiere algo más que armas de combate. La Sabiduría exige el amor y la fidelidad (Pr 3,3).

    En el libro de los Proverbios el término “amor” designa la bondad, la magnanimidad, la disponibilidad humana para atender a los demás. El amor denota a la mujer de valía (Pr 31,26), al hombre misericordioso (Pr 11,17), a la persona leal (Pr 14,22; 19,22), al que busca la justicia (Pr 21,21), y al rey que procura el buen gobierno (Pr 20,28). Ama quien crea en su entorno las condiciones que propician el desarrollo humano y social.

     La fidelidad indica la constancia en el amor. La fidelidad señala a quien no se cansa de sembrar la justicia (Pr 11,18), al que permanece veraz (Pr 12,19;14,25), al hombre que se alegra con la verdad (Pr 8,7; 22,22; 23,23), y al rey que juzga con justicia a los pobres (Pr 29,14). La fidelidad no se contenta con la constancia, sino que exige la valentía para edificar una sociedad humana y solidaria. Sólo es valiente quien es fiel al amor; y ama quien crece y hace crecer a los demás humana y socialmente.

    Quien se deja seducir por “Doña Sabiduría” adquiere el amor y la fidelidad para construir un mundo más humano. El hombre fascinado por la Sabiduría vive la vida con intensidad (Pr 11,17). Aprende a sentir el gozo (Pr 14,22); acepta sus límites o, con otro vocabulario, expía sus pecados (Pr 16,6), y se sabe guardado por Dios (Pr 20,28).

    El que se hace sabio: “... tendrá aceptación y éxito ante Dios y ante los hombres” (Pr 3,4). El término “éxito” en nuestra sociedad da lugar a equívocos, pues con facilidad se asimila al prestigio efímero. Lo que el libro de los Proverbios anuncia es que el sabio “... encontrará la gracia y el buen sentido ante Dios y los hombres” (Pr 3,4). Encontrar el “buen sentido” indica poseer sentido común; y encontrar la gracia significa lograr qué nuestro corazón lata al mismo ritmo que el corazón de Dios. Ama quien contagia el deseo vivir en plenitud. Ama quien humaniza.

    “Doña Sabiduría” no se cansa de desvelar el sentido de la vida. Sólo humaniza la sociedad quien la ama, y únicamente ama de verdad quien se sabe amado. Por eso la verdadera Sabiduría remite al amor de Dios: “Confía en el Señor ... tenle en cuenta ... teme al Señor” (Pr 3,5-7).

     Confiar en Dios requiere creer que la vida reposa en sus buenas manos: “No digas: ‘Devolveré el mal’; confía en el Señor que él te salvará” (Pr 20,22). Tener a Dios en cuanta implica confiar en su compañía: “Del hombre son los proyectos, su consecución viene del Señor” (Pr 16,1). Temer al Señor significa tomar a Dios en serio. Requiere dejar de considerarlo un ser bonachón; y contemplarlo como el Dios generoso en el perdón y la misericordia, pero exigente en la vivencia de la caridad y la ternura: “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber” (Pr 25,21). Y, recordemos, una vez más qué a quien más favorece la vivencia de la Sabiduría es a la persona que la practica: “... será salud para tu carne y medicina para tus huesos” (Pr 3,8).

    Confiar en el Señor, tenerle en cuenta y temerle es el arte que brota de la escucha cordial del prójimo y de la atención al devenir de Mundo. Los hebreos se reunían en familia y por clanes donde narraban historias. En esos encuentros aprendían la prudencia en las relaciones sociales (Pr 3,27-35), el autodominio (Pr 22,22-29), la conducta justa (Pr 4,10-19).

     El sabio no es un erudito aislado del Mundo. Los Proverbios previenen contra el engaño del autoaislamiento: “... no te fíes de tu propia inteligencia ... no te las des de sabio” (Pr 3,5.7) El maestro afina el sentido de la vida pero también dialoga con los extraños, sabe que fuera de Israel crecen semillas de verdad. El Libro aduce como palabra de Dios una recomendación de la sabiduría egipcia (Pr 22,17-23,14), y dos poemas procedentes del país de Masá (Pr 30,1-9; 31,1-9).

    La reflexión personal, la capacidad de escucha, el ingenio para la relación comunitaria y la disposición al dialogo, constituyen el cincel con que la Sabiduría modela a quienes la buscan. “Feliz el hombre que me escucha ... y quien me encuentra, encuentra la vida” (Pr 8,34). Encuentra la vida quien se toma tiempo para pensar, aquel sabe escuchar, quien cuida los detalles de la relación humana y quien cree que el dialogo es la herramienta que resuelve los conflictos por la senda de la justicia. Pero Doña Sabiduría es exigente. No se contenta con demandar actitudes, desea realidades concretas. Requiere que honremos a Dios y nos dejemos instruir por Él.

    Por una parte dice: “Honra al Señor con tu riqueza” (Pr 3,9). La frase “honrar al Señor” evoca los sacrificios ofrecidos en el Templo de Jerusalén (Lv 1-7). En el trasfondo de cada sacrificio palpitaba el agradecimiento de Israel al Señor que lo había liberado de la esclavitud de Egipto. Pero el Libro de los Proverbios, además de la acción de gracias, impele, necesariamente, hacia la vivencia de la solidaridad: “El que oprime al pobre ultraja a su Hacedor, lo honra quien se apiada del indigente” (Pr 14,31). Honrar el Señor significa alabarle en el culto pero, sobre todo, servirle en el pobre.

    Por otra parte afirma: “Hijo mío, no rechaces la instrucción del Señor ... pues el Señor reprende a quien ama” (Pr 3,10-12). Debemos entender el término “reprender” en el sentido de exigir y corregir con acierto: “reprende al inteligente y aumentará su saber”, “anillo de oro ... es una sabia reprensión a oído dócil” (Pr 19,25; 25,12). Dios ama; pero no mima hasta bloquear el crecimiento humano y social de la persona; por eso, además de generoso, es exigente. Es exigente porque nos regala la libertad. La libertad denota la capacidad de elegir entre el bien y el mal; pero la libertad cristiana va más lejos: implica elegir el “bien” para convertirlo en “mejor”.

     Por eso el Señor impele al sabio hacia la cultura del esfuerzo: “Ordena tus faenas de fuera, aplícate a tus campos, y luego vete a edificar tu casa” (Pr 24,27). Reclama la justicia (Pr 16,12). Rechaza la pereza: “el camino del perezoso está flanqueado de espinos” (Pr 16,19). Advierte contra los chismes: “Todo esfuerzo tiene su recompensa, pero la charlatanería lleva a la miseria” (Pr 14,23). El Señor ama porque exige y exige porque ama.


4. La ruta tortuosa de “Doña Necedad” (Pr 9,13-18).

a. Lectura del texto: Pr 9,13-18.

    La necedad es atrevida;
         es frívola y nada le importa.
    Se sienta a la puerta de su casa,
         pone su asiento en lo más alto de la ciudad,
    para llamar a los que pasan,
         a los que van derechos por su camino:
    “El que sea inexperto, venga acá”.
         Y al hombre sin seso le dice:
     “El agua robada es dulce;
          el pan a escondidas, sabroso”.
     Pero no saben que allí viven los muertos
          y sus huéspedes en lo profundo del abismo.


b. Comentario: Pr 9,13-18.

    El libro de los Proverbios está escrito en hebreo; y define, literalmente, la necedad como “la esposa de la estupidez” (Pr 9,13). De ese  modo personifica a la necedad a la que podemos llamar, en contraposición a “Doña Sabiduría”, “Doña Necedad”. Es atrevida, frívola y pasa de todo (Pr 9,13). El necio se convierte en la tristeza de su madre (Pr 10,1) y la desgracia de su padre (Pr 19,13), difunde calumnias (Pr 10,18), se divierte con la infamia (Pr 10,23), se burla del pecado (Pr 14,19), prodiga sandeces (Pr 15,2), habla sin pensar (Pr 29,20), deviene insolente (Pr 1,22), es un pagado de sí mismo (Pr 14,16) y despilfarra lo que tiene (Pr 21,20).

    El sabio se deja guiar por “Doña Sabiduría” mientras el necio se deja “cazar” por “Doña Necedad”. Ambas se dirigen al mismo ser humano. Dice la Sabiduría: “El que sea inexperto, venga acá” (Pr 9,4). Replica la Necedad: “El que sea inexperto, venga acá” (Pr 9,16). Sin embargo las palabras de seductoras de cada una son muy diversas.

    “Doña Sabiduría” insiste en la necesidad de guardar los preceptos, en la práctica del amor y la fidelidad, en el temor de Dios y en la valentía de dejarse corregir por el Señor (Pr 3,1-12). La Sabiduría es generosa y exigente: Venid a comer mi pan, bebed el vino que he mezclado. Dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la inteligencia” (Pr 9,5-6). Quien deviene sabio “encuentra la vida y alcanza el favor del Señor” (Pr 8,35).

    Sin embargo “Doña Necedad”, como la mujer de Pr 5,1-14; 7,6-23; “caza” con palabras tortuosas a quien pasa por su lado. Dice: “El agua robada es dulce; el pan a escondidas es sabroso” (Pr 9,17). El agua robada y el pan a escondidas denotan las artimañas del necio: la intriga, la envidia, la media verdad, el lenguaje torticero, la zancadilla discreta o la falsa piedad. La aventura por los parajes de la necedad puede procurar un éxito efímero pero, a la larga, es “es una flecha que atraviesa el hígado” (Pr 7,23). Y, cuando ya no hay nada que hacer, el necio clama desesperado: “¿Por qué rechazaría la disciplina y mi corazón despreciaría la corrección? (Pr 5,12).

    El necio se niega a vivir plenamente. Rechaza el cuidado de sí mismo con lo que nunca deviene plenamente humano, y rehusa el compromiso por lo que se hace insolidario. El hondón de la necedad es la deshumanización y la insolidaridad. Y cuando falta solidaridad y calidad humana se esfuma el sentimiento de transcendencia. Por eso el necio no sabe que vive con los muertos, y es ya en vida huésped del abismo profundo (Pr 9,18).   

     
5. ¿Cuáles son los límites de la Sabiduría que aparece en Libro de los Proverbios?

    Una de las características del sabio es la humildad (Pr 15,33). Los sabios reconocían que su saber era insuficiente para abarcar el universo: “Hay tres cosas que me sobrepasan, y cuatro que no logro entender: El camino del águila en el cielo; el camino de la serpiente sobre la roca,; el camino del barco en alta mar; el camino del hombre por la doncella” (Pr 30,18-19). Del mismo modo percibían situaciones que el intelecto humano no captada plenamente: “La altura del cielo, la profundidad de la tierra y el corazón de los reyes son insondables” (Pr 25,1).

    Sin embargo los “puntos débiles” de la Sabiduría del libro de los Proverbios no consistían en la humildad de los sabios, ni en la complejidad del universo. Los puntos débiles de la sabiduría de los Proverbios son dos. Por una parte la enseñanza de los maestros es, a veces, como veremos, era excesivamente práctica. Por otra parte está influenciada por una corriente de pensamiento llamada “teología de la retribución”, que también comentaremos.


a. Cuando la sabiduría deviene “excesivamente” práctica.

    La Sabiduría enseñada por los maestros era eminentemente práctica; lo cual es muy bueno, pues cualifica al alumno para superar los avatares de la vida. Pero, algunas veces, la instrucción de los sabios se excedía en la concepción práctica de la vida.

     Dice un proverbio: “El soborno es un talismán para quien lo da, en cualquier circunstancia tendrá éxito” (Pr 17,8). Éste proverbio parece afirmar qué el fin justifica los medios, o que el soborno eficaz es la clave del triunfo. Tanto si indica una cosa como la otra no tiene en cuenta el temor de Dios, ni el deseo de crecer en humanidad y solidaridad.

     Otro proverbio: “Hijo mío, si has salido fiador de tu prójimo ... escapa como gacela” (Pr 6,1-5). Convendremos en afirmar que la solidaridad y la fidelidad quedan lejos de la enseñanza de este proverbio. Ambos proverbios y algunos otros dan la impresión de una sabiduría que persigue el éxito humano, sin reparar en los medios utilizados.


b. La Teología de la Retribución. 

    La limitación más notable del libro de los Proverbios radica en la llamada Teología de la Retribución. Volvamos al pensamiento egipcio para captar el contenido de este pensamiento. Los egipcios creían que el Universo estaba envuelto en una especie de pañuelo: la diosa Maat que confería orden y armonía al Mundo. El objetivo de los egipcios consistía en llevar una vida acorde con el orden que la diosa disponía para el Cosmos. Pensaban que al realizar una obra buena, la diosa les premiaba con multitud de bienes; en cambio, al cometer una fechoría les envía un castigo.

    Los israelitas recogieron el pensamiento del país del Nilo, pero realizaron un cambio básico. Creían que el Universo estaba envuelto, simbólicamente, en un pañuelo al que llamaron Sabiduría. La Sabiduría no era ninguna diosa, sino la criatura que enfundaba el Mundo otorgándole armonía y sentido. Sin embargo los israelitas conservaron un rescoldo del pensamiento egipcio. Seguían creyendo que una acción buena conlleva un resultado feliz, mientras una obra mala producía un fruto amargo: “ ... cada cual recibe según sus acciones” (Pr 12,14).

     Pero la vida cotidiana contradice el principio de la Teología de la Retribución. No es cierto que, humanamente hablando, cada cual reciba lo que corresponde a sus acciones.

     Dice un proverbio: “El justo nunca tropezará, los malvados no habitarán la tierra” (Pr 10,30). ¿Sucede eso realmente? En la vida de cada día vemos, a menudo, lo contrario. Justos que tropiezan por las zancadillas de los malvados, y malvados que dominan la tierra a costa de la explotación de los humildes. Otro ejemplo: “Los rectos habitarán la tierra ... y los canallas serán arrancados de ella” (Pr 2,21-22). A menudo percibimos lo contrario: los hombres honestos son ridiculizados, mientras los intrigantes alcanzan el éxito.

    El libro de los Proverbios, al estar coloreado por las ideas de la Teología de la Retribución, no percibe la certeza de una vida personal junto a Dios después de la muerte. La Teología de la Retribución se lo juega todo en la vida terrenal: el justo “debe” recibir bienes y el malo “debe” recibir males. Pero el problema está en que la vida ordinaria muestra que las cosas no son así; sino que el justo, a menudo, soporta males mientras el mafioso disfruta de la vida.

     La Teología de la Retribución no concibe la vida personal del justo con Dios después de la muerte. Para eso habrá que aguardar a la aparición del Libro de la Sabiduría. El autor del Libro de la Sabiduría dirá sin ambages: “las almas de los justos están en manos de Dios ... y su esperanza estaba llena de inmortalidad” (Sab 3,1.5). Los libros Sapienciales conducirán a Israel por la senda de la humanización y desde la humanización abrirán la puerta de la trascendencia al ser humano.