Francesc Ramis Darder
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La ascensión al trono de Sargón II aconteció
entre las intrigas cortesanas del palacio de Kahlu. Como hemos reiterado, quedaba
aún pendiente la profunda reforma administrativa. Desde la etapa de Salmanasar
III, la solidez del reino dependía de la férrea disciplina impuesta por la
corte, instalada en Kahlu; en ese sentido era cada vez más importante, como
señalamos, el papel de los parientes del rey, eco de los grandes dignatarios de
Kahlu, que fiscalizaban la conducta de gobernadores y reyes vasallos. Quizá
Salmanasar V intentara una reforma que impusiera a las ciudades de antigua
raigambre asiria nuevas obligaciones; así parece indicarlo la rebelión de la
ciudad de Asur, sometida a leva militar y al pago de tributos. Posiblemente,
tanto las rebeliones de las ciudades asirias como las intrigas de la corte,
favorecidas por los parientes del rey, alentaron el golpe de estado que
descabalgó a Salmanasar V y encumbró a Sargón II. La rebelión de Asur y otras
ciudades, determinó que Sargón II dedicara las primicias de su reinado a
sofocar las rebeliones internas (722 a.C.); así liberó a Asur y a las urbes
rebeldes de las imposiciones militares y tributarias para rehacer la paz del
reino.
Enfrascado en la pacificación del país, el
rey sufrió la sedición de Babilonia. ¿Cómo sucedió? Durante la etapa de
confusión que desgarró Mesopotamia (ca. 1077-911 a.C.), algunas tribus semitas
consiguieron asentarse en la región. Los litaû, puqudû y gambulû se instalaron
junto a la frontera elamita, en el curso inferior del Tigris, mientras otro
contingente, los caldeos, alcanzaron el antiguo país de Sumer. Con el tiempo, los
caldeos dominaron la región de Babilonia; como hemos expuesto, Nabû-nâsir
(747-734 a.C.), acosado por los arameos, suplicó el auxilio de Taglat-Phalasar
III quien, a la muerte del usurpador Ukîn-zêr (731 a.C.), se proclamará rey de Babilonia
con el nombre de Pûl. Más tarde, aprovechando la confusión asiria que determinó
la caída de Salamanasar V, un dirigente caldeo, Marduk-apla-iddina (721-710 a.C.),
asentado en las riberas del Golfo Pérsico, aprovechó la adversidad interna que
atravesaba Asiria al inicio del reinado de Sargón II para aliarse con el
soberano elamita, Humban-nikash I (742-717 a.C.), y proclamarse rey de
Babilonia. Cuando Sargón hubo tomado el control de Asiria, se enfrentó con la
alianza caldeo-elamita en Dêr (720 a.C.), en la región del Tigris medio; aunque
la propaganda asiria adjudicara la victoria a Sargón, venció Marduk-apla-iddina
y pudo mantenerse en el trono babilónico.
Aprovechando también la confusión asiria
tras el golpe que destronó a Salmanasar V, el rey arameo de Hama, en Siria
nororiental, Ilu-bi-di (720 a.C.), había abandonado el vasallaje asirio; como
insinuamos, Taglat-Phalasar III sojuzgó Hama, después deportó parte de su
población a los Zagros y la sustituyó por arameos del Alto Tigris (743 a.C.),
de ahí la inquina de hamaita contra Asiria. La rebelión de Ilu-bi-di habría
podido provocar, apoyada en la confusión asiria, la sedición de las provincias
sirias y cercenar la influencia asiria en la zona palestina. Cabe pensar que
tras la intentona de Hama latía el taimado aliento de Egipto para quebrar
indirectamente la creciente prestancia asiria. Sin duda, la influencia egipcia
aflora bajo la sublevación de Hamuna, rey de Gaza, en territorio filisteo,
contra Asiria, por las mismas fechas que la revuelta de Hama (720 a.C.). La
respuesta asiria contra la rebelión fue de lo más contundente. Tras asentar su
autoridad en la corte de Kahlu, Sargón II derrotó a Ilu-bi-di en Qarqar (720
a.C.), junto al Orontes en Siria, incorporó Hama al territorio asirio, y
deportó a los sedicentes a Asiria; a continuación, venció al ejército egipcio y
acabó con la revuelta de Gaza (720 a.C.). A pesar de la derrota, Egipto
continuó intrigando contra Asiria. El faraón Bocchoris, último soberano de la
Dinastía XXIV, alentó la revuelta de Judá, Moab y Edom, encabezada por Iamâni,
rey de Asdod, en la región filistea, contra Asiria (712 a.C.). La victoria de
Sargón sobre los rebeldes también alteró seriamente la política egipcia;
Bocchoris cayó bajo la presión del nubio Shabaka (716-701 a.C.) que acabó con
la Dinastía XXIV, para instaurar el gobierno de la Dinastía XXV, inaugurada antaño
por Pianki (751-716 a.C.).
La injerencia elamita había propiciado la
pérdida de Babilonia, mientras la hostilidad egipcia había comprometido el
esfuerzo de Sargón en el control de la región sirio-palestina; por si fuera
poco, Urartu también intrigaba contra Asiria desde el norte. Años atrás, como
expusimos, Asiria y Urartu habían pugnado por la supremacía política y el
dominio de las rutas comerciales del norte. Como es obvio, la expansión urartea
hacia Siria y la meseta irania anunciaba su penetración en el área mesopotámica
y la consiguiente desaparición de Asiria. Ante la amenaza uratea,
Taglat-Phalasar III había diezmado Urartu, pues asedió la capital, Tushpa,
junto al lago Van, sin llegar a conquistarla. Desde entonces, la debilidad militar
impedía a los urateos enfrentarse directamente con Asiria, por eso, al estilo
de egipcios y elamitas, instigaban las revueltas contra el dominio asirio en la
zona septentrional de Mesopotamia. En este sentido, el reino arameo de Carquemish,
auxiliado por Urartu, aprovechó la convulsión reinante en la corte de Kahlu
tras la ascensión de Sargón, para romper el vasalla ente Asiria. Dolido de la
afrenta, Sargón conquistó Carquemish y lo convirtió en provincia asiria (717
a.C.). Más adelante (714 a.C.), Urartu instigó la belicosidad contra Asiria
entre los medos, manneos y zikirtu que poblaban las riberas del lago Urmia. La
política de Rusa I, rey de Urartu, consiguió que los manneos abandonaran el
vasallaje ante Asiria para aliarse con los urarteos. La respuesta asiria no se
hizo esperar. Sargón II tomó la ciudad urartea de Musair, en el noreste (714
a.C.); la conquista conllevó el suicidio de Rusa I y el ocaso de las intrigas que
Urartu, valiéndose de las tribus septentrionales, emprendía contra Asiria desde
el norte. Desde la perspectiva teológica y propagandística, Sargón revistió la
campaña contra Urartu con el manto religioso de una carta dirigida al dios
Asur, destinada a ser leída en público, para poner la contienda bajo la
advocación de la divinidad nacional; por eso, arrasada Musair, el rey rapiñó la
imagen el dios Haldi, deidad principal de Urartu, y la llevó a Asiria para
poner de manifiesto la sumisión urartea, representada por la deportación de su
dios, ante la superioridad asiria, simbolizada por Asur. No obstante, Urartu,
contando con el apoyo del Mitâ, soberano de Mushki, en la región frigia,
temeroso también de la supremacía asiria, alentó la rebelión de los principados
neo-hititas, asentados en el Tauro, contra Asiria. Atento a la revuelta, Sargón
conquistó los principados neo-hititas de Quê en la región cilicia, y Gurgum,
Milid, Kummuhu, y parte de reino de Tabal, sobre el Taurus, para convertirlos
en provincias asirias (712 a.C.); la conquista determinó el ocaso del papel
intrigante de Mitâ, aliado de Urartu, contra Asiria.
Asentado su dominio sobre el centro y norte de
Mesopotamia, Sargón emprendió la conquista de Babilonia. La región, vinculada
antaño con Asiria, había conseguido la independencia, como dijimos, gracias a
la confusión que envolvió la ascensión de Sargón y al auxilio elamita, sin que
las tropas asirias pudieran someterla por las armas (721/720 a.C.). El rey de
Babilonia, Marduk-apla-iddina, jefe de la tribu caldea de Bît-Iakîn, había
reunido bajo su cetro a las tribus caldeas instaladas en el territorio del
antiguo País de Sumer (721-710 a.C.). Cuando Sargón invadió Babilonia,
Marduk-apla-iddina se refugió en la fortaleza de Dûr Iakîn, bastión de su
propia tribu (712 a.C.). Más tarde (710 a.C.), buscó refugio en Elam, su
aliado. Sargón entró en Babilonia (710 a.C.); con intención de certificar su
autoridad “tomó la mano de Bêl”, dios tutelar de Babilonia, para manifestar la
solidaridad del dios caldeo con su dominio sobre las tierras babilónicas. La
conquista de Babilonia aterrorizó a los reinos circundantes que se apresuraron,
temerosos de sucumbir ante Asiria, a rendir pleitesía ante Sargón. Así lo hizo Mitâ,
antiguo aliado de Urartu durante las intrigas de los reinos neo-hititas contra
Asiria; Upêri, rey de Dilmun, enclave comercial en el Mar Rojo, frente a la
península de Qatar; y los monarcas de Iatmana, antiguo nombre de Chipre,
intermediarios del comercio en el Egeo y productores de cobre.
Durante los años que median entre la
conquista de Carquemish, la obtención
del dominio sobre los principados neo-hititas y la sumisión de Babilonia, Sargón
edificó una nueva residencia al noroeste de Nínive, Dûr Sarrukîn, literalmente
“fortaleza de Sargón” (717-706 a.C.). La nueva residencia permitía al monarca
distanciarse de la corte de Kahlu, ámbito de intrigas palaciegas, para poder
gobernar, sin las ataduras de la antigua nobleza aun carente de reforma
administrativa, sobre la inmensidad de Asiria. La emblemática Dûr Sarrukîn
conformaba un cuadrado rodado por una muralla (1,5x1,5 km); al norte, una
muralla interior circundaba la ciudadela que albergaba el palacio real, el
templo de Nabû, y un solemne zigurat. La altura a que se alzaba la morada real junto
a las esculturas de toros androcéfalos que guarnecían las puertas enfatizaban
la autoridad de Sargón. Sin duda, Dûr Sarrukîn significaba la cumbre del
segundo renacimiento asirio, pero también quería apuntalar la legitimidad del
rey que había subido al trono en medio de las intrigas de la corte de Kahlu.