lunes, 18 de julio de 2016

UGARIT Y LA BIBLIA


                                                     Francesc Ramis Darder
                                                     bibliayoriente.blogspot.com


EL COMBATE ENTRE BA’LU Y MôTU.

3.1.Síntesis.

Cuando Ba’lu hubo vencido a Yammu, volvió a proclamarse rey de los dioses; pero la derrota de Yammu determinó también la caída de Môtu, el dios de la muerte y la esterilidad. Dolido de la derrota, Môtu entona un lamento por su desgracia; entonces la asamblea de los dioses, encabezados por Gapnu y Ugaro, comunican a Ba’lu el mensaje de Môtu: “Venga, desciende tú a las fauces del divino Môtu”; el hecho de descender a las fauces de Môtu, sugiere la sumisión de Ba’lu a Môtu, sumisión consentida por la autoridad de Ilu, el dios supremo. Los dioses comunicaron a Môtu la sumisión de Ba’lu; dicen las deidades a Môtu en nombre de Ba’lu: “¡Salve, divino Môtu, siervo tuyo soy para siempre!”.

    Atento a la autoridad de Ilu, Ba’lu desciende al abismo para sorber la muerte. Encerrado en el abismo, los dioses certifican su muerte: “¡Muerto está Ba’lu, el Victorioso, pereció el Príncipe, Señor de la tierra!”. Entonces, Ilu, el Bondadoso, exclamó preocupado: “¡Ba’lu está muerto! ¿Qué será del pueblo?”. También Anatu, hija de Ilu, cubierta con la túnica ritual, metáfora del luto, clamó con dolor: “¡Ba’lu está muerto! ¿Qué será de este pueblo?”. Ahíta de llanto, pidió a la Luminaria de los dioses, Sapsu, que llevara a Ba’lu hasta la cumbre de Sapanu, la montaña sagrada; allí ofició un gran sacrificio fúnebre para llorar y sepultar a Ba’lu en la caverna de los dioses de la tierra.

    Aunque Ilu había lamentado el ocaso de Ba’lu con las mismas palabras que Anatu, ésta duda de la sinceridad de Ilu; pues Anatu, presentándose en la morada de Ilu, denuncia la alegría de Atiratu, esposa de Ilu, y sus hijos por la muerte de Ba’lu. La desaparición de Ba’lu obliga a buscar otro dios para convertirlo en rey de los dioses, por eso Ilu solicita de Atiratu, la Gran Dama, la entrega de uno de sus hijos para convertirlo en rey. Tras un breve diálogo, responde la Gran Dama, Atiratu, diciendo: “¡Hagamos rey  a Attaru, el Terrible!”. Sin embargo, cuando Attaru, el dios del desierto, subió a las cumbres del Sapanu y se sentó en el trono de Ba’lu, se vio incapaz de emprender la tarea.

    Entonces Anatu decide emprender la búsqueda de Ba’lu para restituirlo como rey. Anatu exige a Môtu que le devuelva a Ba’lu, su hermano; Môtu le responde: “Encontré a Ba’lu, el Victorioso, yo mismo le puse como cordero en mi boca, quedó triturado”. Anatu partió con un cuchillo a Môtu; lo trituró en el campo para que los pájaros devoraran su carne. La muerte de Môtu supone la resurrección de Ba’lu.

    Ahora bien, es necesario buscar a Ba’lu y encontrarlo para que pueda ceñir la corona; por eso Ilu ordena a Sapsu, la Luminaria de los dioses, que auxilie a Anatu, la Virgen, en el proceso de búsqueda. Las deidades encuentran a Ba’lu, pero antes de empuñar el cetro debe derrotar a Môtu. El combate es muy violento: “Môtu era fuerte, Ba’lu era fuerte; se arrastraron como alazanes”. De pronto, Sapsu advierte a Môtu, diciéndole: “¿Cómo puedes pelearte con Ba’lu? […] Ilu […] de seguro […] romperá tu cetro de mando”. Entonces Môtu, temeroso de las invectivas de Ilu, se humilló ante Ba’lu que fue entronizado de nuevo como rey, rodeado de dioses y de hombres.

    El colofón del poema sella el trabajo del escriba: “El escriba fue Ilimilku, subbaní, discípulo de Attanu-Purlianni, Sumo Sacerdote, Pastor Máximo, Inspector de Niqmaddu, Rey de Ugarit, Señor Formidable, Provisor de nuestro sustento”.


3.2.Comentario.

El episodio es estrictamente mítico; los hombres no desempeñan papel alguno, solo figuran en las últimas líneas como redactores y espectadores de la lucha entre los dioses. No aborda la cuestión del orden del cosmos, expuesta en el “combate entre Ba’lu y Yammu”, sino la cuestión existencial de la vida y la muerte. Recoge el aspecto agrícola de la civilización cananea; bajo la mirada de Ba’lu afloraría la estación fértil, mientras la figura de Môtu ocultaría la época de la esterilidad del campo. Sin embargo, el objetivo del mito no se constriñe a la explicación de la fertilidad o esterilidad de la tierra; pues recogiendo el trasfondo de la cultura agrícola, certifica el triunfo de la vida sobre la las garras de la muerte. Así Môtu, el dios del abismo, símbolo de la muerte, representa cualquier fuerza que aniquile la vida, mientras Ba’lu, el dios de la lluvia y sobre todo del cielo, personifica toda fuerza que alumbra y fortifica la vida. Así el mito ensalza el tesón de Ilu, el dios supremo, en favor de la vida, contra la pretensión de un dios secundario, Môtu, empeñado en la victoria de la muerte; la opción de Ilu, el dios principal, estriba en favorecer la vida mediante la victoria de Ba’lu sobre las zarpas de la muerte, representada por Môtu. Cabe destacar tres aspectos que insinúan el pálpito del mito entre las páginas de la Escritura.

    Primero: La cosmología hebrea, heredera de la cananea, situaba bajo la tierra un gran habitáculo, el Sheol; cuando alguien moría, su ‘espíritu’ descendía al Sheol para llevar una vida umbrátil (Sal 16,10). Como ocurrió con Môtu que trituró a Ba’lu, el AT desvela que el Sheol “ha ensanchado sus fauces, abre la boca sin medida; allí bajan los nobles y la gente (en este caso metáfora de los injustos)” (Is 5,14); en el Sheol se consumen los idólatras, representados por el rey de Babilonia (Is 14,3-23).

    Segundo: A pesar de la dureza del Sheol, el AT ensalza el triunfo de la vida sobre la intriga de la muerte, como hace la teología cananea. Por eso dice el Señor a sus fieles: “Revivirán tus muertos, los cadáveres se levantarán; se despertarán jubilosos los habitantes del polvo, pues rocío de luz es tu rocío, y los muertos resurgirán de la tierra” (Is 26,19). El AT recoge la pasión del Dios Ilu por el triunfo de la vida, pero no la vincula a un combate entre dioses, como la lucha entre Ba’lu y Yammu. Adscribe al triunfo de la vida a la opción del Señor, el único de Dios, a favor del ser humano, imagen y semejanza divina entre la armonía del cosmos (Gn 1,26).

    Tercero: La resurrección de Jesús constituye el paradigma del triunfo definitivo de la vida sobre la muerte. Desde esta perspectiva, sentencia el libro de los Hechos: “Dios, sin embargo, lo resucitó (a Jesús), rompiendo las ataduras de la muerte, pues era imposible que ésta lo retuviera en su poder” (Hch 2,24); y Pablo, atento a la resurrección del Señor enfatiza la derrota definitiva de la muerte: “La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?” (1Cor 15,54). Ahora bien, el triunfo de la vida no brota del combate entre dioses, como señala la mitología cananea, ni se reduce a certificar la autoridad divina sobre el poder de la muerte. La resurrección del Señor, paradigma de la victoria de la vida sobre la muerte, modela la conducta cristiana, como señala Pablo: “Tened los sentimientos que corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús. El cual […] se hizo obediente hasta la muerte […] por eso Dios lo exaltó […] por encima de todo nombre” (Flp 2,5-11).



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