La espiritualidad del Adviento se caracteriza por la alegría; por eso, la
antífona que abre la celebración eucarística, entresacada de la Carta a los
Filipenses, constituye una invitación a la alegría: “Alegraos siempre en el
Señor, os lo repito, alegraos”. Ahora bien, la alegría cristiana no consiste en
la superficialidad del simple “estar contento”, ni del optimismo ciego ante la
adversidad de la vida. Como sabemos y la Escritura reitera, la vida nunca es
fácil; así lo sentencia el libro de Job: “El hombre […] corto de días y harto
de inquietudes, como flor se abre y se marchita, huye como la sombra sin parar”
(Job 14,1).
La alegría cristiana no reposa
en un estado psicológico, más o menos placentero. La alegría cristiana brota de
la convicción que confiere la fe; nace de la seguridad que supone creer, como
dice san Pablo, que “el Señor está cerca” (Flp 4,5). Como certifica el lenguaje
bíblico, la locución “el Señor está cerca” significa que Dios nos ama, sea cual
sea la situación de nuestra vida. Significa que el Señor confía en nosotros,
sean cuales sean nuestras limitaciones, para plantar la semilla del Reino de
Dios. Significa que Dios no permitirá que seamos tentados por encima de
nuestras fuerzas; es decir, no permitirá que la adversidad, por dura que sea,
quiebre del todo nuestra vida. La alegría cristiana nace de la convicción de
que nuestra vida reposa en las buenas manos de Dios, y en la certeza de que
ninguna contrariedad podrá abatir nuestra existencia; por eso decía san Pablo:
“Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Flp 4,13).
Cuando Juan Bautista, el
precursor de Jesús, predicaba en Judea, anunciaba al pueblo la alegría que nace
de la fe. Como dice la lectura de hoy: “anunciaba al pueblo el Evangelio”; pues
la vivencia del Evangelio engendra la alegría cristiana. ¿Qué significa la
palabra “Evangelio”? La palabra “Evangelio” procede de la lengua griega y
significa “Buena Noticia”. No se refiere
a una buena noticia cualquiera; es la Buena Noticia que tiene la fuerza para
mejorar radicalmente la existencia de quien la escucha. Quizá con un ejemplo
podamos entenderlo mejor. Los habitantes de la ciudad de Pirenne, situada en
Asia Menor, decidieron erigir un monumento al emperador romano Augusto, que
tanto les había ayudado. Al pie del monumento, colocaron la siguiente
inscripción: “El día de la coronación del emperador Augusto ha sido una Buena
Noticia para nuestra ciudad”. La coronación de Augusto no fue tan solo buena
noticia porque fuera un acontecimiento solemne; sino porque la coronación del
emperador supuso un gran progreso para la ciudad, pues Augusto emprendió obras
públicas que mejoraron la ciudad y la vida de sus habitantes.
Así pues, cuando Juan predicaba el Evangelio a
los judíos, les anunciaba la Buena Noticia que tiene fuerza suficiente para
trasformar la vida de quien la escucha. Y ¿cuál es la Buena Noticia que Juan
anunciaba? Juan proclamaba la llegada de Jesús y preludiaba el contenido de su
mensaje salvador. Juan dibujaba a Jesús como el Mesías esperado por el pueblo
judío. Como sabemos, los judíos, agobiados por tantos problemas, imploraban la
llegada del Mesías; suplicaban la llegada del salvador que devolviera la paz al
país y la calma al corazón humano. Juan decía a los judíos: “(Jesús) es el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29), y reiteraba: “Él os
bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Lc 3,16); explicado con lenguaje más
sencillo, Juan decía a la gente: ‘el Mesías que esperáis, el Salvador que
deseáis que llegue, es Jesús de Nazaret’.
Juan proclamaba el advenimiento
de Jesús, a la vez que anunciaba el mensaje salvador. Como hacía Jesús, Juan
predicaba la misericordia. Como sabemos, la misericordia difiere de la lástima.
¿Qué significa sentir lástima? Pongamos un ejemplo; veo alguien que sufre, mi
corazón se agita ante el penar, incluso me cae una lágrima, pero paso de largo
sin ayudar a quien padece. ¿Qué implica la misericordia? Reiteremos el ejemplo;
veo a quien sufre, el corazón se conmueve, tal me salte una lágrima, pero,
además de eso, me acerco para auxiliar a quien padece. La misericordia no es
solo un sentimiento, es la actitud que dispone mi vida para ayudar a los demás,
con los medios y las posibilidades que tengo.
La misericordia no solo debe
practicarse para paliar las grandes catástrofes, como puedan ser terremotos o
inundaciones, debe vivirse en los acontecimientos de la vida cotidiana. Juan
Bautista daba consejos sencillos: quien tenga dos túnicas, que comparta una;
quien tenga comida suficiente que la comparta; los funcionarios que hagan bien
su trabajo; quienes sean soldados que se conformen con su sueldo, sin
extorsionar a nadie. La práctica de la misericordia en los acontecimientos de
la vida cotidiana nos convertirá en testigos de la misericordia de Dios entre
nuestros hermanos.
En la Eucaristía que celebramos,
presencia de Dios entre nosotros, pidamos al Señor que nos convierta en
cristianos alegres; personas que con su forma de vida y la convicción de su
palabra, transmiten en el mundo el gozo el Evangelio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario