Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
El Adviento es el tiempo en que preparamos nuestra vida para encontrarnos
con el Señor, por eso es el tiempo de la esperanza; pues Jesús que nacerá entre
nosotros en Navidad volverá al final de la historia para instaurar plenamente
el Reino de Dios.
Entre las páginas del Antiguo Testamento, que leemos
durante el Adviento, aparecen personajes que anuncian la llegada de Jesús, el
Mesías salvador. Decía el profeta Miqueas, en nombre de Dios, a la gente de su
tiempo: “Belén Efratá […] de ti saldrá el que ha de gobernar Israel, Él será la
paz”; con sus palabras, el profeta anunciaba el advenimiento de Jesús, el
salvador que trae la paz, la justicia, el perdón y la misericordia. Juan el Bautista
también anunció la presencia de Jesús, el Mesías salvador, entre los judíos de
su tiempo. Les decía: “El que viene detrás de mi […] os bautizará con Espíritu
Santo y fuego” (Lc 3,16); expresado en lenguaje más coloquial, Juan anunciaba a
los judíos que Jesús les abriría las puertas del encuentro personal con Dios,
encuentro anhelado por la comunidad hebrea y por todo ser humano.
Los profetas y Juan el Bautista
esperaron con entusiasmo el advenimiento de Jesús. Ahora bien, quien más lo
esperó, incluso materialmente hablando, fue la virgen María; pues ella, con
inefable amor de madre, llevó a Jesús en sus entrañas hasta el día gozoso en
que lo entregó al mundo en el pesebre de Belén, como había anunciado el profeta
Miqueas. María es el modelo cristiano de la esperanza del Adviento. Observando
como María vivió durante el tiempo en que esperó a Jesús, podemos entrever las
actitudes que debemos adoptar para esperar la llegada salvadora de Jesús a
nuestra vida.
Después de recibir el anuncio del
ángel Gabriel en Nazaret, María quedó encinta de Jesús. Ahora bien y como
relata el evangelio, “en aquellos mismos días” María se puso en camino hacia
una aldea de Judá donde vivía su prima Isabel. El objetivo de la visita
estribaba en ayudar a Isabel que, entrada en años, había concebido un hijo, el
futuro Juan Bautista. La entrega de María desvela su actitud misericordiosa. Estando
embarazada, María emprendió un viaje de varios días, por caminos inciertos y
peligrosos, desde Nazaret de Galilea hasta la aldea de Ain Karem, en Judea,
para auxiliar a Isabel. Como dice el Evangelio, María estuvo con Isabel “unos
tres meses”. El tiempo de servicio que pasó en casa de Isabel no debió ser
fácil, pues Zacarías, esposo de Isabel, había quedado mudo, lo que dificultaba
la administración de la hacienda.
La decisión de María para auxiliar a su prima
Isabel atestigua la vivencia de la misericordia que la caracterizó durante toda
su vida. Recodemos que la misericordia no se reduce a un sentimiento de buena
voluntad, implica la decisión de entregarnos a nosotros mismos para ayudar a
nuestro prójimo en aquello que necesite. María, sin dudarlo un instante, viajó
a Judea para auxiliar a su prima Isabel; ahí late el primer aspecto de la
actitud misericordiosa de María, la decisión de servir a su prima.
No obstante, el evangelio destaca
un segundo aspecto de la vivencia misericordiosa de la Virgen. Cuando María
saludó a Isabel, la criatura que su prima portaba en el seno, Juan Bautista,
saltó de alegría en las entrañas de su madre. Entonces Isabel, llena de
Espíritu Santo, dijo a María: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el
fruto de tu vientre”!, y añadió: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de
mi Señor?”. Bajo la palabra “Señor” aflora la identidad de Jesús, escondido en
las entrañas de María; y tras la figura de Isabel y el hijo que lleva en su
seno, Juan Bautista, despunta la identidad del pueblo judío que tanto esperaba
la llegada del Mesías. Cuando María acude a casa de Isabel para servirla,
introduce en aquel hogar la presencia de Jesús, el Señor.
La misericordia consiste en la
decisión de entregarnos al servicio de nuestro prójimo, pero también supone el
empeño por entregar a nuestros hermanos lo mejor que tenemos. Lo mejor que
María tiene es la persona de Jesús, escondido en sus entrañas, por eso lo
entrega a Isabel y Juan Bautista para que sientan el gozo del advenimiento del Mesías
esperado. Como hizo María, la mejor vivencia de la misericordia que los
cristianos podemos ofrecer a nuestro mundo es presentarle a Jesús, tanto con la
valentía de nuestra palabra como con el testimonio fehaciente de nuestras
obras.
A quien más beneficia la vivencia
de la misericordia es a quien la práctica con fidelidad; por eso dice Isabel a
María: “Feliz tu que has creído”. A menudo buscamos la felicidad en momentos
efímeros y en cosas caducas, cuando la felicidad brota de la vivencia de la
misericordia; no en vano decía Jesús: “Hay más dicha en dar que en recibir” (Hch
20,35). La práctica de la misericordia es el cincel que esculpe nuestra vida a
imagen de Jesús hasta convertirnos en testigos de la misericordia divina en la
sociedad humana. En la Eucaristía que celebramos pidamos al Señor que nos
transforme, como a María, en testigos felices de su ternura y de su
misericordia.
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