jueves, 17 de diciembre de 2015

¿CUÁL ES LA MISIÓN DE LA VIRGEN MARÍA?

                                                                       Francesc Ramis Darder
                                                                       bibliayoriente.blogspot.com


El Adviento es el tiempo en que preparamos nuestra vida para encontrarnos con el Señor, por eso es el tiempo de la esperanza; pues Jesús que nacerá entre nosotros en Navidad volverá al final de la historia para instaurar plenamente el Reino de Dios.

    Entre las páginas del Antiguo Testamento, que leemos durante el Adviento, aparecen personajes que anuncian la llegada de Jesús, el Mesías salvador. Decía el profeta Miqueas, en nombre de Dios, a la gente de su tiempo: “Belén Efratá […] de ti saldrá el que ha de gobernar Israel, Él será la paz”; con sus palabras, el profeta anunciaba el advenimiento de Jesús, el salvador que trae la paz, la justicia, el perdón y la misericordia. Juan el Bautista también anunció la presencia de Jesús, el Mesías salvador, entre los judíos de su tiempo. Les decía: “El que viene detrás de mi […] os bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Lc 3,16); expresado en lenguaje más coloquial, Juan anunciaba a los judíos que Jesús les abriría las puertas del encuentro personal con Dios, encuentro anhelado por la comunidad hebrea y por todo ser humano.

    Los profetas y Juan el Bautista esperaron con entusiasmo el advenimiento de Jesús. Ahora bien, quien más lo esperó, incluso materialmente hablando, fue la virgen María; pues ella, con inefable amor de madre, llevó a Jesús en sus entrañas hasta el día gozoso en que lo entregó al mundo en el pesebre de Belén, como había anunciado el profeta Miqueas. María es el modelo cristiano de la esperanza del Adviento. Observando como María vivió durante el tiempo en que esperó a Jesús, podemos entrever las actitudes que debemos adoptar para esperar la llegada salvadora de Jesús a nuestra vida.

    Después de recibir el anuncio del ángel Gabriel en Nazaret, María quedó encinta de Jesús. Ahora bien y como relata el evangelio, “en aquellos mismos días” María se puso en camino hacia una aldea de Judá donde vivía su prima Isabel. El objetivo de la visita estribaba en ayudar a Isabel que, entrada en años, había concebido un hijo, el futuro Juan Bautista. La entrega de María desvela su actitud misericordiosa. Estando embarazada, María emprendió un viaje de varios días, por caminos inciertos y peligrosos, desde Nazaret de Galilea hasta la aldea de Ain Karem, en Judea, para auxiliar a Isabel. Como dice el Evangelio, María estuvo con Isabel “unos tres meses”. El tiempo de servicio que pasó en casa de Isabel no debió ser fácil, pues Zacarías, esposo de Isabel, había quedado mudo, lo que dificultaba la administración de la hacienda.

    La decisión de María para auxiliar a su prima Isabel atestigua la vivencia de la misericordia que la caracterizó durante toda su vida. Recodemos que la misericordia no se reduce a un sentimiento de buena voluntad, implica la decisión de entregarnos a nosotros mismos para ayudar a nuestro prójimo en aquello que necesite. María, sin dudarlo un instante, viajó a Judea para auxiliar a su prima Isabel; ahí late el primer aspecto de la actitud misericordiosa de María, la decisión de servir a su prima.

    No obstante, el evangelio destaca un segundo aspecto de la vivencia misericordiosa de la Virgen. Cuando María saludó a Isabel, la criatura que su prima portaba en el seno, Juan Bautista, saltó de alegría en las entrañas de su madre. Entonces Isabel, llena de Espíritu Santo, dijo a María: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre”!, y añadió: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”. Bajo la palabra “Señor” aflora la identidad de Jesús, escondido en las entrañas de María; y tras la figura de Isabel y el hijo que lleva en su seno, Juan Bautista, despunta la identidad del pueblo judío que tanto esperaba la llegada del Mesías. Cuando María acude a casa de Isabel para servirla, introduce en aquel hogar la presencia de Jesús, el Señor.

     La misericordia consiste en la decisión de entregarnos al servicio de nuestro prójimo, pero también supone el empeño por entregar a nuestros hermanos lo mejor que tenemos. Lo mejor que María tiene es la persona de Jesús, escondido en sus entrañas, por eso lo entrega a Isabel y Juan Bautista para que sientan el gozo del advenimiento del Mesías esperado. Como hizo María, la mejor vivencia de la misericordia que los cristianos podemos ofrecer a nuestro mundo es presentarle a Jesús, tanto con la valentía de nuestra palabra como con el testimonio fehaciente de nuestras obras.

    A quien más beneficia la vivencia de la misericordia es a quien la práctica con fidelidad; por eso dice Isabel a María: “Feliz tu que has creído”. A menudo buscamos la felicidad en momentos efímeros y en cosas caducas, cuando la felicidad brota de la vivencia de la misericordia; no en vano decía Jesús: “Hay más dicha en dar que en recibir” (Hch 20,35). La práctica de la misericordia es el cincel que esculpe nuestra vida a imagen de Jesús hasta convertirnos en testigos de la misericordia divina en la sociedad humana. En la Eucaristía que celebramos pidamos al Señor que nos transforme, como a María, en testigos felices de su ternura y de su misericordia.



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