Francesc Ramis Darder
Juan Pablo II hizo público un mensaje de Cuaresma con un título emblemático: “La Caridad no lleva cuanta del mal”.
El lema está tomado de la página del Nuevo Testamento que mejor habla del amor: “... el amor es paciente y bondadoso; no tiene envidia, ni orgullo ni jactancia. No es grosero ni egoísta; no se irrita ni lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta. Este amor no pasará nunca” (1Cor 13,4-8).
La Cuaresma es el camino de preparación para la Pascua; por eso nos invita a vivir intensamente la caridad, para que el domingo de resurrección podamos encontrarnos plenamente con el Dios del amor (1Ju 4,8).
El Papa invita a vivir intensamente el amor advirtiéndonos de la necesidad de tomar en serio la Eucaristía y la Reconciliación. No se limita a recordarnos la celebración de estos sacramentos, sino que nos llama a celebrarlos y a vivirlos con intensidad.
Vivir el sacramento de la Reconciliación implica que nos dejemos perdonar por Dios, pero también que sepamos perdonar al prójimo y a quien pensemos tener por enemigo. Vivir la reconciliación significa la capacidad de saber perdonarnos los errores cometidos en el pasado para aprender a construir el futuro desde la esperanza que confiere la fe.
Vivir la reconciliación supone vivir en paz consigo mismo, a la vez que compromete nuestra vida a sembrar la paz en nuestro mundo. No cualquier paz sino la paz cristiana, aquella que brota cuando existe una situación de justicia social para todos.
Vivir la Eucaristía requiere la opción por compartir y comprometer nuestra existencia con los demás. Vivir la Eucaristía implica disponer de un corazón amplio para compartir la mesa con todos, especialmente con los emigrantes y todos los que necesitan acogida, comprometer nuestra vida con los que carecen de techo y les falta el pan.
La Reconciliación y la Eucaristía son dos aspectos de la vivencia del amor, y en su celebración sacramental recibimos la gracia de Dios que se compromete con nosotros para que podamos vivir plenamente el amor. Pues amar y sentirse amado es lo único que confiere sentido a la vida, y prepara la existencia humana para el encuentro con Cristo resucitado el día de Pascua.
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