Francesc Ramis Darder
Fijémonos en un texto concreto: “Los Diez Leprosos” (Lc 17, 11-19). Jesús se encuentra con diez hombres leprosos y les dice “id a presentaros a los sacerdotes”. Mientras iban de camino quedaron “purificados” de la lepra; uno de ellos, notando que estaba “curado”, se volvió alabando a Dios a grandes voces, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.
Los israelitas llamaban lepra a las enfermedades que producían manchas en la piel (Lv 13). Los sacerdotes determinaban quien era leproso observando si había manchas sobre la piel, por eso Jesús los manda al sacerdote para que verifique la curación. La lepra se consideraba un castigo divino (Nm 12, 9, 16). Los leprosos eran expulsados de los pueblos (Lv 13, 45 ss) y vivían miserablemente en descampado, su única esperanza radicaba en llegada del Mesías que acabaría con la cruel enfermedad (Lc 7, 22).
“Mientras iban de camino quedaron purificados de la lepra, uno de ellos notando que estaba curado...”. Nueve han sido “purificados” pero sólo uno “curado”. La “purificación” representa un cambio externo; el leproso tenía manchas en la piel y ahora no. Los nueve “purificados” han visto en Jesús a alguien especial capaz de conferirles un cambio exterior. En cambio la “curación” denota una transformación interior que se manifiesta externamente. Las manchas han desaparecido, como en los otros nueve, pero a través de la desaparición de las manchas el leproso curado no ha visto en Jesús solamente a un personaje prodigioso, sino que ha percibido la misma presencia de Dios: ese es el auténtico milagro.
El verdadero milagro no consiste en el cese de la enfermedad, sino en descubrir a través de la desaparición de la dolencia la presencia de Dios que “cura”. Para el AT Dios es el único capaz de curar profundamente “Yo soy Yahvé el que te cura” (Ex 15, 26). El leproso curado se prosterna. Prosternarse, echarse en tierra ante alguien, implica reconocer la manifestación de la divinidad. Para este leproso ha acontecido un milagro, a través de la eliminación de la lepra ha captado en Jesús la presencia del Dios que cura la enfermedad y la angustia de ser humano.
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