Francesc Ramis Darder
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El
SERVICIO DEL MINISTERIO ORDENADO EN UNA IGLESIA EN MINORÍA
Francesc Ramis Darder
“Todas
las épocas son inmediatas a Dios”
L.
von Ranke.
La
exposición que me han invitado a compartir llevar por título “El servicio del
ministerio ordenado en una Iglesia en minoría”. Antes de empezar, me permitirán
que haga un pequeño matiz en el título. Cambiaré el término “minoría”, que hace
referencia sobre todo al aspecto numérico de los cristianos en la sociedad, por
la locución “Resto de Israel”, de cariz bíblico. La noción “Resto de Israel”
alude a la levadura que, aunque sea poca, cuando se mezcla con la masa hace
fermentar la harina hasta convertirla en pan para alimentar al ser humano.
Recordemos que la misión de la Iglesia, ya sea en mayoría o en minoría, no
consiste en organizar espectáculos para entretener a la gente; y concretamente
la tarea del ministerio ordenado, no estriba en entretener a los feligreses. La
tara de los cristianos y especial del ministerio ordenado radica en ser
fermento de las comunidades cristianas para que siembren en el corazón de la
sociedad la semilla del evangelio que abrirá las puertas del sociedad al
advenimiento del Reino de Dios. Así podríamos adoptar el título siguiente: “el
servicio del ministerio ordenado en una Iglesia llamada a ser resto de Israel
en la sociedad humana”.
Adoptado el título, establecemos el
objetivo de la exposición. Vamos a compartir como nuestro ministerio ordenado,
sacerdotes y diáconos, debe tomar el aspecto del Resto de Israel para que nos
convirtamos, seamos muchos o pocos, en fermento de comunidades cristianas que
hacen fermentar la sociedad hacia la eclosión del Reino de Dios. Comenzaremos
la exposición realizando un sencillo esbozo de los desafíos que la sociedad
actual plantea a la difusión del evangelio; después, expondremos el contenido
bíblico de la expresión “Resto de Israel”; acto seguido, veremos algunas
ocasiones en que la comunidad israelita, especialmente cuando era reducida, se
transformó en Resto de Israel; seguidamente, esbozaremos como nuestro
ministerio ordenado debe adoptar el aspecto del Resto de Israel para que
podamos convertirnos en fermento de nuestras comunidades, unas breves
conclusiones pondrán fin a la redacción.
1.Esbozo
de la realidad actual y su desafío para el Evangelio.
Como sabemos, la cuestión de Dios ha sido durante
siglos el elemento que confería el más pleno sentido a la vida del hombre
occidental; el mundo parecía encantado y la religiosidad lo impregnaba todo. En
general, la vida humana deambulaba por la senda de la providencia y el fin
último de la vida de la mayoría social radicaba en el encuentro personal con
Dios en el cielo. En ese ámbito, el papel del ministerio ordenado, en nuestras
tierras, ceñido sobre todo al orden presbiteral, parecía claramente orientado
al pastoreo de las almas y a la labor sacramental, ampliamente aceptada por la
comunidad cristiana y dotada de reconocimiento social. Ahora bien, con el paso
del tiempo y la penetración del nihilismo, el cristianismo deja de ser el
horizonte que colma la vida de sentido; para convertirse en muchos casos tan
solo en una cuestión tradicional, la fe de los abuelos, o cultural, un conjunto
de monasterios y catedrales con un rico patrimonio histórico, o relacional,
cuantas primeras comuniones o bautizos no son más que un trámite. La comunidad
cristiana fiel va convirtiéndose cada vez más en una minoría social; como
decíamos antes y adoptando la terminología bíblica, en el resto de Israel que
intenta hacer germinar la semilla del evangelio en la sociedad actual.
La
filosofía nietzscheana, embrión del pensamiento nihilista moderno, anuncie ya el
crepúsculo de Occidente, o sea, el ocaso definitivo de la forma cristiana de
vivir que ha dado forma a la sociedad occidental. La constante alusión
nihilista a la muerte de Dios certifica la desaparición del sentido y la
consecuente disolución de la forma de vivir que fue capaz de conferir identidad
y vivencia cristiana a nuestra cultura. Como comenta reiteradamente el filósofo
Gianni Vattimo, uno de los aspectos más significativos, entre otros, de la
filosofía del siglo XX e inicios del XXI es que constituye un comentario al
pensamiento nihilista que, lentamente, va enseñoreándose de la sociedad
occidental contemporánea. En el mismo sentido, deambula parte de la filosofía
española; ejemplo actual, es el último premio anagrama de ensayo, José Luís
Pardo en su obra “Estudios del malestar”.
Sin embargo y como también constatamos, aunque
el nihilismo parezca imponerse, todo ser humano precisa horizontes que puedan
llenar su vida de sentido, que llenen de sentido su percepción del mundo y el
curso de la historia; por eso, la carencia de una forma concreta que configure
la existencia humana encamina la inquietud del hombre hacia la búsqueda de
alguna forma de vivir, abre la puerta al deseo de hallar un estilo de vida
capaz de ordenar el entramado de la existencia. ¿Qué quiero decir con todo eso?
Pues lo siguiente, que cuando buscamos el sentido de nuestro ministerio
ordenado, como sacerdotes o diáconos seculares, hemos de buscarlo dentro de la
sociedad en la que vivimos y no en la que desearíamos tener; nos corresponde
evangelizar en el ámbito general de una sociedad nihilista y es precisamente a
esta sociedad la que debemos suscitar el interés por la vida cristiana.
Precisamente
ahí despunta el papel del cristianismo en el horizonte de una sociedad perneada
de nihilismo; pues la verdad cristiana configura una forma de vida que llena de
sentido la existencia humana. En una sociedad que ha perdido el horizonte de la
existencia; el cristianismo presenta una oferta de sentido, pues el
cristianismo es una buena nueva, una oferta de felicidad. En este sentido, el
mismo Nietzsche, padre del nihilismo, reconoció la identidad del cristianismo
como una “nueva forma de vida”; el filósofo no definió a Jesús y a sus
seguidores desde la categoría de “una nueva fe”, sino desde la perspectiva de
la “nueva forma de vida”. Así resuena la voz del filósofo: “No es una ‘fe’,
entendida como conjunto de datos, lo que distingue al cristiano; el cristiano
actúa, se distingue por un modo de obrar diferente”; el cristianismo es “una
nueva forma de vida, no “una nueva fe” en cuando conjunto de datos, sentenció
el maestro de la sospecha (Anticristo, 63-64).
El cristianismo es una forma de vida, por
eso la opción cristiana estriba, como es obvio, en adoptar un estilo de vida
acorde con las exigencias evangélicas; la vivencia de la Buena Nueva constituye
de por sí la mejor manera de trasmitir el mensaje cristiano en el seno de la
sociedad actual. La genuina vivencia cristiana puede sembrar el evangelio en
las entrañas de la sociedad, pues una de las características de la vida
cristiana, como señala el Nuevo Testamento, es su capacidad de transmisión, su
fuerza comunicativa y transformadora. Desde esta perspectiva, podríamos decir
que el cristianismo puede convertirse en un “valor necesario” para conformar un
estilo de vida que sustente la existencia del ser humano, tantas veces preso
entre las redes del nihilismo. Ciertamente, el Dios que palpita en la entraña
del cristianismo “no es un Dios de muertos, sino de vivos” (Mt 22,32), es el
“que resucitó a Jesús, liberándolo del poder de la muerte” (Ac 2,24). También
es el Dios capaz de llenar de sentido la existencia humana: pues sólo él “es”
(‘Yo soy en Señor y no hay otro’: Is 45,6), mientras los ídolos “no son nada”
(‘Vosotros sois nada y vuestras obras nulidad’: Is 42,24). Sólo Dios, “el que
es” (Ex 3,14) es capaz de dotar de sentido la existencia humana, mientras “los
ídolos inútiles” (Is 44,9) son incapaces de salvar al hombre del vacío que
puede envolverle (Is 44,20).
Ahora bien, surge una cuestión decisiva:
¿el cristianismo occidental está en condiciones de afrontar los retos del
nihilismo? La pregunta no es, en modo alguno, una simple cuestión retórica,
pues, como sabemos, desde hace muchos años la mención de la “evangelización” y
la referencia constante a la “nueva evangelización” está en el ápice de la
reflexión teológica y de la propuesta pastoral; y, sin embargo, el mundo
occidental, contemplado desde el horizonte sociológico, está cada vez más
alejado de la propuesta cristiana. Aunque palpite la experiencia de personas y
comunidades dotadas de una enorme fuerza vivificante, la sociedad occidental
percibe, en su mayoría, la presencia del cristianismo como algo obsoleto,
erosionado y carente de novedad.
Sin embargo, cuando contemplamos al alba
del cristianismo percibimos que el aspecto inherente a la “novedad” constituyó
una clave esencial para la difusión de la verdad cristiana. La predicación de
Jesús, caracterizada, entre otros aspectos, por la novedad de la propuesta,
suscitó la admiración de sus contemporáneos; decían sus oyentes: “¿Qué es esto?
¡Una ‘doctrina nueva (kaine)’ dotada de credibilidad (exousia)!”
(Mc 1,27; cf. 1,22). La enseñanza y la actuación de de Jesús son nuevas, en el
sentido de que no se conocía nada igual en Israel hasta entonces, son unas
enseñanzas que se imparten con credibilidad y que causan asombro.
La palabra “credibilidad (exousia)”
subraya el contraste entre la enseñanza de Jesús y la docencia de los legistas:
“la gente estaba admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con credibilidad
(exousia), y no como los maestros de la ley” (Mc 1,22). Mediante el
término “credibilidad (exousia)”, el planteamiento teológico de los
evangelios recalca que la actuación de Jesús brotó de la certeza de saberse sostenido
en las manos del Padre; en definitiva, al decir de los evangelios, la enseñanza
de Jesús está imbuida en la certeza de contener la verdad.
Los escritos paulinos remiten, sin cesar, a
la “novedad cristiana”: la invitación a imbuirse en la “vida nueva (kaine)”
(Rm 6,4), la “novedad del espíritu (kaine)” (Rm 7,6), la mención de la “nueva alianza (kaine)” (2Cor
3,6), la existencia cristiana como “nueva creación (kaine)” (Gal 6,15).
En analogía con el Maestro, la comunidad cristiana primigenia se entendió a sí
misma desde el horizonte de la novedad. No en vano, el adjetivo “nuevo”
califica la identidad de la Iglesia naciente: la “nueva Jerusalén (kaine)”
(Ap 3,12; 21,2) o la comunidad de la “nueva alianza (kaine)” (Hb 8,8),
los cristianos se identificaron desde el prisma del “hombre nuevo (kaine)”
(Ef 4,24). Así, la “doctrina nueva llena de credibilidad (kaine)” (Mc
1,27) convirtió a los seguidores de Jesús en “hombres nuevos (kaine)”
(Ef 4,24).
La enseñanza de Jesús, como acabamos de
exponer, rezumaba la “novedad cualitativa (kaine)” que procede de la
“credibilidad (exousia)”; es decir, la “verdad que brotaba del ser íntimo de Jesús” trasformaba al ser
humano en una “criatura nueva”. Esta es la fuerza trasformadora del evangelio:
la “profunda verdad (exousia)” capaz de conformar de “nuevo (kaine)”
la identidad del ser humano que injerta su vida en el misterio liberador de
Jesús (cf. Ju 15,5).
La entraña del cristianismo, posee la
“novedad (kaine)” y la “credibilidad (exousia)” capaz de ofrecer
una “forma de vida” que devuelve el “sentido de la existencia” al hombre que
deambula entre la niebla del nihilismo. No obstante, la sociedad en general no
percibe en el cristianismo occidental, como decíamos antes, ni la novedad (kaine)
ni la credibilidad (exousia) capaz de colmar el sentido de la vida. Las
causas que han erosionado el cristianismo son numerosas: unas atañen a las
disensiones internas entre los cristianos, otras proceden de de la indiferencia
social. El NT anuncia las adversidades con que topará el mensaje cristiano:
tanto los conflictos internos (Ac 5,1-11: Ananías y Safira), como las
contrariedades (Lc 21,12: el tiempo final) enturbiarán la historia cristiana
(Mt 13,24-30: trigo y cizaña), hasta el momento en que amanezca “el cielo nuevo
y la tierra nueva”, anunciados en el Apocalipsis (Ap 21,1). Aún así, la promesa
del Señor no exime a los cristianos de ofrecer al hombre, en cualquier momento
y en todo lugar, la “forma de vida”, el mensaje cristiano, que colma de sentido
la existencia humana.
Sin embargo, para que la oferta cale en el
corazón del hombre debe expresar la “novedad (kaine)” y “credibilidad (exousia)”
del evangelio (cf. Mc 1,22.27). El cristianismo puede convertirse en la oferta
válida capaz de entretejer la “forma de vida” que colme la existencia humana;
ahora bien, el desafío exige a la Iglesia la recuperación de la “novedad (kaine)”
y la “credibilidad (exousia)” propia del mensaje cristiano. Esto que
estamos diciendo del cristianismo en general se aplica perfectamente al
ministerio ordenado que vivimos todos en una Iglesia en minoría; el ministerio
ordenado debe vivirse desde la “novedad” y “credibilidad” del evangelio, si no
es así parece que hay escaso futuro tanto para las comunidades cristianas como
para el ministerio ordenado.
2.La
teología del Resto de Israel: identidad y misión.
Precisamente ahí radica la necesidad de
recuperar la figura teológica del Resto de Israel, la comunidad fiel que, a lo
largo del Antiguo Testamento, renovó constantemente la “novedad” y la
“credibilidad” del mensaje nacido de los labios del Dios liberador: “El Señor
nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo poderoso en medio de gran temor,
señales y prodigios; nos condujo a este lugar y nos dio esta tierra, que mana
leche y miel” (Dt 26,8; cf. Dt 6,20-24; Jos 24,2-13). El Resto de Israel
renueva y custodia la “novedad” y la “credibilidad” (cf. Neh 8,1-12) del
mensaje salvador, por eso ofrece al pueblo judío y a las naciones paganas una
“forma de vida” capaz de colmar el ansia del corazón hebreo y el intelecto
gentil (cf. Is 66,18-23).
A nuestro entender, el estudio de la
identidad y la misión teológica del Resto de Israel, a lo largo del Antiguo
Testamento, ilumina el desafío del cristianismo ante el envite nihilista, la necesidad
de actualizar la “novedad (kaine)” y la “credibilidad (exousia)”
del mensaje cristiano para ofrecer al hombre de nuestro tiempo una “forma de
vida” que dote de “sentido” su existencia. Evidentemente, ni las naciones
paganas ni los israelitas infieles, tan presentes en el Antiguo Testamento,
estaban atrapados en las zarpas del nihilismo; pero, como señala la Escritura,
deambulaban errantes por los vericuetos arteros de la idolatría (Num 25,1-19;
Dt 4,1-40), vivían entre las tinieblas de la ausencia de sentido que ofuscan la
existencia. Desde esa perspectiva, la voz de Isaías describe con el más amargo
de los acíbares la identidad de los idólatras: “vosotros sois nada, y vuestras
obras, una nulidad” (Is 41,24).
Antes de adentrarnos en la exposición
inherente a la identidad y misión teológica del Resto de Israel, conviene que
precisemos la distinción entre dos conceptos parejos: “resto” y “residuo”.
Aunque parezca pueril, nos atendremos a un ejemplo sencillo y pedagógico, el
ejemplo de la semilla.
Imaginemos que nos encontramos en el campo
junto a unas gramíneas al borde del camino. Observamos que las semillas de las
plantas han caído y yacen en tierra. Simplificando las cosas, podríamos decir
que a las semillas les aguardan dos posibilidades contrapuestas. Algunas,
cubiertas de tierra y empapadas de agua, fructificarán y engendrarán una nueva
planta; otras, serán recogidas por las hormigas, almacenadas en el hormiguero,
y devoradas durante el invierno.
Como sabemos, cuando plantamos una semilla
en tierra húmeda, germina rápidamente.
El proceso biológico es muy preciso. Abreviando la descripción, podríamos decir
que la semilla se compone de “germen” y “gluten”. Conforman el “germen” un
conjunto de células que, en contacto con la tierra mojada y a la temperatura
idónea, desencadenan el nacimiento del nuevo vegetal. El “gluten”, junto con el
agua, proporciona los nutrientes necesarios para que el “germen” inicie y
mantenga el proceso embrionario del desarrollo vegetal. Mientras el “gluten” se
consume, el “germen” se transforma en el embrión de la nueva planta. Como hemos
observado, las hormigas, durante el verano, llenan el hormiguero con las
semillas que les servirán de alimento a lo largo del invierno. Las semillas
están enterradas en el hormiguero y, debido a las lluvias, están en contacto
con el agua; pero, por mucha tierra que las sepulte y agua que las empape, las
semillas nunca llegan a germinar. ¿Por qué? Cuando las hormigas introducen las
semillas en el hormiguero, destruyen el “germen”; de ese modo, a la semilla,
incapaz de germinar, sólo le aguarda la extinción, pues si no se la comen las
hormigas, acabará descomponiéndose en la tierra, incapaz de engendrar una nueva
planta.
A simple vista, no podemos distinguir una
semilla capaz de engendrar una planta de otra que, mordida por las hormigas, ha
perdido el germen y es incapaz de alumbrar un nuevo vegetal; ambas parecen
iguales, pero en realidad son muy distintas. Mientras una engendrará la vida, a
la otra le aguarda la extinción. Las semillas que conservan el germen y que,
empapadas en tierra, engendrarán un nuevo vegetal constituyen, metafóricamente,
el “resto” de las semillas; las que se amontonan en el hormiguero, conforman un
“residuo”, han perdido el germen, la posibilidad de convertirse en una nueva
planta.
Agucemos el sentido de la alegoría, apelando
desde la sugerencia de la metáfora a los conceptos de “novedad” y
“credibilidad” que antes hemos reseñado. Desde la perspectiva simbólica, las
semillas que componen el “resto” están dotadas de “credibilidad” y “novedad”,
pues en sí mismas contienen el “germen (credibilidad/fuerza)” que engendrará
una “nueva” planta, productora a su vez de nuevas semillas. Las semillas que
constituyen el “residuo” carecen de “credibilidad” y “novedad”, pues, huérfanas
de germen, no pueden engendrar un nuevo vegetal. A través del “resto” siempre
puede amanecer la vida, mientras el “residuo” está condenado al ocaso
definitivo.
En analogía con el ejemplo de las semillas,
la comunidad hebrea que conforma el Resto de Israel no constituye un “residuo”;
no se constriñe a un grupo israelita que, acosado por la idolatría o la
persecución, aguarda la extinción definitiva. La mención del Resto de Israel
define la identidad de la comunidad hebrea dotada de “novedad (kaine)” y
“credibilidad (exousia)”: el Resto de Israel conforma la comunidad que,
a pesar del acoso de la idolatría o la barbarie de la persecución, conserva la
“novedad” y la “credibilidad” capaz de ofrecer a la asamblea judía y a las
naciones paganas una “forma de vida” que llene de “sentido” su singladura por
el mar de la historia, sean los tiempos favorables o adversos. Desde la
perspectiva sociológica, quizá fuera difícil distinguir el Resto de Israel de
lo que podemos denominar el Residuo de Israel, pero, desde el prisma teológico
la diferencia es esencial. El Resto de Israel goza de la “credibilidad” capaz
de engendrar la “novedad” que ofrece una “forma de vida” que colma de “sentido”
la existencia de la comunidad judía e ilumina el devenir de las naciones. A
modo de contrapartida, el supuesto Residuo de Israel, sería incapaz de
auspiciar cualquier “forma de vida” capaz de conferir “sentido” a la historia
judía y al periplo de los gentiles; el Residuo de Israel iría disolviéndose en
las aguas cenagosas de la idolatría, metáfora de la “carencia de sentido” que
ahoga la existencia humana.
Volvamos por un instante al ejemplo de las
semillas. Desde el ángulo simbólico, una semilla perteneciente al “resto” goza
de “credibilidad” para engendrar una “nueva” planta. Ahora bien, la semilla por
si misma no engendra el germen que la dota de “credibilidad” y “novedad”, el
gluten no puede producir ningún tipo de germen, sólo la planta madre conforma
el germen y el gluten de la semilla. Diríamos, valiéndonos una vez más de la
alegoría, que el germen le “han sido dado” a la semilla por la planta madre que
la engendró. Regresemos ahora al cauce de la reflexión sobre el Resto de
Israel. Como sucedía analógicamente con la semilla, el Resto de Israel no gesta
por sí mismo la “credibilidad” y la “novedad” que definen su naturaleza. Desde
la perspectiva teológica, la “credibilidad” y la “novedad” que palpitan en el
alma del Resto de Israel le “han sido dadas” gratuitamente por Dios y acogidas
generosamente por la comunidad.
Veamos algunos ejemplos.
Asentado el pueblo peregrino en los llanos
de Moab, Moisés, en nombre de Dios, amonesta a la asamblea, dispuesta a
penetrar en la tierra prometida. Dice Dios por boca de Moisés: “No porque seáis
el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahvé de vosotros y os ha
elegido […] sino por el amor que os tiene y por guardar el juramento que hizo a
vuestros padres, por eso […] Yahvé […] os ha librado […] del poder del faraón”
(Dt 7,5-6; cf. Jn 15,16; 1Cor 1,26-29). No es el pueblo liberado de Egipto,
metáfora del Resto de Israel, quien se ha ganado con esfuerzo el beneplácito
divino, es el Señor quien se lo ha regalado por amor, gratuitamente; el pueblo
ha acogido la dádiva divina.
Cuando las huestes de Senaquerib zapan los
muros de Sión, el Señor, por medio de Isaías, devuelve el aliento a la ciudad
abatida, parábola del Resto de Israel, acosado por los asirios. Proclama el
Señor entre los labios del profeta: “Yo protegeré esta ciudad para salvarla,
por quien soy yo y por mi siervo David” (Is 37,35; cf. 2Re 19,32-34). De nuevo
apreciamos que no es el esfuerzo ni la religiosidad de Jerusalén quienes
arrancan la misericordia divina a favor del pueblo angustiado, es el Señor
quien, apelando a su dignidad y a sus antiguas promesas, mantiene erguidos los
muros de la Ciudad Santa.
A pesar de la elocuencia de los ejemplos
anteriores, quizá la expresión más emblemática de la gratuidad divina figure en
Is 43,1-7. El poema describe el proceso teológico que culmina con la liberación
de Israel de las zarpas de los ídolos. Entre las palabras del último verso, el
poema pone en labios de Dios la identidad del pueblo redimido: “los que llevan
mi nombre, a los que creé (br’) para mi gloria, a los que yo he hecho y
formado” (Is 43,7). Notémoslo bien, es el Señor quien crea a su pueblo, símbolo
del Resto de Israel, para gloria suya; es el Señor quien por pura gratuidad
establece una relación nueva con su comunidad. El Resto de Israel constituye la
comunidad hebrea que vive de la certeza que confiere creer que Dios ha trenzado
una relación especial con ella; sólo desde la certeza de saberse la comunidad
privilegiada de Dios, la comunidad se convierte en el Resto de Israel.
Apliquemos las tres características del
Resto de Israel a la comunidad cristiana y especialmente al ministerio
ordenado. El servicio del ministerio ordenado en una Iglesia en minoría que
quiera ser Resto de Israel ha de tener en cuenta estas tres cosas. Primera:
nuestro ministerio “nos ha sido dado”, como dice el evangelio es un “bien que
viene de lo alto”, o como dice s. Juan, “no sois vosotros quienes me habéis
elegido, sino yo quien os ha elegido para que vayas y deis fruto y vuestro
fruto sea abundante”. Segunda: tener “credibilidad” mostrar convencimiento en
aquello que hacemos. Tercero: manifestar “novedad” en el planteamiento
pastoral.
3.El
Exilio en Babilonia: Conformación del Resto de Israel.
Los deportados que sorbieron el exilio vivían
de la teología del Antiguo Judá, propia la cultura semítica; la comunidad
exiliada, apegada como los demás semitas a la religiosidad antigua, iba
disolviéndose lentamente en la cultura babilónica. Sin embargo, entre los
deportados, amanece la figura del Profeta del Consuelo, oculto entre las líneas
de Is 40-55, que interpreta la realidad desde la perspectiva teológica. Quienes
moraban en Babilonia percibían en la inminente caída del imperio, precipitada
por el hastío de Nabonides, y la irrupción Persa, guiada por las victorias de
Ciro II, las consecuencias del azar de historia. En cambio, el Profeta del
Consuelo percibe bajo la debacle babilónica y la ascensión persa la
intervención de Yahvé en la historia encaminada a la liberación del pueblo
deportado; la irrupción de Ciro y el declive de Nabónides no proceden solo de
la coyuntura histórica, nacen de la iniciativa de Dios que actúa en la historia
a favor de su pueblo (Sal 12).
Junto al Profeta del Consuelo se reúne una
pequeña comunidad que, capaz de interpretar desde la perspectiva teológica los
acontecimientos históricos, recoge el contenido de la teología del Antiguo Judá
para dotarla de “novedad” y “credibilidad”. La novedad radica en la certeza de
que la tarea del Dios de Israel no se constriñe, como hacían las antiguas
teogonías y cosmogonías semitas, en exponer las tareas de Dios en la esfera
celeste, sino en especificar que la tarea de Dios estriba en intervenir en la
historia en bien de su pueblo. Esa recuperación de la “novedad” implica una profunda
renovación de la comunidad para dotarse de “credibilidad” ante la mirada de sus
compatriotas.
Con la intención de revestirse de
“credibilidad”, la comunidad reunida en torno al Profeta del Consuelo, no
inventa formas nuevas, sino que trasforma en profundidad algunas
características propias de la teología del Antiguo Judá:
a.Sábado.
El sábado es una realidad muy antigua; el día de asueto o de mercado de las
antiguas sociedades. En Babilonia carecen de fiestas propias, entonces el sábado
se convierte en el día festivo de la comunidad hebrea renovada; el sábado
celebran que bajo el triunfo persa y el declive babilónico palpita la
intervención del Dios de Israel en la historia a favor de su pueblo.
b.Circuncisión.
Constituía un rito de iniciación a la pubertad, propio de muchas culturas
antiguas; pero en el exilio se convierte en el signo que caracteriza a los
varones de la asamblea que, reunida en torno al Profeta del Consuelo, entiende
que bajo el ascenso de Ciro y el ocaso de Nabónides palpita la intervención del
Dios de Israel en la historia para liberar a su pueblo.
c.Embrión
de la sinagoga. Asentados en Babilonia, los deportados carecían de Templo para
celebrar su culto. Entonces brotan las reuniones en las casas, embrión de la futura
sinagoga, para comentar la Palabra y orar juntos.
d.Alimentos
puros e impuros. En toda cultura antigua había alimentos puros e impuros; en la
práctica eran puros los que beneficiaban la salud e impuros los que la dañaban.
Pero en el exilio, la comunidad hebrea recogerá una serie de alimentos y
rechazará otros para manifestar, como hacían las culturas antiguas, su
identidad.
e.Guía
de los sacerdotes. En el Antiguo Judá, el sacerdote por excelencia era el
monarca quien oficiaba el culto; el clero era una especie de delegado suyo para
oficiar la liturgia. En el exilio, el clero toma la iniciativa en cuanto a guía
espiritual de la comunidad.
En definitiva, la comunidad no inventa
elementos distintos de los que podría tener una religión antigua. Sino que,
tomando los elementos religiosos propios del Antiguo Judá, conforma una
comunidad nueva, dotada de “novedad” y “credibilidad”. La comunidad del exilio
que percibe en el ascenso de Ciro y la caída de Nabónides la intervención de
Dios en la historia, se convierte en Resto de Israel. La asamblea que mediante
la observancia del sábado, la práctica de la circuncisión, las reuniones en las
casas, la pureza alimentaria y la guía del sacerdocio, testimonia ante todos
los judaítas exiliados con al mayor “credibilidad” la “novedad” de que el Dios
de Israel es el Señor de la historia que actúa a favor de la comunidad exiliada
para liberarla.
4.Época
de Esdras y Nehemías: la segunda conformación del Resto de Israel.
El
primer retorno de los deportados, encabezado por Sesbassar (538 a.C.), se
limita a poner los cimientos del nuevo templo. El segundo retorno, llevado a
cabo en el interregno que media entre la muerte de Cambises y la ascensión de
Darío I (522-520 a.C.) consagra el templo y celebra la pascua en el altar de
Sión. Sin embargo, al decir de la Escritura, la identidad social y teológica
del Resto de Israel se degrada con enorme rapidez.
Cuando Jananí, pariente de Nehemías, visita
Jerusalén queda espantado de la degradación del Resto de Israel. Cuando vuelve
a Babilonia, informa a su pariente Nehemías del estado caótico que ha
constatado: “Los restos del cautiverio que han quedado allí en la provincia (de
Judá) se enguantan con gran estrechez y confusión; la muralla está llena de
brechas y sus puertas incendiadas” (Neh 1,3-4).
La “estrechez” apela a la presión
social de los demás pueblos que también habitan la región, llamados por la
Escritura “extranjeros o idólatras”; mientras la “confusión” representa el
apego a la idolatría, es decir el pecado del Resto de Israel radica en haber
perdido su identidad porque se ha contaminado con la idolatría del los
extranjeros o de los judaítas idólatras que pululan en el territorio de Jehud.
Tanto Nehemías como Esdras marcharon a
Jerusalén para poner remedio al desastre social y religioso que deshacía al
Resto de Israel. Los jefes de la comunidad de Jerusalén dijeron a Esdras: “El
pueblo de Israel, los sacerdotes y los levitas no se han separado de las
abominaciones de la gente del país […] pues han tomado para sí y para sus hijos
mujeres de entre las hijas de ellos: la raza santa se ha mezclado con la gente
del país” (Esd 9,1-2).
La
noción de “estrechez” denota la opresión que el pueblo sufre por parte de los
idólatras; pero este no es el problema importante, la comunidad creyente ha
estado oprimida siempre. El problema decisivo es el de la “confusión”, el
dejarse contaminar por la idolatría; ¿a que idolatría se refiere?
Como sabemos, la Escritura define los tres
grandes ídolos clásicos: poder, tener y aparentar (Mt 4,1-11); sin embargo, la
obra de Esdras y Nehemías, no percibe que la idolatría de la comunidad se deba
principalmente a estas tres tentaciones; sino que sitúa en cuatro cuestiones
internas la pérdida de la “novedad” y la “credibilidad” propias del Resto de
Israel:
a.La
comunidad que era espiritual se ha vuelto espiritualista; en lugar de
contemplar la historia como el ámbito donde Dios actúa para liberar a su
pueblo, se ha convertido en la asamblea encerrada en el santuario que celebra
un culto complejo, alejado de la realidad. Ha cercenado su espiritualidad para
empeñarse en el espiritualismo.
b.En
lugar de ser una comunidad eclesial se ha convertido en una asamblea
eclesiástica. En lugar de ser la asamblea que da testimonio del Señor mediante
la circuncisión, la pureza alimentaria, la futura sinagoga, el liderazgo del
clero y la celebración del sábado, ha amanecido la comunidad preocupada por el
peso de las ofrendas y la identidad de quien debe recogerlas en el templo. En
lugar de ser una comunidad eclesial, se ha convertido en una asamblea
eclesiástica.
c.En
lugar de ser una asamblea que vive entre los paganos para dar testimonio de
Dios, es una asamblea que ha sido devorada por los paganos; es decir, en lugar
de ser una comunidad “secular” ha devenido una comunidad “mundana”.
d.En
último lugar y quizá como consecuencia de ello se ha convertido en una
comunidad “superficial”; superficial significa la capacidad de emprender un
buen análisis de la realidad, pero solo rozando el cariz de “juicio”, sin
llegar jamás a concretar el “actuar”.
Esdras y Nehemías en lugar de lamentarse de
lo adversas que son las circunstancias sociales y teológicas en las que debe
desenvolverse el Resto de Israel; afrontan la reforma interna de la comunidad
para devolverle el Rostro del Resto de Israel. ¿Cómo? Pues sin inventar cosas
ajenas a la tradición hebrea, sino
reintroduciendo a la comunidad en la observancia de los parámetros de la Ley;
manifestada en la observancia del sábado, la pureza alimentaria, la guía del
sacerdocio, la circuncisión y el embrión de la sinagoga. La comunidad es
pequeña, la Escritura ofrece incluso los nombres de quienes la conforman; pero
tiene futuro es el Resto de Israel que, dotado de novedad y credibilidad,
devuelva la comunidad hebrea una forma
de vida, capaz de llenar de sentido la existencia humana. Antes de la reforma
de Esdras y Nehemías seguramente podían contarse muchos más hebreos inscritos
en el registro religioso, sin embargo no conformaban un Resto, eran tan solo un
residuo sin futuro.
5.La
confrontación con la Apocalíptica y con el Helenismo.
Las conquistas de Alejandro Magno
impregnaron oriente de cultura helenística. Llamamos helenismo al planteamiento
de las culturas orientales que expresaron su idiosincrasia personal con
parámetros propios del pensamiento griego; así, el cariz del helenismo varió de
unas culturas a otras. Además de la influencia helenística brotó en Israel la
ideología apocalíptica. Cuando murió Alejandro Magno, sus generales, los diadocos,
se diputaron la herencia del imperio. Los Ptolomoeos poseyeron Egipto, mientras
los Seléucidas se enseñorearon de Mesopotamia; entre ambos imperios estalló el
conflicto bélico para la posesión de la región Siro-palestina: las guerras
sirias. La crueldad de las guerras, especialmente las últimas, llenaron de
pánico el alma judaíta; entonces nace la apocalíptica: como que el ser humano
ha sido incapaz de poner orden en el mundo, que venga Dios y arregle la
situación. La espiritualidad apocalíptica contempla el esfuerzo humano para
impetrar de Dios la inmediata intervención en la historia para poner fin al mal
imperante.
La confusión provocada por el Helenismo y
el pánico engendrado por la Apocalíptica alteraron la identidad de la comunidad
hebrea. Un número significativo de hebreos fueron atrapados en las redes del
helenismo, renunciando a su cultura y a su fe; otros atemorizados por el fragor
de la batalla, se aferraron a la apocalíptica conformando grupos sectarios que
acabaron ahogándose a sí mismos en la cerrazón de sus ideas.
Como alternativa veraz, el Resto de Israel
tomó una iniciativa importante. Retomó los textos escritos hasta entonces;
desechó algunos; redactó otros; matizó y corrigió algunos. Con este material
conformó la Escritura hebrea, desde la perspectiva canónica. Compiló la Sagrada
Escritura como el proyecto de conversión que el Resto de Israel ofrecía a los
hebreos, atrapados por el paganismo, para que volvieran al redil de la alianza;
y, a la vez, en la medida la comunidad hebrea diera testimonio del
exclusivo dominio del Señor sobre la
historia, atraería a las naciones a Sión para adoran al Señor como único Dios.
De cara al Heleinismo, los autores hebreos compusieron el libro de Ben Sira; el
texto enseña a vivir la fe hebrea en un ambiente cultural dominado por el
helenismo. Debe quedar claro que la ideología helenista no es la expresión de
la maldad, sino una situación histórica precisa en la que los hebreos deben
vivir su fe; por eso Ben Sira, consciente de la oportunidad histórica que
ofrece el helenismo, redacta el libro para enseñar a los judíos a vivir con
hondura su fe hebrea en una época presidida por la cultura helenística.
El Resto de Israel en lugar de amilanarse
ante la presión externa del helenismo y la apocalíptica; y en vez de deshacerse
en disputas internas emprendió dos tareas concomitantes. Por una parte,
acrisoló la identidad religiosa de la comunidad hebrea mediante la vivencia del
sábado, la futura sinagoga, la pureza alimentaria, la guía del estamento
sacerdotal y la circuncisión; por otra elaboró un proyecto global de
conversión, la Escritura canónica, para que los hebreos alejados de la
comunidad pudieran insertarse en el tronco de la alianza, y a medida que la
comunidad acreciera la fidelidad a la alianza, todas las naciones paganas,
atraídas por el testimonio de la comunidad fiel, peregrinaran a Sión para
adoran al Dios de Israel, exclusivo guía de la historia.
6.La
irrupción del cristianismo.
Como testifica el Nuevo el Nuevo
Testamento, al Iglesia se conforma como el Nuevo Israel; perfilando la
cuestión, se perfila como el Nuevo Resto de Israel, no en vano la predicación
de Jesús, como hemos observado antes, rezumaba la “novedad” y la “credibilidad”
capaz de crear asombro en los oyentes y conformar una forma de vida capaz de
llenar de sentido la vida de quien se dejaba abrazar por la palabra.
La comunidad eclesial no se conforma
entrono a la circuncisión, la escrupulosidad del sábado, la pureza alimentaria,
la sinagoga o el sacerdocio del Antiguo Testamento; se reúne a la luz de Jesús
Resucitado. De ese modo, se conforma como la comunidad que celebra a la
presencia de Jesús, sobre todo mediante la celebración de la Eucaristía;
practica la caridad cristiana, como forma genuina de vivencia del Evangelio;
ahonda mediante la catequesis en el conocimiento de la persona de Jesús, no
solo para conocerlo mejor, sino, sobre todo, para seguirlo mejor; predica a
Jesucristo, evangeliza, como forma peculiar de ofrecer a toda persona, y no
solo al pueblo judío, una forma de vida, el evangelio de Jesús, capaz de llenar
de sentido la vida de todo ser humano.
La vida comunitaria, centrada en la persona
del resucitado, se ahorma en la figura de Jesús mediante la celebración eucarística,
la catequesis, la practica de la caridad cristiana y la predicación del
evangelio; de ese modo, la comunidad da testimonio de la “novedad” y la
“credibilidad” del evangelio de Jesús.
Como hiciera antaño la comunidad hebrea, la
Iglesia, el Nuevo Israel, compila la Escritura, concretamente el Nuevo
Testamento; no como un recuerdo del pasado, sino como un proyecto de conversión
dirigido a todo ser humano para que pueda insertarse en el cauce de la alianza,
es decir, para que pueda insertarse en el tronco de la Iglesia a fin de que,
viviendo en la comunidad cristiana, pueda forjar el sentido de su vida a tenor
de la “novedad” y la “credibilidad” del mensaje de Jesús, para asumir un tipo
de vida que colme el sentido de la vida humana.
7.Aplicación
al ministerio ordenado en una Iglesia en minoría.
Como
decíamos antes, si queremos que el ministerio ordenado forme parte de la
Iglesia entendida como Resto de Israel, ha de acrisolar las tres
características mencionadas. Conciencia de que el ministerio “nos ha sido
dado”, acrisolar la “credibilidad”, la hondura del testimonio; y transmitir la
“novedad” del evangelio. Veámoslo.
Primera: recuperar la certeza de que nuestro
ministerio ordenado constituye la respuesta personal que hemos dado a la
llamada de Dios; de la misma manera que una nueva planta nace con la semilla
que le da otra planta, también nuestro ministerio nace de la semilla que Dios
planta en nuestra alma. Recordémoslo: Jesús dijo a Mateo: “Sígueme”; más tarde dijo
a sus discípulos: “no sois vosotros quienes me habéis elegido, sino quien os ha
elegido para que vayáis y deis fruto y fruto se abundante”. Sin duda, el don de
Dios estará siempre con nosotros, ahora bien en gran medida mantener vivo el
don depende de cada uno de nosotros. Y cómo mantenemos vivo el don que Dios nos
ha dado.
La
virtud que mantiene vivo el don que Dios nos ha dado, la vocación al ministerio
ordenado, puede expresarse con multitud de palabras; pero elijo la figura en la
figura en la carta a Timoteo: la piedad.
a.Explicar
por qué la adopto: muy a menudo se usa en sentido negativo; pero es la palabra
que aparece en Timoteo: “Tú ejercítate en la piedad” (1Tim 4,8); lo dice tanto
a Timoteo como a los cristianos.
b.¿Qué
es la piedad”. Exponer la cuestión de Virgilio en la Envida; exponer la Virgen
de la piedad; definir la elación de piedad. Lo dice Timoteo: “Qué agradecido
estoy al que me dio fuerzas, al Mesías Jesús … al designarme a su servicio …
dándome fe y amor cristiano … para la edificación de la comunidad” (1Tim 1,12).
c.¿Cómo
se aviva la piedad? Exponer los cuatro ejes de la comunidad: Celebración,
catequesis, acción por los pobres, misión a los de fuera: Salen en los Hechos
de los Apóstoles: Ac 2,42-47.
-Celebración
de la fe. Plegaria enraizada en la Escritura, recordemos la sentencia de s.
Jerónimo: “Desconocer las Escrituras es desconocer a Jesús”; la opinión de los
patrística: cuando leo la Escritura, dejo que Dios me hable, y cuando oro
respondo al Señor que me ha hablado en la Escritura. Hoy teneos métodos muy
idóneos, buenas traducciones, la lectio divina, excelentes comentarios.
Recordemos la visión de los monjes, recuperada por Lucero, la capacidad, de
poder apelar constantemente a la Biblia. Cuidado de la celebración sacramental;
evidentemente la homilía, pero también toda la celebración; hay materiales,
pero poner a la celebración corazón.
-Cuidar
la catequesis: comentar el bajón en el número; pero cuidar especialmente a los
catequistas.
-Atención
humana a los pobres: no solo técnicamente bien, sino humanamente; explicar el
ejemplo de s. Fernando.
-Misión
a los de fuera: Hoy persona a persona, quizá haya pasado el tiempo de salvar
grupos, hoy se trata de salvar personas; fomentar el encuentro personal.
d.¿Qué
nos aporta la vivencia de la piedad? Nos lleva a la sabiduría bíblica: es decir
como dice el Eclesiástico y los Sapienciales, y recalca constantemente Martín,
halar gusto en las cosas de Dios. Eso es precisamente lo que una feligresía
parroquial detecta en un cura; más que ser un buen organizador, ver a alguien
que halle gusto en las cosas de Dios. Recordemos un documento importante,
Evangelii Nuntiandii, más que maestros el mundo necesita testigos, y si los
maestros son valorados, lo será porque son testigos. En definitiva, la vivencia
de la piedad, nos dota de sabiduría, en lenguaje más griego de credibilidad,
exousia.
Segunda:
La vivencia de la verdadera piedad confiere credibilidad (exousia) al
ministerio ordenado, presbíteros y diáconos. Recordemos la definición del
Evangelio: Jesús, receptor del don de lo alto, actúa con credibilidad y
novedad: La predicación de Jesús, caracterizada, entre otros aspectos, por la
novedad de la propuesta, suscitó la admiración de sus contemporáneos; decían
sus oyentes: “¿Qué es esto? ¡Una ‘doctrina nueva (kaine)’ dotada de
credibilidad (exousia)!” (Mc 1,27; cf. 1,22). Cuando le pregunta, dice
vamos a otras aldeas a predicar, porque para esto he sido enviado (Mc 1,35).
Aquel que tiene sabiduría bíblica, gusto por las cosas de Dios, la capacidad de
ser testigo en vez de luchar por ser maestro.
a.Dificultades
para que tengamos credibilidad. Idolatría: es el pecado que sale constantemente
en la Escritura. Clásicamente hay tres ídolos: Poder, tener, aparentar, salen
en las tentaciones de Jesús en el desierto (Mc 1,5-9). En mi opinión, no son
los que más nos afectan, comentar la cuestión del dinero, la apariencia, o la
pretensión de poderío.
.El
ídolo que lentamente nos atenaza es la superficialidad. Las cartas a Timoteo lo
remarcan con dureza: “algunos han fallado por que se han dado a vanas
palabrerías (1Tim 1,6), “algunos se ocupan de fábulas e interminables
genealogías y en cosas que llevan más a discusiones que ha formar la fe” (1Tim
1,5).
.Otro
ídolo es el miedo; exponer con brevedad lo que es el miedo según Isaías (Is
7-8). Me refiero al miedo a la persecución; explicar la situación personal
(Universidad, pederastia, abortistas). En la Biblia, la expresión “Cuando os
lleven a los tribunales nos os preocupéis por lo que diréis, será el Espíritu
Santo quien vendrá en vuestra ayuda” (Ac 7,26-27). También está el miedo al
futuro, ¿qué será de la Iglesia? La respuesta está también en la Escritura.
.Otro
ídolos es la dispersión; estar en muchas cosas y carecer de tiempo para lo
importante: para que estuvieran con él, predicar la palabra, expulsar demonios
(Ms 3,1-4).
.¿Cuáles
son las consecuencias de la superficialidad, el miedo y la dispersión? Mundano
en vez de secular; me vuelvo eclesiástico en vez de eclesial; me vuelvo
espiritualita en vez de espiritual: recordemos que ser espiritual implica
capacidad de pensar, amar y rezar, tal como expone la Escritura en profetas y
sapienciales.
b.La
superficialidad y el miedo, tentaciones permanentes de nuestro ministerio
ordenado, se vencen con buscando la hondura en la vida cristiana y en el
ministerio ordenado. Pero, la hondura como se busca. En nuestro caso, el
ministerio ordenado, ahondando en nuestra espiritualidad de curas y diáconos
seculares. Esto significa dos cosas.