Francesc Ramis Darder
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“Mi amado es para mí
y yo soy para mi amado”
(Cant 2,16)
por Francesc Ramis
Darder
Cada vez que leemos el Cantar
contemplamos cómo el amor apasionado entre el enamorado y la enamorada estalla en
primavera. Con certeza comentaban los rabinos: “Si Dios no hubiera dado la Ley
a Israel, el Cantar habría bastado para gobernar el Universo”. Y es verdad; porque
el verdadero progreso de la historia humana radica en la capacidad de amar. Aunque
la palabra “Dios” no figure de manera explícita en el Cantar, late en cada página,
pues, como señala la Escritura, “Dios es amor” (1Jn 4,8).
1. Cuestiones introductorias
El encabezamiento del libro
especifica el título: “El más bello de los cantares”, y el nombre del personaje
al que la tradición ha adjudicado la autoría, “de Salomón”, rey de Israel. El
libro fue escrito en lengua hebrea, y dispuesto entre los cinco Megillot: Rut, Cantar, Lamentaciones,
Cohélet y Ester. Muy pronto, el pueblo empezó a recitarlo con gozo y a
proclamarlo durante la Pascua. Las versiones antiguas, la Septuaginta (siglo II
aC), en lengua griega, la Vulgata (siglo IV), en latín, y la Peshitta (siglo
III), en idioma siriaco, han traducido las palabras hebreas buscando, siempre
que ha sido posible, la mayor finura poética para expresar la profundidad del amor.
La mención de Salomón figura en
el título (Cant 1,1) y entre los versículos del poema (3,9.11; 8,11), como también
en la referencia al rey (1,4.12; 7,6). La alusión a Salomón determinó que la
tradición, hebrea y cristiana, atribuyese el poema a la pluma del rey más sabio.
La sabiduría del monarca, tan celebrada por la Escritura, propició que también
le fuesen adjudicados los libros de los Proverbios, el Cohélet, la Sabiduría, y
algunos Salmos (1Re 5,12). Ahora bien, como afirman los investigadores modernos,
hay que entender la locución “de Salomón” en el sentido “en honor de Salomón”.
Desde la vertiente literaria, la expresión “de Salomón” constituye una pseudonimia;
es decir, el escritor que compuso el poema era un admirador del rey Salomón, por
esta razón dedicó y atribuyó la obra al monarca venerado, y escribió “de Salomón”,
que hay que entender “en honor de Salomón”, como hemos mencionado.
Como establecen los investigadores modernos,
el sabio hebreo que conformó el Cantar recopiló un conjunto de poemas amorosos de
diversas épocas, transmitidos de manera oral. Algunos muy antiguos, como el que
nombra la ciudad de Tirsá (6,4), la antigua capital de Israel, en el Reino
del Norte (siglo X aC), mientras que otros son posteriores al retorno del exilio
babilónico (siglo VI aC), así lo manifiesta el uso de términos arameos, griegos
o persas (5,13). En definitiva, la comunidad hebrea recitaba, desde la etapa más
antigua, poemas que realzaban el aspecto pasional del amor humano. Hacia el siglo
III aC, un autor anónimo, devoto de Salomón, recogió los poemas, redactó nuevos,
y compuso en la ciudad de Jerusalén, con arte y genio, “el más bello de los Cantares”
en honor del más sabio de los monarcas.
Cuando hacia el año 70, los rabinos judíos se
reunieron en el sínodo de Yamnia para establecer de forma definitiva los libros
que conformaban la Sagrada Escritura, dudaron de la conveniencia de introducir
en ella el Cantar, por su matiz sensual. Entonces se dejó oír la voz solemne de
Rabí Akiba. El sabio judío recordó a la dubitante asamblea que jamás en Israel había
dudado nadie de que el Cantar fuese un libro que “mancha las manos”; la expresión
“manchar
las manos” significa, en el seno de la tradición
hebrea, que el libro es santo y, por tanto, inspirado por el Señor. La Iglesia,
heredera de la decisión del sínodo celebrado en Yamnia, no dudó en admitir el
libro en la Escritura sagrada.
2. La belleza de la pasión
enamorada
Bajo la profundidad de los diálogos,
monólogos y soliloquios, supura la personalidad de los dos amantes, la amada,
la “Sulamita” (7,1), y el amado “Salomón” (3,9), ambos manifiestan la pasión y el
anhelo de consumar el amor enamorado; aparece también un tercer personaje, el
coro de las “hijas de Jerusalén”, que alienta la encendida pasión de los amantes.
El Cantar presenta 49 palabras que no aparecen en otro lugar del Antiguo
Testamento hebreo. Además de los numerosos arameísmos, sorprenden los préstamos
del persa, “vergel o paraíso” (4,13), y los de raíz sánscrita, “púrpura”
(3,10); sin duda, la locura del amor, como insinúa el plurilingüismo del poema,
abarca la humanidad entera.
El vocabulario amoroso destaca la pasión y la
ternura. Muestra cómo los ojos de cada amante recorren el cuerpo del otro; contemplan
la nariz (7,5), el ombligo (7,3), los rizos (7,6), los pies (7,6), las mejillas
(1,10), los labios (4,11), la cara (2,14), las entrañas (5,14), los ojos
(1,15), las manos (2,6), el cuello (1,10), los pechos (7,8), los dientes (4,2),
o las piernas (5,15). El lenguaje no se limita al plano descriptivo, sino que
provoca el máximo deseo de un amante por el otro. Admirando el cuerpo, los
amantes se apasionan, “éntrame en tu alcoba” (1,4), se desean, “mi amado pasa
la mano por la rendija de la puerta” (5,4), se abrazan, “con la derecha me abraza”
(2,6), se aman, “tú me has robado el corazón” (4,9), se besan, “que me llene de
besos, ¡de sus besos!” (1,2), rezuman de locura, “fiebre de amor” (2,5), se admiran
el uno del otro, “¡qué bella eres y fascinante, amiga mía, y encantadora!”
(7,7), se consumen de amor, “yo soy de mi amado y me busca con pasión” (7,11).
El marco de la pasión del amor está henchido
de flora ufana; madera del Líbano (3,9), cedros y sabinas (1,17), manzano
(2,3), higuera (2,13), viñas (7,13), lirios (4,5), azucena (2,1), o mandrágora
(7,14). También sorprende la diversidad de los animales; gacelas y ciervas
(2,7), tórtola (2,12), paloma (2,14), o leones y panteras (4,8). Sin duda, el escenario
del amor evoca el aspecto “muy bueno”
del paraíso terrenal (Gn 1,31); el jardín donde tuvo lugar la primera pasión
amorosa que relata la Biblia, la historia de Adán y Eva. La mención de la flora
y la fauna no se limita al papel descriptivo del ámbito en que se goza del amor,
sino que refuerza el aspecto sensual de la pasión amorosa que envuelve con
tanta fuerza a los dos amantes.
El libro destaca la importancia de los sentidos
corporales. El olfato puede gozar de los perfumes, “incienso y mirra” (3,6) o “azafrán
y canela” (4,14),
que el poeta derrama en cada estrofa del Cantar.
La figura del gusto aflora bajo la metáfora de la miel (4,11) o del vino aromático
(7,3); la dulzura del vino y de la miel invita a los amantes a comer y beber,
símbolos del abrazo del amor. El tacto se desliza bajo la ternura del beso (1,2)
y la pasión amorosa en la alcoba (3,4). La manifestación del oído se concreta
en el diálogo respetuoso, “tu voz es dulce” (2,14), y apasionado de los amantes,
“ábreme..., que llevo la cabeza húmeda de rocío y las trenzas de relente”
(5,2).
La vista se recrea con la ternura y la pasión con
que cada uno de los amantes contempla el cuerpo del otro. La amada se compara con
un jardín abundante de frutos y de aromas, “vergel de granados ... y esencias
balsámicas” (4,13). En medio del jardín de la amada, despunta la “fuente ... de
aguas vivas” (4,15), mientras el amado ha de entrar en el jardín
a recoger sus frutos para “emborracharse de amor” con su amada (5,1).
Como contrapunto de la pasión enamorada, el
poema parece poner alguna prevención hacia la locura del amor. Así la Sulamita
aparece como “jardín cerrado” (4,12), “fuente sin usos” (4,12), “una muralla o una
puerta” (8,9), mientras el rey, eco del amado, se asoma tras “nuestro muro”
(2,9). Los obstáculos son la metáfora de la fuerza con que el amor apasionado ciega
el entendimiento humano (5,8); pero sobre todo testimonian, y eso es lo más
esencial, que ninguna contrariedad puede parar la “llama divina” de una pasión
enamorada, ya que, sentencia el poema, “como la Muerte, es poderoso el Amor”
(8,6).
El Antiguo Testamento construye, muy a menudo,
el aspecto de la mujer con los rasgos de la sumisión, tan propia de la sociedad
tribal y patriarcal del Oriente arcaico (Prov 31). ¡Qué distinta es la mujer
que presenta el Cantar! La Sulamita late por el amor apasionado; dirá sin miedo:
“enfermo de amor” (5,8). El poema la describe libre en su elección amorosa, libre
en su decisión, libre para tomar la iniciativa de amar, libre para el abrazo
del amor. El Cantar enaltece la sensualidad
del cuerpo y la viveza de la hermosura; los amantes nadan sin inhibiciones en el
agua transparente del amor apasionado.
La profundidad de las obras capitales de la
literatura universal no radica solo en la precisión con que describen acontecimientos
o comentan psicologías personales, sino en la capacidad de implicar al lector en
la historia que exponen. Como poema primordial, la grandeza del Cantar no solo
radica en la belleza con que describe la pasión del amor, sino en la invitación
que dirige a los amantes de hoy para que gocen del amor
sano, cargado de ternura, igualitario, respetuoso y apasionado.
3. La sintaxis del amor
A diferencia de la poesía románica, la hebrea no se basa en la rima, sino en el
llamado por los estudiosos “paralelismo”. Es decir, un versículo expone una
idea, “su cabeza es oro puro”, y el siguiente la repite con otras palabras,
“sus trenzas, violas de palmera” (5,11); así, ambos versículos expresan
“paralelamente” el mismo concepto: la belleza del rostro del amado. También puede
suceder que un versículo destaque un concepto, “tus dientes, un rebaño de ovejas,
todas ellas con crías mellizas”, mientras
el siguiente expresa “ninguna ha perdido a su cría” (6,6), así el poema realza el primor de los dientes de la
amada (dentadura
simétrica y completa).
La riqueza del paralelismo hebreo se refuerza con
el uso de la aliteración: la repetición de un sonido al inicio de cada palabra
del versículo; y también con la asonancia: la repetición de las vocales en las
sucesivas palabras de un mismo versículo. Aunque ambos conceptos no resulten fácilmente
perceptibles en una traducción, podemos intuirlos. He aquí el eco de la aliteración:
“ven del Líbano ... ven del Líbano” (4,8), mientras la asonancia aflora en el versículo
en el que la repetición de la “î” hebrea deja escuchar el gemido del amor:
“Entro en mi jardín ... esposa. Recoge mi mirra y mi bálsamo, come la miel y mi
panal” (5,1).
Encanta la sensualidad del poeta para describir
el cuerpo de los amantes. En el caso del enamorado, el Cantar recorre a la botánica,
“bolsita de mirra” (1,13), “racimo de argeña” (1,14), “manzano en el bosque”
(2,3), trenzas como “ramos de palmera” (5,11), sin duda, el amante es “elegido
entre los cedros”, metáfora de su gallardía (5,15). También describe la esbeltez
del amante bajo el aspecto zoológico del “cervatillo” (2,9), o como el pastor
enamorado, “mi amado bajó a su jardín ... para pastorear” (6,2).
Especialmente expresivo se muestra el poeta cuando
describe el cuerpo de la enamorada: sus cabellos son “un rebaño de cabras”
(4,1), sus mejillas, “mitades de granada” (4,3) y “bancal de bálsamo”
(5,13), sus ojos “son palomas” (1,15) y “estanques de Jezbón” (7,5), sus labios son “lirios” (5,13) y “cinta
de grana” (7,5), su aliento “perfume de manzanas”
(7,9), su cuello “es como torre de marfil” (7,5), sus pechos “como dos cervatillos”
(7,3), “racimos” (7,8), o “las torres de la muralla” (8,10), su altura parece
digna de “la palmera” (7,8), su ombligo “es como una copa torneada” (7,3). En síntesis,
los perfiles de la amada “son como joyas, salidas de manos de orfebre” (7,2), es
como “una azucena de Sarón, un lirio de los valles” (2,1).
Cuando el poeta describe el cuerpo de los
amantes, abstrae los aspectos más bellos y nobles de la naturaleza para hacer escuchar
al lector la música del amor apasionado.
Como hemos dicho antes, un maestro de la poesía
hebrea recogió un florilegio de poemas amorosos para componer el Cantar. Ahora
bien, no se limitó a espigar historias dispersas; enlazó la poesía popular y
compuso nuevas estrofas para forjarlas sobre el yunque del arte hasta que
proclamó el latido de la pasión amorosa que traslucen los versículos del Cantar.
El maestro de poetas bordó el título del libro:
“El más bello de los Cantares, de Salomón” (1,1). Después trazó el “Pórtico”, donde
la amada suspira por su amado (1,2-4). A continuación, compuso la “Loa del amor",
donde los dos amantes tejen el arte de amar (1,5-2,7). Seguidamente, entró en
el “El deseo” de los enamorados que no dejan de amarse (2,8-3,5). Expuesto el
deseo, el poeta enalteció “El gozo” de los protagonistas que esperan el momento
de la pasión enamorada (3,6-5,1). Sin duda, el gozo enciende “La búsqueda” de los
enamorados el uno por el otro (5,2-6,3) hasta
que sucede “La posesión” amorosa (6,4-8,6). El libro finaliza con un “Apéndice”,
repleto de reflexiones sobre el amor (8,7-13), para concluir con el clamor de la
amada: “Corre, amado, como un cervatillo, por las cimas del bálsamo” (8,14).
4. Interpretación del Cantar
La tradición antigua, judía y
cristiana, interpretó el Cantar desde la perspectiva alegórica. La comunidad judía
percibió bajo la corona del rey, la identidad de Yahvé, el Rey de Israel (Is
44,6), y tras la mirada de la Sulamita, contempló el rostro de Israel, la
comunidad amada del Señor (Is 62,5). El sabio judío Isaac Abrabanel (siglo XVI)
identificó la figura de la «Dama Sabiduría», presente en el libro de los
Proverbios (Pr 8; 9,1-6), con la Sulamita que seduce al rey, metáfora de Israel.
La tradición cristiana, a partir de san Hipólito
de Roma (siglo III) y san Gregorio de Nisa (siglo IV), contempló la figura del rey como metáfora
de Dios o de Cristo, mientras intuyó en los ojos de la amada la identidad de la
Iglesia. En el siglo III, Orígenes percibió bajo la grandeza del rey, la
majestad de Jesús, y tras la pasión de la enamorada, descubrió la imagen del alma
humana que anhela el encuentro con el Señor, el verdadero amado. Profundizando en
la alegoría, san Ambrosio de Milán (siglo IV) y Ricardo de San Víctor (siglo
XII) oyeron el latido de María, metáfora de la Iglesia, bajo las palabras que
la Sulamita dirigió al soberano, símbolo del Señor, el esposo de la Iglesia (Ap
21,9). Ochenta y seis sermones escribió san Bernardo de Claraval (siglo XIII)
sobre el Cantar, que interpretó como el diálogo entre Cristo y el alma del
cristiano. Los místicos más profundos, santa Teresa de Ávila, san Juan de la
Cruz, o santa Teresa de Lisieux, comentaron el Cantar en sus escritos
espirituales.
Algunos estudiosos de las religiones han
comparado el Cantar con los relatos babilónicos de la liturgia de Adonis[Langfeldt17] -Tammuz. El mito, propio de la celebración
de año nuevo, presenta al dios Tamuz, sinónimo del cananeo Baal, y la diosa
Istar, eco de la cananea Anat, acompañados del más harmonioso de los cantos
corales. A la muerte de Adonis[Langfeldt18] , Istar baja a los infiernos para
rescatarlo. La muerte del dios y el descenso de la diosa al mundo subterráneo abren
la puerta del otoño y del invierno, la etapa en que la naturaleza se marchita. Cuando
Istar devuelve a Adonis[Langfeldt19] vivo al mundo terrenal, ambas divinidades
celebran sus esponsales, mientras la naturaleza en primavera contempla cómo la
vida vuelve a florecer en los campos. Otros comentaristas han percibido el Cantar
como un drama teatral, compacto y bien estructurado, en que Salomón y la
Sulamita comparten su amor apasionado.
Valorando las interpretaciones anteriores, los
estudiosos actuales perciben el Cantar como el poema que celebra el amor
apasionado de la pareja humana. La interpretación ya nació en la época antigua.
Los escritos de Rabí Akiba (siglo I) refieren la comprensión sensual que la
comunidad judía tenía del Cantar. El teólogo cristiano Teodoro de Mopsuestia (siglo
IV-V) contempló en el Cantar el amor apasionado de los enamorados,
interpretación que adoptó el llamado “judío anónimo” en su comentario (siglo
XII), y llevó a plenitud fray Luis de León en sus escritos (siglo XVI). En
nuestros días constituye, junto a la perspectiva alegórica, la interpretación más
habitual y poética del Cantar; ¡pues solo el amor apasionado es capaz de
transformar y dar vida a la existencia humana!
Conclusión
Las primeras palabras que la Escritura
pone en boca del hombre constituyen una declaración amorosa. Cuando Adán vio a Eva,
exclamó: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!”; y aún
añade el relato: “El hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer
y, desde ese momento, forman una sola cosa” (Gn 2,23-24). Casi las últimas palabras
de la Biblia también constituyen un canto de amor: “El Espíritu y la esposa dicen:
¡Ven!” (Ap 22,17). Apurando la metáfora, la Biblia, el libro que relata la historia
de amor entre Dios y la Humanidad, está enmarcado entre dos historias de amor,
la de Adán y Eva y la del Espíritu y la Iglesia. ¡Entre las páginas bíblicas, el
Cantar pone de manifiesto que solo el amor apasionado crea las cosas nuevas!
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