Francesc Ramis Darder
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Y el séptimo día
descansó
Como señala la
Escritura: “Cuando llegó el séptimo día Dios había terminado su obra, y
descansó el día séptimo de todo lo que había hecho” (Gn 2,2). Desde el embrujo
poético, la locución “descansó el séptimo día” enfatiza que Dios “experimentó la
felicidad del sábado” al contemplar la armonía del cosmos nacido de sus manos.
La comunidad hebrea entendía que la “felicidad del sábado” era el mayor gozo
posible; por eso, cuando el Génesis subraya que Dios experimentó el máximo
gozo, sentencia que saboreó la “felicidad del sábado”.
El gozo de Dios nace, sin duda, de la
alegría que comporta la contemplación de la armonía del cosmos. Ahora bien, el
descanso divino también reposa en la confianza que deposita en el ser humano
para que pula la creación como espejo de la bondad de Dios. El Señor ha creado
al hombre a su imagen y semejanza para convertirlo en custodio de la creación
que debe destilar concordia y fraternidad. Surge una cuestión: ¿Será capaz el
ser humano de tal encomienda?