Francesc Ramis Darder
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El topónimo “Mesopotamia” procede del griego y significa
“entre ríos”, o apurando la etimología, “tierra entre ríos”; pues propiamente
conforma la llanura entre dos grandes cursos fluviales: Eúfrates y Tigris. El Eúfrates
nace en las montañas de Armenia como resultado de la confluencia de otros dos ríos,
el Kara-Su, que se origina en el valle de Ezqurum, y el Murat, cerca del lago
Van; recorre unos 2.800 km en dirección sureste, y cuenta con dos afluentes
relevantes por el Este: Balikh y Harbur. El Tigris también brota en las
montañas de Armenia, junto a Elazig, recorre unos 1.900 km; dispone de cuatro
afluentes importantes por el Este: Diyala, Adhem, Pequeño Zab y Gran Zab. A
grandes rasgos, el Tigris y el Eúfrates discurren en paralelo hasta desembocar
juntos en Shat-el-Arab, en el Golfo Pérsico. Ahora bien, en la antigüedad
desembocaban separados, pero tanto los aluviones del estuario como la alteración
geológica de la zona han provocado el alejamiento de la línea de costa, por eso
actualmente desembocan juntos.
El cauce del
Tigris y del Eúfrates estructuraba el territorio en dos regiones principales:
Baja y Alta Mesopotamia. Situada en el último tramo del cauce fluvial y abrazando
la zona costera, la Baja Mesopotamia disponía de una pluviosidad escasa e
irregular, en otoño e invierno; la primavera y el comienzo del verano
contemplaba el crecimiento del cauce fluvial, a menudo virulento; el verano era
seco. La región contaba con cañaverales, palmeras datileras, cereales,
especialmente cebada, cabras, cerdos, bueyes, gallinas originarias de la India,
rebaños de ovejas cuya lana propiciaba la industria textil, aceite de sésamo,
nafta y betún, arcilla de calidad para la producción cerámica; en la costa y en
los ríos abundaba la pesca; bueyes de labor, asnos, caballos a partir del
segundo milenio, y dromedarios domesticados desde al siglo XII.
La Alta Mesopotamia comprendía el cauce
central y superior de ambos ríos, a la vez que lindaba al Norte con las
montañas de Armenia, y al Este con la cordillera de los Zagros. Disponía de
múltiples valles irrigados por riachuelos; era proverbial la feracidad de las
tierras comprendidas en algunos valles entre los montes de Armenia, también en la
zona que mediaba entre el Gran Zab y el Tigris, o en la intersección entre el
Harbur y el Eúfrates. Además de la riqueza agrícola y ganadera, despuntaba la
presencia de plátanos, tamariscos, moreras y encinas; discurrían por la región
grandes rebaños de ovejas, los bosques gozaban de abundante caza y los ríos de
pesca generosa; en las más zonas norteñas, en tierras armenias, afloraban la
piedra para la construcción y algunos metales. Entre la Alta y la Baja
Mesopotamia existían buenas comunicaciones; las rutas terrestres favorecían el
tráfico de caravanas, mientras los tramos navegables del Tigris y el Eúfrtes
alentaban el comercio y la relación cultural.
La región feraz
entre el Eúfrates y el Tigris estaba rodeada por accidentes geográficos que
enmarcaban la región. El Oeste veía extenderse el desierto Siro-Arábigo,
inhóspito y desolado, cuyos escasos pozos y torrenteras proveían de agua a
hombres y animales. El desierto convergía hacía el noroeste con los Montes
Amano, una pequeña cordillera de la cadena del Taurus en Anatolia. La zona
norte vería erguirse los Montes de Armenia con el mítico Ararat (5.000 m);
sobre los montes armenios despuntaban tres lagos principales: Van, Sevan y Urmia.
La región Este contemplaba los Montes Zagros, con tres regiones sucesivas, de
norte a sur: Kurdistán, Luristán y Kuzistán, esta última conformaba, en cierta
manera, una elongación de la región mesopotámica, surcada por los ríos Karen y
Kerkah.
La Baja y la
Alta Mesopotamia destacaban por su potencial agrícola, ganadero y piscícola,
pero tanto los buenos materiales de construcción
como los metales había que adquirirlos en las zonas colindantes. La región
Siro-palestina, al Oeste, aportaba la madera de los cedros del Líbano y los
montes Amano, también púrpura y cobre. La península Anatolia, al Noroeste,
ofrecía cobre, oro, hierro, plata, obsidiana, basalto, mármol, alabastro y
jade. Arnenia, al Norte, contaba con hierro y piedra de construcción. Irán, el
Este, destacaba por la abundancia de plata, oro, estaño, hierro, turquesa y
basalto. Así pues, la zona del Tigris y el Eúfrates exportaba, sobre todo,
productos agropecuarios e importaba de las regiones limítrofes, principalmente,
metales y materiales de construcción.
Mesopotamia
constituía una región integrada en el Próximo Oriente. Zarpando del Golfo
Pérsico, los navíos intercambiaban mercancías en el puerto de Dilmun, actual
Barhein; cruzando el estrecho de Ormuz, alcanzaban el país de Punt en la costa africana;
y a través de un largo cabotaje atracaban en la India. Las caravanas, evitando
el desierto, cruzaban el Eúfrates por el norte, en territorio sirio, y tras
reposar en Alepo y Palmira, alcanzaban la región Palestina, puerta hacia Chipre,
la zona del Egeo, y Egipto. Hacia el Este las caravanas penetraban en la meseta
irania, y hacia el Norte cruzaban los montes armenios y bordeaban los lagos
para propiciar el comercio y el intercambio cultural.
La integración
de Mesopotamia en Oriente determinó que J. H. Breasted, investigador eminente,
acuñara la locución “Creciente Fértil”. ¿A qué se refería? Cuando observamos un
mapa del Próximo Oriente apreciamos, a primera vista, dos regiones fértiles: la
primera, Mesopotamia, en torno al Tigris y el Eúfrates; la segunda, en
Palestina en los alrededores del lago de Gennesaret y el curso del Jordán. A
modo de contrapunto, desde el centro de ambas regiones, despunta una extensa
zona árida conformada por el desierto Siro-Arábigo y el pequeño desierto de
Judá, su prolongación occidental en tierra palestina. Si con un lápiz
coloreamos las dos zonas fértiles, aparecerá, desde el prisma de la metáfora,
una media luna verde en cuarto creciente, de ahí el nombre “Creciente Fértil”
con que también se conoce la región feraz de Palestina y las tierras
mesopotámicas; aun así, la imaginación poética empuja a prolongar la media luna
verde hacia el cauce del Nilo, cuyas aguas volvían fértiles las riberas
colindantes.