miércoles, 7 de enero de 2015

¿QUÉ SON LOS ÍDOLOS?


                                                                    Francesc Ramis Darder 


    Los domingos de Adviento leemos la profecía de Isaías. Cuando Isaías predicaba, en la segunda mitad del siglo VIII aC, alentaba a los israelitas a prepararse para la venida del Mesías. Con una proclama intensa, les pedía que abandonasen a los falsos dioses para poder encontrarse con el Señor, el Dios del amor. Como señala el Antiguo Testamento, los ídolos que nos separan de Dios son tres, bien conocidos. El afán de poder, representado per la figura del sol, el astro rey; el ansia de poseer bienes sin medida, figurada por la multitud de las estrellas, tan numerosas en el cielo; y el afán de aparentar lo que no somos, ídolo simbolizado por la luna, el astro que cada día cambia de cara, el astro que engaña.

    Sin duda, los tres ídolos están bien representados en la Sagrada Escritura. Ahora bien, poco a poco va entrando en nosotros un cuarto ídolo que Isaías no había previsto del todo; y que, de manera muy callada, se infiltra hasta deshacer muy sutilmente la vida cristiana. ¿Cuál es este cuarto ídolo? Dicho en palabras sencillas, es la falta de tiempo; o dicho con palabras más profundas, la superficialidad humana. A menudo tenemos tiempo para todo, menos para lo que es verdaderamente importante; tiempos para estar con nosotros mismos en silencio; tiempo para estar con Dios en la plegaria; y tiempo para compartir de corazón a corazón nuestra vida con los hermanos.

     Cuando dejamos de gozar del silencio interior, dejamos de pensar y de reflexionar; entonces nuestra vida gusta la sombra de la confusión. Cuando dejamos de tener tiempo para Dios, dejamos de orar, y nuestra vida pierde el aliento de la trascendencia. Cuando dejamos de tener tiempo para compartir la vida de corazón a corazón con los hermanos, nace la soledad, la plaga de nuestra época que resquebraja la existencia humana. He aquí las heridas del ídolo de la superficialidad: la confusión personal, la soledad y la falta de trascendencia.

    Adviento es el tiempo de la esperanza; el tiempo de rehacer nuestra vida para poder encontrarnos en Navidad con Jesús, el Dios hecho hombre. Rehacer nuestra vida consiste en hallar tiempo para estar con nosotros mismos y así poder crecer como personas; tiempo para estar con Dios en la plegaria para reencontrar la trascendencia; buscar las ocasiones para compartir nuestra vida con los hermanos y gustar el tesoro de la amistad, virtud tan preciada en la Sagrada Escritura. El Adviento es la ocasión que Dios nos da para salir de la superficialidad y aprender a vivir con la profundidad que nos pide la fe cristiana.

    Pongamos nuestra vida bajo el manto de la Virgen, modelo cristiano del Adviento; que Ella, como buena madre, oriente nuestra vida por los caminos del Evangelio. Así rebrotará nuestra capacidad de pensar, el deseo de orar y la fuerza para amar: el tejido del cristiano que espera la llegada de Jesús, la presencia de Dios en la historia humana.                                                          
Que así sea.
              

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