Francesc Ramis Darder
Jacques Vermeilen, “Jérusalem
centre du monde. Dévelopements et contestations d’une tradition biblique”, Cerf,
Lectio Divina (Paris 2007) 402.
El autor comienza su exposición señalando
que el simbolismo cósmico de Jerusalén aparece de forma trasversal a lo largo
de toda la Escritura. Desde la perspectiva bíblica, Jerusalén es el centro del
Mundo. En ese sentido, la centralidad de Sión forma parte del acervo común de
los sistemas teológicos propios del Próximo Oriente Antiguo, pues también
entendían éstos que la ciudad donde se encontraba el templo del dios principal
constituía el centro del Universo. La razón teológica por la que el pueblo de
la Biblia certifica la centralidad de Jerusalén estriba en la certeza de que en
el Templo de Sión habita el Señor, Dios del Cosmos y de la Historia.
A continuación, Vermeylen analiza,
ateniéndose a los parámetros cronológicos, algunos textos proféticos concernientes
a la centralidad de Jerusalén. Los textos más antiguos (VII a.C; Isaías,
Salmos, quizá Miqueas), haciéndose eco del ataque de Senaquerib, señalan la
multitud de pueblos que se reúnen para devastar Sión despreciando, de ese modo,
el exclusivo señorío de Yahvé. Los textos relacionados con la reforma de Josías
(622 a.C.) muestran cómo multitud de pueblos emprenden el camino a Sión para
acogerse a la Ley y firmar la paz entre ellos (Is 2,2-4; Miq 4,1-3). La
literatura de la época persa describe dos aspectos concomitantes: por una parte
señala la peregrinación de los pueblos a Sión, y por otra subraya la
centralidad del templo como lugar de la presencia de Dios en medio de su pueblo
(Is 60: primera redacción; Zac 1-8:
segunda redacción). En el marco del conflicto entre ptolomeos y seléucidas,
ensamblado con el tema teológico de la reunión de todos los judíos, los textos
de la época helenista relatan la peregrinación de las naciones a Jerusalén.
En definitiva, el autor destaca cómo la
temática del viaje de todos los pueblos a Jerusalén, ya sea en forma de ataque
militar o bajo el aspecto de la peregrinación, aparece en todo el ámbito de la
literatura profética, y en menor medida también en el Salterio. Hasta aquí no
cabe duda de que el imaginario teológico de Israel es similar al de los demás
pueblos orientales: Jerusalén es el centro del mundo, la sede desde la que Dios
ejerce su autoridad sobre el Cosmos y la Historia, por esa razón todas las
naciones se dirigen a Sión, donde aportan sus riquezas (Is 60; Ag 2) seducidas
por el poder de la ciudad protegida por la grandeza divina.
Ahora bien, según afirma Vermeylen, la
Escritura enfatiza la presencia crítica de los profetas contra la centralidad
de Sión, entendida según los parámetros de la teología del Próximo Oriente. Tal como señala el
autor, el clamor de Amós, Jeremías y Ezequiel muestra cómo el Señor, ofendido
por la opresión que los poderosos ejercen contra los débiles, no garantiza la
centralidad de Jerusalén ni del Templo; lo mismo cabe afirmar respecto de los
teólogos deuteronomistas. Como sigue señalando el autor, después de la
reconstrucción del Santuario, la comunidad de Yehud se organizó en torno al
culto, pero aparece de inmediato una corriente de pensamiento, presente en
textos que parecen remontarse a la época de Nehemías, muy crítica con la
centralidad del templo y que pone el énfasis en la imprescindible solidaridad
con los pobres. Dicha corriente se adentra en el NT donde la actitud requerida
para adorar al Señor radica en el compromiso por la liberación de los
oprimidos, pues como señala expresamente Juan, Dios no se ha encarnado en un
templo sino en la persona de Jesús que vivió y predicó entre los pobres y
marginados.
En
definitiva el planteamiento de los profetas al igual que el de la escuela
deuteronomista y el de los autores del NT es subversivo frente al pensamiento
tradicional que establece en Jerusalén el centro del Mundo, a la vez que
enfatiza que el Templo es la expresión privilegiada de la presencia de Dios.
A tenor de lo dicho, señala el autor,
podemos apreciar cómo la Escritura presenta dos aspectos contrapuestos por lo
que concierne a la centralidad de Jerusalén; por una parte la ciudad y el
templo representan el centro del mundo hacia la que acuden todas las naciones,
y por otra el templo y la ciudad son el objeto de la más dura crítica
profética, pues los profetas y el NT ponen el énfasis de su predicación en la
obligación de luchar en favor de los pobres.
Ante esa doble perspectiva, el autor toma
posición atendiendo a su propio criterio hermenéutico. Vermeylen se atiene al
canon cristiano de la Escritura. Desde esa perspectiva entiende los textos
referentes a la centralidad de Jerusalén como lugar de peregrinación de todos
los pueblos como el punto de partida de toda reflexión teológica, pero
sostiene, con la mayor entereza, que la centralidad de Sión debe adentrarse de
forma plena y definitiva en el pensamiento que subraya la centralidad del
Decálogo en lugar de los muros del Templo como centro de la vida de quienes
confían en Dios. Cuando la Ley de Dios ocupa la centralidad de la fe, la
religiosidad judía comprende la actuación liberadora de Dios en la Historia,
comprensión que desemboca necesariamente en la vivencia de la fraternidad entre
los hombres.
El autor no se detiene en los parámetros del
estudio meramente erudito, entresaca las consecuencias eclesiológicas y éticas
que se derivan de su monografía. A tenor de la exposición del autor, la Iglesia
debe abandonar el centralismo del templo para dirigir su tarea, según el
criterio del Evangelio, hacia la liberación de los pobres. Evidentemente la
Biblia y especialmente el Evangelio exigen al cristiano la denuncia de
cualquier totalitarismo a la vez que le impelen a la lucha a favor de la igualdad
entre todos los hombres; pues, tal como concluye Vermeylen, Dios no se alía con
los poderosos sino con los humildes y desamparados.
La obra contiene, como corresponde a una
obra de investigación y en este caso dotada de una perspectiva ética, con el
índice de citas bíblicas y las siglas y abreviaturas de los libros y revistas
citadas; pero destaca, sobre todo, la extensa bibliografía que aduce el autor
(pp. 345-378).
En nuestra opinión, el estudio de Vermeylen
constituye una obra muy interesante. La meticulosidad de la investigación, la
claridad de la exposición, el criterio hermenéutico y las conclusiones éticas, convierten
el escrito en una exposición sobre la auténtica centralidad de lo que debe ser
la vida cristiana: el compromiso decidido a favor de la liberación de quienes sufren
la marginalidad y la crueldad del despotismo.
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