Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
Las religiones de cariz helenista, tan populares durante el siglo I, ofrecían enseñanza, a veces de tipo misterioso, a sus adeptos, o enseñaban técnicas adivinatorias y mánticas. El mundo judío conocía la catequesis; así lo refiere Pablo cuando se dirige a los hebreos que han sido catequizados en la observancia de la ley (Rm 2,18). La catequesis cristiana reviste muchos aspectos, pero su aspecto novedoso aparece en tres matices: empatía con el receptor, énfasis en la presencia viva del Resucitado, y elaboración de modelos vivenciales.
¿En qué consiste la empatía con el receptor?
La catequesis no
presentaba un estilo uniforme, sino que buscaba la empatía con quienes
abrazaban el cristianismo, fueran de origen judío o gentil, para imbricar la fe
con la vida cotidiana. De ese modo, los discursos de Pedro, modelo de la
catequesis dirigida a los conversos del judaísmo, se adaptan a la mentalidad
judía (Hch 2,4-36); el discurso de Pablo ante los filósofos griegos, en la
colina del Areópago, podría ser un ejemplo de exposición de la fe orientada a
los paganos (Hch 17,22-34); mientras el discurso de Pedro en casa del centurión
Cornelio podría ser un ejemplo de catequesis dirigida a los temerosos de Dios,
es decir, a los paganos que admiraban la hondura de la religión judía (Hch
10,1-48).
¿Dónde descubrimos la presencia viva del Resucitado?
Cuando escribió la
Primera Carta a los Corintios (ca. 57), les remitió, con intención de acendrar
vida cristiana, la confesión de fe que el mismo había recibido cuando abrazó el
cristianismo (1Cor 15,1-11). Tanto la redacción como el contenido desvelan la
antigüedad del texto; quizá se remonte a la ocasión en que Pablo lo recibió en
la comunidad de Damasco cuando fue bautizado por Ananías (Hch 9,17-19). El
contenido alcanza el hondón de la fe: “Cristo murió por nuestros pecados, según
las Escrituras; fue sepultado; y ha resucitado al tercer día, según las
Escrituras” (1Cor 15,3-4). Observemos la conjugación verbal; quizá el texto
debería decir “murió […] fue sepultado […] resucitó”, pero literalmente
sentencia: “murió […] “fue sepultado” […] “ha resucitado”. Desde la óptica
literaria, las formas “murió” y “fue sepultado” refieren acontecimientos del
pasado sin influencia en el presente; mientras la expresión “ha resucitado”
expresa un suceso del pasado que sigue ejerciendo influencia en el tiempo
presente.
Cabe pensar que la catequesis cambiara la
secuencia lógica manifestada por la sucesión verbal “murió, fue sepultado,
resucitó” por la que figura en la confesión: “murió, fue sepultado, ha resucitado”. Así, mediante la forma
“ha resucitado” los cristianos enfatizaban, desde el prisma de la fe, que la
presencia viva del Resucitado actuaba en los avatares de su existencia
cotidiana; pues, Cristo no es alguien anclado en la historia pasada, sino el
Resucitado que acompañaba el caminar de cada cristiano. Desde esta óptica, la
Iglesia recogía, además de la empatía, otro aspecto de la “autoridad (exousia)”
y la “novedad (kaine)” con acendraba la identidad del “hombre nuevo”: la
conciencia de gozar de la presencia viva
del Resucitado (Ef 4,24).
¿Cuáles son los modelos vivenciales?
El primer modelo
vivencial es el mismo Jesús. El
evangelio de Lucas se presenta como una catequesis para que el lector ahorme su
vida en el modelo de Cristo; así dice el evangelista en el Prólogo: “para que
conozcas las enseñanzas (kategein) que has recibido” (Lc 1,4).
María Magdalena
representaba en la Iglesia primigenia un modelo privilegiado del discípulo fiel. Al decir de los
estudiosos, el antropónimo “María”, procede del hebreo “Miriam”, enraizado con
el egipcio “Ma’ra”, que significa “la elegida de Dios”; mientras el apodo
“Magdalena” alude a la ciudad de Magdala, cerca del Mar de Galilea, pueblo
María. Sin embargo, cabe una interpretación complementaria. El término
“Magdalena” también engarza con el sustantivo hebreo “migdal” que significa
“castillo, torre de defensa”. Desde este horizonte, María Magdalena aparecería
como la “elegida de Dios” cuyo estilo de vida manifestaría, ante la comunidad
cristiana, atenazada tantas veces por la duda o la persecución, “la fortaleza
del castillo” capaz de sustentar el ánimo de la asamblea perseguida.
María Magdalena se convirtió en el
“castillo”, el modelo de vida cristiana, porque forjó su existencia en el amor
de Jesús. ¡Amó a Jesús en todo momento!; lo amó vivo, cuando predicaba en
Palestina (Lc 8,2); lo amó muerto, junto al sepulcro, cuando todos lo habían
abandonado (Jn 21,11); y lo amó resucitado, antes de que se manifestara a los
discípulos (Jn 21,16). María Magdalena es, sin duda, el modelo del amor
cristiano por Jesús, el Salvador que colma de sentido la existencia humana
(Rilke).
La vida de Esteban puede ser un modelo martirial para los conversos
procedentes del judaísmo, a la vez que un acicate para alentar la conversión de
los hebreos (Hch 6,1-7,60). Cornelio, el centurión de la cohorte Itálica
bautizado por Pedro, amanece como modelo
del pagano que busca el sentido profundo de la vida; pues es un pagano que,
después de hacerse temeroso de Dios, abraza el cristianismo a (Hch 10,1-2). El
centurión que contempla la muerte de Jesús en la cruz exclama: “Verdaderamente,
este hombre era hijo de Dios” (Mc 15,39); de ese modo, despunta como modelo del pagano que se asombra ante
el misterio de Cristo. El Buen Ladrón, a quien Jesús crucificado promete el
Paraíso, destaca como modelo del mundo
marginal, los rechazados por la sociedad que encuentran la razón de vivir
en el evangelio.
En definitiva, la catequesis no se limitaba a suministrar información, sino que, enriquecida con la empatía entre el catequista y el catecúmeno, hacía presente al Resucitado y ofrecía modelos vivenciales que enhebraban la fe cristiana con él ámbito de la existencia cotidiana
No hay comentarios:
Publicar un comentario