Blog de Francesc Ramis Darder sobre literatura, teología, historia, arqueología del Oriente antiguo y su relación con la Biblia.
miércoles, 22 de noviembre de 2017
miércoles, 15 de noviembre de 2017
ADVIENTO 2017
Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
Durante el Adviento preparamos nuestra vida para
recibir al Señor que viene a nosotros, no sólo el día de Navidad, sino sobre
todo al final de los tiempos cuando nos encontremos con Dios cara a cara. La
espiritualidad del Adviento se caracteriza por
cinco aspectos:
1. Tiempo de Plegaria.
Propongámonos durante el Adviento intensificar nuestra relación con el
Señor. Leamos y meditemos la Sagrada Escritura, estemos a la escucha de la Voz
de Dios que nos habla; vivamos la Eucaristía con atención, recogimiento y
participación.
2. Tiempo de Esperanza.
En
nuestras relaciones personales procuremos ser positivos y constructivos.
Aportemos la luz de Cristo en los diversos ámbitos de nuestra vida personal y
social, a fin de que quienes nos conocen perciban en nuestro comportamiento la
auténtica vivencia cristiana.
3. Tiempo de Reconciliación.
Preparar
la llegada de Jesús implica la conversión de nuestra vida. Convertirse significa
cambiar el estilo de vida y pedir perdón a quien hemos ofendido, dejarnos
perdonar por nuestro prójimo, y saber
aceptarnos a nosotros mismos. Celebremos el sacramento de la Reconciliación; en
él recibimos el perdón de Dios, la gracia y la fuerza del Señor para edificar
su Reino en nuestro Mundo.
4. Tiempo de Solidaridad.
La
auténtica conversión implica siempre la solidaridad con el prójimo y la opción
por los pobres. Participemos en las campañas de Caritas que organicen los
grupos de Acción Social de nuestras parroquias. Estemos disponibles con quien
necesita nuestra ayuda. Seamos especialmente generosos en la colecta en favor
de Caritas que se realiza en Adviento o en Navidad en todas las Iglesias, es
una magnífica ocasión para hacer real y eficaz nuestra solidaridad con quienes
sufren.
5. Tiempo de María.
La Virgen
María es el modelo cristiano del Adviento. Ella esperó con inefable amor de
madre al Salvador del Mundo. Acerquémonos a María, y percibamos en ella a
nuestra madre que supo acompañar a Jesús desde su mismo seno hasta el pie de la
cruz, para participar después de la gloria de su resurrección.
martes, 14 de noviembre de 2017
JEREMÍAS EN JERUSALÉN
Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
Los babilonios apresaron a Jeremías y lo llevaron a Ramá, pero Nabuzardán,
general babilónico, atento a las órdenes de Nabucodonosor, liberó a Jeremías y
lo confió a Godolías; de ese modo, pudo compartir la suerte de quienes
permanecían aún en el país. Godolías era el gobernador impuesto por los
babilonios sobre el extinto reino de Judá; de familia noble, su padre, Ajicán,
había salvado a Jeremías de la ira de las turbas, mientras su abuelo, Safán,
había sido ministro de Josías (Jr 26,24; 2R 22,3). Godolías instaló su cuartel
en Mispá. Jeremías supo granjearse el beneplácito caldeo para permanecer al
lado del pueblo. Los babilonios le consideraban adicto, pues, como sabemos,
había aconsejado la rendición de los judaítas; pero, como hemos subrayado, el
consejo del profeta no respondía a la exigencia babilónica, sino al interés por
salvaguardar la vida del pueblo en Judá.
Cuando Godolías asumió la
jefatura, los guerrilleros judaítas fueron a Mispá. Godolías les advirtió:
“Quedaos en el país y someteos al rey de Babilonia y todo os irá bien” (Jr
40,7-10). Entre la voz de Godolías resuena el sentir de Jeremías; pues a los moradores
de Judá, les había dicho: “Someteos al rey de Babilonia si queréis seguir con
vida” (Jr 27,17). Sólo evitando la ira babilónica podía el pueblo subsistir.
Los hebreos refugiados en las regiones limítrofes, animados por la disposición
de Godolías, regresaron a Judá. Jeremías era la llama que aún alumbraba el
recuerdo de la reforma.
Sin embargo, el gozo pronto
terminó. Ismael, judaíta de estirpe regia, asesinó a Godolías por instigación
de Baalís, rey de Amón. El traidor también segó la vida de los oficiales del
gobernador, acabó con la guarnición caldea acuartelada en Mispá, y mató a un
grupo de peregrinos que iban a Sión. Ismael tomó como rehenes a las hijas del
rey y a quienes aún quedaban en Mispá y huyó hacia la corte de Baalís. De
pronto, otro caudillo, Juan, arrebató los cautivos de Ismael y los llevó al
refugio de Quinhán, cerca de Belén. Con la intención de salvar al pueblo,
Jeremías aconsejó a Juan que permaneciera en Judá. El buen hacer del profeta
podría conseguir la indulgencia babilónica, pues el grupo de Juan era ajeno a
la muerte de Godolías (Jr 40,1-42,22). Jeremías luchaba por salvar la identidad
del pueblo y mantener el ascua de la reforma. No obstante, Juan, temeroso de la
represión babilónica, condujo la comunidad a Egipto; la tierra donde antaño
fuera deportado Joacaz.
Jeremías, en tierra del Nilo,
arengaba la comunidad para que conservara su identidad; pero los juidaítas
volvieron a la religiosidad previa a la reforma y se dejaron seducir por las
modas egipcias. Jeremías, acompañado de Baruc, sentenció el destino del pueblo:
“los de Judá que residen en territorio egipcio morirán […] solo unos pocos […]
podrán regresar […] a territorio de Judá” (Jr 44,27-28). Jeremías murió en
Egipto, tras alentar a la comunidad a perseverar en su fe. Los babilonios
castigaron la afrenta judaíta. Nabuzardán, jefe de la guardia, deportó un
tercer contingente de población a Babilonia (582 a.C.). La provincia de Judá
fue disuelta y su territorio incorporado a la provincia de Samaría. La situación
del pueblo judaíta no podía ser más dramática. Quienes pisaron Egipto,
aguardaban la extinción, sólo algunos, muy pocos, volverían a Judá. Los que
restaban en tierra judaíta conformaban las clases humildes, dedicadas al
cultivo de los campos. El rey padecía la cárcel en Babilonia, mientras la
nobleza, el clero de alcurnia, y los artesanos sufrían el destierro en el País
de los Canales. Como relata la perspectiva teológica de la profecía, el fututo
de Judá dependía de los “higos buenos”, alegoría de la comunidad fiel que el
Señor forjaría entre las brasas del exilio babilónico (Jr 24,1-10).
lunes, 6 de noviembre de 2017
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