martes, 14 de noviembre de 2017

JEREMÍAS EN JERUSALÉN

                                                                                          Francesc Ramis Darder
                                                                                          bibliayoriente.blogspot.com


Los babilonios apresaron a Jeremías y lo llevaron a Ramá, pero Nabuzardán, general babilónico, atento a las órdenes de Nabucodonosor, liberó a Jeremías y lo confió a Godolías; de ese modo, pudo compartir la suerte de quienes permanecían aún en el país. Godolías era el gobernador impuesto por los babilonios sobre el extinto reino de Judá; de familia noble, su padre, Ajicán, había salvado a Jeremías de la ira de las turbas, mientras su abuelo, Safán, había sido ministro de Josías (Jr 26,24; 2R 22,3). Godolías instaló su cuartel en Mispá. Jeremías supo granjearse el beneplácito caldeo para permanecer al lado del pueblo. Los babilonios le consideraban adicto, pues, como sabemos, había aconsejado la rendición de los judaítas; pero, como hemos subrayado, el consejo del profeta no respondía a la exigencia babilónica, sino al interés por salvaguardar la vida del pueblo en Judá.  

    Cuando Godolías asumió la jefatura, los guerrilleros judaítas fueron a Mispá. Godolías les advirtió: “Quedaos en el país y someteos al rey de Babilonia y todo os irá bien” (Jr 40,7-10). Entre la voz de Godolías resuena el sentir de Jeremías; pues a los moradores de Judá, les había dicho: “Someteos al rey de Babilonia si queréis seguir con vida” (Jr 27,17). Sólo evitando la ira babilónica podía el pueblo subsistir. Los hebreos refugiados en las regiones limítrofes, animados por la disposición de Godolías, regresaron a Judá. Jeremías era la llama que aún alumbraba el recuerdo de la reforma.

    Sin embargo, el gozo pronto terminó. Ismael, judaíta de estirpe regia, asesinó a Godolías por instigación de Baalís, rey de Amón. El traidor también segó la vida de los oficiales del gobernador, acabó con la guarnición caldea acuartelada en Mispá, y mató a un grupo de peregrinos que iban a Sión. Ismael tomó como rehenes a las hijas del rey y a quienes aún quedaban en Mispá y huyó hacia la corte de Baalís. De pronto, otro caudillo, Juan, arrebató los cautivos de Ismael y los llevó al refugio de Quinhán, cerca de Belén. Con la intención de salvar al pueblo, Jeremías aconsejó a Juan que permaneciera en Judá. El buen hacer del profeta podría conseguir la indulgencia babilónica, pues el grupo de Juan era ajeno a la muerte de Godolías (Jr 40,1-42,22). Jeremías luchaba por salvar la identidad del pueblo y mantener el ascua de la reforma. No obstante, Juan, temeroso de la represión babilónica, condujo la comunidad a Egipto; la tierra donde antaño fuera deportado Joacaz.

    Jeremías, en tierra del Nilo, arengaba la comunidad para que conservara su identidad; pero los juidaítas volvieron a la religiosidad previa a la reforma y se dejaron seducir por las modas egipcias. Jeremías, acompañado de Baruc, sentenció el destino del pueblo: “los de Judá que residen en territorio egipcio morirán […] solo unos pocos […] podrán regresar […] a territorio de Judá” (Jr 44,27-28). Jeremías murió en Egipto, tras alentar a la comunidad a perseverar en su fe. Los babilonios castigaron la afrenta judaíta. Nabuzardán, jefe de la guardia, deportó un tercer contingente de población a Babilonia (582 a.C.). La provincia de Judá fue disuelta y su territorio incorporado a la provincia de Samaría. La situación del pueblo judaíta no podía ser más dramática. Quienes pisaron Egipto, aguardaban la extinción, sólo algunos, muy pocos, volverían a Judá. Los que restaban en tierra judaíta conformaban las clases humildes, dedicadas al cultivo de los campos. El rey padecía la cárcel en Babilonia, mientras la nobleza, el clero de alcurnia, y los artesanos sufrían el destierro en el País de los Canales. Como relata la perspectiva teológica de la profecía, el fututo de Judá dependía de los “higos buenos”, alegoría de la comunidad fiel que el Señor forjaría entre las brasas del exilio babilónico (Jr 24,1-10).



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