Francesc Ramis Darder
“Jesús de Nazaret salió con sus discípulos hacia
las aldeas de Cesarea de Filipo y por el camino les preguntó: ¿Quién dice la
gente que soy yo? ... Pedro le
respondió: Tú eres el Mesías” (Mc 8, 27-30). ¿Qué significa la palabra
“Mesías”?
El término hebreo “Mesías” y el griego
“Cristo” significan “ungido”. En el Antiguo Testamento los “ungidos”; es decir,
los “Mesías” eran los reyes de Israel.
El rey
israelita, igual que los monarcas orientales, gobernaba desde la perspectiva
política, militar y legislativa, pero gozaba de una prerrogativa propia: era un
rey ungido. Cuando el rey judío era entronizado, un profeta o un sacerdote
derramaba sobre la cabeza del soberano aceite consagrado. el profeta Samuel
ungió a David (1Sam 16, 13), y el sacerdote Sadoc a Salomón (1 Re 11, 12). El
rito de verter óleo consagrado sobre la cabeza real constituía el rito de la
unción.
La unción
confería al rey atribuciones religiosas con las que devenía mediador entre Dios
y los hombres pero, sobre todo, le comprometía a gobernar el país con los
criterios de Dios: eliminar la idolatría, defender a los pobres, servir al
pueblo, y consolidar el Templo.
Los reyes
de Israel y Judá fueron numerosos, pero el AT sólo alaba especialmente el
comportamiento de David (1 Sam 16 - 2 Sam 6), Ezequías (2 Re 18, 1-8), y Josías
(2 Re 23, 24-27). Los demás monarcas, en general, son censurados: desde la
perspectiva humana ganaron batallas y edificaron palacios, pero se preocuparon
poco de sembrar entre el pueblo la fidelidad, la lealtad y la misericordia
divina.
Los abusos
de la realeza llevaron a Israel al desastre (2 Re 23, 31 - 25, 26). El año 587
aC. Nabucodonosor destruyó Jerusalén y deportó sus habitantes a Babilonia. Al
volver del exilio (538 aC.) el pueblo judío fue administrado por sacerdotes. El
sumo sacerdote recibió la unción que antes pertenecía a los reyes (Lv 4,
3.5.16; 2 Ma 1, 10), y devino mediador entre Dios y los hombres, y responsable
de dirigir al pueblo con los criterios de Dios.
Los profetas
contemplaban el fracaso de reyes y sacerdotes para guiar al pueblo con las
normas de Dios. En los ambientes proféticos surgió el intenso anhelo por la
llegada de un auténtico ungido, de un verdadero “Mesías” que viviera y enseñara
a los hombres el plan de Dios ( Sal 2). El deseo del Mesías definitivo era
tan intenso que algunos esperaban la llegada de dos Mesías: un “Mesías
Sacerdote” para regir la esfera religiosa, y un “Mesías Rey” para los asuntos
civiles (Ez 45, 1-8: Zac 4, 1-14).
Las condiciones
sociales eran duras en Palestina durante el siglo I. Todos suspiraban por la
llegada inminente del Mesías pero, y eso es muy importante, el Mesías que la
gente esperaba tenía unas características distintas al Mesías anunciado por el
AT.
Los profetas
anunciaban el advenimiento de un Mesías que mostraría el proyecto de Dios para
que Israel hallara sentido a su vida. En cambio, los hebreos del siglo I
esperaban un Mesías con tres características. 1ª Un Mesías poderoso para
desbancar militarmente a los romanos. 2ª Un Mesías económicamente fuerte para
eliminar de un plumazo la pobreza de Palestina. 3ª Un Mesías deslumbrante, ante
quien no restara más alternativa que la adulación. En definitiva, los
habitantes de Palestina deseaban un Mesías con tres atributos: “poder”, “tener”
y “aparentar”.
Jesús es el Mesías anunciado por el AT, pero no es el
Mesías poderoso, rico, y deslumbrante que la gente esperaba. Jesús es el Mesías
pero ejerce su ministerio actuando como el “Hijo del Hombre”. Aplicado a Cristo,
el título “Hijo del Hombre” indica que Jesús no libera desde el “poder”,
“tener” o “aparentar”, sino desde la humildad, la actitud de servicio y la vida
compartida.
Jesús no
redime con el poder sino desde la entrega y el servicio: “El Hijo del Hombre
no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos”
(Mt 20, 28).
Cristo no
salva desde la riqueza, sino compartiendo la vida: “Si quieres ser perfecto,
ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres ... luego ven y sígueme”
(Mt 19, 21).
Jesús no
libera mediante la apariencia deslumbrante, sino desde el oprobio de la cruz y
la fragilidad de la cueva de Belén: “... se humilló a sí mismo haciéndose
obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2, 8); “ella (María)
lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para
ellos en la posada” (Lc 2, 7).
Jesús de
Nazaret es el Mesías anunciado en la Antigua Alianza, pero matiza su mesianismo
con el título de “Hijo del Hombre”. Jesús es el Mesías que enseña a amar con
los criterios de Dios: servicio, humildad y experiencia de vida compartida.
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