Francesc Ramis Darder
bibliayoriente@gmail.com
EL PROYECTO DE DIOS EN FAVOR DE LA
HUMANIDAD
EL RELATO DE LA CREACIÓN: Gn 1,1-2,4a.
“Hagamos a los hombres
a nuestra imagen y semejanza”
(Gen 1,26)
Francesc Ramis Darder
La Biblia comienza con el relato de la creación. La narración
representaba para los antiguos la descripción del origen del Universo, pero implicaba
mucho más que eso. El relato descubre ante la mirada humana la presencia divina
en los recodos del mundo, y a la vez ofrece al hombre el proyecto divino para
edificar la sociedad a imagen y semejanza de Dios. Veamos, pues, la propuesta
del Señor a la humanidad para que el ser humano pueda transformarse y
transformar el mundo a imagen y semejanza del creador.
1. Situación y sentido del relato de la
creación en el conjunto del la Biblia
El relato de la creación encabeza la Sagrada Escritura, y ejerce una
función semejante a la del prólogo de todo libro. Por eso es importante
preguntarse ¿qué desea enseñarnos la narración de la creación?
Nuestra respuesta recorrerá dos etapas. Comenzaremos mostrando que el
texto de la creación no es sólo la descripción científica propia del
pensamiento antiguo sobre el origen del Universo. El texto es, sobre todo, un
relato religioso que contempla el sentido del Universo con los ojos de la fe.
Después veremos cómo la primera página del Génesis no se limita a ser la
contemplación religiosa del mundo, sino que es la propuesta de Dios al hombre
para que edifique la sociedad según el proyecto divino.
a. Sentido religioso del relato de la
creación: Gn 1,1-2,4a
Los autores antiguos percibieron en el relato de la creación la
descripción física, geológica y biológica del origen y desarrollo del Universo.
No les faltaba razón, pues el relato sigue un itinerario lógico. Sin embargo
los comentaristas antiguos no dejaban de hacerse preguntas acerca del proceso
de la creación narrado en el Génesis.
La Biblia dice: “La tierra era una soledad caótica y vacía y las
tinieblas cubrían el abismo” (Gn 1,2). Pero ¿cómo puede ser que al principio no
existiera nada, si ya existía el abismo? El Sol y la Luna establecen la
existencia del día y de la noche: luego ¿cómo es posible que Dios estableciera
el día y la noche (Gn 1,5) antes de crear el Sol y la Luna (Gn 1,14)?
Éstas preguntas aluden sólo al contenido de la narración; sin embargo
las ciencias naturales plantearon cuestiones más serias. La geología probó que
el mundo no surgió en seis días (Lyell), mientras la narración de la creación
parece afirmarlo sin ambages. ¿Quién tiene razón: la geología o la Biblia? La
biología constata la evolución de los seres vivos (Darwin); pero el relato de
la creación sostiene que cada grupo de seres vivientes surgió
independientemente de los demás. ¿Acaso miente la Biblia al relatar la creación?
El siglo XIX fue testigo de las disputas entre la verdad confesada por
la Biblia y la evidencia de los descubrimientos científicos. Entonces los
estudiosos de la Biblia comenzaron a abandonar la lectura literal del relato de
la creación para adoptar una posición metafórica. Veamos un ejemplo.
La geología afirma que la tierra se ha formado a lo largo de millones de
años, mientras el Génesis narra el proceso de formación en seis días. Los
estudiosos, para resolver el dilema, afirmaron que los días que aparecen en el
relato de la creación tenían una duración mayor de veinticuatro horas, pudiendo
alcanzar cada uno la duración de millones de años. Es decir, sostuvieron que
los días de la creación eran muy largos.
Pero pronto tuvieron que enfrentarse al problema biológico de la edad de
los patriarcas: “Después de engendrar a Set, vivió Adán ochocientos años, tuvo
hijos e hijas, y a la edad de novecientos treinta años murió [...] tenía
Matusalén ciento ochenta años y siete años cuando engendró a Lámec; después de
engendrar a Lámec, vivió setecientos ochenta y dos años, tuvo hijos e hijas, y
a la edad de novecientos setenta años murió” (Gn 5,1-32).
La edad de los patriarcas parecía contradecir el texto bíblico. Si los
patriarcas hubieron vivido tanto tiempo, habrían sobrevivido al Diluvio, y
continuarían viviendo en la época del rey del David; pero no aparecen tras el
Diluvio ni figuran en la historia de David. Los estudiosos, para resolver el
problema, supusieron que la duración de los años referidos a la edad de los
patriarcas tenían menos de trescientos sesenta y cinco días. En definitiva,
afirmaron que los años tenían una duración mucho más corta que los años
actuales.
Pero al leer conjuntamente el relato de la creación (Gn 1,1-2,4a) y las
genealogías de los patriarcas (Gn 5,1-32), los eruditos llegaban a un dilema de
imposible solución. ¿Como podía ser que los días duraran miles de años,
mientras los años duraban menos de trescientos sesenta y cinco días?. En otras
palabras: ¿cómo puede ser que alargando la duración de los días, se acorte la
duración de los años?
Ésta contradicción llevó a naturalistas y biblistas a comprender que el
lenguaje de la Ciencia y el de la Biblia persiguen objetivos distintos. Las
ciencias investigan el origen y la dinámica del Universo, mientras la Biblia
sondea el sentido último del Universo y de la Historia. La Biblia busca el
sentido de las cosas contemplando el Universo y la Historia con los ojos de la
fe; y la ciencia descubre el funcionamiento de la naturaleza y la historia
utilizando la metodología de los estudios históricos y científicos.
b. El relato de la creación ofrece el
proyecto de Dios a la Humanidad
La Biblia es un libro religioso que busca el sentido del Cosmos y de la
Historia. El relato de la creación es una narración religiosa que indaga acerca
del sentido del Universo y de la Historia. Pero ¿qué tipo de lenguaje religioso
utiliza el relato de la creación?
El lenguaje religioso adopta formas diversas: la homilía, la exhortación,
la celebración del perdón, etc. El relato de la creación es una plegaria
pensada para que descubramos la presencia divina en los entresijos del mundo, y
utilicemos el proyecto de Dios para transformar la sociedad a su imagen y
semejanza. Por eso al leer el relato de la creación como una plegaria
conseguimos dos cosas. Por una parte percibimos las huellas de Dios en los
recodos del mundo; y, por otra, pedimos al Señor que nos conceda su fuerza para
construir una sociedad trenzada a su imagen y semejanza.
Pero ¿podemos entender el relato de la creación como una plegaria?
Veámoslo desde la perspectiva de nuestros hermanos hebreos.
La primera letra del alfabeto hebreo se denomina aleph y la segunda
beth. A veces en la narración Dios comienza sus discursos más importantes con
la primera letra del alfabeto: la aleph.
Los Diez Mandamientos son el discurso más importantes que Dios dirige a su
pueblo a lo largo del AT. El Señor comienza su intervención diciendo: “Yo soy
el Señor, tu Dios, el que te sacó de Egipto” (Ex 20,2). Más tarde, cuando Dios
desea afirmar sus lazos de amor con Israel afirma: “Yo seré vuestro Dios y
vosotros seréis mi pueblo” (Jr 30,22). Observemos que las dos citas empiezan
con la palabra castellana “Yo”, término que comienza en hebreo con la primera
letra del alfabeto: la aleph.
El relato de la creación comienza con la locución: “Al principio” (Gn
1,1). La locución castellana “al principio” se pronuncia en hebreo mediante una
sola palabra: bereshit, que comienza con la segunda letra del alfabeto hebreo:
la letra beth (b).
Demos, ahora, un salto hasta el comienzo del Salmo 4 donde un creyente
implora la ayuda de Dios: “Respóndeme cuando te invoco, oh Dios mi salvador”
(Sal 4,2). La palabra que encabeza la oración, “respóndeme”, comienza en hebreo
con la letra beth. La referencia al Salmo 4 muestra como la oración del hombre
bíblico comienza, en algunas ocasiones importantes, con la segunda letra del
alfabeto. Y recalca, de ese modo, y hasta de manera gráfica, como la plegaria
es la respuesta del hombre a Dios que le habla y le ama primero. Dios comienza
su discurso con la primera letra, la aleph contenida en el “Yo”; y el hombre
reza comenzando su plegaria con la segunda letra, la beth, que inicia al
término “respóndeme”.
El lector hebreo al leer la primera palabra del Génesis observaba el
término bereshit: “Al principio” (Gn 1,1). Al ver que la palabra bereshit
comenzaba con la letra beth, la segunda del alfabeto; comprendía el texto como
una plegaria. El orante, al convertir en plegaria el relato de la creación percibía
la huella de Dios en el mundo; y, a la vez, pedía la fuerza de Dios para
edificar la sociedad a imagen y semejanza del creador.
Pero, ¿cómo descubre el orante la presencia de Dios al utilizar el
relato de la creación para su plegaria?
Si leemos con atención la narración de la creación descubriremos que la
palabra “Dios” aparece treinta y cinco veces. El significado de los números es
importante para captar el sentido de la Sagrada Escritura. Saboreemos el
significado del número treinta y cinco en el relato de la creación.
El número treinta y cinco es el resultado de multiplicar cinco por
siete. El número cinco evoca el Pentateuco que contiene los cinco libros que,
para la tradición hebrea, constituyen el núcleo de la Biblia. El número siete
indica la plenitud en el ámbito cultural judío. Por eso lo que alcanza la
plenitud se relaciona con el número siete. El día sagrado de los judíos, el
sábado, es el séptimo día de la semana; y el candelabro del Templo tenía siete
brazos. Aunando el significado de los números siete y cinco percibimos el
significado del número treinta y cinco: núcleo y plenitud. La palabra “Dios”
aparece treinta y cinco veces, porque Dios palpita en el hondón de cada cosa y
de cada persona para llevarlos a la plenitud.
Los lectores hebreos convertían la primera
página de la Biblia en la contemplación de la presencia de Dios en el corazón
del mundo; y, a la vez, al leerla, adquirían el compromiso de construir la
sociedad según el proyecto divino.
La Biblia comienza con una plegaria: “el relato de la creación”. Y,
desde la perspectiva cristiana, termina con la plegaria final del Apocalipsis:
“¡Amén! ¡Ven Señor Jesús!” (Ap 22,20). Desde la perspectiva cristiana la Biblia
puede entenderse como un libro de plegaria. Pues desde el comienzo (Gn
1,1-2,4a) hasta el final (Ap 22,20), contempla con los ojos de la fe las
huellas de Dios en el Mundo, y exige al hombre que, con la ayuda divina, lleva
a cabo el proyecto liberador de Dios.
Ahora leeremos el relato de la creación como la plegaria que muestra la
huella de Dios en el mundo, y a la vez compromete al hombre a construir la
sociedad con los valores divinos..
2. Lectura del texto: Gn 1,1-2,4a.
COPIAR EL TEXTO DE BIBLIA CATALANA INTERCONFESSIONAL
3. Elementos del texto
El rey Nabucodonosor en el año 587 aC conquistó Jerusalén y deportó
parte de la población a Babilonia, la capital de su imperio. El exilio permitió
a los hebreos familiarizarse con la ciencia babilónica. Los sabios babilónicos
habían redactado la epopeya llamada Atra-Hasis, y el poema denominado Enuma
Elish para explicar el origen del Universo y del hombre. Igualmente, habían
compuesto la historia de Gilgamesh donde describían la dureza de la condición
humana. El exilio terminó en el año 538 aC cuando el rey Ciro conquistó
Babilonia. El rey convirtió el país de Israel en una provincia del Imperio
Persa, y permitió a los hebreos exiliados regresar a Jerusalén (Esd 1,2-4).
Los sacerdotes habían mantenido la cohesión del pueblo durante el exilio
y continuaron rigiéndolo en Jerusalén. Asentados en la Ciudad Santa, los
sacerdotes escribieron la historia que narraba los orígenes del pueblo. Ésta
historia se denomina, literariamente, “Composición Sacerdotal” y comienza con
el relato de la creación.
La ciencia babilónica permitió a los hebreos dibujar el mapa científico
del universo. La ciencia babilónica posibilitó que los deportados comprendieran
el Universo desde la lógica científica. Por eso cuando los sacerdotes
escribieron el relato de la creación tuvieron en cuenta el “mapamundi”
aprendido en Babilonia. Pero no se limitaron a describir científicamente el
mundo. Lo contemplaron con los ojos de la fe, y plasmaron en la narración de la
creación el sentido del Universo y de la Historia. El Mundo y la Historia están
sostenidos en las buenas manos de Dios; pero afirmaron también que el Señor
exige al ser humano el compromiso de construir la sociedad según los criterios
divinos. Veamos algunos elementos del texto para poder ahondar en la perspectiva
que implica edificar la sociedad según los criterios de Dios.
a. “Al principio” (Gn 1,1)
La elaboración del relato de la creación fue lenta; pero entre los años
400-350 aC constituía ya la primera página del Génesis. En esas fechas la
provincia de Judá era una región marginal del imperio persa. Las grandes
proezas de David yacían sepultadas en el baúl del olvido; y el magnificente
Templo de Salomón había sido sustituido por un templo modesto (Esd 3,12).
Al parangonar la pequeñez de Judá con el esplendor de los persas, los
judíos experimentaban la sensación amarga de su fracaso. ¿Qué quedaba de la
promesa de Dios a Abrahán?: “Yo haré de ti un gran pueblo, te bendeciré y haré
famoso tu nombre” (Gn 12,2). Judá comenzaba a carecer de fundamentos para creer
en la bondad de Dios. En lugar de un gran pueblo eran una región pequeña, y en
vez de una nación bendita eran súbditos del rey persa.
Pero mientras los fundamentos de la religión hebrea se disuelven, un
grupo de sacerdotes escribe una plegaria para devolver al pueblo la esperanza
(Gn 1,1-2,4a). Comienzan su oración con diciendo: “Al principio creó Dios el
cielo y la tierra” (Gn 1,1).
La palabra “principio” presenta en castellano dos acepciones
principales. Por una parte indica el comienzo de alguna cosa: el lunes es el
“principio de la semana”. Por otra parte indica que una persona o una cosa
tiene fundamento. Por ejemplo, al ver a alguien que destaca por su rectitud
ética decimos: “es una persona de principios”. Al decir eso no indicamos que la
persona tenga un “comienzo”, sino que su vida está “fundamentada” en valores
buenos. La locución “al principio” contenida en Gn 1,1 no significa “al inicio”
o “al comienzo”, sino “en el fundamento”.
Los sacerdotes saben que los habitantes de Jerusalén, al sentirse la
región marginal de un imperio lejano, se preguntan: ¿la vida y el mundo tienen
algún sentido; algún fundamento? La respuesta de los sacerdotes es una
profesión de fe: ¡Sí, la vida y el mundo tienen sentido porque se fundamentan
en Dios! En el fundamento de todo, “al principio”, late la presencia de Dios.
Sociológicamente hablando, los sacerdotes podrían pensar que la religión hebrea
daba sus últimos estertores. Pero desde la óptica de la plegaria, comprenden
que las cosas no son así: en el fundamento de todo está la presencia de Dios.
O, dicho en lenguaje poético, afirmarían: La vida y el mundo tienen sentido
porque reposan en las buenas manos de Dios.
b. “ creó Dios el cielo y la tierra.” (Gn
1,1)
Los sacerdotes afirman que el Universo tiene sentido al sostener que ha
sido creado por Dios. El universo, el cielo tierra, reposa en las buenas manos
de Dios porque Él lo ha creado. La palabra “crear” es peculiar en el AT, pues
sólo se utiliza para indicar acciones realizadas por Dios. El hombre “hace” y
“fabrica” pero sólo Dios “crea.”
¿Qué significa “crear”? El lenguaje actual explica que la acción de
“crear” consiste en hacer surgir alguna cosa de la nada. Pero en tiempos
antiguos el significado de la palabra “crear” era distinto. No implicaba hacer
surgir algo de la nada, sino conferir sentido a lo existente.
Veamos un ejemplo tomado de Isaías. El profeta recuerda la cautividad de
los israelitas en Babilonia, y habla al pueblo en nombre de Dios: “Así dice el
Señor, vuestro libertador, el Santo de Israel: Por amor a vosotros envié una
expedición a Babilonia y arranqué los cerrojos de las puertas [...] Yo soy el
Señor, vuestro Santo, el Creador de Israel, vuestro Rey.” (Is 43,14-15). Israel
padecía el dolor de la deportación en Babilonia, pero el Señor lo liberó por
mediación del rey Ciro (Is 41,1-5). El Señor dice a su pueblo: “soy el Creador
de Israel” (Is 43,15), pero con eso no indica que haga surgir a Israel de la
nada, pues cuando Israel padecía el exilio babilónico (597-538) llevaba siglos
existiendo como pueblo.
La locución “el Creador de Israel” (Is 43,14) es paralela a “vuestro
libertador” (Is 43,15). El Señor crea a Israel cuando le libera de las garras
de Babilonia. Por tanto, en Is 43,14-15, la voz “crear” debe entenderse como
“liberar”. Afirmar que Dios crea a su pueblo significa declarar que lo libera.
El Señor otorga un sentido nuevo a la vida de su pueblo: la nación deportada se
convierte en un pueblo libre.
La referencia a Isaías muestra que el sentido de la palabra “crear” no
connota, en un primer momento, la acepción de hacer surgir alguna cosa de la
nada. Implica la experiencia de la liberación y el descubrimiento del sentido
de la vida. Y, precisamente, ese es el significado de la palabra “crear” en Gn
1,1. Cuando Dios crea el mundo, lo libera y le confiere sentido. Pero ¿de qué
libera Dios al Cosmos y qué sentido le otorga? Veámoslo en el apartado
siguiente.
c. “La tierra era una soledad caótica y
las tinieblas cubrían el abismo” (Gn 1,2)
A primera vista las palabras “soledad”, “caótica” y “abismo” parecen la
reseña geográfica de la Tierra (Gn 1,2). Sin embargo ésos términos no
constituyen una descripción geográfica. Indican la percepción religiosa de los
sacerdotes al contemplar la desazón del pueblo. Los habitantes de Jerusalén,
alejados de Dios, yacen en la idolatría. Y el alejamiento de Dios, la
idolatría, se expresa en el relato de la creación mediante las palabras
“soledad caótica [...] abismo”. Veámoslo.
La palabra “soledad” se pronuncia tohu en lengua hebrea. El libro de
Samuel la asocia directamente a la idolatría: “No os apartéis del Señor, para
seguir a los ídolos (tohu, soledad), que de nada sirven, porque son dioses
vanos (tohu, soledad)” (1Sm 12,21). Isaías utiliza el término tohu para
fustigar a los ídolos y a sus adoradores: “viento y vacío son sus estatuas
(tohu, soledad)” (Is 41,29); “los que fabrican ídolos son inútiles (tohu,
soledad)” (Is 44,9).
El vocablo de Gn 1,2 “caótica” en hebreo se escribe bohu. Figura sólo
tres veces en la Biblia y siempre asociado a la palabra “soledad” (tohu) (Gn
1,2; Is 34,11; Jr 4,23). ¿Cuál es el significado de la asociación de las
palabras “soledad” y “caótica”; (tohu bohu)? Tal vez sea en la profecía de
Jeremías donde aparezca su relación de forma más clara.
Jeremías exige, en nombre de Dios, la conversión de Israel y Jerusalén
(Jr 4,1.8.14). La situación del pueblo, insensato e incapaz de obrar el bien
(Jr 4,22), se describe geográficamente. La tierra es caótica (bohu) y vacía
(tohu, soledad) (Jr 4,23), el cielo carece de luz (Jr 4,23), el hombre no
existe (Jr 4,25) y las aves del cielo han huido (Jr 4,25). El texto de Jr
4,23-25 muestra la situación de Jerusalén alejada de los caminos de Dios.
Situación que Jeremías describe de forma semejante a la del Universo anterior a
la creación. La tierra es caótica (bohu) y vacía (tohu, solitaria) (Gn 1,2), no
hay luz (Gn 1,3), todavía no hay aves en el cielo (Gn 1,20.21) y el hombre no
ha aparecido (Gn 1,27).
En definitiva Jeremías detalla la situación del pueblo idólatra e
incapaz de obrar el bien (Jr 4,22); y, para eso, lo describe en la situación
anterior a la creación: “Miro a la tierra: un vacío (tohu, soledad), un caos
(bohu, caótico)” (Jr 4,23).
La lengua hebrea escribe el término “abismo” mediante la voz tehom. El
abismo representa en el AT el gran depósito de agua situado bajo la superficie
terrestre (Gn 33,13c; Pr 8,24). Pero, a la vez, esconde también el poder
agresor capaz de asolar la tierra tal como describe la narración del Diluvio:
“era el año seiscientos de la vida de Noé, el día diecisiete del segundo mes,
cuando reventaron las fuentes del abismo (tehom) [...] y fueron aniquilados
todos los seres que había sobre la faz de la tierra [...] tan sólo quedó Noé y los
que estaban con él en el arca” (Gn 7,11-24).
El Diluvio no aconteció por casualidad, fue la consecuencia de la
idolatría. Fue la consecuencia del pecado humano: “Dios se fijó en la tierra y
vio que estaba pervertida, porque la gente tenía una conducta perversa.
Entonces dijo Dios a Noé: tengo decidido poner fin a todos los seres vivos,
porque toda la tierra está llena de maldad a causa de los hombres.” (Gn
6,12-13). Sin embargo la aniquilación no fue absoluta, pues Noé y su familia
escaparon de la catástrofe: “El Señor dijo a Noé: ‘Entra en el arca tú con toda
tu familia, pues tú eres el único justo que he encontrado en esta generación”
(Gn 7,1).
El profeta Jeremías describía la idolatría de su pueblo (Jr 4,22)
diciendo que la “tierra” era caótica (bohu) y vacía (tohu, soledad) (Jr 4,23).
El autor de la narración del Diluvio mostraba cómo el poder del abismo (tehom)
había aniquilado la tierra pervertida. Los sacerdotes redactores de la
narración de la creación perciben la tierra sostenida en las malas manos de los
ídolos: la soledad (tohu), el caos (bohu) y el abismo (tehom). Éstas tres
palabras simbolizan los ídolos que a lo largo de la historia apartaron a Israel
de la bondad de Dios: el afán de poder, el ansia de poseer y el deseo de
aparentar. Si observamos nuestra vida constataremos cómo los ídolos que nos
separar de Dios no están hechos de madera, sino de dinero, orgullo y falsedad.
Si los sacerdotes contemplaran Jerusalén sólo desde la perspectiva
humana no saldrían del desencanto. Jerusalén es una ciudad marginal del imperio
persa, y sus habitantes abandonan la fe para medrar en la vida entregándose a
los falsos dioses. Pero los sacerdotes además de percibir la realidad con la
lucidez humana, la contemplan con los ojos de la fe. Perciben que su tierra
está masacrada en las malas manos de los ídolos; pero creen firmemente que la
salvación de Dios es más fuerte que el poder de los ídolos de muerte. Pero para
captar cómo la misericordia de Dios puede más que el reto de los ídolos vayamos
al siguiente apartado.
d. “mientras el espíritu de Dios aleteaba
sobre las aguas.” (Gn 1,2)
En tiempos de Noé la tierra estaba pervertida pero Dios salvó al
patriarca y a su familia (Gn 7,1; Hb 11,7). Durante el exilio el pueblo hebreo
se precipitaba a la extinción, y Dios por mediación de Ciro salvó a Israel (Is
41,1-5). Los sacerdotes contemplan la Ciudad Santa machacada por el puño
idolátrico, pero creen firmemente que Dios no abandonará Jerusalén. Los
sacerdotes manifiestan su convicción con estas palabras: “el espíritu de Dios
aleteaba sobre las aguas.” (Gn 1,2). Mientras la idolatría, representada en
este caso por las aguas, deshace Jerusalén; el espíritu de Dios, símbolo del
mismo Señor, protege a su pueblo.
La palabra hebrea que traducimos por “aletear” aparece tres veces en la
Biblia (Gn 1,2; Dt 32,11; Jr 23,9). El término “aletear” es sinónimo de
“proteger” y “cuidar”. Moisés describe cómo Dios protegió y salvó a su pueblo
mediante la alegoría del águila que aletea sobre a sus polluelos: “El Señor
abrazó y cuidó a su pueblo, lo guardó como la niña de sus ojos: como el águila
que incita a su nidada y aletea sobre sus polluelos (Dt 32,10-11). Cuando el
águila aletea sobre sus crías es para protegerlas del enemigo y cuidarlas
depositando comida en el nido. El águila simboliza a Dios, mientras los
polluelos representan a los israelitas. Los ídolos son los enemigos del pueblo
de Dios; pero, el Señor, como el águila, no abandona a sus hijos sino que los
cuida y protege.
Los sacerdotes muestran en su plegaria como el mundo, a pesar de su
pecado, cuenta con el auxilio del Señor, pues el espíritu de Dios sigue
aleteando sobre las aguas. Pero saben que la decisión de abandonar las manos
perversas de los ídolos para permitir al Señor que nos sostenga en sus buenas
manos, es una decisión que incumbe al ser humano. Dios es bueno y acompaña
siempre al hombre pero no suple nunca la responsabilidad humana. ¿Cómo se
pueden abandonar las manos de los ídolos para vivir en las manos de Dios?. En
otras palabras qué metodología debe emplear el hombre para edificar la sociedad
utilizando los criterios de Dios. Veámoslo.
e. El proceso de la creación (Gn 1,3-31)
La oración compuesta por los sacerdotes incluye la metodología para huir
de los ídolos y reposar en las buenas manos de Dios. Lo primero que Dios hizo
fue la luz. Después estableció la bóveda del cielo. Luego reunió las aguas
ubicadas bajo el firmamento en la región que denominó “mares”. Al congregarse
las aguas emergió lo seco, que Dios llamó “tierra”. Acto seguido ordenó que la
tierra produjera la vegetación. Seguidamente colocó en la bóveda celeste dos
lumbreras grandes (Sol y Luna), y las estrellas. A continuación Dios ordenó que
las aguas produjeran seres vivos capaces de nadar; y creó, más tarde, los
cetáceos y las aves. Ordenó a la tierra que produjera ganados, reptiles, y
bestias salvajes. Y, finalmente, Dios creó al ser humano otorgándole el señorío
sobre la creación. Dios realizó su obra en seis días y el día séptimo descansó.
Para describir el proceso de la creación, los sacerdotes se basaron en
los grandes relatos aprendidos en Babilonia: Enuma Elish y Atra-Hasis. Sin
embargo la intención sacerdotal no radica en la explicación geológica y
biológica del mundo, sino en ofrecer al hombre una propuesta para construir la
sociedad con los criterios de Dios. Los criterios exigidos por los sacerdotes
para edificar la sociedad plenamente humanizada son dos.
* La alusión al cumplimiento de los
Mandamientos.
El relato de la creación muestra cómo Dios creó el mundo en seis días;
por eso solemos pensar, erróneamente, que hizo una cosa cada día. Si leemos
atentamente el relato veremos que Dios no creó el mundo mediante seis órdenes
sino a través de diez: “Que exista la luz”; “que haya una bóveda”; “que las
aguas [...] se reúnan”; “produzca la tierra vegetación”; “que haya lumbreras”;
“que rebosen las aguas de seres vivos”; “creced y multiplicaos, referido a los
animales”; “produzca la tierra seres vivientes”; “hagamos al hombre”; “creced y
multiplicaos, llenad la tierra y sometedla”. Tras la ejecución de cada orden el
Señor observa el resultado y dice “era bueno”; y al final contempla el universo
y exclama “todo era muy bueno” (Gn 1,31).
El universo fue creado mediante diez mandatos de Dios; o a través de
“Diez Palabras” según dicen nuestros hermanos hebreos. En el Sinaí, el Señor
prescribió otras “Diez Palabras”, los “Diez Mandamientos” (Ex 20,1-17), para
que el pueblo practicara la justicia y, como consecuencia, viviera en paz. Los
sacerdotes escribieron de forma premeditada la creación mediante diez mandatos
divinos, para que el lector asociara las “Diez Palabras” con los “Diez
Mandamientos”. De ese modo el lector aprendía una lección: “Dios, con Diez
Palabras, creó un mundo muy bueno; ahora depende de mí que continúe siendo
bueno, y la forma de conseguirlo estriba en vivir en plenitud los Diez
Mandamientos.
* La exigencia del compromiso personal en
el proceso de liberación humana y social.
No basta conocer los Diez Mandamientos. Para construir la sociedad justa
y pacífica hay que ponerlos en práctica. Los sacerdotes, al ofrecer el proyecto
de Dios son incisivos en el compromiso personal. Oigamos el relato: “Entonces
dijo Dios: Hagamos a los hombres a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1,26). La
palabra “hagamos” ha inquietado siempre a los intérpretes ¿Por qué habla Dios
en plural? No sería más lógico que lo hiciera en singular: “Haré al hombre a mi
imagen y semejanza”. Las interpretaciones del término “hagamos” son diversas
pero centrémonos en las más importantes.
La primera interpretación comprende la palabra “hagamos” en sentido
mayestático. Antiguamente las personas importantes hablaban en plural. El Papa
antiguamente hablaba en plural: no decía “Yo decido”, sino “Nos decidimos”. La
palabra “Nos” utilizada por los papas constituye un plural mayestático para
realzar la importancia de quien habla. La segunda interpretación caracterizó a
muchos padres de la Iglesia Antigua, quienes tras el término “hagamos”
percibían la presencia de la Santísima Trinidad.
El relato de la creación constituye el proyecto de Dios a la humanidad
para que construya una sociedad según los criterios divinos. Cuando Dios dice
“hagamos a los hombres a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1,26); se dirige
directamente a nosotros que estamos leyendo este libro. Dios nos hace una
propuesta “hagamos a los hombres”. Es decir, el Señor afirma: Yo y vosotros
construyamos una sociedad plenamente humanizada. El Señor nos ofrece su Ley y
su ayuda, para comprometernos en la construcción de la sociedad pacífica y
solidaria. Dicho en términos del NT, el Señor
nos compromete a edificar el Reino de Dios.
f. El compromiso específico del hombre (Gn
1,26-31)
El relato destaca la importancia del ser humano describiendo su origen
mediante la triple utilización del término “crear” (Gn 1,27). Dios no establece
diferencias entre el hombre y la mujer: ambos tienen el mismo rango. La especificidad
de la creación del hombre radica en un matiz crucial, dice el Señor: “a nuestra
imagen, según nuestra semejanza” (Gn 1,26.27).
Los términos “imagen” y “semejanza” indican que el hombre es semejante a
Dios, porque es el único ser de la creación capaz de entender lo que Dios manda
y, además, cumplirlo. El hombre entiende la voz de Dios y por eso puede vivir
según el proyecto divino, preguntándose si lo que hace sirve para que la
sociedad y el mundo se conviertan en algo “muy bueno” (Gn 1,31).
El Señor añade una característica a la condición humana: “para que
domine sobre los peces del mar, las aves del cielo, los ganados, las bestias
salvajes y los reptiles de la tierra” (Gn 1,26). El hombre es el vértice de la
creación pues domina sobre la tierra y los animales. El verbo “dominar” no
significa “oprimir” ni “aplastar”. La palabra “dominar” significa propiamente
“cuidar”, procurar que la creación continúe siendo “muy buena” (Gn 1,31). La
persona humana debe cuidar el mundo y mimar la historia para descubrir las
huellas de Dios.
Dios no deja solo al hombre, sino que se compromete con él para que
lleve adelante el proyecto divino. Y el compromiso divino se llama bendición:
“Dios los bendijo” (Gn 1,28). La bendición contiene la solidaridad de Dios con
el hombre para que se sienta arropado por su ternura. Dios afina las
características de su bendición: “Creced y multiplicaos, llenad la tierra y
sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los
animales que se mueven por la tierra” (Gn 1,28).
Destaquemos otro matiz de la bendición divina: “someter” El término
“someter”, en el relato de la creación, no alude a la acción de “tiranizar” o
“subyugar”, sino que se asemejan al término “velar”. El hombre debe velar para
que la creación se desarrolle según el proyecto de Dios; y velar también para
que los ídolos no le aparten a él del proyecto divino. Someter la tierra indica
“estar por encima de la tierra”; es decir, velar para que las riquezas
terrenales no aparten el corazón humano del plan de Dios.
4. Síntesis y reflexión final
El relato de la creación es una plegaria ideada para que descubramos la
presencia divina en los entresijos del mundo, y pongamos en práctica el
proyecto de Dios para transformar la humanidad a su imagen y semejanza. Por eso
al leer el relato como una plegaria conseguimos dos cosas. Por una parte
percibimos las huellas de Dios en los recodos del mundo; y, por otra, pedimos
al Señor que nos conceda su fuerza para construir una sociedad trenzada a su
imagen y semejanza.
La creación consiste en la acción de Dios por la que el Mundo deja de
estar oprimido por el poder de los ídolos, para sostenerse en las buenas manos
de Dios. El Señor es el autor de la creación, pero demanda del ser humano la
colaboración para que el mundo sea una realidad “muy buena”. La colaboración
humana estriba en el cumplimiento de los mandamientos, y en el compromiso
personal en la humanización de la sociedad. Sin embargo Dios no permanece ajeno
al compromiso humano. El Señor concede mediante su bendición al ser humano la
gracia para cuidar y velar sobre la tierra convirtiéndola en imagen y semejanza
del mismo creador.
Finalizada la redacción del relato de la creación, el pensamiento hebreo
se enriqueció con la aportación cultural griega. El pensamiento griego entendía
la creación como el resultado de hacer surgir alguna cosa de la nada. La
sabiduría griega quedó recogida en los últimos libros del AT. De ese modo la
epopeya de los Macabeos relata la creación como el acto mediante el cual Dios
hace surgir todas las cosas de la nada.
La Historia Macabea cuenta como una madre sufre ante el martirio de sus
siete hijos, y dice al último: “Te pido hijo mío, que mires al cielo y a la
tierra y lo que hay en ella; que sepas que Dios hizo todo esto de la nada y del
mismo modo fue creado el hombre” (2Mac 7,28). Ése detalle muestra que el
pensamiento bíblico evoluciona y se perfecciona en el seno de la Sagrada
Escritura, para llevarnos de la mano hacia el conocimiento de Dios: el amigo
fiel que nos protege y nos cuida.