Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
Para experimentar en plenitud al Señor de
la misericordia son necesarias dos actitudes: La humildad y la oración. Al
analizar la perícopa del fariseo y el publicano (18, 9-14) comentamos la
primera. Ahora describiendo la narración del "Buen Ladrón" (23,
32-47) intentaremos discernir el genuino sentido de la oración cristiana.
Seguiremos el método que hasta ahora hemos utilizado y propondremos una lectura
del texto en grupo.
1. Situación de la narración en
el conjunto del Evangelio.
Nuestra narración se sitúa en la tercera
gran sección del evangelio: La Pasión y Resurrección de Jesús (19, 29 - 25,
53). Jesús comenzó su ministerio en Galilea. Después durante el largo viaje a
Jerusalén comunicó a sus discípulos los secretos del Reino. Ahora, en la Ciudad
Santa, Jesús llevará a término, en su propia persona, todas aquellas cosas que
enseñó a los discípulos en el camino. Los relatos de la pasión del Señor, más
que leídos deben ser meditados. La narración de la crucifixión y muerte de
Cristo adquieren, en el tercer evangelio, algunas connotaciones especiales.
Quizá lo más característico de Lucas sea
que, a diferencia de los otros evangelios, no
insiste tanto en los detalles externos del sufrimiento; sino que se
centra preferentemente en la explicación de la pasión interiorizada de Jesús.
Lucas describe con maestría el drama interno de la pasión de Cristo.
Algunos detalles externos no aparecen en la narración de Lucas: No
habla de la flagelación de Jesús; tampoco refiere el abrazo de Judas, se
conforma con decirnos que el discípulo se acercó al Señor. Lucas describe con
profundidad la lucha terrible que -durante la pasión-, se desarrolla entre
Jesús y las fuerzas del mal. Jesús vence en esta batalla final porque
"aguanta en la prueba ", y aguanta en la prueba porque se "sabe
sostenido por Dios". La
referencia a la perseverancia aparece en otras ocasiones en el evangelio. Jesús
anuncia a sus discípulos que también ellos serán perseguidos y les dice: "
Todos os odiarán por causa mía, pero no perderéis ni un pelo de vuestra cabeza;
con vuestro aguante conseguiréis la vida " (21, 19).
Jesús no "aguanta" porque sí; aguanta porque hay un Dios que
le sostiene en la prueba. La primera vez que Jesús toma la palabra en el
evangelio de Lucas es para decirles a José y María: " ¿ No sabíais que yo
tenía que estar en la casa de mi Padre ? " (2, 49). La última vez en la que
Jesús -antes de su muerte- habla, es para decir: " Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu " (23, 46).
Toda la vida de Jesús se halla
enmarcada entre estas dos ocasiones en las que se dirige a Dios como Padre. La
vida de Jesús es la manifestación cierta de que Dios es un Padre de infinita
ternura y misericordia. Su vida refleja la verdadera naturaleza de Dios: El
Padre de la misericordia. Manifestar la verdadera genuinidad de Dios, no le ha
sido a Jesús una tarea fácil. Ha padecido mucho durante el tiempo de su
predicación y mucho más durante su pasión. Pero ha "aguantado" con
perseverancia, porque cree en un Dios Padre lleno de misericordia que sostiene
y guía su vida. Eso será lo que le otorgará la victoria final: " Ha resucitado " será la
gran noticia que comunicarán los dos hombres con vestidos refulgentes a las
mujeres que acuden al sepulcro (24, 6).
Con esa certeza en la paternidad de Dios,
Jesús durante la pasión es el mártir que muestra una fuerza de alma y una
bondad capaces de transformar incluso a sus verdugos y, a quienes lo condenan:
Pilato lo proclama inocente en tres ocasiones (23, 4.14.22), así como las mujeres y el pueblo (23, 27-28),
el buen ladrón (23, 41), el centurión romano (23, 47) ...
En el interior del drama de la pasión se
halla el episodio de nuestro estudio. El texto nos presenta el extenso
fragmento de la crucifixión y muerte de Jesús (23, 32-46), en el interior del
cual y, dividida en dos partes aparece la historia del "buen ladrón"
(23, 32-33; 39-43). Nos describe la última acción de Jesús en favor de los
débiles; vierte su misericordia convertida en esperanza, en el corazón del
"buen ladrón" a quien promete el Paraíso.
En la sinagoga de Nazaret Jesús presenta su
programa de actuación afirmando que en su tarea contará con la presencia del
espíritu: " El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido
para que dé la buena noticia a los pobres. Me ha enviado para anunciar la
libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los
oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor " (4, 18-19).
Después de los acontecimientos de la
sinagoga, aparece la narración del primer milagro. El Señor cura a un hombre
poseído por el diablo (4, 31-37). Jesús vierte su misericordia, convertida en
curación en el corazón de aquel endemoniado.
En el último acto de su vida -justo antes de su muerte-, Jesús derrama su misericordia en el buen
ladrón descubriéndole el sentido de su existencia.
La vida de Jesús no es otra cosa sino el despliegue y la
manifestación de la misericordia de Dios entre los hombres: El primer acto es
un milagro y el último la misericordia con el "buen ladrón". La
ternura de Jesús se sostiene en la certeza de hallase envuelto en las manos
buenas de Dios Padre: Sus primeras palabras -ante sus padres- son para
referirse a Dios como Padre, en su último grito pone su espíritu en manos del
Padre.
La narración de la crucifixión y muerte del
Señor lleva a plenitud la descripción de los dos grandes ejes del evangelio.
Dios es un Padre de ternura y misericordia, y Jesús es el Señor a través de
quien descubrimos la paternidad y la misericordia de Dios. Dentro de ese
relato, se halla la breve narración del "buen ladrón". Nos enseña la
manera con la que podemos relacionarnos con ese Dios. La forma auténtica
de relación con el Señor es la plegaria.
Pero -notémoslo bien- una plegaria que no es una evasión; sino que brota de una
triple experiencia: La confianza, la gratuidad y el sufrimiento. Esas son las
tres características de la oración del "buen ladrón".
2. Lectura del texto (Lc 23,
32-47).
Conducían también a otros dos malhechores
para ajusticiarlos con él. Cuando llegaron al lugar llamado "La
Calavera", los crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a su
derecha y otro a su izquierda. Jesús decía:
- Padre, perdónalos porque no saben lo que
se hacen.
Se repartieron sus ropas echando suertes.
El pueblo lo presenciaba. Los jefes, por su
parte, comentaban con sorna:
- A otros ha salvado; que se
salve a él si es el Mesías de Dios, el Elegido.
También los soldados se acercaban para
burlarse de él y le ofrecían vinagre diciendo:
- Si eres tú el Rey de los judíos, ¡
sálvate !.
Además tenía puesto encima un letrero:
"Este es el rey de los judíos".
Uno de los malhechores crucificados lo
escarnecía diciendo:
- ¿ No eres tú el Mesías ? ¡ Sálvate a ti y
a nosotros !.
Pero el otro lo increpó:
- ¿ Ni siquiera tú, sufriendo la misma
pena, tienes temor de Dios ? Y la nuestra es justa, nos dan nuestro merecido;
en cambio, éste no ha hecho nada malo.
Y añadió:
- Jesús, acuérdate de mí cuando vuelvas
como rey.
Jesús le respondió:
- Te lo aseguró: Hoy estarás conmigo en el
Paraíso.
Era ya eso de mediodía cuando se oscureció
el sol, y toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. La cortina
del santuario se rasgó por medio. Jesús gritó muy fuerte:
- Padre en tus manos encomiendo mí
espíritu.
Y dicho esto expiró.
Viendo lo que sucedía, el centurión
confesó:
- Realmente, este hombre era justo.
3. Elementos del texto.
a. La Crucifixión.
Morir en la cruz era un suplicio extremadamente
duro. Los romanos condenaban a ese tipo
de muerte a los encausados por motivos políticos y, a todos aquellos a quienes
deseaban dar un castigo ejemplar. En el
caso de Jesús hay una sentencia del sanedín que le condena a muerte (Mt 26, 66;
Mc 14, 64; cf. Lc 22, 66-71). Pero el consejo judío decide trasladar el caso a
la jurisdicción romana, acusándole de perturbador político y de rebelión contra
el imperio (23, 1-2). Posiblemente los judíos pensaran que los simples cargos
religiosos contra Jesús -el llamarse Hijo de Dios-, no tendrían peso suficiente
ante el prefecto romano. De ese modo es Poncio Pilato quien entrega a Jesús
para ser crucificado (23, 24-25).
El tercer evangelio no nos describe la
flagelación de Jesús, pero era habitual azotar cruelmente al reo antes de
crucificado. La tortura causada por los azotes era muy cruel. El látigo estaba
formado por tiras de cuero que sostenían en su extremo bolitas de plomo o
pequeños huesecillos. Los golpes arrancaban materialmente la piel y la carne.
Una vez flagelado, el reo tomaba sobre sus espaldas el travesaño horizontal de
la cruz y se encaminaba hacia el Calvario (en arameo Gólgota). El que iba a ser
crucificado -durante su camino hacia el Calvario-, llevaba colgada del cuello
una tablilla donde se hacía constar la causa de la condena.
El Gólgota era una roca de unos cinco
metros de altura, que por la forma de su perfil recordaba vagamente la silueta
de una cabeza. Era una zona situada fuera de la ciudad, donde existían los
restos de antiguas canteras, y muy próxima a la muralla. En frente, a unos
cuarenta metros de distancia, otra porción de roca se había aprovechado para
hacer unas tumbas excavadas.
Una vez llegado al Gólgota el reo era
crucificado. Los clavos, habiéndole perforado
la parte posterior de las muñecas, se clavaban en el travesaño
horizontal. Después era elevado y se clavaba en el poste vertical que aguantaba
el peso del ajusticiado. Los pies -también clavados a la cruz- se sostenían
apoyados sobre un trozo de madera, el cual permitía al condenado no asfixiarse
y así se alargaba el suplicio de la tortura. En la cima del palo vertical se
clavaba la tablilla en la que constaba el motivo de condena. En el caso de
Jesús decía " Este es el rey de los judíos " (23, 38). Algunas veces
para acelerar la muerte de los condenados se les quebraban las piernas con lo
que fallecían por asfixia, o se les perpetraba una lanzada en el costado como
golpe definitivo.
Había dos costumbres de origen judío que
habitualmente solían cumplimentarse con los ajusticiados. La primera consistía
en proporcionar al reo una mezcla de vino y mirra destinada a adormecerle y, de
esa forma, mitigar sus dolores. La segunda permitía colocar un paño alrededor
de la cintura para cubrir sus partes. A la primera se refieren los evangelios
(Mt 27, 34; Mc 15, 23). La segunda no se menciona pero cabe suponer que fuera
también cumplimentada. Jesús -como el resto de condenados-, habría sido
desnudado y sus ropas repartidas entre el piquete apostado al pie de la
cruz.
b. " Y dicho esto expiró
".
Hemos presentado -en el apartado
anterior- las características externas
de un proceso de crucifixión. Ahora vamos analizar el sentido de la pasión y
muerte de Jesús. No podemos describir toda la pasión, nos ceñiremos al breve
fragmento que estamos analizando (23, 32-47).
* " Padre, perdónalos porque no saben
lo que se hacen ".
La acción de Jesús a lo largo del evangelio
es una muestra constante de la misericordia de Dios. Su primer gesto consiste
en la curación de un endemoniado (4, 31-37); su penúltimo gesto es el perdón
otorgado a sus ejecutores. Recodemos que el perdón es una de las más genuinas
manifestaciones de la misericordia de Dios, así nos lo enseñaba la narración de
Zaqueo (19, 1-10).
* Las referencias al Antiguo Testamento.
Si tenemos la paciencia de observar con
detenimiento, en nuestra Biblia, la narración de la pasión; observaremos que
está plagada de referencias a la Antigua Alianza. Efectivamente, en Jesús
llegan a su cumplimiento las promesas. Observemos algunas de estas alusiones a
la Antigua Ley:
- " Se repartieron sus ropas echando
suertes ".
Cuando un reo era ejecutado en la cruz, el
piquete de guardia apostado junto al patíbulo, solía repartirse las ropas del
ejecutado. Durante la crucifixión de Jesús sucedió lo mismo. Pero Lucas para
describirnos este hecho cita textualmente el fragmento de un Salmo (22, 19). El
Salmo 22 comienza con las conocidas palabras " Dios mío, Dios mío ¿ por
qué me has abandonado ? " (palabras que Mateo y Marcos ponen en labios de
Jesús en el momento de su muerte Mt 27, 46; Mc 15, 34).
Este Salmo nos describe la situación de un
justo que se siente abandonado y acorralado por todos. En su desesperación pide
a Dios su ayuda y le promete que, hablará ante sus hermanos para comunicarles
la grandeza de Dios. Lucas nota que este salmo alcanza su plenitud en la
persona de Cristo. El es el prototipo de hombre justo que se encuentra
acorralado por todos. Los guardias se reparten sus ropas (23, 34) como hicieron
con el justo de nuestro salmo (Sal 22,19). Jesús será resucitado por Dios Padre
y comunicará, mediante las apariciones a los discípulos, las maravillas de Dios
(24); al igual que el hombre justo del salterio se proponía anunciar los
prodigios divinos ante la gran asamblea (Sal 22, 24-31).
- " Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu ".
Son las últimas palabras de Jesús; en ellas
se dirige confiadamente al Padre. Las primeras palabras del Señor, en el tercer
evangelio, también nos hablaban de Dios Padre " ¿ No sabíais que yo tenía
que estar en la casa de mi Padre " (2, 49). La vida de Jesús ha sido la
historia de la certeza que su vida esta custodiada en la buenas manos de Dios
Padre. Pero nuestro evangelista, una vez más, para explicarnos esa seguridad
echa mano de un texto del AT (Sal 31, 6).
El Salmo 31 nos describe la historia de un
justo que se siente perseguido y se
acoge en el regazo de Dios " A ti, Señor, me acojo " (31, 1). Durante
su oración, el hombre perseguido comenta los motivos de su angustia; pero
continuamente afirma sentirse en manos de Dios " Pero yo confío en ti
Señor " (31, 15), " en tu mano están mis azares " (31, 16). El drama interno de Jesús crucificado se
describe muy bien mediante este Salmo. En el padecimiento de Cristo se cumplen
las expectativas del Salmo. Jesús es el modelo de justo condenado que deposita
su vida en las buenas manos de Dios.
* La misericordia con el "buen
ladrón", y la conversión del centurión romano.
El último acto de la vida de Jesús consiste
en derramar la misericordia en el corazón del "buen ladrón" e
incorporarlo a su Reino. La muerte de Jesús suscita la conversión del
centurión. Viendo la muerte de Jesús aquel hombre exclama " Realmente,
este hombre era justo ". La muerte de Jesús es la síntesis de lo que ha
sido su vida: Un esfuerzo de sembrar misericordia para suscitar el seguimiento.
c. " Los crucificaron allí,
a él y a los malhechores, uno a su derecha y otro a su izquierda ".
La fe si no representa el todo en la
vida no significa nada en la existencia
humana. Ante Jesús sólo cabe la aceptación plena o el rechazo. Cada uno de los
ladrones crucificados a su lado representan una actitud contrapuesta.
Describamos la actitud de cada uno de ellos.
* " El ladrón que escarnece a Jesús
".
Al pie de la cruz los soldados y los jefes
del pueblo se burlaban de Jesús. La misma actitud muestra el ladrón que lo
escarnece. Oigamos sus palabras: " ¿ No eres tú el Mesías ? Sálvate a ti y
a nosotros ". Tanto este malhechor como los jefes del pueblo tenían una
idea distorsionada de la figura del Mesías. Todos esperaban la llegada del
Mesías, el Salvador de Israel. Todos creían que este liberador sería alguien
deslumbrante que, con un poder espectacular, traería la salvación al pueblo
judío.
Nadie podía pensar que el hombre clavado en
la cruz entre dos delincuentes fuera el Mesías ansiosamente anhelado por todos.
Y Jesús es el Mesías. Aquel que nos salva, no desde el poder de las armas, sino
desde el sufrimiento de la muerte. Aquel que nos libera, no desde la apariencia
deslumbrante sino a partir del escándalo de la cruz.
Este malhechor busca en la persona de Jesús
una salvación particular: " Sálvate a ti mismo y a nosotros ". No le interesa
demasiado la salvación de todo Israel; desea un Mesías hecho a su medida y para
su propia salvación. ¿ Cuántas veces en nuestra vida no hemos buscado un Dios
particular, hecho a la medida de nuestro deseo ?. Tampoco se preocupa por
especificar las razones que le han llevado a la cruz. Es el otro
malhechor, quién se lo recuerda: "
Y nuestra pena es justa ", le dirá su compañero de patíbulo.
Este ladrón muere en la cruz a causa de sus
fechorías. Pero es incapaz de darse cuenta de que lo que está padeciendo se
debe a una condena por sus maldades. Recordemos que quien no se mira a sí
mismo, quien no es realista ante la situación que le acontece no es humilde
ante la vida. Ese hombre es el prototipo de persona orgullosa (como el
publicano), incapaz de ver las faltas que hay en su vida y pedir perdón por
ellas. La incapacidad de penetrar en su interior, le impide descubrir la
identidad de Aquel que está crucificado a su lado. Aprecia en Jesús a un
personaje que -como tantos otros- se ha identificado con el Mesías. Por eso
participa -con actitud de sorna- en la burla de los soldados y jefes del
pueblo.
Notemos, pero, lo más importante. Aunque
este malhechor sea completamente inconsciente de ello, Jesús está muriendo por
él en la cruz a su lado. Cristo ha recorrido su vida predicando el Reino y
anunciando que Dios es un Padre Bueno. Esa predicación de Jesús iba dirigida,
especialmente, a los débiles, a los pobres, a los que sufren. Este ladrón sufre
en la cruz, y tal vez, se lanzó al bandidaje porque era el único camino que le
quedaba en la vida. El mensaje de Jesús estaba pensado, privilegiadamente, para
él. No ha podido experimentarlo ni captarlo. Pero no por eso Jesús ha dejado de
padecer en la cruz para inaugurar un Reino en el que el mal desaparezca y, en
el que este ladrón pueda ser alguien feliz.
* " El buen ladrón ".
Como el mismo reconoce, padece la cruz a
causa de sus propias culpas. Ante la situación que está padeciendo se hace una
pregunta sensata: ¿ Cuál es mi responsabilidad ?. Esta pregunta denota la
adopción de una actitud humilde, la actitud de ser realista ante los avatares
de la vida. No da la culpa de su situación a una segunda persona, él mismo
asume en sí mismo la propia responsabilidad de su miseria.
Al ser capaz de verse a sí mismo tal como
es, nace la posibilidad de comprender a los demás como realmente son. En el
corazón del "buen ladrón" aparece la capacidad de ver a Jesús y a
Dios como son verdaderamente. Afirma respecto de Jesús: " Este no ha hecho
nada malo ". Cuando todos están burlándose de Cristo, sólo él -el
prototipo de hombre humilde-, reconoce la auténtica persona de Jesús: " No
ha hecho nada malo ".
Si lo pensamos de una manera objetiva ¿ qué
mal había hecho Jesús ? Pilato lo declara por tres veces inocente (23,
4.14.22). Solamente " el senado del pueblo, los sumos sacerdotes y los
letrados " (23, 66) presentan ante Pilato acusaciones. Jesús no ha hecho
nada malo. Su vida ha sido una denuncia constante contra todos aquellos que,
desde su condición de poder, hacen el mal; y por eso -estos mismos- lo han
condenado a muerte. El "buen ladrón" ha sido humilde, se ha mirado a
sí mismo; eso le ha abierto los ojos para comprender la realidad del otro, la
realidad de Jesús que muere a su lado.
Una vez que el ladrón ha percibido la
verdadera realidad de Jesús, surge en el una segunda actitud: El temor de Dios
" ¿ Ni siquiera tú, sufriendo la misma pena, tienes temor de Dios ?
". Detengámonos un momento a pensar ¿ Qué es el temor de Dios ?.
Al comienzo del evangelio, el ángel de Dios
se dirige a Zacarías, a María y a los
pastores, con una expresión muy semejante: " No temas " (1, 13.30; 2, 10). La Virgen nos
dirá en el "Magnificat": " ... y su misericordia alcanza de
generación en generación a los que le temen " (1, 50). Jesús, al dirigirse
a Simón, le dice: " No temas. Desde ahora serás pescador de hombres "
(5, 10).
En el sentido manifestado por estos textos, el "temor
de Dios" no coincide con el sentimiento de pánico ante la presencia
divina. El "temor de Dios" significa el ámbito en el que es posible
percibir la misericordia de Dios. Una persona temerosa de Dios, es aquella que
se sabe en el regazo de Dios, y desde la certeza de sentirse en Dios puede
apercibirse de su ternura.
El "buen ladrón" se halla
padeciendo el cruel suplicio de la cruz. Allí, en medio del dolor, ha sido
capaz de mirarse a sí mismo y con humildad reconocer los motivos de su
crucifixión. La humildad le ha llevado a descubrir la naturaleza de Jesús:
"Este no ha hecho nada malo". Del reconocimiento de Jesús nacerá el
temor de Dios, la certeza de sentirse en el regazo de Dios. Y, finalmente,
desde el temor de Dios brotará la auténtica plegaria: " Jesús acuérdate de
mí cuando vuelvas como rey ".
d. " Jesús, acuérdate de mí
cuando vuelvas como rey ".
En la cima del Calvario ocurre una única
realidad: Jesús entrega su vida por todos los hombres. Tanto para los buenos
como para los malos, tanto para aquellos que le escarnecen como para los que le
admiran y aprecian. El anuncio del Reino y la victoria sobre la muerte es un
anuncio para todos los hombres; tanto para los que conocieron a Jesús en
Palestina como para nosotros que vivimos hoy. Jesús entrega su vida para la
salvación de la humanidad, pero sólamente una persona ha sido consciente de
este acontecimiento: El "buen ladrón".
En este apartado nos detendremos en
explicar la naturaleza de la oración. La humildad y la plegaria son los ojos
del corazón. Las condiciones necesarias para experimentar la salvación que Dios
nos otorga a través de su ternura. ¿ Qué es rezar ? Para explicarlo viajaremos
hasta el Antiguo Testamento y distinguiremos dos tipos distintos de
religiosidad: La religiosidad mítica y la bíblica.
* La religiosidad mítica.
El hombre antiguo habitaba un mundo
especialmente hostil, las constantes guerras, las enfermedades y las catástrofes
naturales, diezmaban la población. Ante la situación de impotencia, nacen en el
corazón humano los sentimientos de la angustia y el miedo. El hombre, asustado,
comienza a pedir ayuda a sus hermanos para poder subsistir ante las situaciones
hostiles. Los otros hombres también sienten miedo y se ven incapaces de ayudar
a su prójimo. Les viene justo aguantar su
propio miedo y sobrevivir en condiciones tan difíciles.
El hombre cansado de pedir ayuda a los
demás y de no encontrarla, decide levantar los ojos al
cielo. Y allí descubre cosas grandes y majestuosos: El Sol, la Luna, los
planetas, las nubes. Piensa que tal vez ellos podrían ayudarle a vivir sin
miedo, y comienza a llamarles dioses. Luego inventa un culto, toda una serie de
ritos dirigidos a convencer a estos seres, que él denomina dioses, para que le
ayuden a sobrevivir entre el miedo de su vida.
Las cosas no son tan simples ni tan
sencillas, pero la religiosidad mítica responde -más o menos- a los parámetros
que acabamos de describir: El hombre sufre, tiene miedo, no ve manera posible
de subsistir con el miedo constante, se inventa la existencia de un Dios que le
consuele; y luego, mediante toda una serie de gestos que denominamos culto,
intenta convencer a ese Dios para que le ayude.
* La religiosidad bíblica.
El libro del Exodo nos presenta al pueblo
de Israel sometido a una dura esclavitud en Egipto. El Señor, con la intención de liberarlos, se
aparece a Moisés y le dice: " He visto la opresión de mi pueblo en Egipto,
he oído sus quejas contra sus opresores, me he fijado en su sufrimiento. Y he
bajado a liberarlos de los egipcios ... " (Ex 3, 7-8). Yahvé envía a Moisés ante el faraón para
liberar a Israel. Al final dice el Señor a Moisés para confortarle en su
empresa: " Yo estoy contigo, y ésta es la señal de que yo te envío: <
que cuando saques al pueblo de Egipto, daréis culto a Dios en esta montaña >
" (Ex 3, 12).
Delineemos los pasos del proceso de fe
descrito en el Exodo. El pueblo sufre la esclavitud; antes de que Israel lo
pida expresamente Dios mismo ha oído sus quejidos y le ha mandado un liberador.
Moisés los liberará -con la fuerza de Dios- de la dura servitud. Dios dará al
pueblo -sin que él aun pueda imaginárselo- la Tierra Prometida. Finalmente, la
nación liberada subirá sobre la montaña a dar gracias a Dios por la liberación
y la tierra recibida.
¡ Que diferencia entre la experiencia
religiosa mítica y la bíblica !. En la primera el dolor humano lleva a la mente
humana a inventarse la existencia de un Dios; y después los mismos hombres
mediante el culto piden a este Dios que les libere del miedo de vivir. En la
religiosidad bíblica el hombre también experimenta el dolor y el miedo. Pero en
esas mismas condiciones, su experiencia religiosa es distinta. Es Dios quien se
ha adelantado a ofrecerle la liberación: ¡ Dios nos ha amado primero !.
El hombre bíblico se siente liberado por
Dios. Su culto ya no es todo un conjunto de ritos complejos encaminados a
convencer a Dios para que intervenga en la historia humana. Dios ya ha
intervenido liberándole. El culto del
hombre liberado siempre es un culto de acción de gracias, por la acción
salvadora que Dios ha realizado en su vida. La oración del hombre libre siempre
es, en el fondo, acción de gracias. El hombre liberado se sabe siempre en las
buenas manos de Dios. Tiene la cierta certeza de que cualquier cosa que pida a
Dios, si le conviene para su liberación, Dios mismo ya se la ha concedido antes
de pedírsela.
Volvamos de nuevo a la escena del Calvario.
Allí hay dos ladrones padeciendo la dureza de la cruz. Igual que los israelitas
en Egipto lanzan sus gritos de dolor. Pero incluso antes de que ellos gritaran
Dios ya les había respondido. Jesús muere en la cruz y -sin que ellos lo sepan-
inaugura el Reino de Dios, la nueva tierra prometida.
El "buen ladrón" pide a Jesús:
" Acuérdate de mí cuando vuelvas como rey". Jesús le responde: "
Hoy estarás conmigo en el Paraíso". Antes de que el ladrón lo pida Jesús
ya ha construido el nuevo Reino. En el fondo de la plegaria del malhechor hay
una raíz de acción de gracias. Jesús habiéndole amado primero ha inaugurado el
Reino en el que el buen ladrón pide participar.
Dibujemos, ahora, brevemente las
características de la oración del "buen ladrón".
* Sufrimiento.
El sufrimiento y el dolor constituyen uno
de los misterios más importantes de la vida. No porque carezcan de explicación,
sino porque son momentos privilegiados en los que Dios nos habla. Durante el
exilio en Babilonia (587-538 a.C.) el pueblo hebreo pasó por uno de los
momentos más duros de su historia. Pero fue sólo allí donde se encontró con la
auténtica naturaleza divina. Descubrió a Dios como creador y liberador, tal
como nos narra el profeta Isaías (Is 40-55).
El "buen ladrón" desde la
experiencia de su sufrimiento obtiene la "herencia eterna". El joven
rico también pide a Jesús la "herencia eterna" (18, 18-23), pero le
da miedo pasar el trago de la cruz y por eso, se marcha cabizbajo.
* Confianza y Gratuidad.
El "buen ladrón" pone su vida en
manos de Jesús "Acuérdate de mí cuando vengas como rey". Una petición
muy breve que condensa de forma excelente la opción cristiana. Toda su vida
queda en manos de Jesús con total gratuidad. Que distinta es la
"solicitud" de los hermanos Zebedeos: " Concédenos que nos
sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda " (Mc 10,
35-40). Una petición que desconoce la naturaleza de Jesús y es, por demás,
interesada.
e. La persona de Jesús.
La divinidad de Dios se aprecia a través de
la humanidad de Jesús. Sólo en la cruz vemos el auténtico rostro de Dios. Un
Dios que ha llevado su amor hasta el extremo de entregar su vida por amor. La
plegaria del "buen ladrón" se dirige al auténtico rostro de Dios.
Veamos algunos aspectos del rostro de Dios manifestados en el Jesús doliente en
la cruz. Observémoslo mediante lo que dicen de Jesús los espectadores de la
pasión:
* " Este no ha hecho nada malo ".
Esta frase nos recuerda, por
contraposición, otro fragmento del evangelio, la narración del joven rico (18,
18-23): " Uno de los principales le preguntó. < Maestro bueno, ¿ qué he
de hacer para tener en herencia la vida eterna ? >. Le dijo Jesús: < ¿
Por qué me llamas bueno ? Nadie es bueno sino Dios ".
El "buen ladrón" ha descubierto
al único que es bueno, al que no ha hecho nada malo: Jesús. Y desde el
sufrimiento de la cruz y desde el dolor de haberlo perdido todo, le pide lo
único importante: Estar con él el Paraíso. El joven rico también pedía la
"herencia eterna" pero sin pasar por la cruz. Un cristiano tiene como
objetivo la "herencia eterna" pero sabe muy bien que esa opción pasa por tomar la
cruz de cada día y seguir a Cristo hasta el final.
* " Este es el rey de los judíos
".
Hemos comentado ya varias veces el sentido
mesiánico de la vida de Jesús. El es el Mesías prometido a Israel que liberó a
su pueblo, no con el poder sino con el servicio que le llevó a la cruz. Jesús
reina desde una cruz. En Jesús crucificado sufren todos los hombres que a lo
largo de la historia han padecido. Esta realeza de Jesús desde la cruz
inspirará al apostól Pablo a describirnos vivamente el proceso del Señor (Flp
2, 6-11).
* " La cortina del santuario se rasgó
".
En la dependencia más sagrada del Templo
había una cortina que ejercía una función simbólica. Separaba el espacio del
Templo del resto del mundo. De esa manera el universo estaba dividido en dos
espacios distintos: El espacio sagrado y el espacio profano. Con la muerte de
Jesús esta cortina se rasga de arriba abajo. Cristo ha liberado toda la
realidad humana. Ya no hay un espacio sagrado y un espacio profano enfrentados
entre sí. Con Jesús todo ha sido liberado, ha comenzado el Reino de Dios para
todos.
4. Síntesis final.
La narración del fariseo y el publicano
(18, 9-14) juntamente con el relato del "buen ladrón" (23, 32-46),
nos describen las dos actitudes necesarias para experimentar conscientemente al
Dios de la misericordia: La humildad y la plegaria. Ambos escritos son
complementarios: De la humildad brota la oración, y la plegaria lleva a una vida
humilde en manos de Dios.
La crucifixión y el episodio del "buen
ladrón" constituyen el "cierre" de los actos de la vida pública
de Jesús. El Señor abrió sus labios para invocar a Dios como Padre y los cierra
depositando su vida en las manos del Padre. Jesús comenzó ejerciendo la
misericordia con el endemoniado de Cafarnaum (4, 31-37) y concluye su vida
dando sentido a la existencia del hombre crucificado a su lado.
La narración del "buen ladrón"
nos ha comunicado una triple enseñanza. Dios es quien nos ha amado primero, nos
ha liberado antes de que se lo pidamos. Por eso toda oración cristiana tiene en
su raíz la acción de gracias. La más genuina oración cristiana nace del
sufrimiento y se caracteriza por la gratuidad y la confianza total en Dios. Y,
finalmente, la plegaria cristiana nunca implica la evasión, sino que conduce a
vivir con mayor intensidad el mensaje evangélico: El deseo de estar -con Jesús-
en el paraíso.
El evangelio de Lucas aparece dirigido a un
personaje misterioso. El llamado "Teófilo" que figura en el prólogo
(1, 1-4). La palabra "Teófilo" significa "amigo de Dios".
La amistad con Dios se labra especialmente en el diálogo personal con el Señor;
es decir, en la plegaria. Al acercarnos a la "Palabra" de Dios
oigámosla en actitud de plegaria, percibiendo la voz de Dios que llega a
nuestra vida para liberarnos. La escucha constante de la Palabra de Dios
modelará delicadamente nuestra vida y nos convertirá en lo que realmente
estamos llamados a ser: "amigos de Dios".