Francesc Ramis Darder
El profeta Jeremías describe metafóricamente la relación entre Israel y el Señor; así Israel es el pueblo modelado por Dios en el torno de la historia (Jr 18). Israel percibía la bondad del Señor que modelaba su existencia, pero percibía que el pecado desgarraba la vida del pueblo.
El alfarero modela una vasija en el taller. Cuando el fango se desgaja, el artesano no lo rechaza sino que lo transforma en un cuenco nuevo. El artesano quiere “ordenar” la arcilla para elaborar buena cerámica; pero la carencia de agua “desordena” el barro que se rompe entre los dedos del artesano. También el Señor deseaba hacer de su pueblo una bella figura; pero la sequedad de Israel, su apego a la idolatría, hacía que se desgarrara entre las manos divinas. Sin embargo Yahvé no rechaza a su pueblo; sino que lo reordena, lo vuelve a hacer, es decir, lo perdona.
El perdón entendido como la gracia que Dios regala al ser humano para que pueda reordenar su vida, es una aportación original de la Biblia. Dice Ezequiel: “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ez 18,23).
Volver a ordenar, volver a crear, es sinónimo de perdonar. El Génesis al relatar el origen del Cosmos, afirma que Dios “crea” (Gen 1,1-2,3). Isaías al mostrar cómo Dios redime a su pueblo, utiliza el mismo verbo “crear” que aparece en el Génesis: “Yo soy Yahvé vuestro Santo, el creador de Israel, vuestro rey” (Is 43,15).
¿Qué significa ‘Yahvé ha creado a Israel’? Isaías no afirma que Dios ha constituido al mismo pueblo en aquel instante, puesto que en la época del profeta ya existía hacía mucho tiempo. Significa que lo ha perdonado, el perdón de Dios es tan grande que reordena la existencia de quien lo recibe.
Israel era un pueblo ciego y sordo, expoliado y saqueado por haberse alejado de Yahvé y haber seguido la senda de la idolatría (Is 43,18-25). Pero el Señor establece caminos en el desierto y ríos en la estepa (Is 43,16-21), y hace que el fango seco y desgarrado de su pueblo sea de nuevo el barro que se deja modelar por Dios.
El dolor del pecado no proviene del castigo divino, es consecuencia de la sequedad que agosta la vida de quien se aleja del amor. Dios es fiel y a pesar de que huyamos de Él nos sigue amando. Saberse perdonado significa haber experimentado que el pecado, por duro que sea el rastro que ha dejado en nuestra vida, no tiene la última palabra. La última palabra nace de las manos de Dios que con misericordia rehace nuestra vida. Así pues, convertirse significa dejar que el agua de Dios empape la sequedad de nuestro barro para que las manos del Señor nos sigan modelando con la bondad de su ternura y la entraña de su misericordia.
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