Francesc Ramis Darder
La magnificencia del discurso de Pablo ante los filósofos en el
Areópago de Atenas estriba en la habilidad del apóstol para insertar el mensaje
del evangelio en el horizonte de comprensión de la mentalidad pagana. Con la
intención de proclamar eficazmente el evangelio a los eruditos de su época,
hilvanó la arenga mediante varias referencias tomadas del pensamiento clásico.
Veamos algunas.
La falsa creencia según la que Dios vive encerrado en los
templos (17,24ª; Plutarco: Mor. 1034b; Lucrecio: De Sacrif. 11).
La trascendencia absoluta de Dios respecto del ser humano (17,24b; Plutarco: Mor.
1052ª; Platón: Tim. 33-34; Séneca: Epist. 95,47). La
referencia a Dios como aquel en quien vivimos, nos movemos y existimos (17,28ª;
Platón: Tim. 37c; Plutarco: Mor. 477). La trascripción de la
primera mitad de un hexámetro del poeta Arato (17,28b; Arato: Faenomenon. 5;
alusión indirecta a Cleantes: Fragm. 537). La alusión a los dioses
desconocidos (Pausanias, I 1,14). La certeza de que Dios ha plantado una
semilla en el corazón del hombre para que pueda intuir la esencia divina
(17,27; Dión de Prusa: Or. XIII 28-30; Séneca: Espist. 41,1). La
crítica contra el culto idolátrico (17,29; Plutarco: Mor. 167; Máximo de
Tiro: X).
El apóstol se valió de la filosofía clásica para intentar abrir
el corazón de los sabios a la voz de la Buena Nueva. A través de los entresijos
del discurso, proclamó ante los griegos el hondón de la fe cristiana: “la
resurrección de Jesús” (Hch 17,34), y la exigencia de “conversión” (Hch 17,30).
La habilidad de Pablo ilumina uno de los grandes retos de la Iglesia actual: la
necesidad de entreverar el mensaje cristiano en las coordenadas del pensamiento
contemporáneo.
Ejercicio. Podrías leer
detenidamente Hch 17,16-34 y Sab 1,1-5,23.
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