martes, 8 de enero de 2019

¿QUIÉNES ANUNCIAN EL EVANGELIO?

                                                     Francesc Ramis Darder
                                                    bibliayoriente.blogspot.com




En analogía con el mundo judío y pagano, la Iglesia también disponía de colegios dedicados a la proclamación del evangelio. Los apóstoles (Mt 28,16-20), Pedro a los judíos y Pablo a los gentiles (Gal 2,6-10). Los diáconos, específicamente Esteban y Felipe (Hch 6,8; 8,4-40). Los maestros y los profetas (Hch 13,1).

 Ahora bien, también nacieron colectivos muy novedosos, que podríamos llamar colectivos periféricos, consagrados al anuncio de la Buena. Ente ellos destacan, cuatro grupos. Quienes, utilizando un lenguaje moderno, podríamos llamar ‘intelectuales’; a modo de ejemplo, destaca Tirano, un pagano que dispuso su escuela para que Pablo, expulsado de la sinagoga, pudiera predicar a judíos y gentiles en Éfeso (Hch 19,8-10).

   Un contingente decisivo lo constituyen las “mujeres”. Cuando María Magdalena, María la de Santiago y Salomé acudieron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús, un joven vestido de blanco les ordenó proclamar el evangelio: “Id a decir a sus discípulos y a Pedro que (Jesús) irá delante de vosotros a Galilea” (Mc 16,6-7). El episodio alude a la vida de Jesús, pero también certifica la relevancia evangelizadora de la mujer; relevancia enfatizada por la mención de Andrónico y Junia, una mujer, a quienes Pablo llama: “mis parientes y compañeros de prisión, ilustres entre los apóstoles, que llegaron a Cristo antes que yo” (Rm 16,7).

    Despunta, sin duda, la presencia de un matrimonio, Priscila y Aquila, en las tareas de evangelización, quienes además reunían, más bien dirigían, una Iglesia en su casa (Hch 18,24-26; Rm 16,5).

    Sorprende también el tesón de los cristianos perseguidos por anunciar el evangelio; así lo hacían quienes sufrieron la persecución, después de la muerte de Esteban, que predicaron en Antioquía hasta bautizar a los paganos (Hch 11,19-22).

    Dos actitudes caracterizaban a los evangelizadores, a saber: la confianza en Dios, pues “la mano del Señor estaba con ellos” (Hch 11,21), y la convicción (parresiatzomai) con que proclamaban la Buena Nueva (Hch 9,27).


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