Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
El paganismo disponía
de fiestas, romerías, y juegos donde el pueblo podía reunirse; también los
judíos contaban con solemnidades donde celebrar su fe; desde esta perspectiva,
la Eucaristía deparaba la ocasión para que la comunidad compartiera los
avatares de la vida.
Nos obstante, la Iglesia contemplaba la Eucaristía con la
mayor la radicalidad espiritual. En la primera carta a los corintios, Pablo,
deseando avivar la vivencia comunitaria, recuerda la centralidad de la
Eucaristía. Escribe: “Por lo que a mí toca, del Señor recibí la tradición que
os he transmitido, a saber, que Jesús, el Señor, la noche en que iba a ser
entregado, tomó pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo ‘Esto es mi
cuerpo entregado por vosotros; haced esto en memoria mía’. Igualmente, después
de cenar, tomó el cáliz y dijo: ‘Este cáliz es la nueva
alianza sellada con mi sangre; cuantas veces bebáis de él, hacedlo en
memoria mía’. Así pues, siempre que coméis de este pan y
bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que él venga” (1Cor 11,23-26).
Como
señalan los estudiosos, Pablo escribió la carta desde la ciudad de Éfeso un
poco antes del año 57. Con certeza, recoge una tradición muy antigua que, como
él mismo sentencia, “recibí del Señor”, o sea, de la comunidad que compartió el
ministerio de Jesús; pues, la Eucaristía entronca con la vida del Señor (Mc 14,22-25).
Entre otros muchos matices, centrémonos en dos aspectos del texto paulino que constituían,
sin duda, el gran atractivo de la Eucaristía. Veámoslo.
En primer lugar, Pablo cita dos veces la
expresión de Jesús, “haced esto en memoria mía”, referida primero al pan y
después al vino. El NT presenta la palabra “memoria” en contextos litúrgicos;
rememora el mandato de Jesús en el cenáculo: “haced esto en memoria mía” (Lc
22,19). El término castellano “memoria” traduce un vocablo griego, el idioma
del NT, que a su vez alude a una palabra aramea, el lenguaje de Jesús, cuyo
significado podría ser: “hacer presente a Dios en nuestra vida para poder
ahondar en la existencia cristiana”. Apreciemos el significado de la locución
mediante un ejemplo del AT.
La comunidad hebrea celebraba cada año la
Pascua. Durante la cena pascual, hacía memoria de la liberación de la
esclavitud de Egipto para recibir de Dios el don de la tierra prometida. Así lo
ordenó el Señor por boca de Moisés: “Este será un día de memoria para vosotros
y lo celebraréis como fiesta del Señor (Ex 12,14; 13,3-8). Los hebreos no solo
‘recordaban’ la antigua liberación de la servidumbre, sino que, como dice el relato,
‘hacían memoria’ del acontecimiento.
¿Qué diferencia hay entre recordar y hacer
memoria del Éxodo? Desde la vertiente religiosa, ‘recordar la salida del
Egipto” implica valorar la importancia de un acontecimiento relevante para el
pueblo hebreo. En cambio, ‘hacer memoria’ implica, además de recordar el pasado,
creer por la fe que el Dios que liberó al pueblo esclavizado continúa vivificándolo
para que dé testimonio, con el ejemplo de su vida, de la actuación liberadora
del Señor en la sociedad humana. Recogiendo la experiencia del AT, cuando los
cristianos “hacían memoria” de Jesús, no solo recordaban su mensaje, también confesaban
por la fe que el Resucitado continuaba actuando en el seno de la Iglesia para
convertirla en testigo del evangelio en el mundo.
En segundo lugar, el apóstol cita otra vez palabras
de Jesús: “Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre”. Como dijimos,
la “nueva alianza” constituye la relación nueva que Cristo hilvana con el ser
humano para arrancarlo de las garras de la idolatría y encauzarlo por la senda
del evangelio; en definitiva, la Eucaristía es la forja de la alianza nueva que
transforma al cristiano en hombre nuevo. Como vimos, cuando Jesús curó al
paralítico, trenzó con el tullido una relación nueva que le trasformó en hombre
nuevo, capaz de caminar por la senda de la verdad (cf. Mc 2,1-12).
De modo
análogo, la Eucaristía es el ámbito privilegiado donde Cristo transforma, sin
cesar, al cristiano en hombre nuevo. Así lo certifica Pablo: “siempre que
coméis de este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta
que él venga”; o sea, cuando el cristiano celebra la Eucaristía, abre su alma
al Señor para que continúe transformándolo en el hombre nuevo que da testimonio
del amor divino en la historia humana.