Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
El libro de los Hechos de los Apóstoles constituye la
continuación teológica del evangelio de Lucas; por eso la narración de la
ascensión figura al final del evangelio (Lc 24,50-53) y al inicio de los Hechos
(Hch 1,9-11). El libro de los Hechos sitúa la Ascensión en el Monte de los
Olivos; como hemos reiterado, la montaña constituye el ámbito privilegiado para
el encuentro entre Dios y el ser humano (Lc 9,28-36).
Durante la
ascensión, los discípulos vieron cómo Jesús “fue elevado hasta que una nube lo ocultó
de su vista” (Hch 1,9). El verbo “elevar” aparece en voz pasiva, “fue elevado”;
así el relato subraya que no es Jesús quien se eleva, sino que alguien lo
eleva. Entre las líneas de la Escritura, este tipo de verbo en voz pasiva se
conoce como “pasivo teológico” y presenta a Dios por sujeto. En el caso de la
Ascensión, es el Padre quien eleva a Jesús hacia el cielo y lo lleva a la vida
plena con Él, pues la nueva vida de Jesús resucitado estriba en participar
plenamente de la vida del cielo, la morada de Dios.
En las
narraciones bíblicas, la nube suele manifestar la presencia divina. Así la nube
guío a Israel por el desierto (Ex 13,21), y durante la transfiguración envolvió
a Pedro, Santiago y Juan, y de su interior nació la voz del Padre que decía: “Este
es mi Hijo elegido, escuchadle” (Lc 9,35). La nube que envuelve a Jesús durante
la ascensión manifiesta la presencia del
Padre que le engloba para devolverle el regazo divino.
Durante la
ascensión, los discípulos contemplan los signos que resaltan la nueva vida de
Jesús, a saber, la montaña, la nube, el cielo hacia el que Jesús es elevado.
Aún así, les falta lo esencial, el “don de Dios” que les revele la hondura de
la vida nueva de Jesús. Por eso, al unísono con las mujeres que fueron al
sepulcro, “dos hombres con vestidos refulgentes” (Hch 1,10; Lc 24,7) revelan a
los Once la nueva vida de Jesús: “este Jesús que ha sido elevado de vuestro
lado hacia el cielo” (Hch 1,11). Los signos externos permiten discernir la vida
nueva de Jesús en el seno de Dios; pero sólo la revelación divina planta en el
corazón humano, abierto a la fe, el calado de la nueva existencia de Jesús
resucitado, su intimidad con Dios en el cielo.
3.La nueva vida de Jesús: “ha resucitado” (Lc 24,6) y
“ha sido elevado” (Hch 1,11).
El vocabulario humano es insuficiente para explicar la
profundidad de la vida nueva del Resucitado, por eso el NT, como acabamos de
exponer, se vale de dos tipos de lenguaje, el de “resurrección” y el de
“ascensión”. El lenguaje de “resurrección” responde a una concepción temporal
de la realidad; es decir existe un “antes” y un “después”: antes Jesús estaba
muerto y después ha resucitado. La ventaja del lenguaje de “resurrección”
estriba en destacar la identidad de Jesús; o sea, subraya que Jesús resucitado
es el mismo que predicaba en Palestina entes de su muerte. Aún así, presenta
una dificultad, pues no especifica en qué consiste la nueva vida del
resucitado. Ante la dificultad, el NT introduce el lenguaje de la “ascensión”
para especificar la novedad de la vida de Jesús resucitado.
El AT sitúa
la presencia de Dios en el cielo y establece la vida humana en la tierra.
Cuando el AT desea expresar la vida plena de alguien en las manos de Dios afirma
que ha sido elevado al cielo; por eso Elías fue transportado al cielo en un
carro de fuego (2Re 2,11-12). Como señala el lenguaje de “ascensión”, Jesús es
elevado desde el ámbito humano, representado por la cima de la montaña, hasta
el cielo, ámbito de la presencia divina. Cuando el NT afirma que Jesús “acaba
de ser elevado de vuestro lado hacia el cielo” (Hch 1,11), indica que la vida
nueva de Cristo resucitado consiste en participar de la gloria de Dios; por eso
“ante el nombre de Jesús debe doblarse toda rodilla [...] para proclamar que
Jesucristo es Señor a gloria de Dios Padre (Flp 2,10-12).
Los
redactores del NT comprendieron la importancia de utilizar conjuntamente los dos
tipos de lenguaje: “resurrección” y “ascensión”. La afirmación “Jesús ha
resucitado” indica que la persona que anunciaba el evangelio en Palestina es la
misma que se aparece resictada a los discípulos (Hch 1,3-8). La locución “Jesús
ha sido elevado al cielo” señala que la vida nueva de Jesús resucitado no
consiste en otro tipo de vivencia terrenal, sino en la existencia celestial en
comunión plena con Dios.
Cada una de
las imágenes, resurrección y ascensión, imprime en los discípulos un signo
específico de la vida cristiana. Cuando las mujeres hubieron escuchado la voz
de los dos hombres con vestidos refulgentes, “anunciaron esto a los Once y a
todos los demás” (Lc 24,9). La experiencia de la resurrección empuja al
cristiano a convertirse en misionero del evangelio.
Sobre el monte de los Olivos, los Once
contemplan como Jesús es elevado al cielo, de ese modo perciben la intimidad de
Jesús con el Padre, comprenden que el cielo es la meta cristiana y se sienten
seguros de que el Resucitado les abre la senda hacia el cielo; por eso los dos
hombres con vestidos refulgentes les dicen: “Este Jesús que acaba de ser
elevado de vuestro lado hacia el cielo, vendrá como lo habéis visto marcharse”
(Hch 1,11). Desde la perspectiva conjunta de la resurrección y la ascensión,
expresión plena de la vida nueva del Resucitado, afloran los dos pilares de la
vida cristiana: la certeza de que Jesús resucitado acompaña el caminar de
nuestra vida, y el compromiso que adquirimos los cristianos para anunciar el
evangelio a toda la humanidad.