Francesc Ramis Darder
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La historia del Arte contempla
múltiples representaciones del profeta Jeremías. La abadía de Moissac (Francia)
fue levantada en 1063 sobre las ruinas de otro templo destruido por los
musulmanes tras la batalla de Poitiers. Las esculturas del claustro y el
pórtico constituyen una de las cimas del románico. La figura del profeta
Jeremías, esculpida en el pórtico aparece con bigote y portando una cinta con
frases del libro. El profeta Jeremías figura con frecuencia en el arte
medieval; entre los ejemplos más citados: San Ambrosio de Milán, San Vital de
Ravena, la Biblia de Roda, Catedral de Cahors, Catedral de Cremona, en los
mosaicos de Santa Maria del Trastevere (Roma); en el siglo XIII figura
esculpido en la Catedral de Chartres y en la portada central de la Catedral de
Amiens.
Diego de la Cruz creó el “Cristo de la
Piedad entre los profetas David y Jeremías” (Museo del Prado, 1495-1500, 60,2 x
93,6, técnica mixta, tabla, Museo del Prado). El artista representó varias
veces el tema del Cristo de la piedad; quizá la más elaborada, le representa junto
a David y Jeremías. En el centro, aparece Cristo como Varón de dolores; a su
derecha figura David y a su izquierda Jeremías. Cristo figura coronado de
espinas, con los ojos abiertos, vestido con el perizonium y con la capa sobre
los hombros, muestra las llagas de la Crucifixión. Cristo invita a los fieles a
contemplar su dolor; pues el sacrificio de Cristo en la cruz redime el pecado
del mundo. La figura de Jeremías está envuelta por una cinta que recoge el
mensaje de su libro que alude, desde la perspectiva cristiana, al dolor de
Jesús en la pasión. El profeta señala con su mano izquierda la figura de Cristo
para indicar que en el Mesías entregado a la pasión se cumplen las promesas de
la Antigua Alianza, esbozadas en el libro de Jeremías.
Desde la perspectiva del Gótico
Hispanoflamenco, Miguel Jiménez y Martí Bernat plasmaron a “Jeremías, Joel y
Miqueas” en el Retablo de Santa Cruz (Iglesia de Blesa: Teruel, 1481-1487);
Jeremías, incrustado en un medallón, está envuelto en la parte inferior por una
cinta que recoge el mensaje de la profecía.
El Pórtico de la Gloria, Catedral
de Santiago de Compostela, ofrece representaciones, en las columnas de la
puerta central y en las puertas laterales, imágenes de profetas, apóstoles y
otras figuras simbólicas. En la columna de la izquierda, y comenzando por la
que mira al Apóstol, destaca la figura de Moisés con las tablas de la ley;
Isaías con el bastón; Daniel y Jeremías con barba; todos sujetan una cinta que
lleva su nombre. Igualmente, la Catedral de Mallorca, entre las figuras de
cinco profetas y cinco patriarcas, sobre el Tímpano del Portal del Mirador,
donde intervinieron Jean de Valenciennes y Enric l’Alemany (siglo XIV), aparece
la figura de Jeremías, pensativo y con barba.
El cincel de Donatello plasmó en mármol al
profeta Jeremías (1423-26). El artista eligió como modelo a un amigo
florentino, Francesco Soderini; atento a la perspectiva de su tiempo, el
profeta aparece vestido de toga y con aire pensativo. Al decir de los críticos,
con la escultura de Jeremías y la de Habacuc, Donatello acrisola las bases de
la escultura renacentista. El escultor diseñó las imágenes para decorar el
Campanile de la Catedral de Florencia, pero hoy se encuentran en el Museo dell’Opera
del Duomo (Florencia).
Miguel Ángel plasmó la figura de Jeremías
en los frescos de la Capilla Sixtina (1511). Jeremías fue el último profeta
pintado por Miguel Ángel en la Sixtina. Intuyendo la destrucción de Jerusalén,
el profeta se muestra pensativo. El trono sobre el que se sienta resulta
pequeño comparado con la imagen del profeta; el artista quiso plasmar la
superioridad de Jeremías sobre los dignatarios de su tiempo, quizá los reyes,
representados por el trono. El tono meditativo, acendrado en la figura femenina
que aparece en el fondo, expresa la tensión y la angustia que tranzaron su
vida. La gran volumetría de la figura
quiebra el espacio plano donde está pintado, proyectando las piernas hacia el
espectador; podríamos decir que a la figura no le basta el marco del dibujo,
metáfora del AT, sino que necesita vislumbrar un espacio más amplio, alegoría
del NT hacia el que apunta, desde la perspectiva cristiana, la predicación de
los profetas. El vestido del personaje presenta una intensa armonía cromática,
muy bella, que establece un contraste con el claroscuro de la parte inferior;
simboliza el contraste entre la fuerza de Dios que le protege, representa por
la fuerza del color, y la persecución de sus convecinos, expresada por los
trazos del claroscuro.
El arte de Rembradt se plasma en la obra “Jeremías lamenta la destrucción
de Jerusalén” (Museo Rijksmuseum, 1630, 58,3 x 46,6, óleo sobre tabla).
Jeremías aparece contemplando la destrucción de Jerusalén por las armas de
Nabucodonosor II (587 a.C.). Está sentado sobre unas rocas a las afueras de la
ciudad, apoyando su rostro, triste y melancólico, sobre el brazo izquierdo. A
su lado destacan las piezas de un tesoro, quizá lo que pudo rescatar entre las
ruinas del templo devastado. Detrás del profeta figura una columna, metáfora de
la entereza con que quiso sostener la fidelidad de su pueblo a los preceptos
divinos. Al fondo, despunta el resplandor de la ciudad en llamas, incendiada
por los babilonios. La luz de las hogueras ilumina la figura del anciano
profeta que, con gesto de tristeza, constata la destrucción de la urbe. Las
zonas donde no llega la luz se mantienen en la sombra; pues solo el profeta
constituye un rayo de luz, alegoría de fidelidad al Señor, en las sombras que
envuelven Sión, símbolo de la idolatría. El juego de luz y sombra lleva a los
comentaristas a percibir en el cuadro la influencia de Caravaggio. El
naturalismo que dibuja al personaje en la senectud (frente arrugada, cabello
largo y fino, manos y pies de piel fláccida) determina que los críticos
entienden que el artista eligió a su padre, Harmen van Rijn, como modelo.
Marc Chagall (1887-1985), pintor francés de
origen bieloruso, ha dejado una pintura sobre Jeremías (1968). El profeta
aparece en su senectud portando un volumen, alegoría del libro que lleva su
nombre. El aspecto pensativo y meditabundo de la figura, recuerda la
introversión del profeta, acongojado por la inminente destrucción de Jerusalén,
nacida del desprecio del pueblo hacia los mandamientos. Sobre la imagen del
profeta y como colocada en otra dimensión aparece una figura celestial;
representa la protección y el consuelo con que Dios fortaleció a Jeremías
mientras predicaba en Jerusalén, desdeñado por la nación, como expone el relato
de vocación (1,4-14).
A modo de síntesis, apreciamos que la
iconografía ha tendido a dibujar a Jeremías en su edad madura, y no con el
semblante adolescente del relato de la vocación; quizá su vejez prematura
refleje las cicatrices de la persecución. Su carácter pensativo evoca el
presagio de la destrucción de Jerusalén y el exilio, mientras la presencia del
libro refleja la obra que lleva su nombre. Ahora bien, el llanto de Jeremías no
brota del penar desesperado, pues el profeta sabe que a su lado, sea cual sea
la adversidad, le protege la mano del Señor, representado por el almendro, el
árbol que vela por el profeta durante el invierno de la historia.
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