“Le ofrecieron como regalo oro, incienso y mirra" (Mt 2,11)
1. Los Sabios de Oriente en el Evangelio de Mateo (Mt 2,1-12).
Tras la muerte y la resurrección de Jesús numerosos judíos se convirtieron al cristianismo. Con el paso del tiempo la comunidad cristiana formada por personas procedentes del judaísmo se hizo importante. Por esa razón, la Iglesia vio la necesidad de escribir un evangelio que explicara el mensaje de Jesús a la comunidad constituida por cristianos convertidos desde el judaísmo, así nació, entre los años 85-95, el evangelio de Mateo. Debemos decir que la comunidad cristiana para la que Mateo escribió su evangelio no estaba constituida sólo por judíos convertidos, también formaban parte de la comunidad algunos paganos que habían aceptado el mensaje de Cristo; pero eso sí, la mayoría de los miembros de aquella comunidad eran de procedencia judía.
El Primer Evangelio se caracteriza, entre otros muchos temas, por dos razones significativas.
En primer lugar, el evangelio de Mateo cuando habla de Jesús adopta el vocabulario de la tradición judía y le denomina “Mesías”. Los judíos esperaban al Mesías anunciado por el Antiguo Testamento (cf. Miq 5,1-3); por eso el evangelio de Mateo, que se dirigió al principio a las comunidades cristianas procedentes del judaísmo, se refiere a Jesús con el término “Mesías” (Mt 1,17). De ese modo Mateo subrayaba, ante los judíos conversos, que Jesús era el Mesías que con tanto anhelo habían esperado los creyentes de la Antigua Alianza.
En segundo término, sorprende la cantidad de veces que el evangelio de Mateo cita pasajes del Antiguo Testamento (Mt 3,18; cf. Jr 31,15). El motivo de las constantes recurrencias a la Antigua Alianza tiene una razón de peso, pues el Antiguo Testamento constituye el corazón de la fe hebrea. El evangelista desea recalcar ante los judíos conversos que Jesús lleva a su plenitud las profecías que contiene el AT, por eso refiere, habitualmente, tras cada palabra y cada gesto de Jesús alguna frase de la Antigua Alianza que muestre cómo el ministerio de Cristo supone el cumplimiento de alguna profecía.
El relato de los sabios de Oriente contiene las dos peculiaridades que acabamos de exponer. Por una parte califica al Señor con el apelativo “Mesías” (Mt 2,4); y, por otra, cuando el evangelio ha de fundamentar el nacimiento de Jesús en Belén, lo hace apelando al mensaje del AT. En el momento en que Herodes pregunta dónde ha de nacer el Mesías, los maestros de la Ley le responden: “en Belén de Judea”; y después argumentan su respuesta apelando a la profecía de Miqueas: “[…] pues así está escrito en el profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judá […] de ti saldrá un jefe, que será pastor de mi pueblo, Israel” (Mt 2,5b-6; cf. Miq 5,1-3).
La narración de los sabios de Oriente está situada en el Prólogo del evangelio de Mateo (Mt 1,1-4,16). Adoptando un lenguaje catequético podemos afirmar que el Prólogo se divide en tres partes. La primera ofrece la genealogía de Cristo (Mt 1,1-17). La segunda presenta los acontecimientos que configuran la infancia de Jesús (Mt 1,18-2,23). La tercera narra la relación entre el Señor y Juan Bautista, junto al relato de las tentaciones de Jesús en el desierto (Mt 3,1-4,16). La segunda sección, a la que pertenece nuestra historia, se divide a su vez en tres partes: el nacimiento de Jesús (Mt 1,18-25), los sabios de Oriente (Mt 2,1-12) y la huida de la sagrada familia a Egipto y su posterior regreso a Palestina (Mt 2,13-23).
Aunque pueda parecer intrincado, detengámonos un instante a precisar la posición del episodio de los magos. El relato está enclavado en el centro de la segunda parte y, a su vez, la segunda parte, está situada en el centro del prólogo; de eso deducimos algo importante: el episodio de los sabios de Oriente aparece en el mismo centro del prólogo y, atendiendo a las características de la mentalidad hebrea, eso significa que es un texto muy importante en el conjunto del evangelio. ¿Por qué? Ensayemos una respuesta.
El evangelio de Mateo culmina con el mandato solemne de Cristo a los apóstoles: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19). El Señor quiere que el mensaje de salvación que ha predicado trascienda el ámbito del pueblo judío, por eso exige a los apóstoles que anuncien el evangelio a “todas las gentes”. La frase “todas las gentes” se refiere a todas aquellas personas que tienen una religión distinta del judaísmo; es decir Jesús desea que los discípulos no reduzcan el ámbito de su predicación a los judíos sino que también lo extiendan a los paganos, desea que prediquen el evangelio por todo el Mundo.
Los sabios de Oriente no son judíos, son paganos que desde las lejanas tierras del Sol naciente acuden a Belén para adorar al Señor. Los sabios venidos de Oriente representan a “todas las gentes” a las que Jesús hará llegar la Buena Nueva por medio de la predicación de los discípulos. El pasaje de los sabios de Oriente revela que el evangelio de Jesús es la Buena Nueva capaz de trasformar la vida de toda persona, tanto si es judía como si es pagana.
2. Los Sabios de Oriente en la liturgia del tiempo de Navidad: Epifanía.
La Iglesia recuerda a los sabios de Oriente durante el ciclo litúrgico de la Natividad. No debemos pensar que la Navidad se reduce al día 25 de Diciembre. El ciclo de la Navidad comienza con la Misa de Nochebuena y termina el Domingo del Bautismo del Señor, por tanto dura algo más de quince días. Durante la Navidad celebramos un acontecimiento central de nuestra fe: el nacimiento de Jesús, la manifestación encarnada de Dios entre nosotros (Ju 1,1). Este acontecimiento es tan importante que no basta un solo día para celebrarlo se necesita todo el ciclo de la Navidad.
Durante el ciclo de la Navidad, como acabamos de decir, celebramos el nacimiento del Salvador, la presencia encarnada del Hijo de Dios entre nosotros. Sin embargo el ciclo de la Navidad contiene tres fiestas importantes, cada una de las cuales recoge un aspecto de la manifestación de Dios entre nosotros.
El día de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, el día 25 de Diciembre, celebramos la manifestación del Hijo de Dios entre nosotros; pero observamos, de manera específica, que a los primeros a quienes se manifiesta Jesús es a los pobres, representados por los pastores que acuden al pesebre para adorar a Jesús que acaba de nacer (Lc 2,1-21). Los pastores eran, generalmente, personas necesitadas que no habían encontrado otra ocupación, dormían al raso guardando el rebaño. El día de la Natividad celebramos el nacimiento de Jesús que se revela de manera preferencial a los pobres de este mundo.
Las segunda fiesta central del tiempo de Natividad es la Epifanía del Señor, el seis de Enero; ese día recordamos la ocasión en que los sabios de Oriente acudieron a Belén para adorar a Jesús. La palabra Epifanía procede de la lengua griega y, asociada al término Señor, significa el día de la gran manifestación de Dios a todos los hombres. Los sabios que vienen del Sol naciente no son judíos, son paganos que llegan para adorar al Señor; precisando un poco más debemos decir que el día de Epifanía celebramos la gran manifestación de Dios a toda la Humanidad, representada por los sabios que vienen de Oriente.
El evangelio enfatiza la manera en que los sabios adoraron a Jesús. En primer lugar señala que se postraron ante el Señor. La postración, el hecho de arrodillarse e inclinarse ante alguien hasta que el rostro toca el suelo, es una postura que el hombre tan sólo adopta en presencia de la divinidad; los sabios se postran ante Jesús y reconocen, desde la certeza que confiere la fe, la presencia encarnada de Dios en el rostro del niño sostenido en el regazo de María (Mt 2,11).
En segundo término, el relato evangélico especifica la identidad profunda de Jesús mediante los regalos que le ofrecen los sabios: le ofrecen oro, como rey, incienso, como Dios, mirra como hombre. El simbolismo de los regalos describe perfectamente la identidad de Jesús: Dios y Hombre verdadero que, como Rey de nuestra vida, conduce nuestra existencia por el camino de la verdad y de la misericordia, siempre que dejemos que su gracia cale en nuestra vida.
La tercera fiesta crucial del tiempo de Navidad es el Bautismo del Señor, el domingo después de la Epifanía. Celebramos el mismo acontecimiento que en las dos fiestas que acabamos de mentar: la manifestación de Jesús, la presencia encarnada de Dios entre nosotros. El evangelio del día narra cómo Jesús acudió al río Jordán donde fue bautizado por Juan Bautista (Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22). Sólo los pecadores acudían a recibir el bautismo de Juan (Mt 3,6); Jesús no es ningún pecador (Hb 4,15; 1Re 2,20), entonces ¿por qué acudió a recibir el bautismo en el Jordán?
La respuesta es sencilla. Jesús dijo: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mt 9,13), y s.Pablo dice refiriéndose a Jesús: “entregó su vida para liberarnos de nuestros pecados” (Gal 1,4). El primer acto de la vida adulta de Jesús sitúa al Maestro en la orilla del Jordán junto a los pecadores, de ese modo el Señor manifiesta que el objetivo de su ministerio consistirá en estar cerca de quienes sufren el desgarrón del pecado, para ofrecerles el perdón e integrarlos en el gozo del Reino de Dios.
3. Los Sabios de Oriente en el seno de la tradición cristiana.
El contenido de la narración de los sabios de Oriente (Mt 2,1-12) constituyó un tema importante en los sermones de los primeros predicadores cristianos. Rápidamente el pasaje de los Sabios pasó a formar parte de los Evangelios Apócrifos. Los cristianos consideramos revelados sólo los cuatro Evangelios Canónicos: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Llamamos “Evangelios Apócrifos” a un conjunto de libros que podemos calificar, en cierta manera, como novelas piadosas nacidas en el ámbito de las comunidades cristianas antiguas. Los autores de los Evangelios Apócrifos recogieron algunos datos de los Evangelios Canónicos y escribieron, como acabamos de citar, obras piadosas acerca de Jesús para fomentar la reflexión y la vida de piedad entre los cristianos de los primeros siglos. Los estudiosos clasifican los Evangelios Apócrifos en varios grupos. El pasaje de los sabios de Oriente figura en dos tipos de Evangelios Apócrifos: los de la Natividad y los de la Infancia de Jesús.
Entre los Apócrifos de la Natividad, el Protoevangelio de Santiago sigue la narración bíblica, pero detalla que los magos “vieron un astro muy grande que brillaba entre las demás estrellas y las eclipsaba, haciéndolas desaparecer”, y especifica que “gracias a la estrella, los sabios supieron que había nacido un rey en Israel”. El Evangelio del Pseudo Mateo especifica que: “trascurridos dos años del nacimiento de Jesús, vinieron unos magos procedentes de Oriente, trayendo consigo grandes dones”; después dice el relato: “los magos abrieron sus cofres y donaron a José y María cuantiosos regalos”; y añade: “cada uno de los magos ofreció al Niño una moneda de oro, y después le ofrecieron oro, incienso y mirra”.
Los relatos contenidos en el Liber de Infantia Salvatoris dedican un espacio amplio al relato de los magos. José y su hijo Simón estaban sentados a la entrada de la cueva en que había nacido Jesús; pero, sorprendentemente, José aun no sabía que el niño que había nacido era el Dios de los dioses, el Salvador del Mundo. Cuando los magos llegaron a la cueva, José se sorprendió de la ropa que llevaban, pues era distinta de la vestimenta judía. José, reticente a la visita, intenta impedir que los magos entren en la cueva. Los magos, con gran astucia, cuentan a José los regalos que el rey Herodes les había dado para que se los entregaran al Niño: la diadema real y un anillo en el que había engarzada una piedra preciosa. Acto seguido cuentan a José que la estrella que les guiaba había penetrado en la cueva; entonces José, asombrado, deja que los magos penetren en la gruta.
Cuando los magos están en la cueva, José pide a su hijo, Simón, que espíe lo que están haciendo. Simón informa a José que los magos han besado los pies del Infante y que le han ofrecido los regalos que envió Herodes y que, además, han presentado sus propias ofrendas: oro, incienso y mirra. Entonces José exclama gozoso: “¡Muy bien han hecho estos señores en no besar al niño de balde; lo contrario de aquellos pastores que vinieron aquí con las manos vacías”. Cuando los magos salieron de la cueva, revelaron a José la identidad del Niño: “Dios y Rey de todos los príncipes y potestades, Dios de los ángeles y de los justos”.
Los magos explican a José cómo han sabido que el Niño era el Hijo de Dios. Por una parte los sabios afirman disponer de escritos muy antiguos que anunciaban ya el nacimiento del Niño; y, por otra aducen que la estrella que les ha guiado es la misma Palabra de Dios. José, agradecido por la información, invita a los magos a pasar el día con él; los sabios declinan la invitación pero, antes de despedirse, hacen enormes donativos a María y José.
Entre los Evangelios de la Infancia de Jesús el Evangelio Árabe de la Infancia relata que según había anunciado la predicación de Zoroastro llegaron a Jerusalén unos Magos que adoraron al Niño y le ofrecieron oro, incienso y mirra. María, agradecida, tomó uno de los pañales del Niño y se lo entregó como reliquia. En el mismo momento en que los Magos aceptaron el pañal, se les apareció un ángel que tenía la misma forma que la estrella que les había guiado en el camino; y los Magos, siguiendo el rastro de su luz, volvieron a su patria.
El Evangelio Armenio de la Infancia narra cómo un ángel viajó a Persia para ordenar a los magos que fueran a Jerusalén para adorar al Niño que había de nacer. Tras caminar durante nueve meses guiados por la estrella, los magos llegaron a la cueva en el momento en que María acababa de ser madre. Los magos eran tres: Melkon, que reinaba sobre los persas; Baltasar, que reinaba sobre los indios; y Gaspar que poseía el reino de los árabes. Los reyes conocieron el lugar del nacimiento porque constaba en un Libro que sus antepasados les habían legado.
El origen del libro es curioso, dice el Evangelio Armenio: “después que Adán fue expulsado del Paraíso y después que Caín hubo matado a Abel, el Señor dio a nuestro primer padre un hijo de consolación llamado Set, y con él le entregó el Libro que de generación en generación llegó a manos de los tres reyes”. El rey Melkon tomó el Libro y se lo entregó al Niño diciéndole: “Aquí tienes el Libro escrito y sellado por tu misma mano que tuviste a bien entregar a nuestros mayores para que lo guardaran”. El Libro en cuestión, dirigido a Adán, estaba encabezado de esta manera: “En el año seis mil, el día sexto de la semana y a la hora sexta, enviaré a mi Hijo Unigénito, el Verbo Divino, quien tomará carne de tu descendencia y vendrá a ser Hijo del Hombre”.
La predicación cristiana tenía su fundamento en los datos que ofrece la Sagrada Escritura; pero con el tiempo los oradores cristianos y la tradición popular magnificó la figura de los Magos de Oriente. Las tradición antigua fue recopilada por fray Santiago de la Voragin (1264) en una obra que ha venido a llamarse la Leyenda Dorada. Vamos a extraer de esa magna obra algunas referencias sobre los Sabios de Oriente.
* A los trece días del nacimiento del Señor llegaron a Jerusalén tres magos, llamados en hebreo Apelio, Amerio y Damasco; en griego Gálgala, Malgalat y Sarathin; y en lengua latina Gaspar, Baltasar y Melchior (Gaspar, Melchor y Baltasar). La Leyenda afirma que los magos eren naturales de una región existente entre Persia y Caldea, llamada Sabea, nombre derivado del río Sabá que discurre por aquella región.
* La mayoría de comentaristas antiguos sostiene que eran tres sabios; pues en su tierra de origen la palabra “mago” se refiere a las personas que cultivan las ciencias. La palabra “mago” puede considerarse un término equivalente a la voz “escriba” que utilizan los hebreos, o al vocablo “filósofo” del que se valen los griegos, y también comprenderse como el sustantivo “sabio” que, habitualmente, utilizan los latinos. En definitiva, los comentaristas sostienen que eran tres personajes de estirpe noble, muy sabios, que llegaron a Jerusalén en compañía de su escolta y de su séquito.
* Los eruditos antiguos afirmaban, generalmente, que los Sabios eran descendientes del profeta Balaán. La historia de Balaán aparece narrada en el libro de los Números (Nm 22-24). Balac, rey de Moab, temeroso ante el ataque de los israelitas contrató al profeta Balaán para que maldijera al ejército hebreo; pero Balaán, advertido por el Señor, en lugar de maldecir a Israel lo bendijo. Balac, irritado contra el profeta lo despidió. Entonces Balaán pronunció un oráculo donde anunciaba la victoria de Israel sobre Moab; una estrofa del oráculo profético dice: “Lo veo, pero no por ahora, lo contemplo pero no de cerca: una estrella sale de Jacob, un cetro surge de Israel” (Nm 24,17). La “estrella de Jacob” constituye una referencia Jesús que será la estrella que alumbrará la noche; la noche simboliza el pecado y la luz es la gracia que Jesús derrama sobre los pecadores, de ese modo la manifestación de Jesús implica la irrupción da la gracia que aniquila el pecado. Según la Leyenda los magos fueron los personajes que vieron aparecer en el cielo la estrella que Balán había anunciado (Mt 2,2).
* La Leyenda aduce la opinión de s.Juan Crisóstomo. Según este santo padre se formó una comisión de astrólogos que observaban el cielo desde el Monte de la Victoria, con la esperanza de ver alguna noche la estrella anunciada por Balaán. El día en que nació Jesús, los astrólogos vieron aparecer una estrella en el cielo que, lentamente, se trasformaba en la cara de un niño hermosísimo con una cruz brillante sobre su cabeza. Aquella estrella se puso a hablar con los magos y les ordenó que marcharan a Judá donde encontrarían al niño recién nacido.
* Muchos autores antiguos subrayan que los magos, cuando llegaron a Jerusalén, preguntaron a la gente acerca del Niño; ellos tenían al Niño por verdadero hombre, verdadero Rey y verdadero Dios. Al preguntar “dónde está el que ha nacido”, pusieron de manifiesto que lo tenían por verdadero hombre; al añadir “rey de los judíos”, declararon que lo tenían por verdadero Rey; y al manifestar que venían a “rendirle adoración”, manifestaron igualmente que le tenían por verdadero Dios.
* En cuanto a la naturaleza de la estrella, la Leyenda Dorada ofrece las tres opiniones más importantes entre los estudiosos antiguos. En primer lugar, algunos pensaban que no era una estrella real, sino una mera figura adoptada por el Espíritu Santo. Cuando Juan bautizó a Jesucristo, el Espíritu tomó forma de paloma y se posó sobre el Señor, y adquirió la forma de estrella cuando se mostró a los magos. En segundo término, otros pensaban que la estrella no era real, sino aparente; la identificaban con el ángel que comunicó a los pastores el nacimiento de Jesucristo. Como los pastores eran judíos, y por tanto creyentes en Dios y racionales, el ángel se les presentó en forma racional; pero el mismo ángel, para guiar a los Magos, que eran paganos y se movían en un ambiente material, tomó la apariencia material de la estrella. Finalmente, otros creían que era una verdadera estrella creada expresamente por Dios para guiar a los Magos, pero cuando la estrella hubo cumplido su misión retornó a su anterior inanidad.
* S. Fulgencio, como recoge la Leyenda, afirmaba que la estrella no estaba fija en el firmamento sino que flotaba en el espacio; su fulgor era tan intenso que incluso era visible al mediodía; sostiene también que el movimiento de la estrella no era circular sino rectilíneo y se dirigía directamente a la cueva de Belén.
* Otros autores aguzan el sentido espiritual de la Escritura y, desde la perspectiva mística, afirman que los magos no vieron una sola estrella sino cinco. La primera estrella tuvo carácter material, era el astro que observaron en el cielo. La segunda, la espiritual, equivalente a la fe, la descubrieron con el corazón. La tercera estrella, de tipo intelectual, fue el ángel que se les apareció mientras dormían y les indicó que no volvieran a entrevistarse con Herodes. La cuarta, la racional, fue la Virgen María, a la que vieron en el cobertizo del establo. La quinta, la supersustancial, era el Niño reclinado en el pesebre, Dios y Hombre verdadero.
* Según la Leyenda, los Magos regalaron al Niño oro, incienso y mirra porque en los pueblos antiguos nadie se presentaba con las manos vacías. En semejantes ocasiones, los persas y caldeos solían regalar a sus monarcas esas tres cosas y, según la Historia Escolástica, los magos eran naturales de una región existente entre Persia y Caldea, llamada Sabea, nombre derivado del río Saba. A través de esos tres presentes reconocían las tres realidades que coexistían en el Niño Jesús: su preciosísima divinidad, su alma santísima y su cuerpo puro e inmaculado. Estas tres realidades ya habían sido simbolizadas con mucha antelación por las tres cosas que se guardaban en el Arca de la Alianza: la vara de Moisés, las tablas de la Ley y el Maná. La vara que floreció, representaba al Cuerpo de Cristo que resucitó. Las tablas de la Ley significaban su alma, en la que estaban encerrados todos los tesoros de la ciencia y de la sabiduría de Dios. El Maná simbolizaba su divinidad, asiento de todos los sabores y de todas las suavidades. De modo parecido el oro, que es el más precioso de los metales, significó su divinidad preciosísima; el incienso, con sus connotaciones de oración y piedad, simbolizó su devotísima alma; la mirra, que preserva de la corrupción, representó la pureza de su cuerpo.
* La voz de la Leyenda recalca que santa Elena, madre de Constantino, cuando fue a Palestina se apoderó de los cuerpos de los tres magos que habían sido sepultados en el país de Jesús. Ella los sacó de su primitivo enterramiento y los llevó a Constantinopla; de Constantinopla fueron trasladados a Milán por el obispo s. Eustorgio; finalmente el emperador Enrique, después de incorporar Milán a su imperio, los llevó a Colonia.
4. Conclusión.
El relato de los Sabios de Oriente recuerda a todos los cristianos que el evangelio debe ser predicado a toda la Humanidad. En la fiesta de la Epifanía el cristiano celebra la memoria de los magos pero, sobretodo, adquiere el compromiso de plantar la semilla del evangelio en el corazón de las mujeres y los hombres de su tiempo. La entrañable tradición evoca muchas leyendas entretejidas entorno a la figura de los magos de Oriente; pero en el fondo de las narraciones, a veces ingenuas, late el hondón de la fe cristiana. Los sabios de Oriente representan el papel de lo que debe ser un cristiano. Como los magos, el cristiano busca siempre al Señor, y como los sabios lo adora como Dios y hombre verdadero. El cristiano reconoce en Jesús lo mismo que los magos descubrieron al ver al Niño: la presencia encarnada de Dios entre nosotros (Ju 1,1), y como hicieran antaño los apóstoles asume el compromiso de anunciar el evangelio a la Humanidad entera (Mt 28,16-20).
Francesc Ramis Darder