miércoles, 31 de diciembre de 2014

¿QUIÉNES SON LOS REYES MAGOS? NAVIDAD 2014

Le ofrecieron como regalo oro, incienso y mirra"   (Mt 2,11)


1. Los Sabios de Oriente en el Evangelio de Mateo (Mt 2,1-12).

Tras la muerte y la resurrección de Jesús numerosos judíos se convirtieron al cristianismo. Con el paso del tiempo la comunidad cristiana formada por personas procedentes del judaísmo se hizo importante. Por esa razón, la Iglesia vio la necesidad de escribir un evangelio que explicara el mensaje de Jesús a la comunidad constituida por cristianos convertidos desde el judaísmo, así nació, entre los años 85-95, el evangelio de Mateo. Debemos decir que la comunidad cristiana para la que Mateo escribió su evangelio no estaba constituida sólo por judíos convertidos, también formaban parte de la comunidad algunos paganos que habían aceptado el mensaje de Cristo; pero eso sí, la mayoría de los miembros de aquella comunidad eran de procedencia judía.
El Primer Evangelio se caracteriza, entre otros muchos temas, por dos razones significativas.
En primer lugar, el evangelio de Mateo cuando habla de Jesús adopta el vocabulario de la tradición judía y le denomina “Mesías”. Los judíos esperaban al Mesías anunciado por el Antiguo Testamento (cf. Miq 5,1-3); por eso el evangelio de Mateo, que se dirigió al principio a las comunidades cristianas procedentes del judaísmo, se refiere a Jesús con el término “Mesías” (Mt 1,17). De ese modo Mateo subrayaba, ante los judíos conversos, que Jesús era el Mesías que con tanto anhelo habían esperado los creyentes de la Antigua Alianza.
En segundo término, sorprende la cantidad de veces que el evangelio de Mateo cita pasajes del Antiguo Testamento (Mt 3,18; cf. Jr 31,15). El motivo de las constantes recurrencias a la Antigua Alianza tiene una razón de peso, pues el Antiguo Testamento constituye el corazón de la fe hebrea. El evangelista desea recalcar ante los judíos conversos que Jesús lleva a su plenitud las profecías que contiene el AT, por eso refiere, habitualmente, tras cada palabra y cada gesto de Jesús alguna frase de la Antigua Alianza que muestre cómo el ministerio de Cristo supone el cumplimiento de alguna profecía.
El relato de los sabios de Oriente contiene las dos peculiaridades que acabamos de exponer. Por una parte califica al Señor con el apelativo “Mesías” (Mt 2,4); y, por otra, cuando el evangelio ha de fundamentar el nacimiento de Jesús en Belén, lo hace apelando al mensaje del AT. En el momento en que Herodes pregunta dónde ha de nacer el Mesías, los maestros de la Ley le responden: “en Belén de Judea”; y después argumentan su respuesta apelando a la profecía de Miqueas: “[…] pues así está escrito en el profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judá […] de ti saldrá un jefe, que será pastor de mi pueblo, Israel” (Mt 2,5b-6; cf. Miq 5,1-3).
La narración de los sabios de Oriente está situada en el Prólogo del evangelio de Mateo (Mt 1,1-4,16). Adoptando un lenguaje catequético podemos afirmar que el Prólogo se divide en tres partes. La primera ofrece la genealogía de Cristo (Mt 1,1-17). La segunda presenta los acontecimientos que configuran la infancia de Jesús (Mt 1,18-2,23). La tercera narra la relación entre el Señor y Juan Bautista, junto al relato de las tentaciones de Jesús en el desierto (Mt 3,1-4,16). La segunda sección, a la que pertenece nuestra historia, se divide a su vez en tres partes: el nacimiento de Jesús (Mt 1,18-25), los sabios de Oriente (Mt 2,1-12) y la huida de la sagrada familia a Egipto y su posterior regreso a Palestina (Mt 2,13-23).
Aunque pueda parecer intrincado, detengámonos un instante a precisar la posición del episodio de los magos. El relato está enclavado en el centro de la segunda parte y, a su vez, la segunda parte, está situada en el centro del prólogo; de eso deducimos algo importante: el episodio de los sabios de Oriente aparece en el mismo centro del prólogo y, atendiendo a las características de la mentalidad hebrea, eso significa que es un texto muy importante en el conjunto del evangelio. ¿Por qué? Ensayemos una respuesta.
El evangelio de Mateo culmina con el mandato solemne de Cristo a los apóstoles: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19). El Señor quiere que el mensaje de salvación que ha predicado trascienda el ámbito del pueblo judío, por eso exige a los apóstoles que anuncien el evangelio a “todas las gentes”. La frase “todas las gentes” se refiere a todas aquellas personas que tienen una religión distinta del judaísmo; es decir Jesús desea que los discípulos no reduzcan el ámbito de su predicación a los judíos sino que también lo extiendan a los paganos, desea que prediquen el evangelio por todo el Mundo.
Los sabios de Oriente no son judíos, son paganos que desde las lejanas tierras del Sol naciente acuden a Belén para adorar al Señor. Los sabios venidos de Oriente representan a “todas las gentes” a las que Jesús hará llegar la Buena Nueva por medio de la predicación de los discípulos. El pasaje de los sabios de Oriente revela que el evangelio de Jesús es la Buena Nueva capaz de trasformar la vida de toda persona, tanto si es judía como si es pagana.

 2. Los Sabios de Oriente en la liturgia del tiempo de Navidad: Epifanía.
 La Iglesia recuerda a los sabios de Oriente durante el ciclo litúrgico de la Natividad. No debemos pensar que la Navidad se reduce al día 25 de Diciembre. El ciclo de la Navidad comienza con la Misa de Nochebuena y termina el Domingo del Bautismo del Señor, por tanto dura algo más de quince días. Durante la Navidad celebramos un acontecimiento central de nuestra fe: el nacimiento de Jesús, la manifestación encarnada de Dios entre nosotros (Ju 1,1). Este acontecimiento es tan importante que no basta un solo día para celebrarlo se necesita todo el ciclo de la Navidad.
Durante el ciclo de la Navidad, como acabamos de decir, celebramos el nacimiento del Salvador, la presencia encarnada del Hijo de Dios entre nosotros. Sin embargo el ciclo de la Navidad contiene tres fiestas importantes, cada una de las cuales recoge un aspecto de la manifestación de Dios entre nosotros.
El día de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, el día 25 de Diciembre, celebramos la manifestación del Hijo de Dios entre nosotros; pero observamos, de manera específica, que a los primeros a quienes se manifiesta Jesús es a los pobres, representados por los pastores que acuden al pesebre para adorar a Jesús que acaba de nacer (Lc 2,1-21). Los pastores eran, generalmente, personas necesitadas que no habían encontrado otra ocupación, dormían al raso guardando el rebaño. El día de la Natividad celebramos el nacimiento de Jesús que se revela de manera preferencial a los pobres de este mundo.
Las segunda fiesta central del tiempo de Natividad es la Epifanía del Señor, el seis de Enero; ese día recordamos la ocasión en que los sabios de Oriente acudieron a Belén para adorar a Jesús. La palabra Epifanía procede de la lengua griega y, asociada al término Señor, significa el día de la gran manifestación de Dios a todos los hombres. Los sabios que vienen del Sol naciente no son judíos, son paganos que llegan para adorar al Señor; precisando un poco más debemos decir que el día de Epifanía celebramos la gran manifestación de Dios a toda la Humanidad, representada por los sabios que vienen de Oriente.
El evangelio enfatiza la manera en que los sabios adoraron a Jesús. En primer lugar señala que se postraron ante el Señor. La postración, el hecho de arrodillarse e inclinarse ante alguien hasta que el rostro toca el suelo, es una postura que el hombre tan sólo adopta en presencia de la divinidad; los sabios se postran ante Jesús y reconocen, desde la certeza que confiere la fe, la presencia encarnada de Dios en el rostro del niño sostenido en el regazo de María (Mt 2,11).
En segundo término, el relato evangélico especifica la identidad profunda de Jesús mediante los regalos que le ofrecen los sabios: le ofrecen oro, como rey, incienso, como Dios, mirra como hombre. El simbolismo de los regalos describe perfectamente la identidad de Jesús: Dios y Hombre verdadero que, como Rey de nuestra vida, conduce nuestra existencia por el camino de la verdad y de la misericordia, siempre que dejemos que su gracia cale en nuestra vida.
La tercera fiesta crucial del tiempo de Navidad es el Bautismo del Señor, el domingo después de la Epifanía. Celebramos el mismo acontecimiento que en las dos fiestas que acabamos de mentar: la manifestación de Jesús, la presencia encarnada de Dios entre nosotros. El evangelio del día narra cómo Jesús acudió al río Jordán donde fue bautizado por Juan Bautista (Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22). Sólo los pecadores acudían a recibir el bautismo de Juan (Mt 3,6); Jesús no es ningún pecador (Hb 4,15; 1Re 2,20), entonces ¿por qué acudió a recibir el bautismo en el Jordán?
 La respuesta es sencilla. Jesús dijo: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mt 9,13), y s.Pablo dice refiriéndose a Jesús: “entregó su vida para liberarnos de nuestros pecados” (Gal 1,4). El primer acto de la vida adulta de Jesús sitúa al Maestro en la orilla del Jordán junto a los pecadores, de ese modo el Señor manifiesta que el objetivo de su ministerio consistirá en estar cerca de quienes sufren el desgarrón del pecado, para ofrecerles el perdón e integrarlos en el gozo del Reino de Dios.

3. Los Sabios de Oriente en el seno de la tradición cristiana.
    El contenido de la narración de los sabios de Oriente (Mt 2,1-12) constituyó un tema importante en los sermones de los primeros predicadores cristianos. Rápidamente el pasaje de los Sabios pasó a formar parte de los Evangelios Apócrifos. Los cristianos consideramos revelados sólo los cuatro Evangelios Canónicos: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Llamamos “Evangelios Apócrifos” a un conjunto de libros que podemos calificar, en cierta manera, como novelas piadosas nacidas en el ámbito de las comunidades cristianas antiguas. Los autores de los Evangelios Apócrifos recogieron algunos datos de los Evangelios Canónicos y escribieron, como acabamos de citar, obras piadosas acerca de Jesús para fomentar la reflexión y la vida de piedad entre los cristianos de los primeros siglos. Los estudiosos clasifican los Evangelios Apócrifos en varios grupos. El pasaje de los sabios de Oriente figura en dos tipos de Evangelios Apócrifos: los de la Natividad y los de la Infancia de Jesús.
    Entre los Apócrifos de la Natividad, el Protoevangelio de Santiago sigue la narración bíblica, pero detalla que los magos “vieron un astro muy grande que brillaba entre las demás estrellas y las eclipsaba, haciéndolas desaparecer”, y especifica que “gracias a la estrella, los sabios supieron que había nacido un rey en Israel”. El Evangelio del Pseudo Mateo especifica que: “trascurridos dos años del nacimiento de Jesús, vinieron unos magos procedentes de Oriente, trayendo consigo grandes dones”; después dice el relato: “los magos abrieron sus cofres y donaron a José y María cuantiosos regalos”; y añade: “cada uno de los magos ofreció al Niño una moneda de oro, y después le ofrecieron oro, incienso y mirra”.
    Los relatos contenidos en el Liber de Infantia Salvatoris dedican un espacio amplio al relato de los magos. José y su hijo Simón estaban sentados a la entrada de la cueva en que había nacido Jesús; pero, sorprendentemente, José aun no sabía que el niño que había nacido era el Dios de los dioses, el Salvador del Mundo. Cuando los magos llegaron a la cueva, José se sorprendió de la ropa que llevaban, pues era distinta de la vestimenta judía. José, reticente a la visita, intenta impedir que los magos entren en la cueva. Los magos, con gran astucia, cuentan a José los regalos que el rey Herodes les había dado para que se los entregaran al Niño: la diadema real y un anillo en el que había engarzada una piedra preciosa. Acto seguido cuentan a José que la estrella que les guiaba había penetrado en la cueva; entonces José, asombrado, deja que los magos penetren en la gruta.
    Cuando los magos están en la cueva, José pide a su hijo, Simón, que espíe lo que están haciendo. Simón informa a José que los magos han besado los pies del Infante y que le han ofrecido los regalos que envió Herodes y que, además, han presentado sus propias ofrendas: oro, incienso y mirra. Entonces José exclama gozoso: “¡Muy bien han hecho estos señores en no besar al niño de balde; lo contrario de aquellos pastores que vinieron aquí con las manos vacías”. Cuando los magos salieron de la cueva, revelaron a José la identidad del Niño: “Dios y Rey de todos los príncipes y potestades, Dios de los ángeles y de los justos”.
     Los magos explican a José cómo han sabido que el Niño era el Hijo de Dios. Por una parte los sabios afirman disponer de escritos muy antiguos que anunciaban ya el nacimiento del Niño; y, por otra aducen que la estrella que les ha guiado es la misma Palabra de Dios. José, agradecido por la información, invita a los magos a pasar el día con él; los sabios declinan la invitación pero, antes de despedirse, hacen enormes donativos a María y José.
    Entre los Evangelios de la Infancia de Jesús el Evangelio Árabe de la Infancia relata que según había anunciado la predicación de Zoroastro llegaron a Jerusalén unos Magos que adoraron al Niño y le ofrecieron oro, incienso y mirra. María, agradecida, tomó uno de los pañales del Niño y se lo entregó como reliquia. En el mismo momento en que los Magos aceptaron el pañal, se les apareció un ángel que tenía la misma forma que la estrella que les había guiado en el camino; y los Magos, siguiendo el rastro de su luz, volvieron a su patria.
    El Evangelio Armenio de la Infancia narra cómo un ángel viajó a Persia para ordenar a los magos que fueran a Jerusalén para adorar al Niño que había de nacer. Tras caminar durante nueve meses guiados por la estrella, los magos llegaron a la cueva en el momento en que María acababa de ser madre. Los magos eran tres: Melkon, que reinaba sobre los persas; Baltasar, que reinaba sobre los indios; y Gaspar que poseía el reino de los árabes. Los reyes conocieron el lugar del nacimiento porque constaba en un Libro que sus antepasados les habían legado.
     El origen del libro es curioso, dice el Evangelio Armenio: “después que Adán fue expulsado del Paraíso y después que Caín hubo matado a Abel, el Señor dio a nuestro primer padre un hijo de consolación llamado Set, y con él le entregó el Libro que de generación en generación llegó a manos de los tres reyes”. El rey Melkon tomó el Libro y se lo entregó al Niño diciéndole: “Aquí tienes el Libro escrito y sellado por tu misma mano que tuviste a bien entregar a nuestros mayores para que lo guardaran”. El Libro en cuestión, dirigido a Adán, estaba encabezado de esta manera: “En el año seis mil, el día sexto de la semana y a la hora sexta, enviaré a mi Hijo Unigénito, el Verbo Divino, quien tomará carne de tu descendencia y vendrá a ser Hijo del Hombre”.
    La predicación cristiana tenía su fundamento en los datos que ofrece la Sagrada Escritura; pero con el tiempo los oradores cristianos y la tradición popular magnificó la figura de los Magos de Oriente. Las tradición antigua fue recopilada por fray Santiago de la Voragin (1264) en una obra que ha venido a llamarse la Leyenda Dorada. Vamos a extraer de esa magna obra algunas referencias sobre los Sabios de Oriente.

* A los trece días del nacimiento del Señor llegaron a Jerusalén tres magos, llamados en hebreo Apelio, Amerio y Damasco; en griego Gálgala, Malgalat y Sarathin; y en lengua latina Gaspar, Baltasar y Melchior (Gaspar, Melchor y Baltasar). La Leyenda afirma que los magos eren naturales de una región existente entre Persia y Caldea, llamada Sabea, nombre derivado del río Sabá que discurre por aquella región.
*  La mayoría de comentaristas antiguos sostiene que eran tres sabios; pues en su tierra de origen la palabra “mago” se refiere a las personas que cultivan las ciencias. La palabra “mago” puede considerarse un término equivalente a la voz “escriba” que utilizan los hebreos, o al vocablo “filósofo” del que se valen los griegos, y también comprenderse como el sustantivo “sabio” que, habitualmente, utilizan los latinos. En definitiva, los comentaristas sostienen que eran tres personajes de estirpe noble, muy sabios, que llegaron a Jerusalén en compañía de su escolta y de su séquito.
*  Los eruditos antiguos afirmaban, generalmente, que los Sabios eran descendientes del profeta Balaán. La historia de Balaán aparece narrada en el libro de los Números (Nm 22-24). Balac, rey de Moab, temeroso ante el ataque de los israelitas contrató al profeta Balaán para que maldijera al ejército hebreo; pero Balaán, advertido por el Señor, en lugar de maldecir a Israel lo bendijo. Balac, irritado contra el profeta lo despidió. Entonces Balaán pronunció un oráculo donde anunciaba la victoria de Israel sobre Moab; una estrofa del oráculo profético dice: “Lo veo, pero no por ahora, lo contemplo pero no de cerca: una estrella sale de Jacob, un cetro surge de Israel” (Nm 24,17). La “estrella de Jacob” constituye una referencia Jesús que será la estrella que alumbrará la noche; la noche simboliza el pecado y la luz es la gracia que Jesús derrama sobre los pecadores, de ese modo la manifestación de Jesús implica la irrupción da la gracia que aniquila el pecado. Según la Leyenda los magos fueron los personajes que vieron aparecer en el cielo la estrella que Balán había anunciado (Mt 2,2).
* La Leyenda aduce la opinión de s.Juan Crisóstomo. Según este santo padre se formó una comisión de astrólogos que observaban el cielo desde el Monte de la Victoria, con la esperanza de ver alguna noche la estrella anunciada por Balaán. El día en que nació Jesús, los astrólogos vieron aparecer una estrella en el cielo que, lentamente, se trasformaba en la cara de un niño hermosísimo con una cruz brillante sobre su cabeza. Aquella estrella se puso a hablar con los magos y les ordenó que marcharan a Judá donde encontrarían al niño recién nacido.
* Muchos autores antiguos subrayan que los magos, cuando llegaron a Jerusalén, preguntaron a la gente acerca del Niño; ellos tenían al Niño por verdadero hombre, verdadero Rey y verdadero Dios. Al preguntar “dónde está el que ha nacido”, pusieron de manifiesto que lo tenían por verdadero hombre; al añadir “rey de los judíos”, declararon que lo tenían por verdadero Rey; y al manifestar que venían a “rendirle adoración”, manifestaron igualmente que le tenían por verdadero Dios.
* En cuanto a la naturaleza de la estrella, la Leyenda Dorada ofrece las tres opiniones más importantes entre los estudiosos antiguos. En primer lugar, algunos pensaban que no era una estrella real, sino una mera figura adoptada por el Espíritu Santo. Cuando Juan bautizó a Jesucristo, el Espíritu tomó forma de paloma y se posó sobre el Señor, y adquirió la forma de estrella cuando se mostró a los magos. En segundo término, otros pensaban que la estrella no era real, sino aparente; la identificaban con el ángel que comunicó a los pastores el nacimiento de Jesucristo. Como los pastores eran judíos, y por tanto creyentes en Dios y racionales, el ángel se les presentó en forma racional; pero el mismo ángel, para guiar a los Magos, que eran paganos y se movían en un ambiente material, tomó la apariencia material de la estrella. Finalmente, otros creían que era una verdadera estrella creada expresamente por Dios para guiar a los Magos, pero cuando la estrella hubo cumplido su misión retornó a su anterior inanidad.
* S. Fulgencio, como recoge la Leyenda, afirmaba que la estrella no estaba fija en el firmamento sino que flotaba en el espacio; su fulgor era tan intenso que incluso era visible al mediodía; sostiene también que el movimiento de la estrella no era circular sino rectilíneo y se dirigía directamente a la cueva de Belén.
* Otros autores aguzan el sentido espiritual de la Escritura y, desde la perspectiva mística, afirman que los magos no vieron una sola estrella sino cinco. La primera estrella tuvo carácter material, era el astro que observaron en el cielo. La segunda, la espiritual, equivalente a la fe, la descubrieron con el corazón. La tercera estrella, de tipo intelectual, fue el ángel que se les apareció mientras dormían y les indicó que no volvieran a entrevistarse con Herodes. La cuarta, la racional, fue la Virgen María, a la que vieron en el cobertizo del establo. La quinta, la supersustancial, era el Niño reclinado en el pesebre, Dios y Hombre verdadero.
* Según la Leyenda, los Magos regalaron al Niño oro, incienso y mirra porque en los pueblos antiguos nadie se presentaba con las manos vacías. En semejantes ocasiones, los persas y caldeos solían regalar a sus monarcas esas tres cosas y, según la Historia Escolástica, los magos eran naturales de una región existente entre Persia y Caldea, llamada Sabea, nombre derivado del río Saba. A través de esos tres presentes reconocían las tres realidades que coexistían en el Niño Jesús: su preciosísima divinidad, su alma santísima y su cuerpo puro e inmaculado. Estas tres realidades ya habían sido simbolizadas con mucha antelación por las tres cosas que se guardaban en el Arca de la Alianza: la vara de Moisés, las tablas de la Ley y el Maná. La vara que floreció, representaba al Cuerpo de Cristo que resucitó. Las tablas de la Ley significaban su alma, en la que estaban encerrados todos los tesoros de la ciencia y de la sabiduría de Dios. El Maná simbolizaba su divinidad, asiento de todos los sabores y de todas las suavidades.  De modo parecido el oro, que es el más precioso de los metales, significó su divinidad preciosísima; el incienso, con sus connotaciones de oración y piedad, simbolizó su devotísima alma; la mirra, que preserva de la corrupción, representó la pureza de su cuerpo.
* La voz de la Leyenda recalca que santa Elena, madre de Constantino, cuando fue a Palestina se apoderó de los cuerpos de los tres magos que habían sido sepultados en el país de Jesús. Ella los sacó de su primitivo enterramiento y los llevó a Constantinopla; de Constantinopla fueron trasladados a Milán por el obispo s. Eustorgio; finalmente el emperador Enrique, después de incorporar Milán a su imperio, los llevó a Colonia.

4. Conclusión.
    El relato de los Sabios de Oriente recuerda a todos los cristianos que el evangelio debe ser predicado a toda la Humanidad. En la fiesta de la Epifanía el cristiano celebra la memoria de los magos pero, sobretodo, adquiere el compromiso de plantar la semilla del evangelio en el corazón de las mujeres y los hombres de su tiempo. La entrañable tradición evoca muchas leyendas entretejidas entorno a la figura de los magos de Oriente; pero en el fondo de las narraciones, a veces ingenuas, late el hondón de la fe cristiana. Los sabios de Oriente representan el papel de lo que debe ser un cristiano. Como los magos, el cristiano busca siempre al Señor, y como los sabios lo adora como Dios y hombre verdadero. El cristiano reconoce en Jesús lo mismo que los magos descubrieron al ver al Niño: la presencia encarnada de Dios entre nosotros (Ju 1,1), y como hicieran antaño los apóstoles asume el compromiso de anunciar el evangelio a la Humanidad entera (Mt 28,16-20).

                                                                                Francesc Ramis Darder

domingo, 21 de diciembre de 2014

¿QUÉ SIGNIFICA LA ESTRELLA DE BELÉN? NAVIDAD 2014


                                                                                                                       Francesc Ramis Darder
                      
    El Señor liberó a Israel de la esclavitud de Egipto y le concedió la Tierra Prometida. Marchando hacia Palestina el pueblo de Dios cruzó el país de Moab, situado en la actual Jordania. El rey de Moab, aterrado ante Israel, envió emisarios a la ribera del Eufrates para que contrataran al profeta Balaán para de que maldijera a los israelitas; y, de ese modo, el monarca pudiera vencer al pueblo elegido en el campo de batalla.

    Balaán, antes de aceptar el encargo, consultó al Señor; y Dios le habló en dos ocasiones. Una durante la noche. La otra de forma curiosa; cuando Balaán iba hacia Moab montado en su burra, el ángel del Señor le cerró el paso. Balaán, irritado, golpeó al animal, pero la burra, volviéndose, le habló recriminándole los golpes. Balaán, impresionado, descendió de su cabalgadura y veneró al Señor. Dios advirtió a Balaán que no maldijera a los israelitas puesto que eran un pueblo bendito.

    Al llegar al país de Moab, Balaán comunicó al rey la orden del Señor; pero el soberano se empeñó en que maldijera a Israel. El rey hizo subir a Balaán sobre tres montes, Bamot-Baal, Pisga y Peor, incitándole a maldecir a los israelitas; pero Balaán en lugar de maldecir los bendijo. Y además proclamó una profecía referida al pueblo israelita: “Lo veo, pero no por ahora; lo contemplo, pero no de cerca: una estrella sale de Jacob” (Nm 24,17).

    Los cristianos percibimos en el Nuevo Testamento el cumplimiento de las promesas de la Antigua Alianza. Al narrar la adoración de Jesús por parte de los magos, el evangelio de Mateo hace hincapié en la presencia de la estrella que les guía (Mt 2,2.7.9.10). La estrella anunciada por Balaán, la percibe san Mateo en la estrella que conduce a los magos hasta Jesús; pero la estrella no es sólo una señal indicativa, tiene aún un valor más profundo. Según el evangelio de Juan, Jesús es la Palabra de Dios encarnada (Ju 1,14), y, a la vez la luz que nos ilumina: “la Palabra era la luz verdadera, que con su venida al mundo ilumina a todo hombre” (Ju 1,9).

   Aunando el significado de la estrella que presentan los evangelios de Mateo y Juan, percibimos un doble valor en la estrella de Belén. Por una parte, la luz de la estrella conduce a los magos al lugar donde encontrarán a Jesús, una casa humilde de Belén (Mt 2,11); pero también es símbolo del mismo Jesús, la luz que ilumina tantas veces las tinieblas que oscurecen el cielo de nuestra vida (Ju 1,9).

   Cuando contemplemos la estrella de Belén, percibamos a través de la luz que irradia la misma luz de Jesús que siempre ilumina y oriente nuestra vida hacia la vivencia de la bondad y la misericordia.

lunes, 15 de diciembre de 2014

MARÍA, LA ANUNCIACIÓN: Lc 1,47-55. ADVIENTO 2014

                                              Francesc Ramis Darder


-->
El evangelio de Lucas presenta a María como ejemplo de quien encarna y vive el evangelio. Ella es la “llena de gracia” que engendra en sus entrañas al Hijo de Dios entre los hombres. Ella recorre el camino cristiano y experimenta las maravillas de Dios. Al pie de la cruz topa con el rostro de los pobres reflejado en el cuerpo de su Hijo crucificado. En el cenáculo, orando con los discípulos, experimenta la nueva vida del Señor y recibe el Espíritu Santo. 

-->
Sólo con los ojos del alma detectamos la presencia de Dios en los acontecimientos de la vida. María es el modelo de vida cristiana porque contempla su vida con los ojos de Dios; observémoslo en dos pasajes: “la Anunciación” (Lc 1, 26-38) y “el Magnificat” (Lc 1, 47-55).

-->
a. La Anunciación (Lc 1, 26-38).

    Al aceptar María en la Anunciación el proyecto divino proclamado por el ángel, acontece la encarnación del Hijo de Dios. La opción cristiana es la respuesta del hombre a la voz de Dios que le llama y le ama primero. Cuando el ángel se dirige a María le comunica la certeza del amor de Dios: “el Señor está contigo” (Lc 1, 27), y por esa razón exultará de gozo en el Magnificat (Lc 1, 47-55).

    El ángel llama a la Virgen por su nombre: ¡María! Dios nos conoce personalmente y a veces con un apelativo familiar. En el AT Dios trata a su pueblo de manera personal y le habla con cariño: “gusanillo de Jacob” (Is 41, 14), “Yerusum” (Is 44, 2), etc.

    María, por mediación del ángel, percibe que Dios la conoce por su nombre y confía en ella. Pero también escucha con respeto el proyecto divino: “Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 32-33).   

    Dios llama desde el conocimiento personal e infunde confianza, pero aquello a lo convoca no es una simpleza. Dios nos llama a seguir el evangelio, y eso no es fácil. La invitación de Dios impone respeto, desafía a emprender el camino de Cristo.

    María se siente conturbada. El encuentro con Dios es un momento de misterio. Es la sensación de entrar en un ámbito nuevo. Después de la sorpresa, María experimenta respeto ante el proyecto divino. No entiende cómo Dios pide algo inaudito: “¿Cómo sucederá eso si yo no conozco varón?” (Lc 1, 34). Ante la grandeza divina, María descubre su propio límite: Cuando recibe el anuncio del ángel está desposada con José, pero aun no ha tenido lugar el matrimonio.

    Al percibir la llamada de Dios nos sobrecoge el misterio. Captamos nuestros límites. Percibimos que nuestra fuerza es insuficiente para llevar adelante el proyecto divino. Ese fue el sentimiento de María: el respeto, el darse cuenta de que por sí sola no se bastaba. Pero también junto a aquel temor estaba la fuerza de Dios: “porque para Dios nada hay imposible” (Lc 1, 37).

    La propuesta de Dios a María es humanamente irrealizable: “darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús” (Lc 1, 31). Los proyectos divinos no triunfan con la fuerza humana ,sino con la firmeza de Dios. Cuando aceptamos seguir el evangelio es el mismo Señor quien nos proporciona la gracia para llevarlo a cabo.

    Dios está con María: “El Espíritu Santo bajará sobre tí y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra ... porque para Dios nada hay imposible” (Lc 1, 35-37). Desde esa seguridad María confía en la presencia del Altísimo y concebirá a Jesús, la presencia encarnada de Dios entre nosotros.

sábado, 6 de diciembre de 2014

¿QUÉ SIGNIFICA LA PARÁBOLA DE LOS TALENTOS?

                                                                            Francesc Ramis Darder


La Sagrada Escritura explica quién es el hombre sabio. El que conoce las cualidades que Dios le ha dado para hacerlas fructificar, pero que también ve sus limitaciones, para aprender a controlarlas. He aquí al hombre sabio; el que sabe hacer fructificar sus virtudes y aprende a dominar sus defectos.

 En la parábola de los diez talentos, el Señor nos recuerda la necesidad de poner en práctica las cualidades que nos ha dado. Cada uno de los criados ha recibido una cantidad de dinero; uno cinco millones, otro tres y otro uno. Aunque las cantidades sean diversas, cada una de ellas, incluso la más pequeña, constituía un capital enorme en la época de Jesús. El dinero que recibe cada criado es una metáfora de las cualidades que Dios les ha dado; han recibido cualidades diversas, uno cinco, otro tres, y el último una; son diversas, pero, como decíamos, suficientes para llenar la tarea de toda una vida.

 Los dos primeros se han esforzado y han multiplicado el dinero, alegoría de las virtudes recibidas; como se han esforzado, el amo les dice: “Entra a celebrarlo con tu Señor.” Pero el criado que recibió solo un millón dijo a su amo: “Tuve miedo y escondí tu dinero”; por este motivo aquel millón, signo de las virtudes que había recibido, no fructificó. Los dos primeros criados emplearon la vida en desarrollar sus cualidades, representadas por los millones; cabe pensar que ambos sintieron también la sombra del miedo cuando invirtieron el dinero; como todo el mundo, sintieron miedo, pero supieron controlarlo; es decir, actuaron como sabios, supieron desarrollar sus virtudes y controlar sus limitaciones. En cambio, el criado que solo recibió un millón actuó como un necio; no solo descuidó sus virtudes, representadas por el millón que recibió del amo, sino que tampoco supo controlar sus limitaciones, representadas por el miedo.

 Cuando hoy hablamos del miedo, lo entendemos como el sentimiento humano de temor frente a lo desconocido, pero en la Biblia, el miedo tiene un significado más profundo. El miedo es el síntoma de la falta de fe; decía el profeta Isaías: “Quien tiene miedo no tiene fe, o quien tiene fe no tiene miedo.” Los dos criados que hicieron fructificar las virtudes no solo tenían valor, tenían fe, la virtud que nos recuerda que la vida reposa en las manos de Dios; y llenos de fe, hicieron fructificar las cualidades que el Señor les había regalado. El criado que tuvo miedo, no tuvo solo cobardía, sino falta de fe; desconfió de que el Señor estuviese a su lado, y por ello no pudo desarrollar las cualidades que de Él había recibido.

 Desarrollar nuestras virtudes y aprender a controlar nuestros defectos nos llevará a vivir en plenitud. Una vida plena, sabia en el lenguaje bíblico, no es la que está cargada de actividades y de cosas. Un sabio cristiano no es el que se propone hacer grandes cosas, sino el que pone mucho amor en las cosas que hace. A los ojos de Dios, las actividades no son importantes por sus dimensiones, sino por el amor que ponemos en ellas cuando las llevamos a cabo. En esta Eucaristía pidamos al Señor que nos convierta en sabios cristianos; personas que con fe y con amor sembremos la semilla del Evangelio en los surcos de la humanidad entera.

lunes, 1 de diciembre de 2014

EL PROYECTO DE JESÚS. LA SINAGOGA DE NAZARET: Lc 4, 14-22.




                                                                     Francesc Ramis Darder



    La llamada de Jesús a sus discípulos no es algo que tuviera lugar simplemente en el pasado. Jesús nos llama hoy, a todos nosotros, para que seamos sus amigos y seguidores.  Leeremos, seguidamente, el programa de Jesús (4, 14-22) como la llamada expresa del Señor a todos nosotros, para que vivamos la experiencia del amor y la misericordia. Contemplaremos después la historia de María (1, 1-2), como ejemplo de quien ha vivido en plenitud el proyecto de Dios para sus criaturas.



1. Situación de la narración en el conjunto del evangelio.


    El tercer evangelio se inicia con dos preludios: Los relatos de la infancia de Jesús (1-2) y; el ministerio de Juan el Bautista juntamente con las tentaciones de Jesús en el desierto (3-4).


    El primer prólogo anuncia la identidad de Jesús: El es el  Mesías, el Señor (2, 11) que se halla en las buenas manos del Padre (2, 9). El segundo preludio, concretamente en el relato de las tentaciones; especifica claramente el tipo de mesianismo representado por Cristo. El es el Mesías, pero no traerá la liberación con una apariencia deslumbrante o con un poder absoluto. Cristo nos salvará desde la vida humilde y compartida, y a partir de la actitud de servicio y entrega (cf 4, 1-13).


    El episodio de la sinagoga de Nazaret tiene una ubicación especial. Se sitúa a continuación de los relatos de la infancia y constituye, a la vez, la puerta de entrada a la primera gran sección del evangelio: el ministerio de Jesús en Galilea (4, 14 - 9, 50). Podríamos afirmar que la perícopa objeto de nuestro estudio sintetiza los elementos de los dos preludios y presenta, por adelantado, lo que será la primera parte del evangelio.


    Se inicia -el ministerio de Jesús en Galilea-  con el mensaje programático de Jesús en la sinagoga de  Nazaret (4, 14-22). Y después, en diferentes trazos, y a lo largo de toda la sección, se van delineando las consecuencias de ese programa. Veamos los grandes ejes en que se despliega el mensaje programático del Señor y los grandes temas de la primera sección:


    * Las narraciones de milagros.

    Los milagros de Jesús no son signos prodigiosos realizados para impresionar al auditorio. Son la manifestación palpable de la liberación que Jesús ha venido a otorgar a los pobres y a los débiles.   En esta sección se concentran la mayoría de los milagros de Jesús. Curación de un endemoniado, de la suegra de Pedro y otras muchas curaciones anónimas (4, 31-41); curación de un leproso y de un paralítico (5, 12-26); el hombre de la mano seca (6, 6-11); curación del siervo del centurión, el hijo de la viuda de Naïm (7, 1-17); la tempestad calmada, el endemoniado de Gerasa, la hemorroísa y la resurrección de la hija de Jairo (8, 22-56).


    * Los relatos de vocación.

    Observemos que los relatos de vocación están entremezclados con las narraciones de milagros. El objetivo de la descripción de los milagros no consiste en suscitar la admiración por la persona de Jesús. El objetivo de los milagros radica en motivar en quien los presencia la decisión por el seguimiento de Cristo. Por eso ambos tipos de narraciones presentan una cierta alternancia. Los relatos específicos de vocación son: La vocación de los cuatro primeros discípulos (5, 1-11); la llamada de Leví (5, 27-28); elección de los Doce (6, 12-16), las multitudes que van en pos de Jesús (6, 17-19).


    A los discípulos que han aceptado seguirle, Jesús les mostrará la dureza del camino: " El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue cada día con su cruz y me siga " (9, 23). Pero también les presentará el gozo del seguimiento: " Pues de verdad os digo que hay algunos, entre los aquí presentes, que no gustarán la muerte hasta que vean el Reino de Dios " (9, 27).


    * Aceptación u hostilidad ante la llamada de Jesús.

    La acción de Jesús suscita la vocación en aquellos que conviven con el maestro, pero también provoca el rechazo de quienes detentan el poder político y religioso. La llamada de Jesús no deja lugar a la indiferencia, implica la adhesión total o el rechazo absoluto.


    Los que más fácilmente aceptan el mensaje son los pobres, los marginados y todos aquellos que el sistema social imperante ha rechazado. Los pecadores en casa de Leví (5, 29-32); la muchedumbre del pueblo (6, 17-19); la pecadora perdonada (7, 36-50); las mujeres (8, 1-3); los seguidores de Juan Bautista interesados por Jesús (7, 18-30). Por el contrario, la buena nueva encuentra reticencias y adversidades en quienes tienen un papel directivo en el ambiente de la época. Las gentes de la sinagoga (4, 23-30); los fariseos y los escribas (5, 30-39).


    * Palabras de Jesús.

    La palabra de Jesús es como una semilla plantada en el corazón humano (8, 4-15), germina cuando la tierra que la recibe es buena. El enfrentamiento de Jesús con escribas y fariseos no es casual. Surge por dos razones. Por una parte el hecho de manifestarse en favor de los débiles, supone no estar a favor de quienes dominan en el sistema vigente. Y por otra, aquellas cosas que Jesús dice constituyen una interpretación particular del Antiguo Testamento, que se enfrenta directamente con la interpretación común de los fariseos.


    Jesús afirma la bienaventuranza para los pobres, los hambrientos, los que lloran, los que son odiados e injuriados (6, 20-23). Profiere la malaventuranza contra los ricos, los que están saciados, los que ríen, aquellos de quienes se habla bien (6, 24-26). Predica el amor a los enemigos, la misericordia y la honradez (6, 27-49).


    * La personalidad de Jesús.

    Todo discípulo se encuentra con la palabra del Señor. Esta palabra no es neutra, impone la decisión en quien la oye: O se opta por Jesús radicalmente como los primeros seguidores; o se le rechaza como hacían los escribas y fariseos. A los que deciden seguirle, Jesús no les oculta ninguna de las dificultades.


    En el primer anuncio de la pasión, les dice: "El Hijo del Hombre debe sufrir mucho ... ser ejecutado y resucitar al tercer día" (9, 22). Esta cita del evangelio hace hincapié en la cruz y la pasión de Jesús, aunque también refiere la resurrección final. Jesús no se limita a anunciar un mensaje radical y atrayente; él mismo lo lleva a término, lo padece en su propia persona. En esta referencia bíblica Jesús se manifiesta -preferentemente- como el Cristo sufriente.


    Un poco más adelante aparece el fragmento de la transfiguración (9, 29-36). El primer relato de la pasión presentaba el aspecto sufriente de la vida de Jesús, pero dejaba entrever el resquicio de la resurrección. El relato de la transfiguración muestra en toda su plenitud el aspecto gozoso y triunfante de Jesús. La muerte y la sepultura no tienen la última palabra, la última palabra está siempre en los labios del Dios de la vida.



    El discurso de la sinagoga de Nazaret actúa como una bisagra entre la introducción y la primera sección del evangelio. Recoge el contenido del prólogo: Jesús es el Señor que está en las manos buenas de Dios Padre. Y desde esa certeza, anuncia el gran mensaje de Jesús para todos los hombres y mujeres: la Buena Nueva de la liberación.



2. Lectura del texto.


    Con la fuerza del Espíritu, Jesús volvió a Galilea, y su  fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en aquellas sinagogas y todos se hacían lenguas de él.

    Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para tener la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y, desenrrollándolo, encontró el pasaje donde está escrito:

    " El Espíritu del Señor está sobre mí,
        porque él me ha ungido
        para que dé la buena noticia a los pobres.
      Me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos
        y la vista a los ciegos,
        para poner en libertad a los oprimidos,
        para proclamar el año de gracia del Señor "

    Enrolló el volumen, lo devolvió al sacristán y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él empezó a hablarles:

    - Hoy, en vuestra presencia, se ha cumplido este pasaje.

    Todos se declaraban en contra, extrañados de que mencionase sólo las palabras sobre la gracia.    

(No todas las versiones traducen igual este último versículo. Algunas traducen como hemos hecho nosotros y otras se inclinan por: "...admirados por las palabras de gracia que salían de su boca", o alguna frase parecida. La traducción que presentamos, creemos que es la más ajustada al sentido del texto, pero no tiene porque ser la única posible). 


3. Elementos del Texto.


a. Nazaret.


    Nazaret era una aldea pequeña y poco importante, situada en la provincia de Galilea, al norte de Palestina.     Durante el reinado de Herodes el Grande (40-4 a.C.), la zona de Galilea, próxima al lago de Genesaret, experimentó un gran desarrollo. El monarca judío hizo construir ciudades de nueva planta, como era la magnífica ciudad de Tiberias ubicada al borde del lago.


    Esta ingente tarea urbanística dio lugar a que muchos judíos del sur emigraran a Galilea para trabajar en las tareas de construcción. Estos emigrantes vivían en las pequeñas aldeas que circundaban las grandes urbes. Cada día se dirigían a las grandes ciudades para ganarse el jornal. Los habitantes de Nazaret no eran ajenos a esta dinámica social. Algunos de ellos trabajaban en los campos junto a la aldea, pero la mayoría iba a trabajar en la construcción o, en las canteras de las que extraían la piedra para edificar las nuevas ciudades.


    Durante el siglo I Galilea era región de contrastes. La cultura griega había penetrado en las grandes ciudades e impregnaba el ambiente social de la época. Por otra parte las pequeñas aldeas permanecían aferradas al judaísmo tradicional. Esta confrontación cultural y religiosa dio lugar a más de un tumulto. La historia nos narra la rebelión de la población judía, y la dureza con que los romanos sofocaron esta revuelta, crucificando a multitud de judíos en las afueras de la ciudad de Séforis.


    En la aldea de Nazaret comienza Jesús su ministerio. Cuando el texto nos cuenta que se crió allí, nos indica las características sociales que influyeron en su educación: Vivir en un aldea pequeña en que la mayoría eran emigrantes judíos trabajadores de la construcción o de las canteras; participar de la intensa espiritualidad  judía contrapuesta al ambiente liberal y cosmopolita de las ciudades helenizadas; recordar la represión romana contra los intentos judíos de sublevación; etc.


b. La Sinagoga.


    El centro de la religión israelita lo constituía el Templo de Jerusalén. En el año (587 a.C.) el rey Nabucodonosor destruyó el Templo y se llevó a los judíos cautivos a Babilonia. Los judíos exiliados no podían celebrar el culto porque carecían de Templo. Entonces comenzaron a reunirse los sábados, en pequeños grupos, para leer y comentar la palabra de Dios. Estas reuniones de los judíos para comentar la palabra de Dios dieron lugar -con el tiempo- a las sinagogas.


    Una sinagoga era un edificio en el que se encontraban los judíos cada sábado para leer la Sagrada Escritura y rezar unidos. Habitualmente constaba de dos pisos. En el piso superior se situaban las mujeres, estas no participaban directamente en el culto sino que lo seguían a través de una celosía. En la parte baja se situaban los hombres, mayores de edad, que participaban plenamente de la celebración.


    Con el tiempo llegó a organizarse muy bien el oficio sinagogal. Se leía  siempre un fragmento del Pentateuco y luego alguna página de los Profetas. Acabada la lectura se hacía una homilía que intentaba actualizar la Escritura en la realidad cotidiana de los fieles. La celebración concluía con una plegaria y una invocación al Señor. Además de su función celebrativa, la sinagoga desempeñaba un importante papel catequético, era lugar de instrucción para los varones en todo lo que representaba la fe judía.    De la misma manera que las actividades del Templo estaban orientadas por los sacerdotes y el grupo saduceo, las tareas sinagogales dependían del fervor fariseo.


    Jesús, como todo judío practicante, se dirige el sábado a la sinagoga: "Le entregaron el volumen del profeta Isaías, y desenrrollándolo ..... enrolló el volumen, lo devolvió al sacristán ..." (4, 17.20).


    Démonos cuenta de un detalle curioso: Jesús no "abre" y "cierra" el volumen sino que "lo desenrolla" y lo vuelve a "enrollar". En la sinagoga no se utilizaban libros tal como los conocemos hoy, se empleaban "rollos". Los libros bíblicos se escribían sobre pergamino. Consistía en una serie de pieles de animales cosidas entre sí, sobre las cuales se escribía un texto. Cuando el texto estaba escrito se enrrollaba alrededor de dos brazos de madera, y cuando debía leerse se desenrollaba.  


c. La lectura de Jesús.


    En la sinagoga Jesús recibe el libro del profeta Isaías, lo desenrolla y procede a su lectura. Vamos a transcribir ahora dos texto: El texto del profeta Isaías que aparece leído por Jesús en la sinagoga, y el texto de Isaías que se halla escrito en libro del mismo profeta. Debemos fijarnos en las pequeñas diferencias que hay entre uno y otro.


    * Texto de Isaías leído por Jesús en la sinagoga (Lc 4, 18-19).

    < El Espíritu del Señor está sobre mí,
      porque él me ha ungido
      para que dé la buena nueva noticia a los pobres.
      Me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos
      y la vista a los ciegos,
      para poner en libertad a los oprimidos,
      para proclamar el año de gracia del Señor >



    * Texto del libro de Isaías (Is 61, 1-2).

    < El Espíritu del Señor está sobre mí,
      porque el Señor me ha ungido.
      Me ha enviado a dar la buena noticia a los que sufren,
      para vendar los corazones desgarrados,
      para proclamar la amnistía a los cautivos
      y a los prisioneros la libertad,
      para proclamar el año de gracia del Señor
      el día del desquite de nuestro Dios >    


   
    Substancialmente los dos textos dicen lo mismo, pero presentan algunas diferencias. Si lo observamos bien notaremos pequeñas variaciones debidas a los matices de la traducción. Pero apreciaremos, también, dos cambios importantes. Jesús cambia la forma de un versículo: Donde Isaías dice "para vendar los corazones desgarrados" él lee " y la vista a los ciegos". Además, omite Jesús un estico de un versículo: Las palabras de Isaías "el día del desquite de nuestro Dios", no aparecen en la lectura de Jesús.


    Fijémonos que en el primer cambio realizado por Jesús, la gente de la sinagoga no protesta. Por el contrario respecto de la segunda modificación la gente le incrimina  con dureza: "Todos se declaraban en contra, extrañados de que mencionase sólo las palabras sobre la gracia". Vamos a comentar ahora, con sencillez, estos dos cambios:


    * Alteración de un versículo.

    Isaías dice "para vendar los corazones desgarrados" y Jesús lee "y la vista a los ciegos". Notemos algo importante, en esta variación del texto la gente no protesta en absoluto. ¿ A qué pude deberse esta variación en el texto del profeta ?.


    El texto hebreo del Antiguo Testamento comenzó a fijarse definitivamente a finales del siglo I. Durante la vida de Jesús, el texto del Viejo Testamento presentaba cierta fluidez. Sucedía algo semejante a lo que vemos en las traducciones castellanas de la Biblia. Todas las traducciones dicen básicamente lo mismo, pero lo expresan con palabras y matices diferentes. Quizás la versión que leyera Jesús presentara algunos matices diversos del texto leído actualmente por nosotros. Aun considerando las posibles variaciones del texto, nos inclinamos por opinar que este cambio fue una modificación hecha deliberadamente por Jesús.  Notemos, si embargo, que lo escrito en Isaías y lo leído por Jesús no son textos totalmente contradictorios. Ambos describen el sufrimiento humano.


    El corazón -en el pensamiento semita- representaba el centro de la persona. En el tenían su lugar apropiado los sentimientos y las opciones del hombre: la amistad, la plegaria, la fe, la capacidad de amar. Tienen el corazón desgarrado aquellos que en su existencia han padecido por cualquier motivo, la palabra de Jesús es el vendaje para estos corazones rotos.  El ojo es la lámpara del cuerpo, a través de él percibimos la realidad. El ciego es aquel que no puede ver físicamente, pero metafóricamente representa a todos los impedidos de ver la realidad de su vida o discernir esperanza en su futuro. Las dos expresiones son diversas en cuanta a la forma, pero muy semejantes en cuanto al contenido.  A pesar de la semejanza de estas dos expresiones, cuando Jesús sustituye una por otra lo hace por algún motivo concreto.


    La expresión "y la vista a los ciegos" aparece en un lugar muy importante del AT: Los cánticos del Siervo de Yahvé. Estos cánticos son cuatro poemas del libro de Isaías (Is 42, 1-7; 49, 1-9; 50, 4-11; 52, 12 - 53, 13). Nos hablan de un personaje que será el liberador definitivo de Israel. Pero a  este salvador las cosas no le van a ser fáciles. Para salvar a su pueblo deberá padecer el aprobio y el escarnio; pero al final triunfará, y su triunfo otorgará a Israel la liberación definitiva.


    Si nos fijamos en el primero de estos cánticos (42, 1-7) notaremos que aparece un texto muy semejante al proclamado por Jesús en la sinagoga, y que incluye la frase: "para abrir los ojos a los ciegos":

    " Yo, Yahvé te he llamado en justicia, te he cogido de la mano  y te he formado, y te he destinado a ser alianza del pueblo  y luz de las gentes:

            para abrir los ojos a los ciegos, 
            para sacar de la prisión al preso,
            de la cárcel a los que viven en tinieblas ".


    Jesús ha sustituido lo que dice (Is 61, 1) por lo escrito en (Is 42, 7). Con ese cambio Jesús nos revela algo fundamental: El es el liberador definitivo esperado por todo el AT. La liberación que el propone no será el resultado de un paseo triunfal. El, como el Siervo de Yahvé, experimentará el oprobio, el rechazo y la muerte. Pero la experiencia de fracaso no será el final de su vida. Al igual que el Siervo, él será rehabilitado por Dios y propuesto como luz de las naciones.


    Quizás nos hayamos entretenido demasiado en comentar estas figuras del texto. Pero creemos que es importante. El proyecto de Jesús, al igual que el proyecto cristiano; no es simplemente un "proyecto" redactado sobre papel. Es una vida de servicio y entrega. Cuando Jesús lee, en la sinagoga, el libro de Isaías ve reflejado en él su propio proyecto. Jesús no se limita a "leer un proyecto". Al incluir esta pequeña frase del primer cántico del Siervo, nos está diciendo que el mismo se hace proyecto. El será el primero en experimentar la liberación que predica, y lo será pasando por la dureza de la cruz.  


    * Eliminación del fragmento de un versículo.

    La obra de Isaías afirma claramente " ... para proclamar el año de gracia del  Señor, el día del desquite de nuestro Dios ... " (Is 61, 2). En cambio Jesús, cuando lee, omite la última parte de este versículo. Evita decir " ... el día del desquite de nuestro Dios ", se limita a pronunciar la parte positiva del texto del profeta " ... para proclamar el año de gracia del Señor ".


    La asamblea sinagogal había pasado por alto el primer cambio del texto, pero no tolera el segundo: " Todos se declaraban en contra, extrañados de que mencionase sólo las palabras sobre la gracia " (4, 22). La reacción del público nos hace ver que esta omisión no es un matiz del texto, es una omisión realizada conscientemente por Jesús y que altera los ánimos de los reunidos.  Ellos sabían que este fragmento se hallaba presente en la obra de Isaías, esperaban con toda lógica, que Jesús lo leyera. Pero el Señor cuando llega a ese versículo, concluye la lectura del texto y comienza a pronunciar la homilía.


    El mensaje progámatico de Jesús es en su totalidad mensaje de liberación: Liberación a los cautivos, a los pobres, a los ciegos, a los oprimidos. En el programa de Jesús no hay lugar para la venganza y el desquite; sólo tiene cabida la gracia y la misericordia. A nuestro entender casi parece lógico que en el programa del Mesías no haya lugar para la venganza y el desquite. Entonces ¿ por qué se enfureció tanto la asamblea sinagogal, cuando Jesús eliminó este verso ?.


    Las sinagogas estaban en manos de los fariseos. Estos formaban parte de un movimiento religioso que aguardaba la pronta llegada del Mesías. Se esforzaban, mediante todo un conjunto de prácticas ascéticas, en acelerar la llegada del Salvador. Su notable esfuerzo  piadoso les llevaba a considerarse como el prototipo de persona buena y religiosa. La otra gente que no tenía tiempo suficiente para dedicarse con pasión a la ascética, era considerada por los fariseos como gente mala y perversa. A causa de la impiedad de las gentes se  retardaba la llegada del Reino de Dios.


    Los fariseos tenían una interpretación muy particular del texto de Isaías (Is 61, 1-2). Opinaban que todo lo referido al "año de gracia" se dirigía especialmente a ellos. Cuando llegara el Mesías e instaurara su Reino derramaría su gracia sobre los fariseos, en compensación por el esfuerzo que habían realizado para preparar su venida. Por otra parte, pensaban que la expresión " ... el día del desquite de nuestro Dios " se dirigía en contra del resto del pueblo, que por su supuesta impiedad no posibilitaba la inminencia del Reino.


    La espiritualidad farisea es retorcida. Ellos se consideran los únicos buenos y dignos de la presencia de Dios. Los demás, a parte de no ser suficientemente dignos de recibir el consuelo divino, son los que impiden la presencia de Dios. Un fariseo se alegra por la gracia y el bien que Dios le otorga; pero también está ansioso por comprobar el castigo que Dios impone a los que no son de su partido.


    Podemos suponer la emoción con que la asamblea esperaba la pronunciación de las palabras de desquite que constan en Isaías. Jesús no las pronuncia. En el Reino de Dios, que Jesús predica, caben todos. El mensaje de Cristo es noticia de liberación para todos, y especialmente lo es para todos aquellos a quienes los fariseos tenían por gente nefasta: los pobres, los débiles, los que han perdido el rumbo de la vida ... 


d. La Homilía de Jesús.


    Una vez concluida la lectura, Jesús enrolla el volumen y lo devuelve al sacristán. La asamblea se sienta aguardando las palabras de Jesús. Su homilía es muy breve: " Hoy, en vuestra presencia, se ha cumplido este pasaje ". Dicho de otra manera: " Todo lo que habéis oído proclamar en el Antiguo Testamento, ha llegado hoy a su plenitud en mi propia persona ". Detengámonos unos momentos  en cada una de las partes del comentario de Jesús.


    * Hoy.

    La palabra "hoy" adquiere una connotación muy especial en el tercer evangelio. Casi todas las veces que aparece el término "hoy" viene acompañado por la palabra "salvación". Leamos algunos versículos del evangelio, como ilustración:  " Hoy, en la ciudad de David os ha nacido un salvador " (2, 11). Cuando Jesús cura al paralítico la gente exclama admirada "Hoy hemos visto cosas increíbles" (5, 26), etc


    Jesús lee siempre la Escritura en dimensión de presente, y de esta manera la actualiza en su propia persona. Nosotros no podemos leer el evangelio como si se tratase de algo del pasado. Al leerlo debemos intentar descubrir lo que quiere decirnos hoy en la situación concreta de nuestra vida.


    * " En vuestra presencia se ha cumplido este pasaje ".

    Jesús ha leído en la sinagoga un fragmento breve del profeta Isaías (Is 61, 1-2), y anuncia a los judíos que las perspectivas de este pasaje se están cumpliendo en su propia persona. Nosotros, ahora, haremos dos cosas: Por una parte intentaremos ver el sentido que presentaba este episodio cuando fue redactado en tiempos de Isaías. Por otra parte veremos las expectativas que suscitaba entre los judíos del siglo I, y la lectura de Jesús.


    - El sentido de (Is 61, 1-2) cuando fue redactado por Isaías.

    El año (587) es un momento duro para el pueblo israelita. Nabucodonosor, rey de Babilonia, destruye Jerusalén y se lleva deportados a los habitantes de la Ciudad Santa a la capital de su Imperio. El exilio  (587-538 a.C.), fue un tiempo de prueba en el que el pueblo judío  necesitó estar muy atento a la voz de Dios para conseguir sobrevivir en aquella situación desesperada. Al comienzo del exilio Dios habla a su pueblo a través de la voz del profeta Ezequiel. Al final del exilio Yahvé volvió a consolar a su pueblo mediante la palabra, cálida y apasionada, de otro profeta: El autor de (Is 40-55), al que denominamos Segundo Isaías.


    El profeta llamado Segundo Isaías iluminó al pueblo exiliado con un mensaje de consuelo: Dios no había abandonado a su pueblo. La situación de exilio en la que se encontraban no era la voluntad de Dios. El sufrimiento del exilio se debía al constante olvido, por parte del pueblo, de la fe en el Dios liberador. El Segundo Isaías (Is 40-55) recuerda constante a Israel que Yahvé es el único Dios,  el único liberador. El profeta invita, enérgicamente, a los exilados a abandonar la idolatría, a adherirse al verdadero Dios y a volver a Jerusalén.


    Dios siempre cumple su palabra. El año (538 a.C.) el rey Ciro el Grande conquista la ciudad de Babilonia. Publica un edicto mediante el que permite a los judíos volver a su patria (Esd 1, 2-4; 6, 3-5). Los hebreos regresan con la ilusión de contemplar la ciudad de Jesrusalén. Cuando llegan a la Ciudad Santa el desengaño no puede ser mayor. Jerusalén es tan sólo es un montón de ruinas. El pueblo emprende la tarea de reconstrucción de la ciudad, pero las dificultades crecientes dificultan esta tarea: La población se halla diezmada, los judíos que no habían sido deportados reciben mal a los recien allegados, etc (Esd-Neh).


    Ante esta situación de desastre el Señor, una vez más, vuelve a consolar a su pueblo. Otro profeta al que denominamos Tercer Isaías compone los capítulos finales del gran libro de Isaías (Is 56-66). El profeta anima a los habitantes de Jerusalén a reconstruir la ciudad y el templo, y a mantenerse con firmeza en el seguimiento de Yahvé. Ante la desolación de Jerusalén les predica el consuelo divino. Pero también les dice que la ayuda de Dios no puede sustituir la responsabilidad humana. Entonces, aquellos hebreos seguros de la ayuda de Dios  y dispuestos a empeñar su vida en ello, recomienzan la difícil tarea de la restauración de Jerusalén, y del seguimiento más fiel del judaísmo.


    Jerusalén, lentamente, va reconstruiéndose. El templo y el culto vuelven a instaurarse. Pero  queda lejos la experiencia real y cierta de la presencia del Reino de Dios entre los habitantes de Jerusalén. En aquel momento, nuestro profeta, comunica a sus oyentes el contenido del oráculo que hemos leido (Is 61, 1-2). Llegará un día en el que no habrá más desolación ni muerte. Llegará el día en que el mal que castiga nuestra existencia desaparecerá: No habrá pobres, ni cautivos, ni ciegos, ni oprimidos. En todas partes se vivirá la experiencia del Reino de Dios; o dicho con otras palabras, el año de gracia del  Señor.


    - El sentido de (Is 61, 1-2) cuando se escuchaba en el siglo I.

    A partir de la promesa de Isaías los judíos comenzaron a  esperar la llegada del Mesías definitivo y la instauración del Reino de Dios. La realidad que les correspondía vivir era difícil, pero contaban con la ayuda de Dios y el esfuerzo de su responsabilidad personal.


    En tiempos de Jesús la expectación por la inminente aparición del Mesías era inmensa. Continuamente aparecían personajes que se proclamaban "mesías". Todos los grupos religiosos esperaban la inminencia del Mesías. El Reino de Dios estaba a punto de manifestarse y, cada grupo, intentaba acelerar su llegada por procedimientos distintos. Todos los grupos judíos coincidían en una cosa: El Mesías vendría con poder y con una apariencia deslumbrante.


    - El sentido de (Is 61, 1-2) en la propia interpretación de Jesús.

    Jesús afirma que la profecía de Isaías se cumple "hoy" en su persona. Jesús es el verdadero Mesías, el liberador. Pero su modo de llevar a cabo la liberación será distinta a la esperada por los judíos de su tiempo. El no es un Mesías poderoso ni deslumbrante. Para marcar la diferencia con los demás "mesías" esperados, Jesús cambia un poco el texto de Isaías. Elimina todo aquello referido a la venganza y, modifica un versículo: El es el Mesías, pero no es el Salvador poderoso y magnificente esperado por sus contemporáneos. El es el liberador que pasa por el sufrimiento angustiante de la cruz.


    No debe extrañarnos la reacción de sus vecinos: Pero, ¿ No es éste el hijo de José ?. Todos esperaban al Mesías, pero nadie podía creer que vendría de un pueblo desconocido como Nazaret, ni  tampoco que sería hijo de un carpintero.  



4. Síntesis final.


    El episodio de la sinagoga de Cafarnaum nos ha presentado el proyecto de Jesús. Y mostrándonos ese proyecto no enseña cual ha de ser el proyecto de vida cristiana. El proyecto de Jesús es muy claro: Sintiéndose lleno del Espíritu del Señor, se lanza a proclamar la misericordia y la liberación de Dios. Cristiano es aquel que lleno del Espíritu del Señor proclama en su entorno, tanto de palabra como de obra, la liberación de Jesús.


    Jesús no se limita a anunciar en Nazaret un plan de vida teórico. El se compromete con su propia vida en aquel proyecto. Jesús vivirá en su propia carne la narración del profeta Isaías. El sera el Mesías humilde que desde la humildad y la entrega propiciará la salvación para todos.    El será el salvador, que aparecerá a los ojos de los hombres como un fracasado en la cruz. Pero a través de la entrega de su vida nos dará la auténtica vida: La vida nueva que brota el Domingo de Pascua.



 El cristiano es aquel que no sólo habla, sino que compromete su vida en aquellas cosas que predica. Aquel que desde la experiencia de la vida compartida, la humildad y el servicio, trasmite a todos la "vida nueva" de Jesús.