Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
El libro de Isaías ofrece una paradoja; por una parte, presenta un sentido
teológico global (Is 1-66), y, por otra, permite discernir tres secciones
mayores que han venido a llamarse: Primer Isaías (1-39), Segundo Isaías (40-55)
y Tercer Isaías (56-66). Desde la
perspectiva global, el libro muestra como la comunidad judaíta, atenazada por
el pecado (1,10-20) es transformada por Dios (43,1-7) en la comunidad que, fiel
a la ley y la palabra, proclama la gloria divina ante las naciones para que
todos los pueblos, atraídos por el testimonio de la comunidad convertida,
acudan a Jerusalén a adorar al Señor, el único Dios (66,18-24). Asentado el
sentido global, esbocemos el aspecto de las tres secciones mayores.
Primer Isaías (cc. 1-39). El
epígrafe del libro alude a los reyes judítas para enmarcar el ministerio de
Isaías en el Reino de Judá entre los años 740-698 a.C. Muestra las invectivas
del profeta contra la perversidad de Judá y Jerusalén, a la vez que relata la
vocación de Isaías. Señala que Asiria rige la política internacional, mientras
Egipto pugna por subsistir ante el envite mesopotámico. Muestra el empeño de Israel y Sira para subyugar el reino de Judá. Enfatiza la
solvencia de Isaías para aconsejar a Ajaz y Ezequías, reyes de Judá, y subraya
la vehemencia del profeta para fortalecer Jerusalén ante la amenaza de Senaquerib,
emperador asirio. La sección alude a la familia de Isaías; anuncia la irrupción
del Renuevo de Jesé, y suspira por el advenimiento del Enmanuel. Ahora bien, el
mensaje del Primer Isaías traspasa el siglo VIII a.C., pues enfatiza la
importancia de Babilonia; subraya la relevancia del “resto de Israel”, la
comunidad fiel al Señor a lo largo de la historia; y certifica la salvación de
Jerusalén, al final de los tiempos, cuando triunfe el proyecto divino sobre las
fuerzas malignas (10,20-23; 13-14). En síntesis, el Primer Isaías hunde sus
raíces en la predicación de Isaías, pero su mensaje trasciende el siglo VIII
a.C. y la geografía de Judá y Jerusalén.
Segundo Isaías (cc. 40-55). La
primera impresión sugiere que tiende a recoger acontecimientos del siglo VI
a.C. El imperio asirio cede su puesto a Babilonia. La mención de Teglafalasar o
Senaquerib, reyes asirios, desaparece ante la irrupción de Ciro, soberano persa,
elegido por Dios para liberar a los judaítas exiliados en Babilonia. Las críticas
contra el culto del templo de Jerusalén dejan el puesto a las invectivas contra
la falsedad de las imágenes idolátricas. El Señor aparece como creador de su
pueblo, capaz de consolarlo en la dificultad. Destaca la figura del Siervo del
Señor, elegido por Dios para encaminar al pueblo por la senda de la alianza y convidar
a las naciones paganas al reconocimiento del Señor, el único Dios. La ciudad de
Jerusalén destaca como la villa gloriosa que testimonia la grandeza del Señor,
Dios de Israel, ante las naciones. Ahora bien, las invectivas contra la
idolatría recuerdan la fiereza de Isaías contra la liturgia de Jerusalén y
contra la injusticia de los nobles. Por si fuera poco y como veremos más
adelante, la alusión del Segundo Isaías al rostro refulgente de Jerusalén sugiere
el mensaje del Tercer Isaías que celebra la grandeza de la ciudad que cobija a
judaítas y paganos para adorar al Señor en la cima del monte santo. Como
sucedía con el Primer Isaías, la hondura del Segundo supera el horizonte del
siglo VI a.C., pues recoge la profecía del siglo VIII a.C. y sugiere el
pensamiento que brotará entre los siglos V y III a.C., que asoma entre las
líneas del Tercer Isaías.
Tercer Isaías (cc. 56-66).
La sección recoge la situación de la
asamblea judaíta, establecida en Jerusalén después del retorno del destierro babilónico,
entre los siglos V-III a.C. Aparece otra
vez la mención del culto celebrado en el templo de Jerusalén, mención tan reiterada
por el Primer Isaías. La profecía también alude a los paganos para que, atentos
a la observancia de la ley, puedan integrarse, junto a la asamblea judaíta, en
la alianza que el Señor ha establecido con su pueblo. Sorprende la tarea del
profeta que, revestido del Espíritu del Señor, proclama la buena noticia a los
pobres. Con frecuencia, el Señor aparece como el goel, el pariente consanguíneo
de su pueblo, obligado a liberarlo de la injusticia y la idolatría. No obstante
y como apreciábamos en el Primer y Segundo Isaías, el Tercer Isaías no es una
sección aislada del resto del libro. La condena de la injusticia que ofrece el
Tercer Isaías recuerda la fiereza del Primero contra la falsedad del templo y
la nobleza. El Segundo, como hemos dicho, menciona al Siervo del Señor, pero
también menciona a los siervos (Is 54,17), los discípulos del Siervo que
continúan la tarea del Siervo; ahondando en la perspectiva, el Tercer Isaías
recoge la identidad de los siervos para profundizar en el sentido de su misión (Is
56,6). En definitiva, el planteamiento del Tercer Isaías supera la perspectiva
de los siglos V-III a.C. para recoger y llevar a su plenitud el planteamiento
teológico del Primero y del Segundo Isaías.
A modo de síntesis; el libro de Isaías
presenta un sentido teológico global (cc. 1-66) a la vez que delinea tres
secciones mayores: Primero (cc. 1-39), Segundo (cc. 40-55) y Tercer Isaías (cc.
56-66). Cada sección no conforma un compartimento estanco, sino que, recogiendo
o perfilando el planteamiento de las otras, enhebra el sentido teológico global
de la profecía isaiana.
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