Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
Durante el tiempo de Pascua celebramos solemnemente
la presencia de Jesús resucitado entre nosotros; la presencia viva del Señor
que guía nuestra vida con su ternura. Cada domingo del tiempo pascual, el evangelio
contempla un aspecto de la manera en que Jesús resucitado acompaña nuestra
vida. Hoy, el texto ha presentado a Jesús con el rostro del “Buen Pastor”, y a
nosotros nos ha definido como las “ovejas” de su rebaño.
En la
época antigua, los reyes orientales se hacían llamar el “Buen Pastor” de su pueblo;
a modo de ejemplo, una etapa de la historia de Egipto se conoce como el período
de los “faraones pastores”. Los faraones eran “buenos pastores” en el sentido
de que eran “buenos administradores” de su pueblo, trazaban caminos para favorecer
el comercio, o equipaban un buen ejército. Ahora bien, lo que más interesaba a los
“faraones pastores” era mantenerse en el trono, a costa de lo que fuese, por ello
no dudaban en esclavizar al pueblo para aprovecharse de su trabajo. Como hacían
los soberanos antiguos, Jesús asume el título de “Buen Pastor” de sus discípulos.
Pero Jesús aplica al título “Buen Pastor” un sentido completamente distinto al
de los monarcas antiguos; Jesús no es un pastor, de carácter administrador, que
se aprovecha de sus ovejas, metáfora de los discípulos, sino que entrega la
vida por ellas. Como dijo el Señor: “No he venido a ser servido, sino a servir y
entregar la vida en rescate por muchos”. Jesús entrego su vida por amor para que
nosotros aprendamos a amar con la profundidad que propone el evangelio.
Si
Jesús es el “Buen Pastor”, nosotros somos las ovejas de su rebaño. Hoy en día, llamar
a una persona “oveja” es algo negativo, incluso parece un insulto; pero las cosas
eran muy distintas en la época de Jesús. La población israelita comía carne
pocas veces. Los rebaños de ovejas que pastaban por el campo no se dedicaban,
mayoritariamente, al consumo humano; las ovejas eran, sobre todo, los animales
sagrados que los judíos piadosos sacrificaban en el templo durante la plegaria.
En la época de Cristo, la oveja era un animal de carácter religioso y sagrado,
tan preciado que, como hemos dicho, era empleado para el culto del templo. Por
tanto, cuando Jesús decía que sus discípulos eran sus ovejas, lejos de
despreciarlos, hacía de ellos el mejor elogio, los contemplaba como a sagrados y
dignos de estar al lado de Dios. Precisamente eso es un discípulo de Jesús, lo
que debemos ser nosotros, las personas que Dios ha elegido para dar testimonio
de la bondad divina en la sociedad en que vivimos.
La
relación de Jesús con sus ovejas, es decir con los discípulos, no es una
relación anónima como la que tenían los faraones pastores con sus súbditos.
Jesús establece una relación personal con todos nosotros, como dice el mismo
Jesús: “Yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí”. Y aún añade para
reforzar la profundidad de la relación, “tal como el Padre me conoce y yo conozco
al Padre, yo reconozco a mis ovejas”; es decir, la relación amorosa que Jesús
establece con el Padre tiene la misma intensidad que la que establece con los discípulos,
representados por las ovejas. Cuando decimos que Jesús tiene hacia nosotros un
amor sin límites queremos decir precisamente eso, que el amor de Cristo por
cada uno de los cristianos es tan intenso como el que el mismo Cristo siente por
su Padre. Un último aspecto, esta relación amorosa que Jesús establece con nosotros
es del todo gratuita; dicho de otra manera, Jesús no nos ama porque seamos buenos,
sino que nos ama a fin de que podamos ser del todo buenos. Así nos lo recuerda el
evangelio: “Sed perfectos como vuestro padre del cielo es perfecto”.
En este
domingo del Buen Pastor roguemos al Señor que suscite vocaciones, que suscite buenas
ovejas que, en la vida laical o en la vida consagrada, den testimonio ante el mundo
del amor sin límites que Jesús siembra en el corazón de cada persona.
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