miércoles, 29 de marzo de 2017

ENGLISH BIBLE


                                                       
                                                                 Francesc Ramis Darder
                                                                 bibliayoriente.blogspot.com


http://www.vatican.va/archive/ENG0839/_INDEX.HTM

lunes, 20 de marzo de 2017

DIOS MADRE





                                             Francesc Ramis Darder
                                             bibliayoriente.blogspot.com


Como explica la Sagrada Escritura, había en Jerusalén un rey llamado Ezequías; Dios le había ayudado, le había defendido de sus enemigos y curado de una enfermedad mortal. Parecía que el monarca tenía que ser capaz de poner su confianza en Dios. Pero sucedió un hecho sorprendente. Fueron a visitarle los embajadores del emperador de Babilonia. Después de recibirlos, les mostró lo que consideraba más importante. Ahora bien, el rey no llevó a los embajadores a la escuela de algún sabio, capaz de enseñar al pueblo el arte de vivir amando; tampoco les presentó a ningún profeta, los hombres que en nombre de Dios exigen la justicia; ni tan siquiera les condujo al templo para que pudieran conocer a algún sacerdote, la persona que orientaba al pueblo hacia la oración.

    Ezequías les mostró lo que consideraba más importante; les llevó a la cámara del tesoro, donde les expuso, con el tono más orgulloso, la plata, el oro, los ricos perfumes, los ungüentos más valiosos, y el arsenal con las armas más sofisticadas. Ezequías, que tanto debía agradecer al Señor, a la hora de la verdad, depositaba toda su confianza en el valor de las riquezas.

    La gente de Jerusalén informó al profeta Isaías de lo que había hecho el rey; Isaías se presentó en palacio y dijo al soberano: vendrán días en que los tesoros que has acumulado te los quitarán y los llevarán a Babilonia, ni a ti ni a tus descendientes os quedará nada de toda esta riqueza; y, añadiría aún, la gente que se ha dedicado a acumular riquezas, olvidando el amor de Dios y su justicia, serán deportados un día a Babilonia, como esclavos.

    Como dice Jesús en el evangelio: “No podemos servir a Dios y a las riquezas.” Solo el servicio a Dios, expresado con el amor y la misericordia hacia el prójimo, dura por siempre; solo el servicio a Dios y al prójimo nos abre la puerta del cielo, mientras el culto a las riquezas nos convierte en egoístas atados por siempre a la tierra.

    Las palabras de Isaías se cumplieron. El rey de Babilonia conquistó Jerusalén, requisó las riquezas que la codicia había acumulado y se llevó parte de la población a Babilonia. Cuando los israelitas habitaron en Babilonia aprendieron que el fundamento de la vida no consiste en acumular riquezas, sino en la capacidad de amar; comenzaron a aprender lo que mucho después dirá Jesús: “Lo más importante es buscar por encima de todo el Reino de Dios”; recordemos que el Reino de Dios llega a nuestra vida cuando nos decidimos a vivir amando.

    Cuando los israelitas deportados tuvieron la posibilidad de volver a Jerusalén, lo hicieron con la ilusión de explicar a sus hermanos lo que era la vivencia del Reino de Dios. Pero, cuando llegaron, constataron que la gente, apegada a la riqueza, no quería saber nada del amor ni del Reino de Dios. Después, cayeron en el desengaño, dijeron: “El Señor nos ha abandonado”.

    Fue un momento de gran dificultad; pero es en el momento de mayor dificultad cuando Dios manifiesta la mayor intensidad de su amor; por ello el Señor se manifestó a la comunidad hundida con su rostro maternal, el más profundo, dijo al pueblo deprimido: “¿Crees que una madre se olvidará de su hijo?” Casi siempre, la Escritura presenta a Dios con el rostro del padre, pero en los momentos de más adversidad, el Señor se revela con el rostro maternal; porque, como madre que también es de su pueblo, está dispuesto a engendrarlo de nuevo, para transformar la angustia del pueblo en aliento de vida.

  En los momentos de mayor adversidad, Dios se revela más cercano, porque se revela como la buena madre que nos quiere dar a luz de nuevo para que recuperemos el gusto por la vida que Él nos ha dado. Pongamos nuestra confianza en el Dios maternal y no en la seducción de las riquezas, que destrozaron la vida de Ezequías y llevaron a Israel al exilio.

            

jueves, 16 de marzo de 2017

CUARESMA



                                           Francesc Ramis Darder
                                           bibliayoriente.blogspot.com


La fiesta más importante del ciclo litúrgico es la Pascua, la celebración de la resurrección del Señor.

 La Pascua es tan importante que dedicamos cuarenta días a prepararnos para poder celebrarla con la mayor intensidad; y estos cuarenta días de preparación constituyen la Cuaresma. Dura cuarenta días en recuerdo de los cuarenta años que pasaron los israelitas en el desierto antes de llegar a la Tierra Prometida, y en memoria de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de empezar a predicar el evangelio.

A fin de que la Cuaresma sea una verdadera preparación para vivir la Pascua, la Iglesia nos aconseja tres cosas:

Primera: la Plegaria. Dediquemos cada día un rato a la oración y a la lectura del evangelio, participemos en el Vía Crucis y en el oficio de Vísperas que organiza la parroquia, vivamos con intensidad la celebración de la Eucaristía y la Reconciliación.

Segunda: Práctica de la Caridad cristiana. Estemos especialmente atentos a los hermanos que reclaman nuestra ayuda, en la colecta del Jueves Santo ayudemos especialmente a Cáritas, en la del Viernes Santo colaboremos con los cristianos de Tierra Santa.

Tercera: Ayuno. El ayuno y la abstinencia son signos que nos recuerdan que estamos en el camino de la Cuaresma; pero también nos enseñan que podemos desprendernos de algunas cosas para poder ayudar a los demás e incluso sentirnos mejor nosotros mismos.

    La oración, la práctica de la caridad cristiana, y la capacidad de desprendernos de lo que a menudo es superfluo fortalecen nuestra capacidad de amar a Dios y al prójimo. Que la Cuaresma de este año sea para todos el camino hacia el encuentro del Señor el domingo de Pascua.
             



domingo, 12 de marzo de 2017

¿QUIÉN ES EL PROFETA ELISEO?



  Francesc Ramis Darder
                                                                                   bibliayoriente.blogspot.com




ELISEO: SÓLO EL SEÑOR ES CAPAZ DE SALVAR


    El rey Salomón gobernaba a la vez sobre dos estados: Judá, al sur; e Israel, al norte. Cuando murió Salomón (ca. 930 aC.) ambos reinos recobraron la respectiva independencia. El reino del norte, Israel, tras algunos titubeos estableció la capital en Samaría (1Re 16,24). El primer rey, Jeroboán I (931-910 aC.), ávido de poder y riqueza precipitó el reino en la idolatría. El monarca erigió un santuario en Dan y otro en Bersebá dedicados al culto idolátrico (1Re 12,26-33). Los sucesores de Jeroboán I ahondaron en las prácticas idolátricas y provocaron que el pueblo casi olvidara la identidad misericordiosa y liberadora de Yahvé, el Dios de Israel.

    Recordemos que la idolatría no se reduce al hecho banal de adorar imágenes engañosas; consiste en dejarse seducir por el afán de poder, en la decisión de acallar la voz de la conciencia, y en el deseo de poseer riquezas sin fin.

    El sexto sucesor de Jeroboán I fue el rey Ajab (874-853 aC). Ajab y su esposa, Jezabel, hundieron el país en la idolatría (1Re 16,30-33). En tiempos de Ajab, el Señor suscitó al profeta Elías para recordar al pueblo la falsedad de la idolatría y para anunciarle que lo único que vale la pena es amar y practicar la misericordia (1Re 17-19.21; 2Re 1-2).

    Eliseo era el discípulo privilegiado de Elías (1Re 19,19-21). Cuando Elías murió, Eliseo continuó la tarea profética de su maestro (2Re 2,1-17). Sin embargo la tarea que aguardaba a Eliseo era ardua, pues Ajab gobernaba Israel y la nación estaba sumida en la injusticia y en la idolatría.

    Eliseo comenzó su ministerio profético con humildad y mucho sentido común. Seguramente, antes de iniciar la misión profética, Eliseo tendría un nombre que desconocemos; pero cuando comenzó su tarea quiso llamarse “Eliseo”. La palabra “Eliseo” pertenece a la lengua hebrea y significa “el Señor es el único capaz de salvar”. De ese modo, Eliseo, con sólo pronunciar su nombre realizaba una catequesis en bien de su pueblo. Anunciaba que sólo el Señor es capaz de salvar y, como contrapartida, denunciaba la falsedad de los ídolos.

    Eliseo inició su ministerio llevando a cabo tareas muy sencillas: condimentó un guiso para que sus compañeros pudieran alimentarse (2Re 4,38-41), y ayudó a un leñador a recuperar el hacha que había perdido (2Re 6,1-7). Eliseo comenzó con lo que podíamos llamar el apostolado de las pequeñas cosas. Recordemos que  los ojos de Dios, las cosas no son importantes por lo grandes que sean, sino por la intensidad del amor con que se hacen.

    La decisión de Eliseo de sembrar amor y bondad en su entorno, le convirtió en el “hombre de Dios” (2Re 4,9) que se preocupaba de los pobres (2Re 4,1-8) y los enfermos (2Re 5,1-19). Eliseo era un hombre de Dios porque era una persona de oración y un creyente que destacaba por la práctica de la caridad en las cosas pequeñas.

    La situación política de Israel empeoraba. Muerto Ajab, subió al trono Ocozías (853-852 aC.) y después Jorán (852-841 aC.). Ambos monarcas, arrojaron a la comunidad israelita en las zarpas de los ídolos (2Re 1,3; 3,1-3). Ante la gravedad de la situación, Eliseo comprendió que no podía limitar su tarea a la realidad cotidiana. El profeta decidió comprometerse políticamente para conseguir la trasformación social y religiosa de Israel.  El compromiso político de Eliseo le llevó a urdir un golpe de estado. El profeta hizo ungir a Jehú como rey de Israel, y combatió el gobierno déspota e impío de Jorán (2Re 9,1-26).

    El nuevo rey, Jehú (841-813 aC.), comenzó gobernando con justicia, pero, lentamente, fue abandonando la senda de los mandamientos y se precipitó en la idolatría (2Re 11,29-31). A pesar de la desidia del rey, Eliseo persistió en la predicación de la buena nueva y en la práctica de la misericordia hasta el final de su vida (2Re 13,14-19). La intimidad de Eliseo con Dios fue tan grande que, incluso después de morir, el contacto con sus huesos propició la resurrección de un muerto (2Re 13,20-21). Eliseo fue un hombre de Dios, valiente y constante en la vivencia del amor.

    La lectura cristiana de la Biblia percibe en el Nuevo Testamento el cumplimiento de las promesas de la Antigua Alianza. Los profetas preludian el advenimiento de Jesús, el profeta definitivo, y anuncian la esperanza del Apocalipsis: “dar testimonio de Jesús y tener espíritu profético es una misma cosa” (Ap 19,10).






lunes, 6 de marzo de 2017

¿QUIÉN ES EL PROFETA ELÍAS?

                                                                 Francesc Ramis Darder
                                                                 bibliayoriente.blogspot.com


El rey Salomón gobernaba dos reinos a la vez: Judá al sur, e Israel al norte. Cuando murió Salomón (ca. 930 aC.), ambos estados recuperaron la mutua independencia. Roboam (931-914 aC.), hijo de Salomón, gobernó Judá; mientras Jeroboam I dirigió los destinos de Israel (931-910 aC.).

    El reino de Israel era rico, pues disponía de las aguas del lago de Gennesaret y del regadío auspiciado por el cauce del Jordán. La rutas comerciales surcaban el reino y propiciaban el intercambio económico con los países vecinos: Siria y Tiro. Con el paso del tiempo, la capital de Israel se levantó en Samaría.

    Sin embargo, la Sagrada Escritura fustiga con dureza la expansión económica de Israel; pues a medida que el reino acumulaba riquezas olvidaba los mandamientos de Yahvé, y se dejaba atrapar por las cadenas de los ídolos. El ansia de “tener”, el afán de “poseer” y el desenfreno por “aparentar”, alejaban de la memoria del pueblo el recuerdo de Yahvé, el Dios liberador. La profecía de Amós describe sin tapujos la injusticia social que imperaba en Israel. La voz profética denuncia cómo se vende al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias (Am 2,6-7).

     Durante el reinado de Ajab (874-853 aC.), Ocozías (853-852 aC.) y Jorán (852-841 aC.), la injusticia social y el olvido de Yahvé corrompían con fuerza a la sociedad israelitas. Fue precisamente en ese período cuando aconteció el ministerio de Elías. El profeta fustigó la injusticia social y sembró en el corazón del pueblo la certeza de que Yahvé es el Dios que libera. El nombre “Elías” significa “mi Dios es Yahvé”; con ése nombre el profeta proclamaba su confianza en el Dios liberador y denunciaba la falsedad de los ídolos.

    Elías era conocido también con el apodo de “el tesbita”; probablemente por ser natural de Tisbé, localidad identificada con Khirbet el-Istib, en Galaad, a unos 25 km al norte del río Yabbok, en Trasjordania. Llevaba un manto de piel, típico de los beduinos del desierto, ceñido por un cinturón de cuero (2Re 1,8); de ese modo protestaba contra el lujo de la corte de Samaría. Exigía al rey y a todos los israelitas la conversión personal que debía expresarse en la decisión de construir un modelo social basado en la justicia (1Re 18,37). Su vida se caracterizó por la tarea personal a favor de los necesitados (1Re 17,7-16) y el compromiso político en favor de los pobres (1Re 21,1-29). Su intimidad con el Señor (1Re 19,11-13) le hizo descubrir la necesaria militancia política para desterrar la maldad y plantar la justicia social (1Re 19,15-16).

    La misión que emprendió Elías contra la idolatría y la injusticia le granjeó la persecución por parte del rey Ajab y de su esposa Jezabel. La persecución hundió al profeta en la depresión hasta el punto de desearse la muerte (1Re 19,4). Ante el acoso del desánimo, Elías hizo lo único posible y eficaz: descansó y recobró la serenidad, profundizó en el conocimiento de sí mismo, reforzó su amistad con Dios y decidió, después, continuar su cruzada contra la injusticia. No debemos permitir que el desánimo nos arroje en las zarpas del pasotismo. Cuando el desaliento se apodere de nuestra alma es necesario que sepamos tomarnos un tiempo de reposo, es decisivo que busquemos la compañía y el consejo de un buen amigo, que ahondemos en nuestra relación con Dios, y que recordemos los valores que nos impulsaron antaño a la vivencia cristiana.

    Elías no se rinde ante la tentación de desánimo, sino que emprende un viaje hasta el monte Horeb. El Horeb es una montaña especial. Yahvé se reveló a Moisés en el monte Horeb y le confirió la misión de liberar a los israelitas esclavos en Egipto (Ex 3,1-4,17). La tradición identifica el Horeb con el monte Sinaí, el lugar donde Dios entregó a Moisés los “Diez Mandamientos” (Ex 20,117). El viaje de Elías desde Berseba de Judá hasta el Horeb es la metáfora que expresa el viaje interior del profeta para recuperar los fundamentos de su fe. También simboliza el esfuerzo del cristiano para recuperar, en los momentos de confusión, las notas esenciales de la vivencia del evangelio.

    A largo del viaje, Elías palpó el auxilio divino, recuperó su amistad con Dios y refirmó su compromiso político en favor de la justicia social. Ciertamente, saber escuchar la voz de Dios que resuena en el hondón de nuestra alma y estar atento al latido del mundo, constituyen los ejes que permiten sembrar la semilla de Dios en el corazón de la humanidad.