Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
Albertz, Historia de la Religión, 465-467; R. Albertz, Religion
in Pre-Exilic Israel, Biblical World, 2:90-100;
R. Albertz, Religión in Israel
during and alter the Exile, Biblical
World, 2:101-124; F. Bianchi, Godolia
contro Ismaele. La lotta per il potere politico all’inizio della dominazione
neobabilonese (Ger 40-41 e 2Re 25,22-26), RivB
53 (2005) 257-275; H.M. Bastard, The Myth of the empty land, Oslo 1996,
18-32; O. Lipschits, Judah,
Jerusalem and the Temple 586-539 B.C., Transeu
22 (2001) 129-142; J. A. Mayoral, Sufrimiento y Esperanza, Estella 1994.
La percepción de Judá como un “país vacío”
durante el tiempo del exilio es una visión recurrente en la intelección
teológica de la Escritura:
así lo atestiguan, en grado diverso, la profecía de Jeremías (Jr 25,11; 44,22)
y la historia cronista (2Cr 36,21), mientras la historia de deuteronomista
limita la población a la gente sencilla dedicada al cultivo de la tierra (2Re
25,12) y la voz de Ezequiel alude a unos pocos supervivientes que todavía
permanecen en Judá (Ez 5,3-4).
Aunque la Escritura percibe la
realidad teológica de Palestina durante el tiempo que duró el exilio bajo la
imagen del “país vacío”, los estudios arqueológicos
e históricos desvelan que durante el tiempo del exilio la sociedad judaíta
mantuvo la actividad y llevó a cabo manifestaciones religiosas y culturales,
pues gran parte de la población permaneció
en el país. Desde la perspectiva arqueológica, cultural e histórica, la tierra
judaíta no estuvo despoblada ni en ruinas durante el tiempo del exilio.
El azote babilónico,
las deportaciones, y el acoso de los pueblos vecinos depauperaron el territorio
judaíta; aún así, las tropas de Nabucodonosor no abandonaron Judá a la deriva.
Las medidas tomadas por Nabuzardán para repartir entre la gente pobre del país
las tierras expoliadas a quienes habían sido deportados (2Re 25,12; Jr 30,10),
prueba el interés babilónico para restablecer cuanto antes las condiciones para
impulsar el desarrollo del extinto reino. Los campesinos, antaño oprimidos por
terratenientes, pudieron disfrutar, bajo el dominio babilónico, de cierta
prosperidad, pues dejaron de estar sometidos a la arbitrariedad de la nobleza.
Los babilonios no establecieron una administración regida por extranjeros, por
eso los supervivientes de Judá pudieron gozar de una administración propia
aunque limitada y subordinada al control caldeo (Lm 5,12.14). Ahora bien, la
pujanza de Judá no borró de la mente del pueblo los estragos del envite
babilónico. Las lágrimas que atravoesam el libro de las Lamentaciones enlutan el quebranto de Sión y revelan el estado
ruinoso de sus puertas (Lam 1,4; 2,22; 3,47).
A pesar de la dureza
con que sentencia el destino de Judá, la Escritura
también insinúa que la tierra judaíta, socialmente hablando, no quedó del todo vacía.
Como hemos observado, tras la primera deportación, el ejército de Nabucodonosor
dejó en Judá a la población más pobre (2Re 24,14); y después de la segunda
deportación, Nabuzardán dejó viñadores y labradores (2Re 25,12; Jr 39,10;
52,16). Cuando Godolías asumió la jefatura, los judaítas que habían huido a
Moab, Amón, Edom y los demás países, regresaron a Judá y recolectaron la
cosecha de vino y fruta (Jr 40,11-12). El libro de las Lamentaciones destaca la
precariedad del Templo (Lam 5,1-18), y especifica que los judaítas pasaban
hambre y recogían las cosechas con riesgo de su vida (Lam 5,9.10). Las
alusiones del libro de Ezequiel testifican que la vida continuaba en Israel,
pues quienes no fueron deportados reclamaban la propiedad de las tierras
abandonadas por los exiliados (Ez 33,23-29).
La profecía de Jeremías
detalla el número de deportados, cuatro mil seiscientos (Jr 52,30). Ciertamente
esta cantidad no puede corresponder a toda la población de Judá, se refiere,
con toda seguridad, a las clases nobles, los artesanos, los escribas y los
sacerdotes que podían tener alguna relevancia administrativa y docente para el
gobierno babilónico. Debemos añadir que expresiones como “todas las casas” (2Re
25,8), “toda Jerusalén” (2Re 24,14) y “todo el pueblo” (2Re 25,26) no indican la
“totalidad numérica”, aluden a “lo más importante”. En este sentido, fueron las
casas más ricas las que fueron destruidas, los ciudadanos más relevantes
quienes fueron desterrados, y fue la porción del pueblo más cercana a Ismael y
a Juan la que halló refugio en Egipto. La locución “así fue deportado Judá
lejos de su tierra” (2Re 25,21; Jr 52,27) tampoco indica que la totalidad de la
población abandonara el país, sino que sólo lo hizo el estrato social más
destacado.
A tenor
de todo lo dicho, la descripción de Judá como la tierra yerma tras la sacudida
babilónica no constituye una explicación sociológica de la realidad, sino la expresión teológica que describe el estado del
país alejado de la benevolencia divina.
La obra
Cronista subraya aún con mayor virulencia que la tierra quedará desierta y en
ruinas durante setenta años (2Cr 36,21 cf. Jr 25,11). No obstante, como cabe
deducir de la Escritura,
el exilio babilónico, no se prolongó durante setenta años, sino alrededor de
cuarenta y ocho (587-538 a.C.);
por tanto la referencia a los setenta años de cautiverio constituye un
comentario teológico que no se circunscribe al preciso entramado histórico. El
número “setenta” define en la Biblia
las nociones de totalidad y universalidad, tanto espacial como temporal (Gn
10,1-32; Is 30,26; Eclo 20,14). En ese sentido, cuando el cronista testifica la
aridez de la tierra durante setenta años (2Cr 36,21; Jr 25,11), declara que el
país, desde el aspecto religioso, quedó vacío durante el exilio: sufrió durante
el destierro el dolor que conlleva el eclipse de Dios. A modo de contrapunto, la
perspectiva arqueológica constata la permanencia de población en Judá durante
el tiempo del destierro. Diversos cálculos establecen en unas veinte mil
personas el montante de la población tras la embestida babilónica; población,
por lo demás, diseminada.
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Los datos arqueológicos revelan la existencia
de un entramado social apto para el desarrollo de la actividad económica y
capaz de la expresión cultural y religiosa. La perspectiva teológica, propia de
la Escritura,
enfatiza que durante la época del exilio no permaneció ninguna porción del Resto
de Israel en Judá. Aunque desde la óptica arqueológica hubiera población, la
Escritura desdeña cualquier presencia
del Resto de Israel que pudiera regenerar el país.