sábado, 14 de noviembre de 2020

JUDÁ DURANTE EL EXILIO

 

                                                       Francesc Ramis Darder

                                                       bibliayoriente.blogspot.com


 

Albertz, Historia de la Religión, 465-467; R. Albertz, Religion in Pre-Exilic Israel, Biblical World, 2:90-100; R. Albertz, Religión in Israel during and alter the Exile, Biblical World, 2:101-124; F. Bianchi, Godolia contro Ismaele. La lotta per il potere politico all’inizio della dominazione neobabilonese (Ger 40-41 e 2Re 25,22-26), RivB 53 (2005) 257-275; H.M. Bastard, The Myth of the empty land, Oslo 1996, 18-32; O. Lipschits, Judah, Jerusalem and the Temple 586-539 B.C., Transeu 22 (2001) 129-142; J. A. Mayoral, Sufrimiento y Esperanza, Estella 1994.


  La percepción de Judá como un “país vacío” durante el tiempo del exilio es una visión recurrente en la intelección teológica de la Escritura: así lo atestiguan, en grado diverso, la profecía de Jeremías (Jr 25,11; 44,22) y la historia cronista (2Cr 36,21), mientras la historia de deuteronomista limita la población a la gente sencilla dedicada al cultivo de la tierra (2Re 25,12) y la voz de Ezequiel alude a unos pocos supervivientes que todavía permanecen en Judá (Ez 5,3-4).

  Aunque la Escritura percibe la realidad teológica de Palestina durante el tiempo que duró el exilio bajo la imagen del “país vacío”,[1] los estudios arqueológicos e históricos desvelan que durante el tiempo del exilio la sociedad judaíta mantuvo la actividad y llevó a cabo manifestaciones religiosas y culturales, pues gran parte de la población  permaneció en el país. Desde la perspectiva arqueológica, cultural e histórica, la tierra judaíta no estuvo despoblada ni en ruinas durante el tiempo del exilio.

El azote babilónico, las deportaciones, y el acoso de los pueblos vecinos depauperaron el territorio judaíta; aún así, las tropas de Nabucodonosor no abandonaron Judá a la deriva. Las medidas tomadas por Nabuzardán para repartir entre la gente pobre del país las tierras expoliadas a quienes habían sido deportados (2Re 25,12; Jr 30,10), prueba el interés babilónico para restablecer cuanto antes las condiciones para impulsar el desarrollo del extinto reino. Los campesinos, antaño oprimidos por terratenientes, pudieron disfrutar, bajo el dominio babilónico, de cierta prosperidad, pues dejaron de estar sometidos a la arbitrariedad de la nobleza. Los babilonios no establecieron una administración regida por extranjeros, por eso los supervivientes de Judá pudieron gozar de una administración propia aunque limitada y subordinada al control caldeo (Lm 5,12.14). Ahora bien, la pujanza de Judá no borró de la mente del pueblo los estragos del envite babilónico. Las lágrimas que atravoesam el libro de las Lamentaciones enlutan el quebranto de Sión y revelan el estado ruinoso de sus puertas (Lam 1,4; 2,22; 3,47). 

A pesar de la dureza con que sentencia el destino de Judá, la Escritura también insinúa que la tierra judaíta, socialmente hablando, no quedó del todo vacía. Como hemos observado, tras la primera deportación, el ejército de Nabucodonosor dejó en Judá a la población más pobre (2Re 24,14); y después de la segunda deportación, Nabuzardán dejó viñadores y labradores (2Re 25,12; Jr 39,10; 52,16). Cuando Godolías asumió la jefatura, los judaítas que habían huido a Moab, Amón, Edom y los demás países, regresaron a Judá y recolectaron la cosecha de vino y fruta (Jr 40,11-12). El libro de las Lamentaciones destaca la precariedad del Templo (Lam 5,1-18), y especifica que los judaítas pasaban hambre y recogían las cosechas con riesgo de su vida (Lam 5,9.10). Las alusiones del libro de Ezequiel testifican que la vida continuaba en Israel, pues quienes no fueron deportados reclamaban la propiedad de las tierras abandonadas por los exiliados (Ez 33,23-29).[2]

   La profecía de Jeremías detalla el número de deportados, cuatro mil seiscientos (Jr 52,30). Ciertamente esta cantidad no puede corresponder a toda la población de Judá, se refiere, con toda seguridad, a las clases nobles, los artesanos, los escribas y los sacerdotes que podían tener alguna relevancia administrativa y docente para el gobierno babilónico. Debemos añadir que expresiones como “todas las casas” (2Re 25,8), “toda Jerusalén” (2Re 24,14) y “todo el pueblo” (2Re 25,26) no indican la “totalidad numérica”, aluden a “lo más importante”. En este sentido, fueron las casas más ricas las que fueron destruidas, los ciudadanos más relevantes quienes fueron desterrados, y fue la porción del pueblo más cercana a Ismael y a Juan la que halló refugio en Egipto. La locución “así fue deportado Judá lejos de su tierra” (2Re 25,21; Jr 52,27) tampoco indica que la totalidad de la población abandonara el país, sino que sólo lo hizo el estrato social más destacado.

  A tenor de todo lo dicho, la descripción de Judá como la tierra yerma tras la sacudida babilónica no constituye una explicación sociológica de la realidad, sino la  expresión teológica que describe el estado del país alejado de la benevolencia divina.

  La obra Cronista subraya aún con mayor virulencia que la tierra quedará desierta y en ruinas durante setenta años (2Cr 36,21 cf. Jr 25,11). No obstante, como cabe deducir de la Escritura, el exilio babilónico, no se prolongó durante setenta años, sino alrededor de cuarenta y ocho (587-538 a.C.); por tanto la referencia a los setenta años de cautiverio constituye un comentario teológico que no se circunscribe al preciso entramado histórico. El número “setenta” define en la Biblia las nociones de totalidad y universalidad, tanto espacial como temporal (Gn 10,1-32; Is 30,26; Eclo 20,14). En ese sentido, cuando el cronista testifica la aridez de la tierra durante setenta años (2Cr 36,21; Jr 25,11), declara que el país, desde el aspecto religioso, quedó vacío durante el exilio: sufrió durante el destierro el dolor que conlleva el eclipse de Dios. A modo de contrapunto, la perspectiva arqueológica constata la permanencia de población en Judá durante el tiempo del destierro. Diversos cálculos establecen en unas veinte mil personas el montante de la población tras la embestida babilónica; población, por lo demás, diseminada.

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  Los datos arqueológicos revelan la existencia de un entramado social apto para el desarrollo de la actividad económica y capaz de la expresión cultural y religiosa. La perspectiva teológica, propia de la Escritura, enfatiza que durante la época del exilio no permaneció ninguna porción del Resto de Israel en Judá. Aunque desde la óptica arqueológica hubiera población, la Escritura desdeña cualquier presencia del Resto de Israel que pudiera regenerar el país.   



[1] . Jr 25,11; 44,22; 2Cr 36,21; 2Re 25,12: campesinos iletrados; Ez 5,3-4: unos pocos supervivientes.

[2] . Ezequiel denuncia la idolatría (Ez 33,25-26) y preconiza la extinción de la comunidad (Ez 33,27).


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